Al descubierto
Mi hermanastra y yo no podíamos ser más diferentes. Ella era hermosa y vibrante, toda una chica de la alta sociedad, mientras que yo era chapada a la antigua, siempre vistiendo de manera formal y tratando de pasar lo más desapercibida posible.
A pesar de que las dos nos dedicábamos a lo mismo, nuestra posición no podía ser más distinta. Mientras que ella era la secretaria perfecta de un CEO apuesto y multimillonario, yo trabajaba para una agencia que constantemente me enviaba a diferentes lugares para cubrir vacantes temporales.
No podía negar que realmente me gustaba mi trabajo. Tenía la oportunidad de conocer una infinidad de lugares y rubros empresariales. Pero el último trabajo no salió como esperaba.
Había ido a Nueva York para ser asistente de una renombrada doctora: Jennifer Hathaway. Todo iba muy bien, ambas nos estábamos adaptando rápidamente, pero el destino, como siempre, me tenía preparada una sorpresa inesperada.
La mujer tenía un hijo más o menos de mi edad: el típico playboy que cree que todas las mujeres son de su propiedad y que, por ende, deberían terminar en su cama.
Primero fueron las miradas sutiles, pero fuera de lugar. No les tomé mucha importancia, pensando que se le pasaría. Pero no podía estar más equivocada.
Después vinieron las rosas intencionales, las conversaciones incómodas… hasta que un mal día se metió en mi dormitorio justo cuando acababa de salir del cuarto de baño. Se puso impertinente, y yo no dudé en ponerlo en su lugar.
Obviamente, Jennifer le creyó a su adorado hijito y terminó por despedirme. Y, claro, también habló pésimamente de mí a mi jefa, por lo que no sabía si todavía conservaba el trabajo en la agencia.
Salí corriendo a tomar un vuelo que me llevara directamente a Londres, a la casa de mi hermanastra, mi querida Abi.
Ella siempre ha sido muy buena conmigo, a pesar de que es hija de la esposa de mi padre. Siempre se ha comportado como una verdadera hermana.
Estaba tomando un baño en la enorme tina que Abi tiene en su habitación, aprovechando que me había dejado su departamento para mí sola, ya que había decidido pasar el fin de semana con su prometido.
El teléfono no dejaba de sonar. Por el timbre, supe que no se trataba de mi móvil, así que no le tomé mucha importancia y decidí permitir que siguiera sonando… hasta que los sonidos del teléfono fueron sustituidos por el golpe seco de una puerta cerrándose.
—¡Rayos! No puede ser Abi… —musité, alarmada—. Alguien más tuvo que haber entrado en la casa.
Me levanté a toda prisa, con el corazón en la garganta, y me envolví una toalla al cuerpo. Traté de secarme lo más posible con las manos aún mojadas y salí corriendo de la habitación…
—Abi, ¿estás sorda? —se escuchó una voz varonil.
Me sobresalté. Tenía que tratarse de Rick Tanner, el CEO de la empresa donde trabajaba mi hermanastra.
—Abi no está aquí, y usted no debería entrar de esa forma —le recriminé, aún con el corazón a mil.
Él me miró con intensidad. Esos ojos color esmeralda eran tan hermosos como intimidantes. No podía creer lo que estaba presenciando. Yo, Samantha Miller, cubierta solo con una toalla, frente a uno de los especímenes masculinos más perfectos que hubiera visto en mi vida.
El condenado tenía una sonrisa de artista de cine, y su rostro parecía tallado en piedra por los mismísimos dioses griegos… o tal vez era la personificación de uno de ellos.
—Por si no lo sabes, este departamento es mío. Pertenece a la empresa donde trabaja Abi. Y será mejor que me expliques qué haces tú aquí.
—Eso no le importa —contesté a la defensiva, cruzando los brazos sobre la toalla.
—¿Ah, no? Entonces tal vez quieras explicárselo a la policía —me dijo con tal desfachatez que me dieron ganas de lanzarle el secador de cabello.
Ay, pero qué insoportable.
—Soy Sam, la hermanastra de Abi.
—Me da igual. Llama a Abi. Me urge hablar con ella.
—Pues lo siento, pero va a tener que esperar hasta el lunes. Ella salió fuera todo el fin de semana con su prometido.
—Maldita sea —vociferó, visiblemente molesto—. Necesitaba que me acompañara a una fiesta esta noche.
—Pues me temo que se tendrá que buscar a alguien más, porque ella está a muchos kilómetros de aquí.
Me observó de arriba abajo con descaro.
—No necesariamente… Viéndote bien, creo que podrías pasar por mi acompañante sin ningún problema. Aunque… necesitaría verte más detalladamente. Tal vez si te quitas esa toalla…
—¡No sea impertinente! —espeté, completamente indignada—. ¿Cómo se atreve a decirme esas cosas?
—Bueno, era una broma. No pensé que fueras tan amargada.
—Con las personas que me caen mal, solamente.
Él soltó una carcajada y volvió a mirarme con esa intensidad que me sacaba de quicio.
—Eso podríamos cambiarlo. Puedo ser muy persuasivo si me lo propongo —me dijo con total desparpajo.
—No me interesa saber lo persuasivo que pueda ser. Y le agradecería que se marche.
—Me temo que no será posible. Tú estás en mi casa. Abi podría meterse en graves problemas por eso, porque el departamento es de mi empresa y no tiene permitido tener inquilinos ni invitados permanentes.
Claro que… yo podría pasarlo por alto… si tú me acompañas a la fiesta.
Definitivamente ese hombre había perdido la razón. Era un completo desconocido. ¿Cómo se atrevía a invitarme a una fiesta, y a hablarme de aquella forma?
En serio, no podía tener tan mala suerte para encontrarme con tantos tipos egocéntricos que creen que el mundo gira a su alrededor.