Encuentro II

1980 Words
Fred volvió a casa luego de las diez. Giró el pomo de la gran puerta para entrar, sin hacer tanto ruido. Se asomó a puntillas hasta su habitación en el segundo nivel. Ingresó soltando un profundo suspiro y se acostó boca arriba sobre la ancha cama de cobijas con finos bordados marrones y fondo corinto. Después de estirarse y soltar un bostezo ancho y perezoso, se puso de pie. De pronto de golpe recordó lo que le había dicho la señora Graham. Había estado tan ocupado que lo había olvidado. Bebió un refresco de cola, luego se vistió y se puso a la cabeza la boina azul marino que solía llevar y una bufanda roja. Justo cuando disponía a salir, miró que alguien se asomó a la entrada; la puerta estaba abierta. —Buenas noches, señora Graham. Perdone que no haya ido. Acabo de... —Buenas noches, señor Mileva. Necesito conversar con usted. Sígame. Ella se dio la vuelta y Fred reconoció en su suave girar ese aroma suave y dulce. Fred cerró la puerta siguiéndola manteniendo una distancia respetuosa entre ambos. Ella lo guío hasta una amplia sala de estar en la parte principal de la casa. El lugar al que lo había llevado era exclusivamente para visitas de la señora Graham. No pudo dejar de mirarla, ella tenía un hermoso vestido, joyas adornando su garganta y muñecas. Un peinado alto destacaba en sus cabellos oscuros con largos pendientes de oro, mientras relucía un hermoso vestido oscuro con gran escote a la espalda. —Tome asiento. Fred se sentó en uno de los finos sillones con acabados impecables de cedro en sus bordes. Todo lo que observaba lo hizo viajar al pasado, cada mueble, cada detalle. —Señora Graham, usted fue muy específica al decirme que no quería ruidos en la casa, llegué hace un rato y lamento haber causado algo que la incomodara, sé que detesta las visitas y es molesto escuchar la llave girar en cuanto llego a estas horas. Pero me interesa renovar el contrato de… —Señor Fred Yosif Mileva, no es por eso que quiero conversar con usted. Fred mostró el desconcierto en su mirada al fruncir el ceño. —¿No? —No. ¿Cuántos años tiene? —Estoy por cumplir los veintiocho. —¿Cuál es su oficio? —Soy repartidor en una empresa que se dedica a entregar encomiendas. —¿Sabe hablar más idiomas? —Por exigencia quizá a nivel medio en inglés. —¿De dónde es usted? —De un pequeño pueblo muy lejos de aquí. —¿Tiene familia? —No Señora Graham, mi única familia conocida fue mi tía abuela quien falleció hace diez años. —¿Cómo ha logrado sobrevivir todo este tiempo? —Trabajando siempre, y estudiando cuando era posible. La señora Diana se paseó a su alrededor observándolo fijamente. —¿Tiene novia? Aunque pensativo volvió a responder. —Tuve unas, pero no llegó a más porque mi situación no es la mejor económicamente y en la ciudad las chicas se fijan en todo. Diana mostró una media sonrisa en sus labios muy complacida con su respuesta. —¿Entonces nunca se ha enamorado? Fred había leído algunas veces novelas policiacas cuando iba a la biblioteca de un antiguo jefe que tuvo su tía y vivían con él, y por un momento se sintió como el personaje interrogado por algún alguacil o policía de turno. Pensó un momento su respuesta. Dos veces, con chicas de gran categoría, aún recodaba a Viviana la hija del Señor Delémont donde él se dedicaba a cuidar sus jardines y limpiar su piscina cuando tenía diecisiete y por las noches estudiaba, él lo había impulsado a seguir sus sueños en especial ese de aprender a leer y escribir. Una jovencita preciosa con ojos grandes en un tono claro, cabellos dorados y silueta perfecta, así recordaba a su primer amor ideal. —Sí— Contestó pensativo ya habían pasado muchos años, tantos que su respuesta sonó a melancolía. —¿Qué pasó? —Pues pienso que todos en algún momento nos enamoramos inevitablemente y eso nos lleva a imaginar cosas absurdas. Diana se sentó en uno de los sillones frente a él. Lo observó fijamente, Fred aún tenía la gorra desgastada sobre su cabeza, a duras penas veía las facciones de su rostro. —Quítese la gorra. Él le obedeció, aunque con profundo asombro. La Señora Graham observó su cabello en un tono como el caramelo, levemente ondeado, rasgos suaves, una mirada pacífica, aunque resaltaba fortaleza, piel clara y una barba ligera adornando su mandíbula del mismo tono de su cabello, sus cejas bien definidas y pestañas largas. —Mire, Señor Mileva, no ha sido de mi propio gusto hacerle ese cuestionario, pero por un año ha sido usted una sombra en esta casa. Me refiero a que, no lo había tratado debidamente, es verdad que no me interesa mucho dedicarme a hacer preguntas, pero he caído en cuenta que, en este tiempo, usted raramente no me ha dado problemas. Mi esposo murió hace muchos años, y tengo a mi cargo algunos negocios, de los cuales mis hijos son quienes se dedican a ello. Le parecerá algo ridículo, pero alguien como yo no puede vivir del mismo aire, así que durante mucho después de dejar el servicio de esta casa como la administradora de una hostería, quiero retomar algo que en verdad deseo. Y al conocerlo ahora un poco más quiero proponerle algo… —¿Algo? —Repitió él frunciendo el ceño. Sonrió al verlo tan serio. —Necesito un amante, un hombre que sepa darme el trato y el cariño que no he tenido durante mucho tiempo. Necesito un hombre serio que de verdad sea incorruptible al acompañarme y creo con convicción que usted es el indicado. Fred abrió los ojos a más no poder. —¡Señora Graham! —Por favor no se lo tome a tanta seriedad, Fred. Le irá bien, consentiré cada uno de sus caprichos, pues el dinero a mí no me limita en nada, pero una mujer no siempre puede hacerlo todo siempre sola y menos a mi edad. Se rascó la cabeza, profundamente apenado. —Señora, lo siento mucho, no podría… Ella lo vio fijamente alzando la barbilla al oírlo. Cambió la forma de dirigirse a él, pero mordiendo sus labios. —¿Es mucho para ti? ¿Te sobra tanto como para negarte? Fred quedó pasmado al oírla decir eso. —¿Sobrarme a mí? —Repitió incrédulo —Con todo mi respeto Señora Graham, no sabe usted lo que dice. No tengo nada más que una vieja mochila, algunas prendas de vestir y el ardiente deseo de un día tener algo que sea realmente mío, pero con mi propio esfuerzo. No podría lanzarme a algo como lo que usted me pide… Soltó una estrepitosa carcajada interrumpiéndolo. —¡Qué absurdo! Piensas que trabajar como una bestia por siempre te hará cumplir tus sueños. ¡Qué lástima! Pasarás toda tu vida anhelando lo que nunca tendrás. Todo conlleva sacrificios y nada se resuelve tan sólo con desearlo, si quieres más siempre tendrás que cambiar. La transformación hace la diferencia en una vida tan pobre, al igual que las recomendaciones y los contactos. ¿Crees que la suerte acompaña a alguien que va en busca de un trabajo? No, o rara vez, para que alguien consiga un puesto alto, debe tener un conocido más que tener una buena hoja de vida o grandes estudios académicos. Fred inclinó la vista y por primera vez se sintió pegado contra la espada y la pared. Siempre había deseado su propia casa, su propio auto, una mujer a quien dedicarse, amarla con locura y despertar con ella cada mañana, pero había trabajado desde siempre y seguía en las mismas. La señora Graham tentaba su razón. Y cuando se hizo un hombre, había deseado en su corazón a dos mujeres, se había entregado un par de veces y nunca le gustó, no tenía sentido para sentirse al final solo. Sabía que su corazón aguardaba por algo, o alguien a pesar de los pesares. Varias novias que tuvo lo utilizaban por un tiempo hasta que lo dejaban. La primera ruptura lo lastimó las siguientes ya no le hicieron sentir nada más, sabía que la injusticia también se paga tarde o temprano; en esta vida u otras. Decidió ya no permitirlo más y desde hacía cinco años no salía y no conocía a nadie. En sus muchos trabajos él se dio cuenta que, muchos que podían aparentar, tenían más suerte que aquellos que se mostraban tal cual. Toda su vida ser exacto y bondadoso le había acarreado muchos problemas y por eso en muchas ocasiones tuvo que renunciar y dedicarse a cosas diferentes. En su duro vivir había aprendido valiosas lecciones, tanto que dejó de lado el deseo de encontrar a una mujer con la cual casarse, igual no tenía mucho que ofrecer quizá tan sólo un corazón lleno de amor, lo cual no satisfacía a nadie en un mundo tan mezquino y cruel. —Fred te deseo y te quiero conmigo—Mencionó la Señora Graham al verlo tan pensativo —Hay algo en ti que no me parece digno de ignorar. A mi lado tu futuro será otro, te lo prometo. Alzó la mirada espantado, observándola fijamente. —Serás completamente para mí. Si lo quieres pues convenimos un acuerdo por escrito. Respiró profundamente, y se puso de pie aun profundamente desconcertado. —Creo que no estoy comprendiendo… Ella sonrió ampliamente. —Para nada, Fred. Has escuchado muy bien. Es muy sencillo de comprender, te quiero para mí y con exclusividad. A cambio te colmaré de bienes y estabilidad. Si gustas podemos firmar ambos un convenio para tu seguridad. Fred quedó estupefacto. Tragó saliva procesando cada palabra con dificultad todavía en su mente. No podía creer lo que oía.   —Señora Graham, lo lamento mucho pero no estoy de acuerdo. No es prudente que me pida algo como eso.   Ella mantuvo en sus ojos ese deseo feroz por él, sonriendo seductoramente. —¿Por qué no? Es algo justo para los dos. Al cabo de un momento y sintiendo Fred el corazón palpitándole fuerte sobre el pecho, retomó palabras poniéndose de pie. —Quizá me equivoque una vez más como muchas, pero sé cuánto duele ir en contra de lo que soy. De ninguna manera me provocaré una herida por bienestar o por dinero. Es absurdo. No puedo vender lo que soy por dinero o conveniencia. Si mi suerte es andar pobremente, pero en paz conmigo mismo, supongo que moriré así soñando y luchando hasta mi último soplo de vida. Le agradezco mucho por permitirme estar por un largo año aquí, pero lo mejor será que me vaya y no le cause algún otro pesar, Señora Graham. Se dio la vuelta de inmediato, colocándose su gorra. La señora Diana, lamentablemente tenía ese mal gusto de desquitar su dolor ante la vida comprando cariño en hombres jóvenes. Algo que mantenía en secreto desde hacía muchos años atrás. Pero por primera vez uno se había negado a entregarse por dinero. Tarde o temprano ellos se aburrían y seguían con su vida y ella quedaba más sola y rota que las otras veces; esa pasión duraba tan poco como para llenar un corazón tan vacío y oscuro. Cada palabra dicha por Fred la llenó de indignación y al mismo tiempo admiró profundamente a ese joven tan inverosímil en sus principios, había encontrado alguien a quien de verdad quería conocer mejor e incluso le recordó a su esposo, quien a diferencia de ella nunca había sido de sociedad ni había tenido tanto dinero, pero ella aun así le amó profundamente, tanto que se casó con él por esa manera valiente de siempre enfrentarse a los inconvenientes de la vida con una sonrisa. 
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD