—Me muero de ganas por verte —informó Caleb, al teléfono, y quien le escuchaba sonrió un poco mientras una lágrima se escapaba de sus ojos—. Te extraño muchísimo, te juro que soporto cada día solo por que sé que me vas a dar un premio cuando nos veamos. Una carcajada escapó de la garganta de Diana, sacudiendo todo su cuerpo y todos sus pesares. —¿Quién te dijo eso? —preguntó la azabache, un poco sin aire debido a la risa—. Porque te mintieron descaradamente. —Si tienes que darme un premio —lloriqueó el joven, sonriendo debido a lo contagiosa que llegaba a ser la risa de la ojiazul que tanto amaba—. Me lo prometí yo solo, pero tienes que cooperar conmigo. Diana volvió a reír. Si algo no podía negar, eso era que ese chico le encantaba. Caleb era inteligente, responsable, atento y di

