Primer recuerdo.

1279 Words
—Amalia, despierta, vamos a llegar tarde a clase —dijo una voz femenina, sacándola abruptamente de su sueño. Amalia despertó de golpe, respirando con dificultad. Lo último que recordaba era que iba directo hacia un camión. Pero al abrir los ojos, se dio cuenta de que no estaba en su Ferrari ni en el hospital. Estaba en su antigua habitación, la misma de cuando aún estaba en la facultad de leyes. —¿Qué está pasando? —preguntó Amalia en voz alta, confusa, sin entender lo que sucedía. —Lo que pasa es que si no te levantas ya, llegaremos tarde —respondió la chica con tono de reproche—. No entiendo por qué bebes tanto si luego no puedes ni con la resaca. Una chica de cabello rubio entró en la habitación. —¡Tú! —gritó Amalia, señalando a la chica—. ¿Qué haces en mi habitación? —¿Tu habitación? ¿Qué te sucede a ti? No es solo tuya, también es mía, de Chloe y de Amber. ¿Qué te pasa? Amalia, aún en shock, buscó su teléfono móvil. Algo no encajaba. Encontró su viejo teléfono, el mismo de hace años, con la pantalla rota. Al mirar la fecha, vio que era 19 de abril de 2020. Estaba viviendo cuatro años atrás. —No puede ser —susurró, aterrada, mientras intentaba procesar lo que veía—. ¿Cómo es posible? —Sabes, parece que estás de mal humor, mejor me voy sin ti. No sé qué te pasa —dijo Rose, sin entender la situación de su amiga. Amalia se levantó lentamente de la cama, pero un dolor agudo la recorrió al hacerlo, como si su cuerpo aún recordara el impacto del accidente. Se tocó la cabeza, buscando alguna señal de lo que había pasado, pero no había tiempo para pensar más en eso. De inmediato salió de la habitación, se dirigió al salón y, al llegar, chocó contra un hombre. —Disculpe, no me percaté, pido mil disculpas —dijo rápidamente, mientras se agachaba a recoger sus cosas. —Fíjate por donde caminas, inútil —respondió el hombre con voz áspera. Amalia levantó la mirada y, al ver el rostro del hombre, se congeló. Era Santiago Torres. —¿Cómo me has llamado? —preguntó Amalia, con la rabia comenzando a subir. —Inútil —dijo él, sin inmutarse, mientras la miraba fríamente. Verlo ahí, tan imponente, fue como una pesadilla que volvía a cobrar vida. —Tú eres un sinvergüenza. Mandaste los documentos de divorcio con tu asistente en medio de nuestro aniversario —le espetó. Santiago la miró con una expresión de burla. —¿Yo casado contigo? No me hagas reír. Primero muerto antes que aceptar eso. Las palabras de Santiago golpearon a Amalia como un balde de agua fría. En ese instante recordó la primera vez que lo había visto, justamente cuando se había quedado dormida y llegaba tarde a clases. ¡Santiago era mi profesor! pensó horrorizada. ¿Cómo me enamoré de mi profesor? No, debo evitarlo a toda costa. Amalia entró al salón y se sentó, intentando concentrarse en la clase que Santiago estaba impartiendo, pero su mente no dejaba de dar vueltas. ¿Cómo es que terminé aquí, en esta misma situación? Al terminar la clase, los estudiantes comenzaron a salir, muchos saludaban a Santiago con respeto. Cuando llegó su turno, Amalia no lo saludó. —Señorita Muñoz, quisiera verla mañana en mi despacho. Tenemos una vacante disponible en la firma —dijo él con tono firme. —No estoy interesada —respondió Amalia, evitando mirarlo. —Amalia, ¿qué te pasa? La firma del señor Torres es una de las más importantes del país. Trabajar ahí te abriría muchas puertas —dijo Rose, sorprendida por la respuesta de su amiga. Amalia recordó que había aceptado esa oferta en su otra vida, y cómo luego él comenzó a cortejarla. Recordó el rechazo, pero también los momentos de confusión y sus dudas sobre lo que realmente quería. —He dicho que no —repitió Amalia, firmemente—. Si tú deseas puedes ir en mi lugar, pero la verdad es que no me interesa. —Señor Torres, disculpe a mi amiga, no ha tenido un buen día. Hoy me ha confundido con otra persona, quizás solo deba pensarlo un poco más —dijo Rose, tratando de suavizar la situación. —Si mañana no se presenta, tenga por seguro que no tendrá otra oportunidad en ninguna otra firma —respondió Santiago, sin titubear, antes de dar media vuelta y marcharse. Amalia lo observó irse, sintiendo la presión de su presencia. —¿Quiere acabar con mi carrera solo porque no quiero trabajar con usted? —le reclamó, con rabia contenida. Santiago no respondió y salió del salón, dejando la tensión flotando en el aire. —Amalia, ¿qué te pasa? Primero me corres de mi propia habitación y ahora rechazas la oferta de Santiago. Dime, ¿tienes algún sugar daddy que te respalde? —preguntó Rose, sorprendida. —No soy como tú que se vende por dinero —respondió Amalia con firmeza, mientras se alejaba rápidamente del salón. Rose la observó con los ojos muy abiertos, incapaz de comprender la reacción de su amiga. Amalia se dirigió a su celular, buscando un contacto que pudiera ayudarle. Pero ninguno de sus amigos o familiares parecía ser de gran utilidad en ese momento. Cuando estuvo a punto de salir del recinto, el rector la detuvo. —Señorita Amalia, alto ahí, por favor. Amalia se detuvo y se giró, no sabiendo qué esperar. —¿Sucede algo, señor Manuel? —preguntó, intentando mantener la calma. —Me he dado cuenta de que acaba de rechazar la oferta del señor Torres, además de que lo ha golpeado. —Señor Manuel, creo que el señor Torres no tiene los pantalones puestos si no sabe aceptar un rechazo. Además, soy una mujer de 105 libras, ¿qué podría hacer contra un hombre de 180 libras? —dijo Amalia, tratando de restarle importancia al asunto. —Señorita Amalia, se lo diré de esta manera: si quiere llegar a ser la mejor estudiante de la facultad, entonces deberá aceptar la propuesta. De lo contrario, si decide no hacerlo, entenderé que ya no desea ser fiscal ni continuar estudiando leyes. —Si esta facultad se rehúsa a brindarme la educación por la cual estoy pagando, entonces buscaré otra que lo haga —respondió Amalia con firmeza. —¿Me estás desafiando? —El rector frunció el ceño—. ¿Qué crees que pensarán las demás facultades cuando vean que dejaste de estudiar aquí? Será el fin de tu carrera, Amalia. No sé qué pasó contigo, eres una mujer diferente a la de ayer. El rector se marchó molesto, y Amalia, sintiendo el peso de las palabras, se dirigió rápidamente al estacionamiento. Recordó que en ese entonces aún usaba un viejo Lada que había comprado de segunda mano. Al subir al coche, arrancó el motor sin rumbo fijo. Estaba tan desorientada que ni siquiera se dio cuenta de a dónde se dirigía. Al llegar a un semáforo en rojo, simplemente cerró los ojos, deseando que nada de esto estuviera pasando. Los autos detrás de ella empezaron a pitar, ya que el semáforo había cambiado a verde, pero Amalia permaneció inmóvil, con los ojos cerrados, sumida en sus pensamientos. Un conductor se acercó a ella, tocando suavemente el cristal de su ventana. —Señorita, ¿se encuentra bien? —preguntó, preocupado—. Señorita, por favor, responda. Amalia no respondió. Estaba atrapada en su propio miedo, y no sabía si podría escapar.
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