La puerta se abrió para revelar a sus cuatro doncellas, seguidas por dos carpinteros que entre ambos estaban transportando lo que era claramente la silla de ruedas más elegante que Brielle había visto jamás. El trabajo de artesanía superaba incluso sus expectativas más optimistas: la madera era de un roble oscuro que había sido pulido hasta brillar como un espejo, con incrustaciones de metal que habían sido forjadas en patrones que evocaban llamas. Las ruedas eran proporcionalmente perfectas, claramente balanceadas para movimiento suave, y todo el conjunto irradiaba una dignidad que sería apropiada para la realeza.
—¡Oh, por todos los dioses de hielo! —exclamó Brielle, llevándose las manos a la boca mientras observaba cada detalle de la silla—. ¡Es absolutamente perfecta! ¡Es hermosa! ¡Es
