Respiró profundo y se armó de valor, a pesar de que le temblaba todo el cuerpo y tenía ese par de nudos en el estómago y la garganta provocándole incomodidad; entonces tocó al timbre y casi inmediatamente fue recibida por una de las sirvientas del lugar. —Hola, Margarita —saludó la joven a una mujer de cuarenta y pico años que conocía bastante bien—. ¿Caleb está en casa? —Sí lo está —aseguró la mayor—, está en su habitación, pero no creo que quiera recibirla. No nos ha permitido entrar a ese lugar en cuatro días, y tampoco ha comido mucho. Diana suspiró, frunciendo el ceño. Entendía que lo estuviera pasando mal, pero ya había pasado cerca de una semana y la vida seguía, al menos la de él. —Es por eso que no le vamos a preguntar si me quiere ver —dijo la joven, abriéndose paso por esa

