Aitana
Cuando entramos a ese barrio privado y un ballet nos recibió para estacionar el auto, supe que este no era un lugar como cualquier otro; aquí había dinero, muchísimo, quizás más del que se debería invertir en este tipo de cosas.
Las casas lujosas con diversos colores —que predominaban en blanco, gris o azul claro—, en su mayoría de estilo americano, europeo y victoriano de dos pisos, ventanales de finos cristales, patios delanteros que parecían hermosos viveros de la cantidad de flores, arbustos podados con formas y pasto cortado. Algunos se notaban que se trataba de verdaderos hogares, mientras que otros parecían más fríos por su falta de decoración exterior o colores vivos.
—Debe cortar un pulmón vivir aquí, ¿no crees, cariño? —bromeó papá.
Caminábamos sin mucho apuro hacia una de las últimas casas del extenso barrio, viendo a la lejanía una gran cantidad de gente que estaba hasta mejor vestida que nosotros, siendo que estábamos portando ropa de marcas reconocidas mundialmente.
Se podía ver que el dinero aquí sobra de a montones y se gasta en objetos materiales probablemente innecesarios, pero bueno, se supone que ellos saben en qué invertirlo así que si es en esto, ojalá lo disfruten.
—Tranquilo, vendemos uno de tus pulmones y podremos alquilar esa. —apunté a una casa hecha completamente de madera, muy hermosa—. Por suerte tienes dos.
Soltó una sonora carcajada, negando con la cabeza y volteando a ver la propiedad que le mostré con el dedo.
—Es bonita, voy a considerarlo.
Tocó su pecho, en el lugar donde creyó que estaban ubicados los pulmones. Sonreí en grande, disfrutando de este momento.
Empezamos a llevarnos bien porque teníamos tiempo para hacerlo y no muchas preocupaciones —hablando en cuanto a solo lo económico, claro—, además de pequeños detalles que nunca antes pensé que tendríamos en común. Descubrí que toda mi vida tuve un punto de vista erróneo: en realidad es muy amigable e interesado en ser un buen padre… O bueno, al menos lo intenta. Hay hijos que no puede estar ni cerca de decir lo mismo de sus padres.
—¿Soy buena hija? —cuestioné de repente, volteando a verlo.
Al parecer lo tomé por sorpresa, ya que sus cejas se alzaron un poco. Luego de unos segundos, relajó el ceño y una cálida sonrisa se instaló en su rostro. Con cuidado, colocó su mano en mi mejilla.
—Eres mejor de lo que podría haber imaginado. —contestó con una notable sinceridad en sus ojos marrones—. Sé que antes no lo demostraba mucho, pero en verdad te quiero, Aitana.
Él sí me quiere. Lamentablemente hay otra persona que querría que me lo dijera, sin embargo, no está aquí. Nunca ha estado; es hora de dejar de rogar por cariño.
—Gracias por haberte quedado conmigo.
—Ay, mi amor, ven aquí. —con sutil delicadeza, me estrechó entre sus brazos—. Yo siempre te elegiré por sobre cualquiera, ¿sí? Te amo.
Tras darme un beso en la frente, pudimos seguir caminando con tranquilidad y un cómodo silencio hasta el final de la calle, donde se llevaría a cabo la fiesta. No nos costó mucho llegar, porque, aunque son muy hermosas, hay pocas casas. Conté solo quince en su totalidad, además de canchas de deportes que se dejaban ver al público.
La última definitivamente hizo que valiera la pena todo el recorrido. Tres pisos, estilo victoriano antiguo en todo su esplendor, con hermosas columnas blancas en la entrada principal junto a unas cortas escaleras que te dejaban en el pórtico decorado con finas sillas grises oscuro. El color a lo largo de toda la enorme mansión era blanco, con detalles azules oscuro muy escasos pero llamativos a la vista, una múltiple cantidad de ventanas que tenían rejas negras.
A simple vista, se asemejaba más a una Iglesia francesa que a una casa de familia.
—Es preciosa. —escuché el maravillado murmuro de papá.
Claro, ¿cómo no estarlo? Esta era la mansión más grande, bella y cara que hayamos visto en nuestras vidas. Comparada con la nuestra (siendo que hasta habíamos contratado a un decorador que no cumplió con las expectativas), este era exactamente el ejemplo de mi casa soñada, aquella en la que viviría algún día al estar decidida a mudarme sola.
—Creo que a ese pulmón tendremos que agregarle corazón aún nombrando y mucha sangre.
Al salir del asombro de la primera impresión exterior, pensé en cómo sería el interior. Oh Dios, quizá a mi padre le daría algo al verlo. Llevar a un hombre de casi cincuenta años al hospital por desmayarse tras quedar maravillado por una casa; esa no era mi idea de una noche divertida en una fiesta de ricos.
—Entremos antes de que te dé un infarto, Esteban. —dije, caminando hacia la entrada.
De repente, al estar ahí, sentí un leve escalofrío recorrer todo mi cuerpo y la piel erizaba. Creí que sería por el frío clima que rara vez como hoy estaba así, sumándole el hecho de que mi conjunto de ropa no era para nada abrigado.
Sin embargo, se sintió como algo diferente. Tenía ese característico malestar estomacal de cuando me pongo nerviosa, solo que no me quedaba clara la razón. Es decir, puede ser porque estoy a punto de, si la información proporcionada por mi padre es correcta, hablar con los Evenson a profundidad de las tres palabras que cruzamos en el “Zodiac Club” y luego en la escuela. Es más, ni siquiera he conversado con Hayden en la escuela siendo que es mi propio compañero; mucho menos con el mayor, a ese sí lo desconocía casi por completo.
En mi cabeza habían pequeños fragmentos de esa noche que no tenía el valor suficiente para unir. Planeaba olvidar, es verdad, pero se me hace imposible y no solo por el loco fan, sino por ellos tres. Hasta llegué a sentirme extraña por tenerlos tan presentes en mi mente.
¿No será que…
—¿Qué pasa, Aiti? Vamos, nos están esperando. —interrumpió mis pensamientos.
Soltando un suspiro, subí los escalones que nos llevaban hacia la entrada. Estaban varias personas afuera, hablando entre ellas o bebiendo de unas copas de cristal. Se trataba de viejos con jóvenes —demasiado— acompañantes, muy amistosos o cercanos entre ellos; algunos parecían de la edad de mi mismo padre y traían chicas del brazo chicas solo un poco más grandes que yo. Se notaba por sus expresiones faciales, o puede que demasiadas cirugías plásticas las hagan ver así.
Pero los llamativos en esa fiesta no eran ellos, es más, parecían que estaban ahí a propósito para quedar opacados.
Porque en puerta que daba a la entrada del interior, había una pareja conformada por un hombre y una mujer, con unas sonrisas tan hermosas, miradas entre ellos que reflejaban cariño y saludaban amablemente a todo el que pasaba a su lado. A su lado, tres chicos con expresiones aburridas, como cuando estás en un lugar por pura obligación.
Todos llevaban trajes de diseñador ceñidos y la mujer, un vestido largo color verde esmeralda que resaltaba a la perfección su figura.
Esa tan perfecta familia ejemplar eran los Evenson.
—¡Esteban, querido amigo! —exclamó el hombre, soltando la cintura de su esposa para venir a saludar al nombrado.
Me habría reído tan fuerte de la cara de felicidad puta de mi padre, de no ser por el respeto que les tenía.
—Mark, ¿qué tal todo? Este lugar es maravilloso. ¿Me lo alquilas? —bromeó con gracia.
Hasta a mí me sacó una sonrisa aquello. Y viéndolo con atención, Mark Evenson forzó una.
—Tendré que discutirlo con la señora de por allá.
Señaló a la bella esposa que hablaba entretenida con unas mujeres.
—Mejor no me meto por ahí.
Tras ambos soltar una carcajada, el anfitrión notó mi presencia al lado de mi padre. Sonreí por pura cortesía, mirándolo a los ojos poco expresivos que poseía.
—Aitana Cruz. Es un placer, señor Evenson. —saludé con amabilidad.
Él hizo una media sonrisa cargada de algo que no supe identificar, pero el malestar volvió a apoderarse de mi estómago.
—Te conozco muy bien por tu música, Aitana. Una hermosa voz, si me permites halagarte.
Hice un leve gesto de desinterés, haciéndole entender que no era necesario.
—Muchas gracias, señor. Cumplió su cometido, estoy muy halagada.
Esos ojos fríos quedaron fijos analizando cada centímetro de mi rostro, hasta ser capaces de hacerme sentir totalmente incómoda. Odiaba que me observaran de más, más cuando era de la forma que él lo hacía.
Me dio mala espina, y no seguí mi instinto por idiota.
—Hay unas personas a las que quiero presentarles. Tus mayores fanáticos, en realidad.—comentó, negando con la cabeza—. Hijos, vengan por favor. —habló un poco alto, llamando la atención de los chicos que acompañaban a su madre.
Y ahí, nuestras historias comenzaron a entrelazarse para siempre, sin tener capacidad de volver a atrás. Porque había algo más fuerte que nos unía eternamente.
Reconocí a Hayden, que le dijo algo al oído a Valerio y éste sucesivamente al que parecía más grande. Ese era Hero.
Fue cuestión de segundos para que los tres estuvieran enfrente nuestro, cambiando las expresiones de total aburrimiento por unas de cortesía falsa, algo heredado de su progenitor por lo visto.
—Ellos son mis muchachos. Hero, el más grande, y mi primer heredero. Lo presentó con una sonrisa de orgullo.
—¡No puedo creer que fuiste capaz de hacerme esto! ¡Yo sí hablaba en serio, pero tú fuiste el idiota que no lo tomó así! Te odio, Hero.
El nombrado era idéntico a su padre de pies a cabeza. Sobretodo en esos ojos azules carente de emociones si eso deseaba reflejar en ellos. Saludó a mi progenitor estrechando su mano, para luego mirarme unos segundos y hacer la misma acción.
Tenía las manos tan cálidas a comparación de esa fría alma.
—El del medio es Hayden, mi campeón hablando de calificaciones.
—¡No te creas mejor que él! Los dos son horribles, tan parecidos a su padre en eso. Sobretodo tú, Hayden, así que vamos. ¡¿Por qué no continúas con tus mierdas, para seguir burlándote de mí a escondidas?!
Nuestras miradas conectaron al instante.
Él, al contrario del mayor, tenía características físicas similares a las de su madre, por lo poco que pude verla. Tenía ojos verdes y unas tiernas pecas por todo el rostro.
—Y por último pero no menos importante está Valerio, mi tercer hijo.
—Y tú no te hagas el inocente, porque tienes tanta culpa encima como estos dos. Sabías todo… pero eres tan cobarde que nunca fuiste capaz de decirme nada. No te quiero ver jamás.
Él no tenía una característica específica según su padre, pero sí un montón de cualidades que parecía no querer destacar.
Valerio era definitivamente una mezcla de las mejores cosas que habían en sus padres. Con los ojos azules, pero llenos de emoción y una bonita sonrisa amable.
Los tres juntos, parados delante de mí, eran la mismísima definición de la palabra “poder”.
—Un gusto conocerlos. —hablaron los tres hermanos al unísono, pero sus miradas estaban encima mío.
—Desde ese momento, comencé a entender lo jodida que estaba por esos tres…