Lyssa Monrrou
¿Qué rayos me había sucedido?.
Mi dolor de cabeza se intensificó con el mínimo movimiento que intenté realizar. Abrí lentamente mis ojos y pude apreciar con extrañeza la figura de Alexander Undersom a unos pocos metros de mi. Su espalda reposaba sobre la blanca pared mientras su rostro permanecía sin expresión alguna.
¿Qué? ¿Qué rayos hacía él aquí? ¿Dónde estaba?
Miré a mi alrededor y pude reconocer el lugar. Estaba en la... ¿Enfermería?. ¿Qué me había pasado?
Dejé caer mi mirada sobre mi mejor amiga, estaba sentada en un mueble blanco con Matt a su lado. Sus rostros reflejaban tanto alivio que se aceleró mi corazón envuelto en desconcierto.
Me sobresalté al sentir como unos delgados brazos me rodeaban. Reconocí sus brazos y el olor de su cabello, era Aleja.
—Lyssa, por favor, por lo que más quieras, no vuelvas a asustarme así.... —rogó entre sollozos y ocultó su rostro en mi pecho.
La rodé con mis brazos sin comprender absolutamente nada.
—¿Qué fue lo que sucedió? —pregunté confundida, en un leve susurro mientras mi mirada recorría a cada una de las personas que estaban en el lugar.
Me detuve en Alexander y no pude concebir la idea de que él estuviera aquí.
—¿Qué haces aquí? —pregunté con desagrado. Su presencia era inesperada, no me agradaba. Nada relacionado con Lucy me agradaba.
Aclaró su voz y se cruzó de brazos.
—Te desmayaste y te traje a la enfermería —explicó sonando obvio y se encogió de hombros—Un gracias no estaría mal, eh.
Estuve apunto de soltar quejas, pero mi dolor de cabeza se intensificó en una punzada.
—Me duele... —chillé pasando mis manos por mi frente y ojos.
No lo soportaba, ¿por qué estas cosas me sucedían a mi?
—Pero, Lyssa... ¿Ya te sientes mejor? —Óí la voz de Matt— ¿Estás bien? —Preguntó mi pequeño hermano. Se levantó de su asiento, caminó hacia mí y cuando estuvo lo suficientemente cerca me brindó un beso en la mejilla.
Fue dulce, me fue imposible no sonreír aunque seguramente se vió mas como una mueca, por el dolor.
—Mi cabeza duele, palpita y me siento débil —murmuré en dirección a la enfermera.
Sirvió un poco de agua en un vaso, tomó unas pastillas y caminó en mi dirección mientras yo luchaba por quedar sentada en la camilla. Recibí las pastillas bajo su minuciosa mirada y las llevé a la boca sin pensarlo.
El silencio adornó el lugar e ignoré la cantidad de miradas que tenía sobre mí. Me centré en el reloj que permanecía colgado en la pared que estaba en frente.
2:30pm
Mis ojos se abrieron de par en par y fue como si toda la energía volviera a mí repentinamente. Necesitaba irme... Debía ir a trabajar y darle algo de comer a mis hermanos.
Me moví incómoda en la camilla.
—Eh... —murmuré sin saber qué decir—. Gracias por todo —le sonreí a la enfermera mientras fingía estar bien.
Intenté bajas de la camilla, Alexander subió una ceja izquierda y con su mirada cuestionó mi acto—, ya me siento mucho mejor, creo que puedo irme...
—¿Ya te vas? —ironizó con una pizca de burla y leí la diversión en su rostro—... Te vas quedando. —finalizó y le lancé una mirada llena de fastidio.
¿Quién se creía él para cuestionar mis actos?
La enfermera se colocó de su lado.
—Cariño, no puedes irte... —indicó— Necesito hablar contigo.
Dejé salir un cansado suspiro, se me estaba haciendo tarde.
—¿Podríamos hablar mañana? Es que...
Me miró con precaución.
—Lyssa, ¿hace cuánto no comes? —preguntó mientras se cruzaba de brazos.
Me dejó sin habla, su pregunta me tomó por sorpresa. Miré hacia todos lados sin saber bien qué decir.
Cada persona en este lugar esperaba por mi respuesta con ansias.
—Desde hace poco para ser sincera... —Mentí.
—¡Mentirosa!... —me acusó Alexander y lo miré boquiabierta.
¿Por qué se atrevía a decirme mentirosa como si me conociera de toda la vida? A
—Oye, Oye... —dije molesta en su dirección—. ¿Por qué sigues aquí? Creo que ya puedes irte, y deja de llamarme mentirosa —le advertí mientras lo señalaba con mi dedo acusador.
Mis palabras le resbalaron como mantequilla y Anny soltó un suspiro lleno de cansancio.
—Ly... No tienes que mentir —murmuró.
Anny tenía esa mirada que tanto me molestaba recibir, estaba sintiendo lástima por mí y no supe el por qué hasta que miré por un momento hacia mis hermanos y estos se negaron a mantenerme la mirada.
Ellos habían contado cosas, estaba segura de eso. Mis labios se entreabrieron para replicar, pero no supe qué decir.
Sentí mis ojos arder, un nudo se creó en mi garganta y deseé desaparecer ante tan tremenda vergüenza. No sabía lo que habían revelado, pero seguramente era malo.
—No te alimentas desde hace aproximadamente un día... —Aseguró la enfermera con voz suave.
Esquivé su mirada y así mismo la mirada de todos. Jugué con mis dedos y con las puntas de mis pies al saber que me habían descubierto.
Sentía tanta vergüenza.
—Lyssa, ¿tienes problemas con tu cuerpo, tal vez? ¿O de pronto algún problema alimenticio? —curioseó la enfermera cuidando de no hacerme sentir mal o presionada—. Puedo ayudarte a obtener una sección con el Psicólogo del Instituto... —Ofreció.
Levanté mi mirada rápidamente.
—No... Claro que no. No tengo ningún trastorno alimenticio —me defendí al instante—, esta mañana no desayuné porque estaba estudiando y haciendo los deberes así que lo olvidé, tal vez por eso me desmayé. Pero no tengo esos tipos de problemas... —Aclaré.
—¿Segura, querida? —preguntó incrédula mientras detallaba mi cuerpo con su mirada.
Asentí determinada. Estaba un poco baja de peso, pero no era para tanto.
—¿Ahora sí me puedo ir? —pregunté algo incómoda y ella negó.
El tiempo pasaba y yo necesitaba salir de aquí.
—¿Tienes el número de teléfono de alguna persona mayor que responda por ti? —preguntó mientras sacaba su teléfono—. Tal vez el de tu madre...
No tenía a nadie que viniera por mí y mucho menos mi madre. Sentí mis ojos arder y mi mirada se volvió a cruzar con la de Alexander, pero la desvíe al instante.
Alejandra, a mi lado, me quitó las palabras de la boca, pero odié su sinceridad.
—Mamá no vive con nosotros —explicó con naturalidad y una pizca de tristeza.
Sujetó mi mano con fuerza y dió un pequeño beso sobre ella.
Se hizo silencio y le sonreí de lado.
Mis hermanos eran todo para mí.
—Okay... —murmuró la enfermera algo incómoda—. Tal vez ¿El de tu padre?.
Negué mirándola fijamente.
—Él no va a venir... —Aseguré en un tono poco usual.
Todas sus preguntas me estaban haciéndome sentir incómoda y ella ni siquiera lo notaba.
Miré hacia Anny pidiéndole algo de ayuda y suspiró mientras se ponía en pie.
—Yo la llevaré a su casa... Mi novio tiene auto —se ofreció y la enfermera se lo pensó.
—Está bien... —cedió—. Pero tú, cariño —me señaló— No te olvides de comer y si necesitas ayuda, recuerda que aquí tienes una amiga en la enfermería —guiñó uno de sus ojos.
—Ya me tiene a mi... —le dijo Anny con una sonrisa fingida y Undersom la miró extraño.
Era un poquito tóxica.
—Muchas gracias por todo... —Agradecí dejando aparecer en mis labios una pequeña y débil sonrisa que logró romper con la tensión.
Con cuidado bajé de la camilla y me mantuve en pie. Mis piernas temblaron a la primera y Aleja se colocó rápidamente a mi lado y me tomó de la mano mientras Matt imitaba su acto.
Me sentía demasiado débil.
Miré por unos segundos a Alex. Su mirada pasó de estar sobre mis piernas a centrarse en mis ojos. Fue una extraña conexión, la forma es que detallaba mi rostro me desagradó. Quiso hacer preguntas, pero pareció arrepentirse.
Esperaba que después de esto no fuera con sus amigos y les contara sobre algunos aspectos de mi vida personal anteriormente revelados, porque conociéndolos no perderían la oportunidad de molestarme con esto.
—Ly... Vámonos —ordenó Anny. Abrió la puerta de la enfermería y me insistió con la mirada a salir de este lugar.
Desvíe la mirada de Alexander, tomé a mis hermanos de la mano y salimos juntos de allí. No me sentía a gusto con el hecho de saber que el conocía partes de mi vida que no le revelaba a casi nadie.
Alexander salió tras nosotros, nos siguió hasta la salida del Instituto a una distancia prudente y desvió su camino en dirección al estacionamiento.
Recordé sus palabras, él había dicho que me había ayudado y no solo me ayudó sino que también se quedó a esperar porque todo estuviera bien conmigo.
Me sentí algo mal por no agradecerle.
—¿Él realmente me ayudó? —le pregunté a Anny mientras lo observaba alejarse.
Era solo por precaución, todo esto me parecía increíble.
—Sí... ¿Increíble, no? —preguntó Anny mientras sacaba su teléfono y le marcaba a su novio—. Tal vez es un poco más amable cuando no está con sus amigos... —Comentó sin darle mucha importancia.
—Esperen un momento aquí... No tardo —Aseguré.
Caminé rápido hacia el estacionamiento antes que pudieran protestar. Me adentré en el estacionamiento y deslicé mi mirada por todo el amplio lugar. Fue fácil localizarlo, la mayoría de personal ya se había ido a casa.
Alexander se subió a su moto y tomó el casco entre sus manos.
—¡Undersom!... —grité y se giró a mirarme algo desconcertado —. Espera... — Pedí y corrí hacia él.
Alexander Undersom
Detallé su estado, la miré de pies a cabeza y solté un suspiro mientras rodaba los ojos. Era decepcionarte, corría unos cuantos metros y ya se cansaba.
No parecía cómoda con la situación, dejó de reponerse y jugó con sus manos insistentemente.
Seguía preguntándome qué era lo que sucedía con ella. Justo ahora su rostro no se veía tan pálido como al principio, pero sí notaba su debilidad y esas ojeras debajo de sus párpados dejaban en evidencia que no tenía una vida fácil. No conocía mucho de ella, apenas sabía que no tenía a su madre, y sí, pude notar cuán triste e incómoda se colocó con esas preguntas sobre su padre pero, sin embargo, seguía haciéndose la fuerte.
—Gracias... —murmuró finalmente y se dignó a mirarme a los ojos.
No le agradaba, y que viniera a agradecer después de lo vivido esta mañana con mis amigos, era admirable de su parte.
—No es nada... Cualquiera hubiese hecho lo mismo —respondí sin darle mucha importancia.
—También sé que fue por ti que nos dejaron ingresar a mis hermanos y a mí en el instituto esta mañana. Sé que le diste dinero a Andreu —dijó y me quedé atónito—, gracias por eso también.
¿Cómo lo sabía?
Me quedé sin habla.
—Y eso es todo... —Finalizó, me sonrió de lado y se despidió con su mano—, adiós, espero que tengas un lindo día.
Se giró y caminó hacia la salida del estacionamiento. Era la primera chica que se iba de mi, no sin antes yo irme de ella. Lyssa era una de las pocas que me hablaba sin coqueteos y que no insistía en despedirse de besos en mi mejilla.
Ya me había caído bien.
—¡Lyssa!... —grité y ella se giró a mirarme confundida.
—¿Pasa algo? —preguntó desde la distancia.
Necesitaba disculparme, puede que yo no le haya dicho cosas para herirla, pero tampoco hice nada para que no lo hicieran, y ella no lo merecía.
Aclaré un poco mi voz.
—Lamento lo que sucedió esta mañana con mis amigos —me disculpé aún sabiendo que ellos no lo lamentaban—, creo que se han pasado un poco —acepté. En su rostro deslumbró el asombro y segundos después volvió a estar neutra de nuevo.
—¿Un poco? —Ironizó pero decidió dejarlo pasar—, No te preocupes, ya me acostumbré... —Agregó y me dio una fingida sonrisa de boca cerrada. Sin duda se parecía a su hermana. Me miró fijamente a los ojos y soltó un leve suspiro—. Te agradecería que, por favor, no le digas a tus "amigos" nada de lo que ocurrió, sino tendrán otro motivo para molestarme —dijo y fruncí el ceño. ¿Por qué ella creía que yo se los diría?—, aún no entiendo qué ganan con burlar a una persona, no creo que sea algo de lo cual sentirse orgulloso —continuó fastidiada—. Piden respeto, pero no lo ofrecen. Es ridículo —Finalizó y sin más se fue dejándome con las palabras en la boca.
Pero... ¿Qué demonios sucedía con esta chica?
—Vaya, vaya... —oí una voz familiar a mis espaldas y me giré a mirarla un tanto impresionado por su presencia.
Caminó en mi dirección con seguridad que se evidenciaba en cada paso, acomodó un botón de su blusa mientras me miraba con reproche.
—¿No te habías ido? —curioseé mientras se acercaba aún más a mí.
No se veía feliz.
—¿Por qué hablabas con Lyssa? ¿Qué hacías con ella? ¡Es muy rara! —gritó Lucy y señaló el lugar por donde Lyssa se había ido.
No estaba para soportar sus estúpidos celos sin sentido.
La ignoré y me coloqué el casco.
—¡Te estoy hablando, Alexander! —gritó y me tomó fuertemente del brazo.
Era una descarada. Le lancé una mala mirada.
—¿Dónde estabas tú? —contraataqué y se quedó en silencio —¿Por qué seguimos con esto? ¿A quién engañamos? —pregunté cabreado.
Yo tenía claro que ella se revolcaba con otros tipos y no era un secreto para nadie que yo hacía exactamente lo mismo con otras chicas.
—¿De qué hablas? —preguntó haciéndose la desentendida.
Encendí mi motocicleta y lo último que escuché fue como gritaba mi nombre envuelta el furia.
Dijo que se iría a casa, pero recién salía del instituto acomodando su blusa. Estaba seguro de que acaba de tirarse a un chico, y aún así tenía el descaro de venir a armar show y decir "¿De qué hablas?".
Lyssa Monrrou
—¡Adiós, Ly! Me escribes cualquier cosa... —Gritó Anny. Sacó su cabeza por la ventanilla del auto de Josh y me lanzó muchos besos.
—Anny no es muy normal... —Opinó Aleja mientras la veíamos alejarse en el auto y reí junto a Matt.
—No puedo creer que apenas lo notes... —murmuré entre risitas.
Me giré e intenté introducir la llave de la casa en la cerradura, mas fue necesario. La puerta estaba entreabierta.
Eso solo significa una cosa, papá estaba en casa.
Analicé la botella de ron quebrada en toda la entrada.
—Al menos papá ya llegó... —murmuró Matt aliviado. Se adentró en casa e imité su acto junto con Aleja.
Me fue imposible dar un paso más al contemplar el estado de mi hogar. Mi mirada recorrió todo el lugar, era un completo desastre. Mi corazón latió descontrolado al ver todo volcado y en desorden. Algunos platos y otros implementos de vidrio estaban hechos trizas en el suelo.
—¿Qué pasó aquí? —La voz de Matt tembló de terror.
No supe que responder, estaba intentando comprender la situación, pero solo podía sentir mucho miedo y desconcierto.
Tenía que buscar a papá.
—¡Suban a la habitación y no salgan hasta que yo les diga! —ordené y ambos me miraron preocupados— ¡Rápido!... —grité y así lo hicieron.
Pasé las manos por mi rostro e intenté tranquilizarme, pero me fue imposible.
—¿Papá?... —Llamé con voz temblorosa y mi respuesta fue el silencio— ¡Papá, hemos llegado! —dije en un tono más alto pero igual de nervioso.
Escuché un llanto proveniente de la cocina y seguí el sonido a paso lento. Mis piernas temblaban de miedo y me asomé con cuidado mientras podía sentir mi corazón latir con descontrol dentro de mí pecho.
Me faltó la respiración al verlo.
Mi padre se encontraba en un rincón de la cocina, sentado, abrazando sus piernas mientras lloraba desconsoladamente. En su mano izquierda cargaba una nueva botella de Ron casi vacía. La llevó a sus labios y le dió sus últimos tragos.
Sentí mis ojos arder al verlo en un estado tan miserable. El fuerte olor a alcohol golpeó mi nariz y sentí nauseas.
—Papá... ¿Qué sucedió? —murmuré adentrándome en la cocina—. ¿Por qué estás así? —pregunté con voz temblorosa y caminé con precaución en su dirección.
Papá a veces era agresivo cuando se embriagaba.
Tanto su cabello, como su ropa, eran un desastre. Levantó su mirada para enfrentarme y frunció el ceño con ira. El dolor y el rencor que transmitió su mirada fue indescriptible.
Me sentí pequeñita.
—¡Maldita sea tu puta madre y ustedes también! —gritó airado.
Sus palabras se sintieron como un golpe directo al corazón, como un trago amargo, como veneno en las venas. Levantó su brazo con la botella en mano, leí sus intenciones y justo a tiempo me dejé caer en el suelo. La botella voló por los aires e impactó en la pared, quebrándose en mil pedazos—. ¡Mira lo que me has hecho hacer! —gritó con fuerza totalmente furioso y volvió a llorar amargamente.
—Papá... ¡Cálmate! —rogué envuelta en lágrimas e intenté acercarme a él.
—¡La relación que tenía con tu madre empezó a arruinarse cuando ustedes vinieron al mundo! —Agregó y me señaló mientras destilaba odio— ¡Sal de aquí y déjame en paz! —Ordenó buscando en el suelo algún otro objeto.
Tomó un plato de vidrio y lo lanzó en mi dirección. Golpeó mi brazo, grité de dolor y el plato se hizo trizas en el suelo.
No pude soportarlo más. Salí corriendo de la cocina y subí las escaleras envuelta en agitación, temor y lágrimas. Entré en mi habitación y coloqué el seguro a la puerta.
Dejé reposar mi cuerpo sobre la puerta y me dejé caer por ella hasta quedar sentada en el suelo. Me ahogaban mis propias lágrimas y sabía que mis hermanos me miraban expectantes y dolidos.
Habían momentos, como este, en los que simplemente me era imposible seguir fingiendo que era fuerte.
—¿Lo escucharon todo? —pregunté con mi voz entrecortada y temblorosa.
Ellos me miraron fijamente y asintieron con los ojos llenos de lagrimas. Las palabras también podían romper corazones y me llenaba de furia que ellos tuvieran que pasar por esto a tan temprana edad.