Sakffendo, mi hogar.
En un reino respetable y admirado por el mundo existe una familia real que formar parte de ella es el sueño de todos. El castillo es enorme y está rodeado por naturaleza de manera espectacular y única. El pueblo rodea aquel esplendoroso castillo, en las calles siempre existe la paz y la armonía, es un reino de ensueño. Y lo es debido a su ejército que tiene a los soldados más feroces, fuertes y respetados por los reinos más cercanos.
La magia existe, los hechiceros místicos y la gente normal conviven sin problemas, ni recelo, en el reino. Pero no es lo mismo con el rey y la corte real, para ellos, la magia y los hechiceros son un peligro, creen que con ese poder, alguna persona ambiciosa podría quitarles el reino en un abrir y cerrar de ojos como ocurrió en otros reinos lejanos.
Leí en algún libro la historia de un ser que podía dominar el aire, el agua, la tierra y el fuego y todo el mundo le temía por su gran poder, bueno, los hechiceros representaban a aquel ser al que todo el mundo le temía, pero más los reyes de los territorios aledaños. Por ese motivo la magia estaba prohibida en este pueblo y los hechiceros debían mantenerse ocultos en el reino si querían vivir en paz.
Ser libre y vivir la vida que yo deseo, ese es mi sueño. Sin embargo, mi padre es un Duque de gran prestigio y honor y desde mi nacimiento he sido educada para ser la princesa del reino, aun en contra de mi voluntad. Los motivos políticos o personales de mis padres me han dado el tiempo contado para ser libre y feliz a mi manera.
Por ese motivo, visité el castillo con sus muros de piedra sólida y su reja de metal reforzado delimitando el palacio; sus amplias y numerosas habitaciones; sus largos pasillos alfombrados y sus puertas de la mejor y más duradera madera; la enorme cocina y el espectacular y ridículamente grande comedor que nunca se llenaba y esa gran mesa que abarcaba casi el total de la habitación en la que también había una barra de servicio, a un costado, en la que los sirvientes solían estar de pie mientras la realeza tomaba sus comidas.
Odiaba eso, mientras el rey, la reina y sus invitados tenían el más grande y suculento banquete, las personas del servicio sólo podían verlos comer. Me tocó ser invitada en aquella mesa de banquetes y odié cada minuto. La comida sin embargo había sido deliciosa, pero la mesa ostentosa y enorme me había fastidiado.
No todo era malo, los jardines dentro del palacio eran los más bellos que había visto jamás, incluso más bellos que los jardines del olimpo que estaban ilustrados en esos libros.
Tengo que admitirlo, ser una princesa siempre ha sido mi sueño, o más bien el sueño que mis padres metieron en mi cabeza, todas las pequeñas siempre sueñan con ser princesas ¿no es cierto? y todos los padres amarían tener una hija con un puesto tan importante. Debería sentirme feliz y halagada por poder cumplir ese sueño, cualquier mujer normal lo haría, pero no yo, vi la vida de la reina de cerca, comprendí la soledad en la que vive y me aterró vivir ese sueño, encerrada entre esos muros de piedra helados y sin poder decir lo que pienso por miedo a las críticas o al mismo rey.
El rey era una figura de gran autoridad, el rey más temido en muchos kilómetros, todos lo respetaban por su inteligencia y el gran poder de su ejército, muchos lo envidiaban. Pero la reina era una mujer desdichada, no podía opinar sobre nada, podía tener todos los lujos que quería, toda la comida, la ropa más cara y delicada, no tenía que mover un solo dedo para los deberes que la gente común en el pueblo debe hacer, y eso es un privilegio ¿o no? no es por que ella decidiera no hacer las cosas
-Madre ¿debo casarme con ese príncipe que ni siquiera conozco?
Conocía el palacio, a la reina y al rey, pero el príncipe jamás estaba en el castillo, el rey lo enviaba a las misiones más peligrosas con su ejército como preparación para su reinado, se decía que había heredado la inteligencia del rey y su actitud autoritaria, pero jamás lo había visto, ni siquiera en retratos familiares en el castillo.
-Sabes que debes hacerlo, estás preparada para eso. Tu padre y yo lo necesitamos
-¿Para qué? ¿Acaso no tiene una posición de prestigio en el reino?
-Debes hacerlo, es necesario
-¿Necesario? -suspiré desalentada
Mi madre siempre me había consentido demasiado, aceptaba todos mis caprichos y me escuchaba siempre con atención. En toda mi vida eran pocas las horas que no me dedicaba, quizá por que quería corregir todas mis actitudes y educarme para tener los mejores modales ya que pronto sería la princesa del reino.
-Sé que no quieres esa vida, sé bien qué quieres conocer el mundo y vivir por tu cuenta, pero tu destino ha sido escrito y es lo mejor para nosotros
-¿Lo mejor para nosotros? -me reí incrédula -Lo mejor para nosotros sería que me convirtiera en un mujer independiente, conoces mi potencial, la sociedad me necesita
-Es cierto, tienes un gran potencial, pero sé que podrás usarlo siendo la princesa que hemos pactado con el rey
-¿Cómo podría hacerlo? Tú también lo has visto, la reina no tiene poder, es un 0 a la izquierda, imagínate ¿qué sería yo en ese reino? ¡menos que nada!
-Lamento que las cosas deban ser así, pero hicimos un pacto cuando naciste y debemos honrar ese trato.
La conversación terminó, mi madre se alejó molesta pero sabía que había algo más que le molestaba o quizá ¿le preocupaba?
Sabía que detrás de su enojo había algo más, algo que la atormentaba y la hacía una madre severa controladora, pero hasta ahora no conocía sus secretos, y sí que los tenía.