— ¿Qué te traes entre manos Diane?— preguntó su padre, con voz extraña.
Ella hizo un mohín con los labios de fastidio y sonrió astutamente, sus ojos azules adquirieron un brillo particular y Anthony dijo:
— Hija, cuando tus ojos brillan de ese modo, me das miedo.
— Tranquilo papito, que el pez que mordió el anzuelo, es tan gordo que nos alcanzará para muchas generaciones— dijo ella abrazando a su padre y besando una de sus mejillas— vamos a dormir estoy agotada.
— Diane, de verdad que me sorprendió tu estrategia— dijo emocionado— eres muy astuta e inteligente hija.
— Me encanta haberte ayudado— dijo ella, con aires de misterio.
— Muchachita, debes tener un arpón muy fuerte— dijo Anthony— sí que es gordo éste pez.
Ella iba riendo dejando a su padre , mientras decía:
— ¡ Ay papi ya verás como no necesitaré fuerzas, sino astucia!— dijo subiendo las escaleras— ¡poco a poco te enterarás!
Subió las escaleras e inmediatamente se encerró en su habitación, quitando su ropa, se vistió con su ropa de dormir, uso un desmaquillante para quitar la suave capa de maquillaje, dejando así, su rostro completamente limpio, luego se preparó para meterse bajo de las sábanas, estaba satisfecha de lo que había logrado ese día, se quedó dormida con una suave sonrisa en sus labios.
A la mañana siguiente estuvo despierta pasadas las diez de la mañana, tomó un baño, se delineó sus ojos resaltando el azul de ellos, un suave brillo color rosa en sus labios y bajó a tomar un rico desayuno.
Al estar en el amplio comedor, vio llegar a sus padres y preguntó alegremente:
— ¿Acaso a todos se nos pegaron las sábanas?
— A ti se te pegaron, hija mía, ya tu madre y yo estamos levantados hace más de una hora— dijo Anthony divertido.
— Bueno Papá, ya estoy lista para comenzar mi día— sonrió pícaramente.
— Entonces, ¿no piensas decir nada a tu padre, muchachita?— preguntó él, ansioso.
Ella les indicó con un gesto que se sentarán junto a ella, mientras terminaba de desayunar y los miraba con ojos astutos y divertidos. Unos minutos después dijo:
— Papá son estrategias para mantener a Arthur interesado en mí, mientras espera los dos años— dijo ella complacida.
El movió su cabeza desaprobando su osadía y dijo:
— ¡Ese hombre es peligroso Diane, debes tener cuidado!
— El que debe tener cuidado es él papá— dijo ella con ojos entrecerrados— él no tiene idea con quién se metió.
Anthony Curtis fue impulsado por un resorte imaginario, aunque no se escandalizó ante la respuesta de su hija.
— Diane; ¿Estás segura? Yo entiendo que estés deslumbrada por los millones de ese hombre, pero no tienes porqué hacer tal sacrificio— explicó Anthony— ¡te triplica la edad, hija!
— Lo sé papá, y no me importa su edad, voy a ser la esposa de Arthur Mccartney—me gusta como hombre de negocios, a pesar de que parece ser un patán, me encantan sus millones y el poder que darán a mi vida financiera.
— ¿Estás enamorada de él?— preguntó Alexandra, su madre.
— Mamá, ¿quién habla de amor?— dijo fastidiada— esas cursilerías no van con mis objetivos— solo quiero ser la señora Mccartney, y tener en mis manos todos los millones de Arthur.
— Bueno, ya tu sabes lo que quieres, hija— dijo Anthony, reflexionando— eres muy inteligente.
— Debes confiar en ella, Anthony— dijo Alexandra— ella siempre se ha salido con la suya.
— ¡Eres increíblemente astuta hija, y voy a confiar en tí!— dijo su padre con su pecho inflado por el orgullo.
Alexandra, también estaba complacida de cómo su hija estaba resultando ante los negocios y las estrategias y dijo:
— Anthony, tú la has preparado para ésto, así que déjala, ella sabe lo que hace.
— ¡Gracias mamá!— dijo Diane— confíen en mí, les aseguro que a partir de éste día, seremos más millonarios.
Era lunes y tenían que estar a las dos en la cita con Arthur Mccartney, quién caminaba de un lado a otro, estaba nervioso, sabía que Anthony no había estaba de acuerdo con su condición, el padre de la chica lo consideraba viejo para su hija, pero después vió que agradaba a la joven; si, era algo adulto para ella, aunque pareciera que Diane no lo veía así y eso era lo que a él realmente le importaba.
No se dió cuenta cuántas veces miró su reloj, ellos eran muy puntuales, o por lo menos Anthony Curtis, ¿sería Diane quien lo retrasaba? Luego pidió calma a su cabeza y se sentó, aún faltaban quince minutos, se sentía paranoico.
Casi al tiempo que se acomodaba en su sillón sonó la voz de su secretaria anunciando a los ansiados visitantes, dio orden de que los recibiría en el salón presidencial. Ellos fueron conducidos hasta el lugar indicado, Arthur se concentró en estar relajado y muy tranquilo.
Se levantó al verlos entrar, extendiendo su mano para tomar la de Diane y besarla con suavidad y seducción, ella movió sus pestañas hermosamente rizadas y con coquetería, le sonrió, disfrutando su beso; después Arthur se dirigió a Anthony, estrechando su mano con firmeza y diciendo:
— Es un inmenso placer para mí tenerlos hoy ante mí,— dijo Mccartney— en especial tener tan espectacular belleza adornando mi oficina.
— Eres muy amable Arthur— dijo Diane antes que su padre siquiera abriera la boca.
Éste la miró con una espléndida sonrisa y ojos llenos de emoción y luego volvió su mirada hacia Anthony, quien tenía el rostro serio, se veía incómodo, ésto borró de inmediato la sonrisa de Mccartney
— Por favor tomen asiento— dijo con gesto amable demostrando caballerosidad.
— ¿Cómo has estado Arthur?— saludó Anthony muy formal.
— No tan bien como tú, mi querido futuro socio— dijo él correspondiendo al saludo.
— Estamos aquí para la firma ante ésta futura sociedad— dijo Anthony aún sin una sonrisa en su rostro.
— Relájate mi amigo, que hay muy buenas perspectivas ante nuestra futura sociedad, ¿No es así Diane?
La chica sonrió ante la mención de su nombre y respondió diciendo:
— Todo depende Arthur— dijo astutamente la chica— recuerda que en los negocios no se da nada por sentado.
— ¡Me encanta tu hija Anthony, a pesar de ser muy joven, tiene olfato, personalidad—Arthur enumeraba atributos— carisma, algo difícil de encontrar en una mujer, además de ser, increíblemente bella.
— Eres un adulador— dijo ella fingiendo humildad descaradamente.
—Bueno, vayamos al grano mi distinguido amigo— dijo Anthony cortante.
— Parece que tu padre está algo ansioso por terminar ésta reunión, ¿O me equivoco Anthony?— dijo Arthur Mccartney, mirando a su futuro socio con ojos entrecerrados.
— Así es, Arthur— dijo Anthony retando a su futuro socio.