Capítulo 16

1909 Words
Narra Daniel Después de planear la clase del viernes, salimos los tres en dirección a la casa de Nahu. Ahora, la amiga de él se mantiene al margen de la conversación; de hecho, ni siquiera nos miraba, al fin había abandonado esa mirada tan rara y similar a la que pone Lucas cuando quiere emparejarme con alguien. Cuando llegamos a la esquina de la casa de Nahuel, la chica decidió que iba a entrar primero, dejándonos solos en la vereda. En un inicio, él y yo nos quedamos callados, como si de repente no tuviéramos nada de que hablar. —P-perdón por lo de Camila. Espero que no te hayas enojado... —sonreí al ver su cara sonrojada y su tono avergonzado. —No te preocupes, Nahu, no me enojé. —le revolví el pelo todavía sonriendo. Últimamente se me está haciendo costumbre hacer eso. De nuevo nos quedamos callados, esta vez no era un silencio incómodo. Observé sus ojos azules unos instantes, después, desvié mi mirada a sus mejillas sonrojadas y, por último, a sus labios. Por primera vez no lo veo como mi alumno, sino como un chico con el que salí para conocer. Desvié la mirada alejando ese pensamiento. —Deberías volver a tu casa —dije disipando el silencio y distrayendo mi mente. Él asintió, pero no se movió. Me acerqué a su cara para saludarlo, pero él se quedó prácticamente petrificado. Lo miré unos segundos, todavía cerca de él, el sonrojo en sus mejillas se había intensificado y se mordisqueaba el labio inferior. No pude evitar sonreír pensando en lo lindo que es. Le besé en la mejilla y me alejé de él—. Entrá, tu amiga te está esperando. —Nahuel, como un nene chiquito, asintió sin mirarme a la cara, se giró y caminó hasta la puerta de su casa. No me había percatado que su amiga estaba parada ahí; seguramente vio todo, si mal interpreta las cosas, estoy hundido. Nahuel puso la llave en la cerradura y me miró, lo saludé con la mano sonriéndole, él hizo lo mismo, abrió la puerta y entró junto con su amiga. Por mi parte, decidí ir hasta la estación de trenes. Creo que me estoy acercando demasiado a él. Empiezo a moverme en un terreno un poco peligroso. Si sus padres se enteran, o en mi trabajo, me va a ir realmente mal. Inhalé profundamente y levanté la mirada del suelo hacia adelante, la estación estaba cerca. Para mi suerte, cuando subí al andén, el tren apenas había llegado. Me subí y me ubiqué a un costado de la puerta. ¿En qué pensé cuando me acerqué tanto a él? Suspiré mirando por la ventanilla. Cuando llegué a mi casa, fui directamente al sillón, tiré mi mochila a un costado y me desplomé en este. Me acordé que, como vengo haciendo cada sábado, tenía que avisarle a Nahuel que ya había llegado a mi casa. Saqué mi celular y, por un instante, pensé en la cercanía que estábamos teniendo. Decidí no dejar el asunto de lado y mandarle el mensaje a Nahuel; aunque no creo que lo vea si está con su amiga. Me pasé la tarde acostado en la oscuridad de mi living. Seguía acostado en mi sillón sin la intención de moverme para absolutamente nada. Los ojos azules y las mejillas sonrojadas de Nahu flotaban en mi mente sin que pudiera evitarlo. Después de la primera hora, me cansé de intentar reprimir mis pensamientos; mucho no puedo hacer si mi cabeza está empeñada en que recuerde lo lindo que se veía. —Lindo... —susurré como si no me creyera lo que acababa de pensar—. Sí... Nahuel es lindo, pero solamente eso. Tengo que volver a mi papel de entrenador y tratarlo como a todos mis otros alumnos. —Asentí como poniéndome de acuerdo conmigo mismo. Me estiré hasta la mesa ratona, tanteé un par de veces y conseguí tomar el control remoto. Encendí el televisor apartando la mirada rápidamente; ya me había acostumbrado a la oscuridad. Me acostumbré a la luz de la pantalla poco después. Empecé a pasar canales como siempre, poco interesado en lo que transmitían. Finalmente decidí apagar el televisor, levantarme e ir a mi cuarto. Me puse mi pijama y me acosté. Cerré los ojos sin sentir cansancio o sueño, pero me obligué a dormir y a no seguir pensando en Nahuel. ----------------------------------------------- Me levanté a las nueve y media de la mañana. Fui directamente a la cocina a prepararme café y después me desplomé en mi sillón. Agarré mi celular y lo revisé. Tenía unos cuantos mensajes de Lucas invitándome a salir con sus amigos, evidentemente, no le presté atención en absoluto. Pensé en contestarle, pero a esta hora, seguramente debe estar volviendo a su casa, o dormido. Después encontré un mensaje de Ana; la única de los amigos de Lucas a la que le pasé mi número. Sentí curiosidad por saber que decía el mensaje, hasta ahora no me había hablado para nada. —"Hola. Lucas se preocupó un poco porque no le contestaste anoche. ¿Estás bien?" —"Sí, perdón por no contestar. Ayer estaba muy cansado y me quedé dormido temprano. ¿Le avisas a Lucas que no estoy enojado con él y que no tuve ningún problema?" —le respondí. Unos pocos minutos después, Ana miró el mensaje y, al instante, me contestó: —"Sí, tranquilo, se lo digo. ¿Seguro que estás bien? Lucas me dijo que ya no salen como salían antes, que últimamente lo estás rechazando siempre, o ni le contestás." —pensé unos instantes en su pregunta. —"Te lo cuento si nos vemos en persona y si me prometés no decirle nada a Lucas." —me puse un poco nervioso. —"¿Cuándo y dónde? Con lo de no decirle nada a Lucas, tranquilo, yo tampoco le cuento muchas cosas. Lo conozco bastante." —"En veinte minutos." —seguido al mensaje, le envié una ubicación. Dejé el celular en la mesa ratona, me levanté y fui al baño. Me duche y alisté lo más rápido que pude. Después de guardar mi celular y mi billetera, salí en dirección al café en la que la había citado; evidentemente no la cité en el café dónde nos encontramos siempre con Lucas. No quiero topármelo de sorpresa. Nos encontramos cinco minutos antes de lo que habíamos acordado. Nos saludamos como si fuéramos amigos de toda la vida y entramos al café. Ana eligió una mesa apartada de las demás, donde nos sentamos. —¿Entonces...? —Por favor no se lo digas a Lucas, no necesito más de sus comentarios. —Ella asintió. Tomé un poco de aire sintiéndome nervioso; me siento como cuando salí del clóset con mi mamá—. Me siento un poco raro últimamente con uno de mis alumnos. Siento que tenemos más afinidad de la que deberíamos. —¿Qué edad tiene el chico? —Veintitrés —suspiré—, pero es como si tratara con un adolescente. ¿Sabés? Trabajo con chicos con síndrome de Down, estoy en una clara posición de poder, no solo por ser su maestro. —No lo veas como alguien inferior. —No lo hago, Ana, simplemente veo las cosas como son: él es uno de los chicos a los que entreno, yo estoy en una posición de poder por ser su entrenador. Además, siento que me estaría aprovechando de él. —¿Y si él siente lo mismo? Sigue siendo una persona, Daniel. —No tenés que recalcármelo a cada rato. —Perdón —suspiró—. Es que... mi hermana mayor tiene síndrome de Down. Hace unos años se enamoró de un hombre y él de ella, pero mis padres no querían ver que ella también podía enamorarse. —agarró mis manos—. Tomalo como una posibilidad, Daniel. Uno nunca sabe que puede pasar. —Contame de tu hermana. —me miró unos segundos en silencio, después sonrió. —Tiene un retraso madurativo leve. Piensa como alguien seis años menor de su edad. Siendo más joven era notorio, ahora que es una mujer de treinta y cinco no es un problema. —asentí, ella volvió a sonreírme. Nos quedamos unos instantes en silencio, agarrados de las manos, al menos hasta que llegó el mozo a preguntar que íbamos a pedir. Después de pasarnos un rato hablando, decidimos irnos. Nos saludamos en la puerta del café y nos separamos. Pensé en lo que hablamos de camino a mi casa; dudo realmente que Nahuel sienta atracción por un hombre, mucho menos por mí. Debe verme como su entrenador nada más. Una vez en mi casa, me senté en el sillón y prendí el televisor. Como se me está haciendo costumbre, no le presté atención a lo que transmitían, simplemente me quedé pensando una y otra vez en lo que hablamos Ana y yo. Me masajeé las sienes. Pensé unos instantes en el día que era y que hasta el viernes no tenía mucho que hacer. Decidí, entonces, ir a la casa de mi mamá. Allá están mi hermana y mi sobrina, me voy a distraer y pensar con más claridad todo este tema después. Saqué mi celular y llamé a mi mamá para avisarle que iba a pasar unos días en su casa. Mientras hablaba con ella, empecé a guardar mis cosas en una mochila. Cuando corté la llamada, me colgué la mochila en el hombro y salí. Por suerte, la casa de mi mamá no está muy lejos de la mía. Tardé apenas veinte minutos en llegar a la casa de ella. Mi hermana me recibió, ya que mi mamá estaba preparando el almuerzo. La saludé al entrar junto con mi sobrinita, después fui directamente con mi mamá para saludarla con un abrazo. Después me instalé en la que era mi habitación y ahora ocupaba mi sobrina, dejé mi mochila arriba de la cama y me senté. —¿Estás triste, tío? —miré hacia la puerta, de dónde venía esa vocecita. Mi sobrinita me miraba con sus ojitos negros desde el umbral de la puerta. —No, Ludmi. Solamente estoy un poquito cansado. —le extendí los brazos para que se acercara—. Te traje algo. —sus ojitos comenzaron a brillar un poco. Cuando se acercó a mí, la alcé y la senté en mis piernas. Después busqué en mi mochila para sacar una bolsita de caramelos—. No los comas ahora, comelos después de almorzar. —dije entregándole la bolsita. —Sí, tío, gracias —me besó en la mejilla prácticamente abrazando la bolsita. La bajé de mi regazo dejando que vuelva con mi hermana. —No malcríes a mi hija, Daniel. —levanté la mirada encontrándome con mi hermana. —Perdón, Maite, pero no la veo hace mucho y quería traerle un regalito. —sonreí como si hubiera hecho una travesura. Ella se acercó a mí y se sentó a mi lado. —¿Te metiste en algún problema? Siempre venís cuando te pasa algo. —Vine a despejarme y a estar con mi familia. —rodeé sus hombros con mi brazo acercándola a mí. De repente, siento que todo lo que tenía en la cabeza ya no existe. Con el simple hecho de estar con mi hermana me es suficiente para que mi mente se ponga en blanco y me centre en ella.
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