Narra Daniel
Me senté frente a la mesa y me pasé las manos por la cara. Esto es mi culpa, si no me hubiera confiado tanto, su hermano no nos hubiera visto. Solté un suspiro pesado. Estoy seguro de que ya no voy a poder verlo. Junté mis cosas, me levanté y me colgué la mochila en el hombro. Bajé para pagar y después salí.
Caminé lo más rápido que pude hasta la estación de trenes; creo que Lucas tenía razón, no estaba haciendo bien involucrándome con uno de mis alumnos. Me subí al tren y me paré al lado de la puerta para observar por la ventana. De repente me pregunté si podría seguir hablando con él aunque sea por mensajes. Me mordí el labio sabiendo que eso no iba a pasar; perdí completamente a Nahuel por mi imprudencia.
Cuando llegué a mi casa, tiré todo en el sillón, fui hasta mi cuarto y me tiré boca abajo en la cama. Espero no haberlo metido en problemas graves, no me importa lo que pase conmigo, no me interesa que me denuncien y me despidan, solamente espero que no le hagan nada.
Sentí mi celular vibrar en el bolsillo. Llevé mi mano desganado hasta el bolsillo de mi pantalón, saqué mi celular y miré quién me hablaba. Era Lucas invitándome a salir. Suspiré; no tengo ganas de verlo, ni a él ni a nadie por hoy. Tiré el celular en la mesa de luz, me saqué las zapatillas y me acomodé en la cama con la intención de dormir lo que queda de día; necesito despejar un poco mi cabeza, al menos hasta que todo esto pase.
Di unas cuantas vueltas en la cama, tapándome y destapándome constantemente. No puedo dormir pensando en lo que podría pasar con Nahuel. No sé cómo sea su familia, no sé cómo puedan reaccionar al hecho de que le guste un hombre. Suspiré de nuevo. Tuve que haber sido un poco más cuidadoso con él; tuve que prever que, estando cerca de su casa, alguien que lo conociera podría vernos.
—Soy un idiota... —murmuré hundiendo un poco la cara en la almohada. No tengo más que hacer que recriminarme constantemente la imprudencia que cometí.
De repente, escuché que me llamaban. Agarré el celular y miré la pantalla con la pequeña esperanza de que fuera Nahuel quien me llamaba. Suspiré cuando vi que era Ana y dejé el celular de nuevo en la mesa de luz.
Ana insistió hasta el punto de irritarme; no estoy para nadie, pero al parecer este es el mejor momento para que todos decidan joderme la existencia. Agarré el celular de nuevo.
—Hola —contesté de mala manera.
—Que humor... ¿pasa algo?
—Sí —suspiré—. No estoy de humor, Ana.
—¿Querés hablar? —pensé unos segundos; por ahí su compañía me haga bien. Además, me puede aconsejar que puedo hacer ahora.
—¿Podés venir a mi casa? Necesito que hablemos de algo.
—Sí, pasame tu dirección y en un rato estoy allá —dicho esto, cortó la llamada.
Le envié mi dirección y dejé el celular en la cama. Miré el techo esperando a que llegara lo más rápido que le fuera posible, necesito que me ayude con esto.
Después de quince minutos, escuché el timbre sonar. Me levanté sin ganas y fui hasta la cocina donde está el telefonillo del portero eléctrico. Cuando contestó Ana diciendo que era ella, colgué el telefonillo, tomé mis llaves y salí del departamento. Bajé rápidamente, crucé el palier y abrí la puerta, ella me saludó con un beso y entró con cara de preocupación; no sé qué cara tengo ahora, pero seguro refleja lo mal que me siento. Cerré la puerta y la guie hasta mi departamento. Una vez adentro, la invité a sentarse mientras yo iba a la cocina para preparar un café.
—¿Qué pasó? —preguntó cuando me acerqué a ella. Le di su taza y me senté al lado suyo.
—El hermano mayor de Nahuel nos descubrió hoy en el café. Nahuel me había pedido que lo besara y, en algún momento cuando lo besaba, el hermano nos vio —suspiré.
—Dani... —musitó—. ¿Y qué pensás hacer ahora?
—Rendirme, supongo. No conozco en absoluto a su familia, no sé qué podrían hacerle ahora que saben que es gay. Seguramente creen que abusé de él este tiempo.
—Seguramente, pero no deberías rendirte así. Les podés ganar por cansancio, como pasó con mi hermana —tomó un sorbo de su café—. Decime, ¿intentaste mandarle un mensaje? —negué con la cabeza.
—Ya me habrán bloqueado en su celular.
—Entonces, intentá otra cosa.
—¿Intentás que me arresten?
—No lo harían. Estoy segura de que a él le gustás y que no permitiría que te denuncien. También estoy segura de que él está igual que vos en este momento y que no va a acatar lo que le digan para alejarlos —tomó mi mano—. Si de verdad lo querés no te rindas. Las cosas van a ir bien si insistís, no pueden reprimirlo, es un adulto y va a tomar ventaja de eso.
La miré en silencio pensando en lo que acababa de decir. Ciertamente, Nahu es un adulto aunque no piense como tal aún. Suspiré después de unos segundos.
—No está bien que me ponga a hostigar a su familia o a él. Estoy seguro de que ahora debe odiarme por lo descuidado que fui.
—Bueno, supongo que esto lo vas a hacer de a poco —me sonrió de manera dulce. Me soltó volviendo a prestarle atención a su café.
Ana decidió hablarme de distintas cosas para distraerme. Me habló más que nada de su trabajo como cadete en una oficina. Según lo que me contó, no ganaba mucho, pero le encantaba el lugar, las pocas cosas que hacía, sus compañeros de trabajo y que se podía costear lo que le quedaba de carrera. Mientras ella me hablaba, agradecía cada segundo porque hubiera venido; si bien lo que pasó no se me había olvidado, ella hacía que no me estresara demasiado por eso. Cada tanto, ella me recordaba que debía volver a intentar las cosas con Nahuel, que merecía la pena y que seguro que él no se rendiría tampoco, estas últimas palabras hacía que recobrara un poco la confianza, pero desaparecía al instante.
Cuando oscureció, le pedí que se quedara. Prefiero tenerla por acá, no quiero estar solo con mi cabeza como en la tarde, cuando llegué a mi casa. Nos quedamos en el sillón viendo películas, comentándolas mientras las veíamos.
Estábamos viendo la cuarta película, cuando sentí mi celular vibrar en mi bolsillo. Lo saqué rápidamente pensando que podría ser Nahuel, pero, para mi mala suerte, era Lucas insistiendo para que salga con él hoy. Suspiré recibiendo una mirada de Ana que se acercaba a mí después de ir hasta la cocina a buscar un vaso de agua.
—¿Es tu amado? —preguntó sentándose al lado mío.
—Es Lucas, quiere salir —comenté contestándole a Lucas que no quería salir hoy, que no tenía ganas. Al instante de ver mi mensaje, me entró una llamada de él.
—¿Por qué no querés salir hoy? ¿Estás con él? —dijo apenas contesté a su llamada. Rápidamente la puse en altavoz para que Ana también pudiera escuchar.
—Hola, Lucas —suspiré—. No, no estoy con él, pero no quiero salir, Ana está en mi casa.
—¿Ahora te juntás más con ella que conmigo? ¡Me estás dejando de lado! —me pasé la mano por la cara, después miré a Ana.
—¿Celoso? —dijo Ana soltando una risita.
Lucas se quedó callado unos instantes, haciéndonos pensar que la llamada se había cortado.
—¿Por qué están tan pegados de repente?
—Porque nos hicimos amigos, Lucas. ¿Me llamaste para ver con quién estaba o qué?
—Más o menos —suspiró—. Últimamente no nos vemos muy seguido y quiero estar con vos.
—La otra semana tal vez. Estamos un poco ocupados hablando de algunas cosas, te hablo más tarde si querés.
—No, no voy a estar —dicho esto, colgó la llamada. Miré a Ana, ella simplemente se encogió de hombros.
—Él es así, siempre se encapricha con la gente —se acomodó en el sillón—. No le prestes atención, ya se le va a pasar. Es como los nenes, si lo ignorás deja de llorar tanto.
—Lo intento, pero su capricho se vuelve cada vez peor —suspiré—. No importa, Ana. Él no es importante para mí en este momento —ella asintió acomodándose en el sillón.
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Eran cerca de las tres de la mañana, hacía rato ya que Ana se había quedado dormida en el sillón y yo me dedicaba a mirar televisión sin mucho interés. No puedo dejar de pensar en Nahuel todavía, sigo mortificándome por lo que pasó. Pensé en lo que me había dicho Ana antes; ¿no debería rendirme? ¿Qué debería hacer entonces? Solté un pequeño suspiro un poco frustrado.
Miré a Ana acostada del otro lado del sillón. Decidí levantarme, tomarla en brazos y llevarla a mi cuarto, la acosté y la tapé. Después, saqué de mi placar una frazada, volví al living para acostarme en el sillón. Una vez que me acomodé y me tapé, miré la tele. Estoy cansado, pero no tengo sueño, simplemente el repentino estrés que tengo ahora no me va a dejar dormir.
No sé en que momento me quedé dormido, solamente me acuerdo que había estado mirando mi celular distraídamente. Me levanté, me acerqué a la ventana y miré a través. El cielo estaba nublado, pero la luz de la mañana todavía me cegaba un poco. Escuché la puerta del baño abrirse y, después, unos pasos que se acercaban. Me giré esperando a que Ana apareciera por el pasillo. Ella me miró y sonrió mientras se ataba el pelo.
—Buenos días, Dani —simplemente le sonreí como respuesta—. ¿Querés que prepare el desayuno? —negué rápidamente con la cabeza.
—No, Ana. Sos mi invitada, no sería correcto —hizo un ademán con la mano restándole importancia.
—Andá a alistarte —dijo mientras caminaba a la cocina. La miré unos instantes, para después ir al baño para alistarme.
Cuando salí, ella ya estaba sirviendo todo. Me invitó a sentarme como si fuera dueña de casa. Me senté al lado suyo y miré la taza de café y las tostadas que Ana había puesto sobre la mesa.
—¿Seguís triste por lo de Nahuel?
—Un poco —suspiré—. Anoche me quedé pensando en qué podría hacer, pero no se me ocurre nada que no tenga que ver con buscarme problemas.
—Intentá hablar con él el viernes. Tomate la semana para pensar bien lo que podrías hacer —Asentí—. Ahora desayuná, capaz así tenés menos cara de muerto —solté una pequeña risa y tomé un sorbo de café.
Cerca del mediodía, Ana decidió irse. Aproveché que es domingo para ir a la casa de mi mamá. Me cambié rápidamente, cargué un par de cosas en mi mochila, me la colgué al hombro y salí. Mientras caminaba, sentí que empezaban a caer unas finas gotas de llovizna. No me apuré al sentirlas caer, al contrario, comencé a caminar lo más lento que podía. Cuando era chico, me gustaba caminar bajo la lluvia, me tranquiliza.
Cuando llegué a la casa de mi mamá, me recibió mi hermana. Lo primero que hizo fue preguntarme si estaba bien; supongo que mi cara refleja como me siento. Simplemente le prometí que iba a contarle después.
Apenas entré, mi sobrina se acercó a mí corriendo para abrazarme. La alcé devolviéndole el abrazo. Después la bajé para saludar a mi mamá.
Me pasé la tarde hablando con mi hermana y mi mamá. Después de cenar, mi sobrina me insistió para que jugara con ella. En su cuarto, me mostró todos los juguetes y muñecos que tenía, comentándome los nombres de estos últimos mientras me los mostraba. Me senté en la cama y observé lo contenta que estaba ahora que había venido a visitarla; por un instante, pensé que a Nahuel le encantaría conocerla y jugar con ella.
—¿Estás triste, tío? —escuché la vocecita de Ludmi hablarme desde su placar, donde guardaban muchos de sus muñecos.
—No, princesa —le sonreí—. Solamente extraño un poco a alguien.
—¿A quién? —abrí la boca para contestarle, pero mi hermana entró en el cuarto.
—Vamos, Lud, es hora de dormir —mi sobrina refunfuñó un poco, pero, después de que Maite la alzara, no tuvo más remedio que hacer caso e ir a acostarse.
Me quedé solo en la habitación de mi sobrina, donde iba a dormir esa noche. Miré el osito de peluche que Ludmila me había dado hacía un rato, apretándolo un poco mientras pensaba de nuevo en Nahuel.
—¿Qué te pasa? —me sobresalté cuando escuché a mi hermana—. No parecés el mismo de siempre.
—Pasaron cosas.
—¿Algo grave? —Negué con la cabeza—. ¿Entonces? —inspiré profundamente volviendo a mirar al osito.
Confío más en Maite que en cualquier otra persona, pero no sé qué tan prudente sea contarle lo que pasa con Nahuel, después de todo, aún hay un prejuicio sobre las personas como él. Nunca tuve problemas con mi hermana en cuanto a prejuicios, pero no estoy seguro de hablarle abiertamente de lo que me pasa.