Aitana
M mirada se centró en las llaves del auto que tenía en mis manos tras que un Evenson me las diera. Los sucesos anteriores se repetían y encargaban de atormentarnmi mente durante todo el tiempo que permanecí sola dentro del vehículo porque... casi fui violada.
Ese chico que me asaltó seveia dispuesto a todo, con esos ojos llenos de furia dirigidos hacia mí, una persona a quien no conocía más allá de una pantalla —porque juro que nunca en mi vida lo había visto antes—, e incluso me llevó a pensar en la cantidad de personas que como él reaccionarían cuando la noticia estuviese en r************* .
La sola idea me causó un enorme temor, instalado en mí mente para hacerme sentir mal conmigo misma.
El descontrol dentro del Zodiac Club fue un claro ejemplo de que las cosas no se calmarían en un buen rato. Por fortuna se acabó en cuanto escuché unas sirenas policiales muy cerca, que fueron seguidos por una gran cantidad de voces y vi a varias personas caminando por la acera o el pavimento, dejando en claro que el desastre había acabado al fin. Quise creer que nadie había salido herido de gravedad, rezaba en mi mente por ello.
Mi felicidad y alivio fueron enormes al ver que tanto mi padre como mi abuela, junto a la familia Anderson, salían ilesos por la puerta que daba al callejón, por donde me habían sacado anteriormente. Bajé del auto yendo a abrazar a mis personas mientras soltaba unas pequeñas lágrimas.
—Me alegra que estén bien. —murmuré con la voz algo quebrada.
Claro, luego de haber estado llorando y gritado como lo hice durante el asalto, mi garganta dolía como el infierno.
—Ya todo pasó, Aitana. —habló mi padre una vez que nos separamos—. Es hora de volver a casa y descansar.
Asentí con la cabeza, pero antes de irnos me dirigí hacia donde se encontraban los Anderson y tomé con cuidado la mano del hijo mayor, mirándolo apenada.
—Lamento tanto lo que pasó, Lion.
—No fue tu culpa, Aiti, fue mía por no haber contratado más seguridad que vigilará que los fans no se metieran. Fue mi error, así que yo lo siento. —respondió apenado y acarició mi mejilla.
Nos dimos una pequeña sonrisa antes de que me despidiera también de Eleanor, Sean y Leila, quienes repetían que nada de esto fue nuestra culpa mientras me abrazaban, además de agregar comentarios acerca de lo bien que canté a pesar de las circunstancias. Di un vistazo rápido en medio de los abrazos, cerciorándome de que ninguno estuviese herido. Lionel y Sean tenían apenas unos raspones en los brazos, nada muy grave.
—Ahora sí debemos irnos, hija. —musitó papá, poniendo una mano en mi hombro para alejarme de forma suave de Sean cuando nos despedíamos.
Hice caso, siendo que yo también estaba muy cansada, y lo ayudé a llevar a mi abuela hasta el auto. La noté un poco adormecida, pero mi padre me avisó que le había dado un calmante cuando la situación adentro comenzó a ponerse tensa. Acomodé a Helena en el asiento trasero, para después sentarme de copiloto y entregarle las llaves a mi progenitor.
El viaje fue silencio, mucho, solo que no incómodo como otras veces. Creo que ambos teníamos muchas cosas en qué pensar.
—Quiero aprender a conducir. —comenté mirando el paisaje exterior que mostraba el parabrisas.
Él solo hizo un sonido con la boca, en forma de aprobación a mi idea.
—Ahora tendrás mucho tiempo para ello. Busca alguna buena escuela de conducción e inscríbete.
No respondí nada más. Por momentos en el viaje tuve muchas ganas de contarle lo que había pasado; el asalto, que casi me violan, quiénes me salvaron. Solo me quedé callada, pensando que esa era mi pelea, que él solo armaría un gran escándalo para nada y que no volvería a darme privacidad con su sobreprotección si se enteraba.
Una vez que estacionó frente a la mansión tras una media hora, ayudé a mi abuela —que solo murmuraba cosas ininteligibles al aire— a bajar y caminar hasta estar dentro de la casa. Me sentí segura otra vez estando ahí, como con una burbuja de protección a mi alrededor. La llevé arriba, donde ya estaba Annie —la dulce enfermera de cuarenta años que contraté para cuidarla— esperando en su cuarto para darle sus medicinas según la hora. Ya era casi las seis de la mañana; le tocaban dos pastillas con nombres complicados que no recuerdo.
—¿Le fue bien, Aitana? —preguntó Annie con amabilidad refiriéndosea la presentación del bar, a la vez que sacaba de una botella dos píldoras.
Solté un largo suspiro, sin tener una verdaderamente buena respuesta para ello. Mis ideas se agotaron por el cansancio y por pensar qué le diría a mi papá por las abolladuras en su auto hechas por las múltiples patadas del neurótico fan, que por suerte novio ya que estaba muy oscuro el callejón.
—Estuvo bien. Buenas noches.
Saludé cortante pero con amabilidad y deposité un pequeño beso en la mejilla de Helena, que ya estaba acostada en la cama a nada de quedarse dormida. Esta hora para una adulta mayor no era nada buena.
—Buenas noches, abuela.
—Buenas noches, Alexa.
Solté un suspiro y me relamí los labios al escuchar que nuevamente me llamaba por el nombre de mi madre. Solo le dediqué una dulce sonrisa forzada a ambas antes de retirarme hacia mi propio cuarto, al que apenas llegué me tiré en la cama completamente agotada.
Había sido una mierda de noche, en todos los sentidos posibles de la palabra.
Alcé la mano viendo que aún conservaba un ligero temblor, desde lo que pasó en el callejón no logré calmarlo. El miedo me carcomía a pesar de ya estar a salvo; es que pensaba una y otra en las cosas horribles que pudieron haber pasado de no haber llegado los hermanos Evenson a tiempo para salvarme. Se portaron como unos ángeles guardianes cuando fácilmente pudieron dejarme ahí. O al menos así pensaría de esos desconocidos durante el resto de mi vida, ya que no creía tener oportunidad de agradecerles lo que hicieron por mí.
Al Zodiac Club no volvería a ir jamás, tampoco era muy probable que me los volviera a encontrar ahí de todas formas. Me convencí en esos minutos que tuve a solas en el auto de que quizás lo mejor sería olvidar todo lo que pasó, junto a cualquier cosa relacionada con ello porque lo único a lo que llevaría sería a sentirme mal e insegura,o incluso paranoica con la gente. Suponía que ahora las cosas se volverían más fáciles, dado que esa Aitana Cruz que años atrás solo era una estudiante normal volvería a mí.
No más conciertos, giras, grabaciones de discos, fanáticos locos, poca privacidad... Solo Aitana Cruz, una argentina que vino a Estados Unidos con la esperanza de un buen futuro —cosa que ya tenía— para mí y mis seres amados.
En seguir construyendo ese amado sueño me enfocaré.
Fruncí un poco el ceño saliendo de mi ensoñación cuando unos suaves pero firmes golpes fueron dados en mi puerta. Me extrañaba que alguien siguiera despierto a estas altas horas, hasta comencé a sentir mis ojos más pesados. Quizá era Annie queriendo decirme o pedirme algo.
—Pasa. —pronuncié alto, para que la otra persona escuchara.
Entonces la puerta se abrió y por ésta entró mi padre, cargando un bolso en su hombro que lo hacía ver un poco gracioso. Me di cuenta de que era el mío, aquel que llevé al club y le dejé a Kathie para que cuidara. Hice un lugar en mi cama sin decir nada, viendo momentos después como se sentaba.
—Kathie me lo dio antes de irse más temprano que cuando empezó el desastre. Me pidió que te avisara que se sentía mal y su madre fue a buscarla. —contó, depositando el objeto nombrado a mi lado.
—Gracias, papá.
Lo tomé y empecé a sacar las cosas que estaban dentro, entre ellas mi celular. Decidí que lo mejor sería no usarlo en un par de días; ya me imaginaba la clase de comentarios que habrían en mis r************* cuando el video fuera publicado, si es que aun no lo está. Ni siquiera me importaban esas cosas, porque no conocía a esa gente ni ellos me conocen o entienden el porqué de mis decisiones personales. Sin embargo, solo por aquellos fieles que sí lo hacían y estaba siempre para mí es que quiero hacer un video explicando bien las razones es de mi repentino retiro.
Noté la atenta mirada de Esteban sobre cada uno de mis movimientos, mientras no paraba de jugar con sus manos tal como un niño inquieto.
—¿Te encuentras bien? —pregunté, a la vez que continuaba sacando otras tres cosas que había llevado.
Billetera, maquillaje, llaves de la casa. Sí, estaba todo.
—Eso debería preguntarte yo a ti... ¿Estás bien, Tanita?
El apodo me sorprendió un poco, ya que desde los siete años que él no me llamaba así en ninguna ocasión. Levanté la cabeza para fijar mi mirada en la suya.
—Me sorprende que quieras saberlo, pero sí, lo estoy.
—¿Estás segura?
—¿A qué viene este interrogatorio? —contesté ya exasperada por la pregunta—. Ya te dije que sí, papá, ¿qué más quieres saber? ¿Vamos a ponernos a hablar de sentimientos mientras te pinto las uñas?
Su expresión algo dolida hizo que casi me mordiera la lengua para no soltar más veneno. Es que justo ahora no puedo contestar con sinceridad esa pregunta sin querer ponerme a llorar, mucho menos con él; nunca tuvimos ese nivel de confianza. La típica bonita relación padre e hija al parecer no pegaba con nosotros dos, no recuerdo muchos momentos que hayan sido así y serlo, fueron todos durante mi infancia.
—Me preocupas, Aitana. Acabas de anunciar tu retiro de la cosa que más amas y pareces tan tranquila.
Me pasé una mano por el cabello. Ya no lo quería aquí, no estaba lista para lidiar con esta clase de sentimientos cuando ya estaba luchando contra otros también recientes. No es que me molestara su atención en sí, hasta sentí un poco de calidez extraña por ello... solo que no ahora. Creo que quizás nunca.
—Si algún día nos quedamos sin dinero para comprar esas idioteces que te gustan, sentirás lo mismo que yo y entonces podremos compartir nuestras experiencias. —musité de forma sarcástica—. Hasta entonces, si me disculpas, estoy muy cansada.
Lo escolté casi a patadas hasta estar nuevamente frente a la puerta de madre y la abrí, esperando a que se moviera. Sin embargo, quedó estático ahí, haciendo que comenzara a fastidiarme su presencia.
—He perdido cosas, muchas más de las que crees. Es por esa "experiencia", como la llamas tú, que quiero ayudarte para que no termines como yo. Solo desempleado, sintiéndome una basura y dependiendo económicamente de mi propia hija. —a cada palabra se quedaba un poco más sin voz—. Que duermas bien... Tanita.
Y se retiró sin rodeos, dejándome estática ahí con miles de nuevos pensamientos en la cabeza, todos intentando conectarse entre sí, formar una lógica sensación, tratando de hacerme entender lo que acababa de pasar.
Porque, por primera vez en dieciocho años, mi padre abría su cabeza y alma a mí, la persona que lo trató mal justo en ese momento porque es a lo que estoy acostumbrada.
Él buscaba ayudarme, ser útil, conectar conmigo, o hasta consigo mismo. Y yo lo rechacé, como la imbécil que seré hoy y siempre.
¿Hablaba de mi mamá? ¿De sí mismo? ¿De su país que dejó atrás? ¿Del trabajo que tenía hace años? ¿O en lo que se convirtió en la actualidad? Incluso creí que se refería a mí, de nuestra relación. O de todas esas pequeñas cosas juntas.
—Hasta ese momento donde ese hombre frío que fue durante mi vida finalmente fue una verdadera persona, nunca me había atrevido a analizar a mi padre. —le confesé a la cámara que grababa—. Siempre pensé en él como una mala persona, que no le importaba nadie. Lo consideraba una masa, siendo sincera, que solo existía pero no hacía nada más que ello.
Sonreí con cierta tristeza y amargura, intentando contener unas pequeñas lágrimas que querían escaparse de mis ojos. Maldición, estaba excesivamente hormonal, además de melancólica.
—Muchos años después, ya con todas las piezas del rompecabezas en su lugar y gran madurez, puedo entender sus razones de ser así. —dije para después relamer mis labios—. Lo hacía por mí, por mi irónica felicidad.
Con mi mano derecha, saqué una lágrima que hacía un recorrido por mi mejilla.
—Ojalá que Esteban pueda ver esta parte, porque va dirigida para él. —aclaré mi garganta—. Gracias, papá... lo digo en serio.