Pero en vez de derribar la puerta, en su lugar, golpeó la pared de piedra junto a la puerta con tanta fuerza que sus nudillos se abrieron y la sangre comenzó a gotear en el suelo. El dolor físico fue un alivio bienvenido comparado con la frustración emocional que lo estaba consumiendo. —¡Está bien! —rugió hacia la puerta cerrada—. ¡Si quieres comportarte como una maldita niña caprichosa, puedes quedarte encerrada en tu habitación como una! Pero incluso mientras pronunciaba las palabras despectivas, sabía que sonaban vacías. La verdad era que necesitaba lo que ella proporcionaba: no solo los tratamientos de curación, sino la intimidad, la compañía, la manera en que se sentía cuando estaba con ella. Y esa necesidad lo enfurecía más que cualquier otra cosa, porque representaba exactamente e

