Caleb forcejó un poco más, logrando de nuevo nada, pero no se detuvo a pesar de estar sintiendo que la piel de muñecas y tobillos estaba siendo lijada por ese laso lleno de fibras rasposas saliéndole de todos lados. Emily, que seguía esperando la respuesta de ese chico, miró de nuevo el arma en sus manos que, sin saber cómo, alguien quitó de sus manos. —¿Qué demonios estás haciendo, Emily? —preguntó un hombre de tal vez cincuenta años, alto y medio robusto, mirando a la joven que le veía llorando—. Dime qué voy a hacer contigo, porque no puedes seguir haciendo esto. Caleb, que vio al hombre hasta que habló, le miró confundido. No tenía idea de quién era él, pero por alguna razón se veía peligroso; además, lo acompañaban otros dos hombres, algo más jóvenes que él, pero con la misma

