Aitana
Pasaron las primeras dos clases —una de historia y otra de matemáticas— con presentaciones de unos profesores que se les notaba hasta por los poros sus ganas de enseñar; eran recién egresados de prestigiosas universidades, por lo que contaron. Así que ese era el claro motivo de tanto entusiasmo por darnos clases, aun si fueron solo ligeras charlas para ponernos en ambiente de sus materias a los alumnos recién ingresados. Habían dos ademas de mí que eran nuevos, transferidos de otras escuelas.
Una vez que sonó el timbre anunciando el inicio de, por lo que leí en el cronograma, un receso de veinticinco minutos antes de volver nuevamente por las dos horas siguientes. Los demás salieron casi corriendo mientras yo me emocionaba pensando en cómo sería la cafetería, qué sirven, si Eleanor estará conmigo y tener la posibilidad de entablar conversaciones con mis nuevos compañeros, ya que no se dio la oportunidad todavía.
—Aitana. —me llamó una voz femenina desde la puerta.
Al voltear tras terminar de ordenar mis útiles escolares, vi a Eleanor apoyada en el marco con una de sus características sonrisas. Sí, efectivamente tendría a alguien con quien almorzar.
Caminé hasta ella y con los brazos entrelazados, fui guiada hasta donde se encontraba la cafetería, porque no tuve tiempo suficiente para curiosear sobre ello. En el camino tuvimos una breve charla acerca de cómo fue nuestro primer día, de los profesores que nos tocaron y las materias correspondientes a nuestros respectivos años.
—Este lugar es maravilloso. No recordaba lo que era tener tanto tiempo para aprender. —admití con una sonrisa de pura felicidad.
Podría salirme un arcoíris del culo y hacerme pasar por un maldito unicornio de la felicidad que desprendía mi aura.
Realmente nunca creí que pudiera volver a pisar una escuela, o incluso una universidad, dado que estaba sumergida por completo en mi carrera como cantante. La gente que conozco logró convencerme de que eso era a lo que debía aspirar el resto de mi vida, que esa era mi vocación, mi única pasión en este mundo... pero yo quiero otras cosas porque apenas soy una adolescente. No he vivido ni la mitad de mi vida, tampoco creo conocerme a mí misma totalmente y ellos ya sacan conclusiones de lo que debo o no hacer.
Amo cantar, es de mi más bellas y destacables cualidades; solo que no me veo haciéndolo por lo que dure mi existencia.
La escuela siempre me apasionó cuando era una niña, me esforzaba en estudiar porque amaba aprender —lo sigo haciendo, y sacaba buenas notas fruto de ello. Lástima que a la edad de trece años me fue arrebatado de un día para otro porque debía hacer otras cosas para asegurar el bienestar económico de mi familia. Actualmente tenemos más dinero del que podremos gastar todos juntos, así que si hay una próxima generación no tendrán que preocuparse por ello.
Con mi crecimiento y madurez comencé a querer otras cosas, empezando por la asistencia presencial a la escuela. Fue un logro personal, debo admitir.
La decisión de arriesgar el futuro de carrera musical no fue tan fácil como quiero hacerlo parecer.
—Aiti, ya llegamos.
El anuncio de Nor me trajo de vuelta a Tierra, siendo que ya estábamos frente a las puertas que nos conducirían al interior de aquel esperado lugar al que, sin más preámbulos, entramos.
Estaba lleno de alumnos de diferentes años que iban en todas las direcciones haciendo fila para tomar comida, pagar, eligiendo mesas, hablando entre ellos y, claro, comiendo en su mayoría. Había una gran variedad de colores, estilos y formas en todos ellos que me dejaron fascinada.
Esto era tal o mejor que como lo imaginé.
—¿Qué estamos esperando? —respondí por fin, guiñándole un ojo a la menor.
Ambas reímos un poco antes de formarnos en la fila para seleccionar la comida. Solo agarré un jugo y una manzana, mientras que Nor, por el contrario, un sándwich con un refresco. Era clara la diferencia de elecciones, pero es un país libre.
Una vez que pagamos, fuimos a sentarnos con unos conocidos de ella que nos hicieron señas para estar con ellos.
Se trataba de dos chicos —Bruno y Marcus— y dos chicas —Lisa y Maisie—, todos un amor que me trataron de maravilla, haciendo preguntas triviales pero sin mencionar nada acerca de mi fama, cosa que agradecí infinitamente no tocar porque ya bastante llamé la atención de muchos estudiantes con mi presencia el día de hoy. Incluso si solo eran murmullos de corredor, me ponían incómoda.
Lo que me pareció extraño fue no haber visto a Kathie en ningún momento. Hace dos días atrás fue que le había preguntado si vendría a la escuela, solo contestó con el emoji del pulgar arriba dándome su afirmación, y desde entonces no hemos tenido contacto. Creí que quizá estaría enojada conmigo, aunque ¿por qué razón? De lo poco que hablamos, nada fue para discusión o problemas.
Puede que se haya quedado dormida o algo, luego trataría de volver a contactarla.
Decidí no hacerme más la cabeza por ese asunto, volviendo a incorporarme en la amena charla que estaban teniendo los demás acerca de cualquier cosa que se les pasara por la cabeza.
Cuando la comida al igual que la conservación se acabaron, fue de nuevo tocado el timbre para avisar que los veinticinco minutos acabaron y era hora de volver a los salones para la siguiente clase.
Dos más e ir otra vez a casa. Las horas pasaron muy rápido a mi parecer, o eso se debe a que las clases eran eternas cuando tenía que hacerlas virtuales porque mis profesores eran tan aburridos y no tenía compañeros que hicieran comentarios graciosos de vez en cuando como los actuales.
Al comenzar a irnos todos de la cafetería, fuimos hacia los pasillos que conducían al piso de arriba. Sin embargo, algo llamó la atención en la entrada principal que claramente antes no estaba.
Dos policías hablando con algunos superiores de la escuela.
Todos los estudiantes presentes se quedaron viéndolos como bichos raros, tan extrañados como yo me encontraba, o puede que más porque la pregunta era obvia en ese momento.
—¿Qué hace la policía aquí?
—Ya hicieron algo y solo es el primer día.
—¿Quién es el vendedor de drogas? Digo, para entregarlo.
—Cállate, Matt.
Varias voces se escuchaban más fuertes que otras, todas con la misma duda mientras los mayores parecieron darse cuenta de que media escuela estaba ahí presente frente a ellos.
—Chicos, vuelvan a sus salones ahora. Ya empiezan sus clases. —habló el que casualmente fue mi primer profesor de este día.
Resignados para no llevarse una reprendida, los grupos se fueron disolviendo al entrar en sus lugares de clases. Después de un beso de despedida con Eleanor, ella también tuvo que irse junto con los chicos
Pero yo me quedé ahí, con una mala sensación en el estómago.
Tocándome el vientre al sentir algo así como un nudo formarse en él, tuve la intención de pasar por el baño de damas antes de mi siguiente clase. Luego le explicaría mi situación a la profesora de español, con quien era mi próxima clase.
Sin embargo, una mano me detuvo.
—Disculpe, señorita, ¿usted es Aitana Cruz, de casualidad? —me preguntó uno de los oficiales.
No me di cuenta de que se había acercado a mí. Estaba demasiado concentrada en mi dolor de estómago para darme cuenta.
Le eché un rápido vistazo general, asintiendo con la cabeza llena de desconfianza.
—Sí, soy yo.
Tras mi repuesta, levantó la mano y le hizo una seña a su compañero para que se acercara, tal como hicieron los amables chicos durante el receso. El otro dejó ir al profesor, para después caminar hasta nosotros.
Sentí miedo además de dolor de estómago. No me gustaba nada la situación.
—Disculpe, señorita, pero debemos hacerle unas preguntas. Usted es una conocida de la señorita Kathie Morrison.
Antes de que una respuesta coherente por el nombramiento de mi amiga saliera de mi boca, a mi lado pasó uno de los hermanos Evenson, el más pequeño de todos y con los ojos azules tan llamativos a pesar de que solo lo vi de reojo.
Pero él sí me veía, mucho más de lo que podía darme cuenta en aquella época.
—Ese día, ese mismísimo día, fue que no lo supe porque no me tomé el atrevimiento de pensarlo pero... estaba empezando a ser jodida por los malditos hermanos Evenson.