—Por supuesto que te extraño —dijo Caleb y, tras reconocer la voz de la mujer que se lo había preguntado, se atragantó con su propia saliva—, sobre todo los desayunos que preparabas todos los días. —Ja, ja, ja —hizo la joven pausada y secamente, pues sabía claramente que su marido se burlaba de ella—, entonces no me extrañas a mí, extrañas a Lolita. Caleb rio con la respuesta, sobre todo por el tono rezongón que había usado Samantha para decirlo. Esa joven era linda, ahora que no la tenía encima todo el tiempo lo podía ver de nuevo con claridad, y lo que también veía claro era que ella lo amaba, y que él no la amaría jamás porque, para ser franco, extrañaba a todo el mundo menos a ella. Y a quien más extrañaba era, sin duda alguna, a Diana, que al final no había podido viajara con

