—Sí… — fue lo único que pudo decir ella.
Sadrac no perdió más tiempo y abrió la puerta saliendo hacía el corredor, donde inmediatamente Sadrac alzó la cabeza y aspiró profundo, olfateando el ambiente y utilizando sus sentidos lupinos para orientarse en el castillo élfico. El aroma familiar de su hermano Zelek llegó hasta él, mezclado con las fragancias distintivas de la realeza de Glacialis y algo que reconoció como los aromas característicos del Rey Adair y el Príncipe Dael.
—Están en un salón —murmuró Sadrac, más para sí mismo que para Brielle, mientras seguía el rastro de olores con la precisión que le daba ese rasgo característico de su especie—. Tu familia también está ahí. Todos se han reunido. El lugar donde está huele a… plantas de un árbol —dijo sin comprender demasiado ese otro
