Meliza
-Buenas noches. -dijo una voz grave.
Meliza alzó la vista. Era Yakov. Llevaba casco de motocicleta bajo el brazo, los jeans salpicados de barro y esa mirada que nunca terminaba de parecer del todo presente.
Liam lo reconoció enseguida.
-Yakov -dijo en tono neutral-. Qué coincidencia.
Yakov lo miró y asintió apenas con la cabeza.
-Profesor.
-¿Vas camino a casa? -preguntó Meliza, notando la tensión en el aire.
-Si, solo vine a casa de Lucia a recoger los apuntes del otro dia. Y la ruta me llevo por aqui. No esperaba cruzarme con ustedes, pensé que vivías más cerca de ella.
Sus ojos, oscuros y tranquilos, se detuvieron en Meliza por un segundo más de lo normal. Luego regresaron a Liam.
-Veo que ya todo se arregló -añadió sin sonrisa, sin juicio, sin emoción.
Liam frunció levemente el ceño.
-¿Necesitabas algo?
-No. Solo pasaba por aqui, los ví y quise saludar, ya que supe que no sabía nada de usted desde el viernes que se fue de viaje. -Yakov alzó el casco-. Que pasen buena noche.
Y sin más, siguió caminando por la acera, como si el encuentro no hubiera significado nada.
Meliza observó cómo se alejaba. Aunque su paso era relajado, había algo en él que no se podía ignorar. Una presencia que parecía arrastrar sombras detrás de sí.
-¿Como supo que no sabías nada de mi desde el viernes?
-Él estaba en casa de Lu cuando me llamaste y estaba estudiando con ellos.
-No me gusta cómo te mira -murmuró Liam.
-No creo que me mire. Es como si viera a través de todos -respondió ella, todavía mirando en la dirección en que Yakov había desaparecido.
Pero no dijo más. Porque, aunque fuera solo un cruce de caminos, algo se había quedado vibrando en el aire.
Liam se detuvo frente a la puerta de la casa, con las llaves del auto girando entre sus dedos. Meliza se quedó a su lado, sin dar el último paso hacia la entrada.
-Mañana empieza otra vez la rutina -dijo ella, como si eso pudiera detener el tiempo por un segundo más.
-Sí... lunes -murmuró Liam, con una pequeña sonrisa resignada.
Un breve silencio se acomodó entre los dos. No era incómodo, pero sí lleno de todo lo que no querían decir en voz alta.
-Deberías descansar -añadió él, aunque su voz no sonaba convencida.
-Tú también -respondió ella, pero tampoco parecía con muchas ganas de irse.
Se miraron por unos segundos más, como si estuvieran estirando el momento, sosteniéndolo entre los dedos antes de dejarlo caer.
Liam alzó una mano, rozó con la yema de los dedos la mejilla de Meliza, como si eso pudiera quedarse un poco más.
-Nos vemos mañana... -dijo, bajito.
-Sí -asintió ella, apenas.
Pero antes de dar siquiera un paso ambos se enlazaron en un beso intenso, lleno de ese amor que se había formado entre ellos en estos meses que llevaban conociendose.
Y con una última mirada que decía más que cualquier palabra, se separaron. Cada uno caminó en dirección contraria, como si llevaran algo del otro pegado a la espalda.
Me fui a mi habitación, para mandarle un mensaje a Lu, por qué también estaba preocupada por él, tome el celular en mis manos y escribí.
Meliza:
- Por fin volvió.
Tardo unos minutos en contestar Lucia desde el otro lado
Lucia:
-¿ Y que pasó? ¿Está bien?
Meliza:
- Si, solo que se quedo sin celular por qué se le mojo, y sus abuelos decidieron estar el fin de semana incomunicados del mundo real, y lo obligaron a no utilizar ni un aparato eléctrico.
Lucia:
-Me alegro de que esté bien.
Meliza:
- Te tengo una noticia- le escribo emocionada, quiero contarlo lo antes posible.
Lucia:
-Dime, por favor, no me dejes con las ansías.
Meliza:
- Acepte a Liam, somos Novios, estoy súper feliz.- Lucia no contesto.
Tal vez se quedo sin pila en el celular, o se quedo dormida, no le di importancia, espero con ansias el día de mañana para volver a ver a Liam.
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Yakov
Nunca entendí por qué a las personas les importa tanto lo que sienten los demás. Como si las emociones solucionaran algo. Como si un "te extraño" bastara para traer de vuelta a tus padres cuando los has visto en pedazos sobre una mesa.
Hoy regresé a clases. No porque quiera, sino porque tengo un deber. Conmigo mismo. Con el legado que me dejaron mis padres. Y con los bastardos que aún respiran sabiendo que me lo arrebataron todo.
Desde que volví, noto que el ambiente está más denso. No por mí. Estoy acostumbrado a las miradas, los cuchicheos y los intentos estúpidos de los hombres por intimidarme. No funciona. Nunca lo hará. Pero hoy había algo más... como si algo estuviera a punto de estallar.
Entro al salón y veo a Meliza sentada sola, mirando su celular con el ceño fruncido. Algo le pasa. La mayoría no lo nota. Pero yo sí. He aprendido a leer el más mínimo gesto. A veces esas señales te salvan la vida... otras, te la quitan.
Meliza no me interesa de forma sentimental, pero hay algo en su presencia que llama la atención. No es como Lucía, que se lanza como mosca sobre cualquier hombre que la mire dos segundos. Meliza... es más reservada. Más difícil. Y eso, en cierto modo, la hace más intrigante.
- Tienes cara de que el mundo se te vino abajo -le dije al pasar junto a su pupitre. - ¿tan pronto, problemas en el paraíso?No me detuve, no necesitaba hacerlo.
Ella levantó la vista, sorprendida de que le hablara. Sus labios se abrieron como si fuera a decir algo, pero no salió ninguna palabra. Solo se quedó viéndome, como si no entendiera por qué yo, de todas las personas, le estaba hablando.
No dije más. Seguí caminando, directo a mi lugar. Mi objetivo no era consolarla. Yo no sirvo para eso.
Me siento en el fondo del salón, donde siempre puedo observar todo sin ser notado. Desde ahí la sigo mirando: Meliza sigue con el ceño fruncido, pero ahora tiene el teléfono entre las manos, temblando ligeramente. Su respiración cambia. Aprieta la mandíbula. Algo la hirió. En la pantalla, aunque está lejos, alcanzo a ver una imagen borrosa de un tipo-Liam, el profesor-con una mujer que le besa la mejilla.
Debí haberlo imaginado. A las mujeres les afectan esas estupideces. Una foto, una mirada mal interpretada, una palabra sin doble intención. Se torturan solas.
Pero no Meliza. No se ve como el tipo de chica que reacciona por cualquier tontería. Por eso me llamó la atención su expresión. Está herida. Silenciosamente. Como si estuviera luchando contra el deseo de mandar todo a la mierda y aún así quedarse.
Patético. Aunque no puedo juzgarla... del todo.
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Horas después, en la cafetería, me siento a la mesa más alejada. Desde aquí puedo estar al tanto de todo sin que noten que estoy aquí. No es por placer. Es por instinto. Saber qué piensan o como actuan los demás puede salvarte la vida. O permitirte destruirlos sin que se den cuenta.
Meliza entra con Lucía. Las dos se sientan en una mesa a la distancia. Lucía habla demasiado. Siempre lo hace. Quiere ser el centro de atención. Aunque finja preocupación, se le nota lo falsa. Nunca confíes en una persona que se ríe con todos.
-¿Estás bien? -le pregunta Lucía fingiendo inocencia.
-No lo sé -responde Meliza con voz apagada-. Me llegó una foto de Liam... con una mujer. Ella lo besa en la mejilla.
Lucía guarda silencio por un segundo. Silencio calculado.
-Seguro es alguien de su familia... o una amiga -dice al fin, con un tono demasiado casual. Esa respuesta no tranquiliza. En realidad, la aviva.
Meliza baja la mirada. Duda. Traga saliva.
-Pero... ¿y si no? -susurra, se me hace extraña su reacción, por lo que la e observando, no es una mujer insegura, al contrario, es decidida, autónoma.
Lucía sonríe. No dice nada, pero sus ojos brillan con algo que no debería estar ahí. Interés. Disfrute. Podría jurar que hasta diversión.
Interesante.
No me importa la vida sentimental de Meliza, ni mucho menos la de Liam, pero ahora sé que Lucía no es lo que aparenta. No para Meliza. Y cuando alguien finge con tanta facilidad... hay que tenerlo en la mira.
Me levanto sin hacer ruido. Paso junto a ellas, y solo digo una cosa, sin mirarlas siquiera:
-No creas todo lo que ves.
Y sigo caminando. Porque en este mundo... las imágenes engañan. Pero las intenciones, tarde o temprano, se revelan.
Y yo estoy aquí para eso.
Para descubrirlas.
Y, si es necesario... destruirlas.
...
Después de salir de la cafetería, camino sin rumbo por los pasillos vacíos del edificio administrativo. Me gusta moverme por donde los demás no suelen estar.
Camino por el edificio de profesores. Suelo moverme por ahí cuando necesito evitar a la gente y pensar. Me cruzo con un par de administrativos y me escabullo por el pasillo que da a la sala de maestros. La puerta no está cerrada del todo. Las voces dentro me hacen detenerme.
-No le dijiste nada, ¿verdad? -pregunta un hombre. Reconozco su voz. Profesor de Psicología, amigo cercano de Liam.
-No... aún no. No fue lo que parece -responde Liam. Su voz es baja, tensa.
-Pero sí le besó la mejilla -insiste el otro.
-¡Fue un impulso! Y ni siquiera fue algo íntimo. Sabía que verla era un error, pero no quería armar un escándalo. No se lo conté a Meliza porque... no significa nada.
-A veces lo que no significa nada es lo que más duele si se esconde -dice el profesor.
Hay un silencio denso. Algo se remueve dentro de mí, pero no es empatía. Es cálculo.
Así que hubo algo, pero Liam no tiene las agallas de ser directo. Interesante.
-Además -continúa Liam-, no sé ni cómo consiguió mi número. Me escribió desde otro teléfono, y apareció con esa actitud como si nada. Me descolocó.
-¿No será la misma que te estuvo buscando hace meses?
-Puede ser. Nunca cerramos bien ese capítulo. Pero juro que no pasó nada más.
Miro hacia la puerta. No tengo interés sentimental en ese drama, pero me resulta útil. Información es poder.
Y ahora sé dos cosas:
Primero, Liam tiene un pasado mal cerrado.
Segundo, Meliza está recibiendo mensajes desde un número desconocido.
Y yo acabo de conectar ambas piezas.
Me alejo sin hacer ruido. No es mi problema, pero si alguien piensa manipular a Meliza... esa información me podría servir después.
Quizá no hoy.
Pero pronto.
Nota de la autora
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