Pero lo que lo sorprendió no fue simplemente su presencia, sino la manera directa en que entró a sus aposentos sin esperar una invitación formal, como si tal intimidad fuera algo natural entre ellos. —¿Dónde estuviste, grandulón? —preguntó Vera con una naturalidad que sugería que consideraba que tenía derecho a saber sobre sus actividades nocturnas. La pregunta, junto con el apodo casual que había usado, eso de llamarle “grandulón” lo tomó desprevenido. En Pyrion, tal familiaridad habría sido impensable entre personas que se habían conocido solo horas antes, pero aquí parecía ser parte de la naturalidad que caracterizaba todas las interacciones de la princesa. «Es tan extraña», pensó mirando a Vera «la princesa de Talisia, Brielle, no le ha puesto apodos a Sadrac, al menos no que yo sep

