Aitana
El trayecto desde la escuela hasta la casa fue en completo silencio. Mi padre mantenía el volante apretado con un innecesario exceso de fuerza mientras miraba fijamente la carretera, aunque también sus ojos se notaban algo perdidos, como ausentes.
No podía cuestionarlo ahora tras lo que sucedió, pero sí me daba cuenta de esos detalles.
Lo que dijo antes de irnos, de que no volvería a ir a la escuela me tenía aterrada. Es decir, apenas llegaba y ya tenía que irme; no era nada justo, ni siquiera fue mi culpa lo que sucedió. Fue de esos horribles policías que ni para hacer bien su trabajo sirven al parecer.
Yo no merecía sufrir las consecuencias por sus estúpidos actos. Ya en mi cabeza estaba enumerando las razones por las que mi padre debía permitirme volver al día siguiente al instituto. ¿La principal? Que tan solo fue mi primer día, que iba tan bien hasta que esos dos aparecieron casi al final. Incluso ya había hecho amigos, maldita sea.
—Aiti, ellos no te hicieron nada, ¿cierto?
La pregunta hizo que cerrara un momento los ojos, al mismo tiempo que mi cabeza se encontraba apoyada en la ventanilla por donde miraba el paisaje exterior. Los abrí, moviéndome un poco para mirarlo mejor.
—Descubrieron que Kathie, mi amiga desapareció hace tres días. Y como soy conocida suya, quisieron hacerme las preguntas. Accedí porque quería ayudar, papá, no me obligaron. —conté algo exasperada.
Era la pura verdad, aunque aún si no me obligaron he de admitir que estuvo mal su forma de echar al profesor Robbins para que no se metieran.
Mi padre pareció anonadado por la noticia ya que sus cejas se alzaron notablemente, así que suspiró con pesadez.
—Lamento mucho lo de Kathie, hija, y sé que te gusta ayudar pero... Mejor lo hablaremos en casa.
Esa fue la última respuesta antes de volver a hundirnos en un silencio incómodo hasta que estacionó frente a la casa. Unos segundos después ya nos encontrábamos dentro, camino al comedor donde nos esperaba la comida ya hecha pero aun no servida por Annie. Comíamos temprano debido a los horarios irregulares de mi abuela, y eran casi las doce del mediodía así que nos tocaba el almuerzo: un guiso de fideos con salsa.
Los fideos no eran de mi preferencia o gusto personal, sin embargo, no iba a ser una malcriada e intentaría disfrutar el plato.
—Llegan antes. ¿Cómo estuvo tu primer día, Aitana?
Observé a la amable mujer de reojo, haciendo una leve mueca que demostraba lo difícil que estuvo mi día.
—Lo siento, Annie, estoy algo cansada. Prometo contarte todo después, pero por ahora por favor quiero comer en mi cuarto.
Avisé eso antes de retirarme. La razón de que me mostrara tan cortante es que mi padre me había sacado de un interrogatorio para meterme en otro: el suyo. No tardaría nada en empezar a cuestionar todo acerca de lo que pasó en ese salón y lo entiendo, es un padre preocupado, pero necesito tiempo para procesar el hecho de que mi amiga está perdida en esta gran ciudad.
En el camino me puse a pensar en Kathie, en que solo tiene diecisiete años, con toda una vida por delante y ahora eso se ha esfumado junto con ella.
Pensé por un momento en visitar a sus padres para hablarles y contarles también a ellos lo que sabía, además de unas sinceras disculpas; luego algo en mí tuvo la conciencia suficiente para entender que estaban pasándola lo suficientemente mal como para que yo los molestara con mi presencia también. Además, poco y nada me conocen.
En mi cuarto se me pasó una descabellada idea por la cabeza, que podría tan peligrosa como las probabilidades de que sí funcionara... Armar mi propia investigación.
Es decir, vi lo perdidos que estaban los policías en aquella habitación, sin siquiera saber qué preguntarme y, de no haber insistido, quizá ni me habrían dicho que mi amiga desapareció.
Recordé esa única vez que fui a su casa, para prestarle un vestido o algo así, y justo le llegó un mensaje pero el celular no era el mismo que siempre usaba. Ella tenía un IPhone último modelo, y el que usó aquella vez era un Samsung.
Se me hizo extraño ese hecho, decidí ignorarlo porque entonces no era asunto mío meterme en su vida tan privada como lo es un celular e incluso me convencí de que puede que se le haya roto su IPhone, por eso usaba el otro. Sin embargo, ahora analizando aquel día, se le veía una mueca mientras le escribía a alguien desde el Samsung; como si lo que sea que le escribió la otra persona la pusiera inquieta.
Algo muy rara vez visto en ella, dado que, por lo general, se comportaba como una chica despreocupada, sobretodo de sus estudios.
—¿Y si lo consigo? —murmuré para mí misma, tratando de convencerme de hacerlo.
Para ello tendría que entrar a su casa a escondidas.
Antes de poner pensar mucho en ello, alguien tocó la puerta e interrumpió mi cuestión.
—¡Pase!
Por la misma se asomó mi progenitor, trayendo una bandeja con un plato y un vaso de jugo en ambas manos. No se molestó en cerrar la puerta tras haber entrado, tampoco hice mucho drama por aquello.
—Annie dijo que estabas cansada, así que quise traerte esto. —luego de decirlo, dejó la bandeja en el escritorio y se sentó a mi lado—. Pero quiero que hablemos, hija.
Estos últimos días se le ha dado por tener la rara costumbre de llamarme por apodos tiernos, tal como cuando era pequeña. Todavía no me acostumbraba del todo, pero era lindo escucharlo más seguido.
—Me siento mal por lo que le pasó a Kathie, eso es todo. Ella era mi amiga. —susurré desganada.
Él asintió con la cabeza, seguido de darme unas caricias al hombro sinceramente reconfortantes.
—Van a encontrarla, hija, estoy seguro. Yo siento haberte sacado así, pero me preocupé mucho cuando tu profesor me llamó asustado. Creí que ese par de imbéciles...
—No trataron de hacer nada más que pedirme que cooperara con su investigación, eso es todo. Lo que les dije fue todo lo que sabía de Kathie, nada más. —interrumpí queriendo explicarle.
Volvió a suspirar, ahora con más pesadez.
—El director debió hacer algo y no solo ver cómo te metían a un cuarto para interrogarte. —contraatacó.
—¿Y qué iba a hacer él o cualquiera de la escuela contra oficiales de policía? No mucho, déjame decirte.
Sin responder, solo pasó sus caricias de mi hombre a mi cabeza, desacomodando mi poco peinado cabello mientras sonreía con pena. Luego me abrazó con fuerza, estrechandome en sus brazos con cariño.
—Quería protegerte, nena, perdón. —murmuró por lo bajo.
Negué con la cabeza aunque no pudiera verme, aceptando ese reconfortante abrazo que tanto necesitaba ahora mismo, en este momento difícil.
—No te preocupes... pero mañana sí quiero volver a la escuela. Estaré pendiente de lo que sepan de Kathie.
Él se separó poco después, quedándose algo pensativo antes de mirarme y encogerse de hombros con un resoplido saliendo de su nariz, a lo que sonreí.
—Está bien, lo acepto. Sin embargo, eso —señaló mi celular tirado en la cama— lo llevas siempre encima para cualquier cosa, ¿entendiste?
Solo atiné a mover la cabeza en señal de afirmación y seguido volver a lanzarme en sus brazos, un poco feliz porque no tendría que ser nuevamente escondida en esta jaula de oro. Lo bueno que sacaba de su nueva conducta era lo permisivo que se volvió; anteriormente ya me habría dicho que no tres veces, seguido de una pelea y no hablarnos una semana.
En la actualidad es el padre que siempre deseé.
—No quiero que te pase nada malo, Aiti, eres mi única hija.
—Pero a su hija le pasarían muchas cosas malas de las que él no tendría ni idea hasta que llegó este punto...