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Dama de n***o

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Blurb

Diana es una mujer calculadora, fría y antipática. Tiene la ventaja de ser muy adinerada como influyente, por lo que cualquier capricho se vuelve realidad. El día menos pensando le atrae la belleza y simplicidad de un joven que alquila una habitación en su antigua hosteria. De él desea tan solo un acompañante bajo contrato donde todo sea a oscuras sin sentimientos.

¿Se convertirá una astuta seducción en más que su perdición?

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Encuentro I
Para Fred la vida siempre solía ser lo mismo; su empleo en la fábrica de embalaje, llevar a veces encomiendas, entregar esto, dar a aquello. Acompañado de su motocicleta la única que lo llevaba a donde fuera. Desde hacía mucho tiempo que vivía solo, durante su infancia vivió en Londres, pero había emigrado de Bulgaria con su tía abuela. Nunca conoció a sus padres siempre su abuela estuvo con él; una sobreviviente del holocausto que falleció cuando él tenía dieciocho años. Hacía unos meses que había dejado la universidad, los gastos se habían vuelto insostenibles y la vida parecía llevarle la contraria al ser un muchacho de clase trabajadora. Sin embargo, no se había rendido pues deseaba algún día retomar sus estudios superiores, deseaba hacerlo más en arte que en finanzas. No obstante, a pesar de su corazón ilusionado y persistente, ese algún día sonaba muy distante a su realidad. Todavía no tenía una casa, ni tampoco contaba con los fondos necesarios para una. Solía rentar pequeñas habitaciones, pues tristemente vivía al día con lo que ganaba, aunque había logrado ahorrar un poco durante algunos años no era suficiente como para invertir en una nueva propiedad. Había heredado la belleza de su abuela, piel clara, cabello castaño dorado, ojos almendrados y profundos del mismo tono que las hojas de los árboles en la época de otoño, gran altura y no muy delgado, labios suaves y carnosos. Solía tener una actitud positiva, en resumidas cuentas, un hombre agradable y muy tranquilo. Desde hacía ya un año rentaba una habitación en una antigua hostería. La gente de sus alrededores la conocía como “La Mercedes”, una hermosa mansión que en su mejor época sirvió de hostería a los visitantes de la ciudad. Pero ahora sólo era una casa con mucha historia y muy antigua que solía ser habitada por él, el encargado de la limpieza de la mansión; Don Paco, y una señora que tan sólo había visto una vez; cuando él le pidió la habitación y ella acudió para firmar el contrato de aceptarlo como aquilino, a quien le daba la paga puntual con Don Paco cada quince del mes. Los rumores decían que la dueña de La Mercedes solía vivir allí. Fred no lo sabía a cabalidad, pero le pareció en aquella ocasión una mujer petulante, vestida finamente como una dama de sociedad de los años sesenta con un porte y estilo muy elegante, ese día usaba una gran sombrereta con un velo sobre el rostro y sus manos cubiertas por largos guantes blancos, por lo que de ella miró muy poco y recordaba a duras penas únicamente la ropa oscura que la cubría galanamente. En ese contrato que había firmado casi un año atrás tenía dos clausulas inquebrantables: 1. No hacer ruido (música, canto, sonidos escandalosos de ningún tipo). 2. No deambular por el interior del resto de la casa principal (luego del corredor de la Puerta a la izquierda y después de las escalinatas). Lo cual Fred había respetado con profunda reverencia desde el primer día. Casi a las nueve se asomó a la casa luego de un viernes. Exhausto, y con el cabello húmedo. En la fábrica de embalajes donde laboraba como obrero también le pedían entregar encomiendas cuando los transportistas u operarios estaban ocupados en otros asuntos, y limpiar en áreas de bodega de vez en cuando. Su turno había sido hoy, con dificultad subía las gradas. Había pasado la tarde cargando cosas pesadas, ordenándolas según inventario, desempolvando equipo y maquinaria, entre otras cosas que debe sobrellevar un trabajador por una paga rentable.  Empujó la puerta tratando de no hacer ruido. Se desplomó sobre la cama luego de quitarse los zapatos. Luego de estirarse sacó de su mochila una bandeja con comida y un refresco de cola a medio beber acomodándola sobre el colchón. También desdobló el periódico, y comiendo un poco leyó un rato, desde trágicos sucesos hasta farándula. Pero casi al terminar, un anuncio en clasificados le llamó la atención.   Se solicita Un chofer con licencia tipo A con experiencia. Con disponibilidad de horario tiempo completo Sexo: Masculino Que posea como mínimo título de Educación Media (Mejor si está en la universidad) Excelente apariencia, en edad no mayor a los 35 años Sin antecedentes penales, Papelería Completa Ofreceremos Excelente paga Prestaciones de Ley Interesados Reservar cita al no. 589546154   «¿Desde cuándo se solicita un chofer tan peculiarmente? ¿Quién podría interesarse en poner un anuncio así en el periódico? Por lo general este tipo de trabajos se los dan a conocidos del mismo interesado» Sus cavilaciones se detuvieron en cuanto la puerta sonó con fuerza. Le sorprendió mucho. Desde que vivía allí nadie había llamado a la puerta antes. Dejó el periódico sobre la cama y se dispuso a atender. Al abrir la puerta miró a una mujer de intachable apariencia mirarlo con seriedad. —Señor Mileva, perdone el atrevimiento de venir a despertarlo. —No, no dormía. De hecho, llegué hace un momento. La dama ante él siguió muy al pendiente y guardó silencio un momento. Fred la observaba con curiosidad, nunca antes la había visto, pero ella lo había llamado por su nombre lo cual evidenciaba que le conocía. —Comprendo. Me gustaría conversar con usted, pero ya es tarde y veo que todavía está comiendo. Fred notó como la mirada azulada de la dama veía con curiosidad también hacia la cama donde estaba todavía el resto de lo que comía. —No se preocupe. Prefiero que me diga lo que necesite. La atención de la dama volvió a él. —Sé que no hemos tenido oportunidad de conversar antes, mi nombre es Diana Graham. Y creo que nos vimos por primera vez hace un año. Fred quedó meditabundo, pero al cabo de un momento ella rompió el incomodo silencio. —Soy la dueña de esta casa. En la mirada de Fred se asomó el profundo asombro ante sus palabras. No recordaba que fuera una dama tan atractiva y aunque sí elegante. Y la mujer ante él tenía ambas cosas, vestida de n***o. —Mucho gusto, señora Graham. Espero no haberla incomodado, sé que hoy llegué tarde y… Lo interrumpió en seguida. —No. No es sobre eso. En unos días se termina el contrato y quería preguntarle si quiere renovarlo. —Sí, justo eso pensaba, es decir, quería pedirle a Don Paco que… —Perfecto. ¿Qué le parece si mañana convenimos un acuerdo? —Claro que sí. Notó en los labios de la dama asomarse una sensual curva en señal de una sonrisa. —Bien, lo espero mañana en la sala de espera de la casa principal. —Se dio media vuelta, dejando al partir una suave fragancia frutal deambulando en la habitación de Fred. Fred volvió a la cama muy pensativo, la elegante dama le había resultado muy interesante. No recordaba que Diana Graham fuese tan seductora con sólo su manera de mirar. Comió y luego de darse un baño quedó profundamente dormido. A las cinco de la mañana lo despertó la alarma matutina programada en su teléfono. Metió en su mochila lo que le serviría y se dirigió a la fábrica. **** La señora Diana había permanecido soltera durante mucho tiempo. Hacía muchos años que su esposo había fallecido dejándola a cargo de los negocios familiares y otros asuntos, entre eso sus dos hijos. Diana ahora estaba por cumplir los cuarenta y nueve años, y nunca le gustó ser la madre abnegada menos la viuda mustia y sufrida. Aunque le había dolido como nada la ausencia de su esposo; quien lo fue todo para ella. Pero eso había sido hacía muchos años y ahora sus hijos se habían casado y vuelto personas profesionistas e independientes. Sin embargo, Diana nunca se mostró como suele ser una madre; con esa atención y dedicación a la familia, todo lo contrario, siempre le gustó vivir a sus anchas sin ningún tipo de restrinjas ni prohibiciones. Aunque guardaba las apariencias tenía reputación de tener carácter fuerte, de actitud dominante, ser muy adinerada, con caprichos alocados y de seducir a los hombres que ella deseaba. Asuntos que no eran simples habladurías, pues ella lo sabía y no le ponía importancia. Entre sus evidentes defectos destacaba que también la señora Diana odiaba practicar la paciencia y la tolerancia. Vivía muy a gusto desde hacía mucho tiempo a sus anchas y a veces en la mansión de La Mercedes, y para su beneficio había aceptado solamente a Don Paco; porque era un hombre mayor gruñón que no le gustaba la gente como ella, y un gato que casi siempre andaba fuera de la casa. Además, él se encargaba de la mansión y que su estado siguiera siendo optimo al hacer las reparaciones debidas, también arreglaba el jardín y cuidaba de sus automóviles. Uno de los automóviles favoritos de Diana: un Roy Royce Silver Shadow del año 1970. Extravagante siempre había sido, también caprichosa y muy exigente. Así que nunca le vio nada negativo a vivir así. Siempre dándose de los gustos que quería cuando quería, incluyendo la compañía de caballeros adinerados y muy influyentes, tanto o de mayor categoría económica y social que ella. Sus asuntos legales siempre estaban a cargo de los abogados que su representante trataba. Pocas veces o casi nunca ella personalmente se hacía cargo. Pero un día cuando regresaba de un viaje del extranjero, se encontró con un anuncio que su Mayordomo había colocado a la puerta de la mansión de La Mercedes. Casi le da infarto de la impresión, su representante nunca le notificó nada al respecto. Enfadada lo llamó en seguida. Pero él explicó que como ella ya llevaba varios meses viviendo en el extranjero él simplemente buscó una manera lógica de sacarle provecho a las habitaciones de la servidumbre de la antigua mansión. Discutieron un rato, pero al final su representante comprendió que Diana simplemente la consideraba su casa (habitual) aunque no viviera allí casi nunca. Diana puso varias condiciones en el contrato de arrendamiento con el simple deseo de que cualquiera al verlo se espantara y optara por buscar otro lugar. Para su sorpresa alguien solicitó vivir allí, aceptando de buena gana sus absurdas restricciones. Imaginó Diana que sería un anciano, pero no. Se trataba de un hombre joven muy distinto a lo que ella solía mirar frecuentemente en su círculo de conocidos, o en la misma mansión. Antes de permitirle el arrendamiento, se cercioró de saber quién era, llamando a varios lugares. No imaginó que una de sus conocidas sería quien le daría razones de referencia del lugar más reciente donde Fred había vivido, pues ese joven había alquilado en una de las casas un pequeño apartamento sin dar ningún problema y durante bastante tiempo. Los compañeros o vecinos de habitación decían que parecía inexistente pues siempre llegaba tarde y rara vez se quedaba un fin de semana en la casa. Todavía no muy conforme aceptó. Ella misma acudió para llevar a cabo el trámite. Creyó que eran habladurías y a la semana terminaría echándolo, pero no fue así. Él acató de las cláusulas de manera responsable y obediente, cumpliéndolo todo durante un largo año. Nunca escuchó nada, ni siquiera un ronquido. Y tal como había referido aquella conocida, parecía invisible. Tanto que se olvidó de él y que existía en la casa y siguió entretenida como solía ser en sus asuntos y sus amantes. Pero hacía unos meses que Don Paco había puesto una queja. El aquilino arreglaba los jardines; cuidaba de las flores y el césped, aunque nadie se lo pidiera y claro en los lugares donde él podía estar sin asomarse jamás a la casa principal. Don Paco exigió que no se le diera ningún pago en compensación ya que no estaba dispuesto a compartir lo que le correspondía a él en remuneración a fin de mes.  Eso llamó profundamente la atención de Diana, tanto que su mayordomo no tuvo que interferir en las quejas de Don Paco. Ella misma le aseguró que se haría cargo y que la paga seguiría siendo la misma. Desde entonces se dedicó a observarlo. Lo veía de vez en cuando estar un sábado o un domingo y por las tardes cuidar de las flores de los bloques al lado del muro. Le pareció muy raro que un joven de su edad no tuviera amigos y no saliera en busca de chicas y fiesta, sino que se dedicara con esmero a estar en la tierra. Luego de unos meses notó que crecían con hermosura rosas y claveles, de un modo que durante una vida Don Paco nunca pudo. No podía dejar de ver el pequeño huertecillo y el césped siempre bien arreglado, parecía un pequeño rincón encantado. Fred no le temía al sol y con una camiseta apretando su torso y abdomen lo veía trabajar con sus manos, y con ello Diana admiraba su cuerpo y sus brazos fuertes. Una gorra gastada azul oscuro le impedía mirar más del rostro del jovencito que solía encargarse por simple afición a su jardín. La fascinación se volvió curiosidad. Y no pudo quedarse con la duda. Valiéndose de sus influencias comenzó a indagar sobre él, y pronto averiguó lo que quiso; supo de dónde venía, donde trabajaba y si tenía familia. No le quedó duda que siempre estaba solo. Fue entonces que al notar que el contrato de arrendamiento estaba por vencerse, se le cruzó la idea más alocada de todas: tenerlo para así sentir sus manos y percibir su calor, ya le gustaba más de lo que ella misma había imaginado. Sabía que a diferencia de los hombres que solía tener, él parecía menos complicado y fácil de convencer o deslumbrar, y si no lo compraría al precio que fuera. ¿Qué pasaría si él aceptaba? Pues Diana sonrió ante la idea: lo tendría para sí y compartirían su cama cada vez que ella lo deseara. Un hombre joven que con ella podría tenerlo todo y ella con él mucho placer.  +++++++++++++++++++++++++ Hola, te doy las gracias por elegirla para tus lecturas. Te comento que se estará actualizando de uno a dos capítulos diarios, y será gratuita hasta completarse. Espero que sea agradable esta historia para ti y una vez más gracias. ¡Bienvenid@!

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