Capítulo 2: Lo que no se puede controlar

2255 Words
Anthony no deja de buscar la manera de hablar con Kate para preguntarle por su hijo. Sabe que es muy tarde para arrepentimientos, pero es mejor tarde que nunca. Y, por más que la sigue y acosa, todo se va al demonio porque nunca está sola. Sin embargo, como no es de los que se rinde tan fácilmente, no deja de seguirlos y por fin, cuando cree que es imposible acercarse a ella para saber de aquel bebé, encuentra su oportunidad. Ethan y Kate dejan en un hotel a la chica que lo dejó tirado en el suelo, pero también se baja con una niña, una que podría tener la edad de su hijo… Se disfraza para colarse dentro y simulando que se le ha caído la billetera, logra llamar la atención de la pequeña, la que es idéntica a su madre y eso le deja claro que es suya. Ya no tiene duda de nada. Pero va con Samira, por lo que no lo tendrá sencillo para hacerse con ella, así que moviliza a su gente para llevarse a la niña junto con la chica. En un par de horas tendrá entre sus brazos a su pequeña, a esa que estuvo a punto de matar, pero también a la mujer que lo ha dejado impactado. Y en lo que él organiza el sacarlas del hotel, Samira pide servicio al cuarto para poder ver la película que Emily quiere. Se preparan para eso y mientras tanto, hablan de cosas que para la pequeña son importantes. —¿Y de qué harías una empresa, mariposita? —le pregunta Samira mientras le trenza el cabello con mucho cuidado. —Una que haga casas para los gatitos y perritos abandonados, así no se mojarían cuando llueva. —Es una linda idea, pero para eso necesitas dinero y dudo que la gente compre casas para animales que no son de ellos. —Para eso haría eventos de beneficencia —dice la niña, Samira se ríe. —Has pensado mucho en esto, ¿verdad? —Sí, cada vez que no estoy haciendo nada importante. Se van a la sala, Samira le pide que se quede allí y que si llaman a la puerta no abra, aunque sea el servicio al cuarto. En lo que ella se prepara para ver la película y relajarse, a su mente regresa el día en que tumbó a Anthony y se da un par de bofetadas mentales porque no debería pensar en él. Ese hombre es peligroso y por más guapo e interesante que le parezca, por más que la haya impactado con ese encuentro que tuvieron en la oficina de Kate, acercarse a él es totalmente inaceptable. Llaman a la puerta del cuarto y sale de sus cavilaciones para ir a recibir la comida. Al salir ve que Emily está desparramada en el sofá y se ríe porque ni siquiera logró reproducir la película. Abre la puerta algo distraída sin dejar de sonreír. —Gracias por traer la comida… aunque no sé qué haré para que mi niña coma algo —fija la vista en la persona delante de ella y enseguida trata de cerrar la puerta, pero ya es demasiado tarde. Samira lucha por cerrar la puerta de la habitación, pero no lo consigue porque la fuerza de Anthony no se compara a la de ella. —¡Lárgate, idiota! —le dice ella empujándolo, pero esta vez Anthony le da pelea. —Esta vez no me vas a tomar desprevenido, mocosa —dice cerrando la puerta y preparándose para pelear con ella. Samira hace el intento de lanzarle un puñetazo, Anthony trata de bloquearla, pero en lugar de eso, la chica se agacha y barre con su pie derecho, tirándolo al suelo. Se lanza sobre él para golpearlo, logrando darle un puñetazo en la cara, hasta que Anthony toma el control, se gira y queda sobre ella. —Puedes conseguir que te deje inconsciente o te vas conmigo y mi hija —ella abre los ojos y niega. —¡Ella no es tu hija…! —No tiene caso que lo niegues, es idéntica a su madre y tiene la edad justa para que sea mía… ya sé que ella no ha perdido la memoria y también que no le hicieron el aborto que ordené que le practicaran. —¡¿Y me lo dices así tan calmado, cabrón?! —dice Samira tratando de quitárselo de encima, removiéndose bajo el cuerpo del hombre. —Puede que me veas calmado, pero no tienes idea del infierno que he vivido estos ocho años. —Me importa una mierda —sisea Samira—. Ordenaste matar a tu hija y a la que era tu novia, no me jodas con que ahora tienes remordimientos, porque le creería más a un político en campaña que a ti —Anthony acerca su rostro hacia ella con una sonrisa satisfecha, algo que Samira aprovecha para tratar de morderlo y él se queda con los ojos abiertos. —¡Vaya! Tú no dejas de pelear ni cuando ya perdiste —se mueve y la obliga a ponerse de pie sin soltarla, camina un par de pasos hasta que se da cuenta de que Emily está en el sofá. Se acerca al mueble y no puede evitar llorar de nuevo. «No puedo creer que ordené matarte, princesa… pero te prometo que vamos a recuperar todo el tiempo perdido, te lo juro. Papá te va a demostrar que te ama y nunca volveré a dejarte. —No seas pendejo, esta niña ya tiene padre, el que la amó desde que la conoció y no tienes idea de las cosas que ha hecho para cuidarla. —Tú, muchachita, eres muy malhablada, no deberías estar con mi hija —Lo malhablada me lo sacan los cabrones como tú —ella intenta zafarse, pero Anthony la pega a su cuerpo, dejando su rostro muy cerca del de ella. Samira se queda quieta, el tórrido aliento del hombre la deja congelada y el aroma que desprende la hace sentir cosas que ni los hombres de su edad lograron alguna vez provocarle. —Vamos a solucionar eso luego, ahora, toma a mi hija y vámonos de aquí. —¿Crees que me vas a llevar así, nada más? —Te estoy haciendo un favor, porque podría ahorrarme el trabajo con una bala entre tus ojos y listo. Ahora, toma a mi hija y camina conmigo… sin hacer nada estúpido, porque lo pagarás caro y ya no la verás más. Samira le dedica una clara mirada de odio, cuando por dentro siente cosas muy distintas. Con mucho cuidado toma a Emily entre sus brazos, la cubre con la cobija y aprovecha de apretar el botón de pánico de su teléfono para darle la alerta a la persona indicada. Anthony las saca del cuarto como si nada, guía a Samira por la escalera hasta el piso de abajo y luego sube al ascensor de servicio, nota que Samira está cansada y extiende los brazos para tomar a Emily, pero ella se aferra a la niña. —Estás cansada, dámela. —No te atrevas a ponerle un dedo encima, idiota. No te la daré, yo puedo cargarla —Samira no confía en él para nada, así que mejor no se arriesga—. «Apresúrate, Ethan…», suplica en su interior, rogando que Anthony no se dé cuenta de que va con el teléfono escondido entre la cobija. Anthony la saca por la parte trasera del hotel, aprovechando que a esa hora no hay nadie, y la sube a un auto. Ordena partir de inmediato del lugar y Samira trata de memorizar lo más posible las calles por donde se mueven, hasta que llegan a una casa a las afueras de la ciudad. Pero cuando ella cree que al fin han llegado a su destino, contenta de poder darle la ubicación a Ethan, Anthony mete la mano entre la cobija y saca el teléfono que tira por la ventana, mira a Samira con intensidad, con una mezcla de rabia y admiración, mientras que ella pasa saliva. —¿Creíste que no me había dado cuenta? A mí no se me escapa nada, mocosa. —Sólo Kate, hace ocho años, ¿verdad? —responde ella mordaz y Anthony sonríe satisfecho, porque aunque esté completamente perdida, no deja de ser ella. Hace un gesto para que los saquen de ahí y vuelven a moverse por la ciudad, aunque no tiene su teléfono, Samira se encarga de memorizar las calles porque de alguna manera buscará cómo decirle a Ethan dónde las han llevado. —Dame la talla de mi hija, para pedir que le compren ropa. —Tiene mucha, en la casa de sus padres —sisea Samira sin mirarlo. —No valoras en nada tu vida, mocosa. —Piensa lo que quieras, pero tú a mí no me conoces para nada, viejito —le dice ella gruñéndole muy cerca de su cara y Anthony abre los ojos cuando ella le muestra los dientes. «Cada palabra y gesto de esta mocosa me ponen más duro», piensa Anthony removiéndose en el asiento porque cierta parte de su cuerpo lo tiene incómodo. Finalmente, luego de casi una hora de moverse, llegan a una casa más sencilla, en una calle tranquila. Al entrar el auto, uno de los guardias se acerca a abrirle la puerta a Samira y la baja de un tirón, cayendo al suelo tratando de proteger a Emily del golpe y Anthony sale del auto hecho una fiera. Se acerca al hombre que trata de poner de pie a Samira tirando de ella a la fuerza, sin contemplaciones, y le da un fuerte puñetazo, para luego dispararle en la pierna con un arma con silenciador. —¡Idiota! Esta mujer es valiosa, no sólo porque va con mi hija, sino porque… ¡porque yo lo digo! —se guarda el arma y corre para ayudar a Samira a ponerse de pie—. ¿Dónde te golpeaste? —¿Por qué? ¿Vas a cantarme «sana, sana, colita de rana»? —le dice ella con sarcasmo—. No debiste dispararle, de todas maneras, los empleados actúan como hacen los empleadores, ¿no? —¡Yo jamás dañaría a una mujer que carga a un niño! —Ahora, porque los dos sabemos que antes hiciste cosas peores con mujeres cargando niños. Samira no pierde tiempo en esas cosas, camina al interior de la casa como si fuera suya, mientras que Anthony ordena que se lleven al tipo por ahí y lo rematen, se mete a la casa tras ella, y se da cuenta de que no está preparada aún para moradores, por lo que deja sentir el frío de la noche. Guía a Samira a la sala, en donde la sienta en un sofá cerca de una chimenea, se quita el saco y la cubre al notar que ella no va vestida para ese lugar. El primer instinto de la chica es quitárselo, pero si comienza a temblar la mariposita se puede despertar y debe seguir apelando a que tiene el sueño pesado. —Gracias —sisea con odio. —No hay de qué, me disculpo por la incomodidad de la casa, pero mis hombres no son delicados y no alcancé a dar muchas órdenes. —Se nota, la prioridad era robarte una niña que no es tuya —Anthony quiere responderle, pero mejor se dedica a encender la chimenea, que en menos de diez minutos ya está dando calor en la sala. Manda a salir a todos los hombres, pero que se queden apostados en la entrada. Mientras tanto, él se queda allí con Samira. Los brazos le duelen, por lo que se quita el saco que ya no necesita, se pone de pie y acomoda a la mariposita en el sofá, en donde queda bastante cómoda. —Ya mandé a preparar dos habitaciones para que puedan estar más cómodas y mandé a comprarles ropa… —A mí no me compres ni las bragas, cabrón, porque prefiero quedarme así antes de ponerme algo que tú me des… por la niña, no me queda más remedio. —¿Siempre eres tan arisca? —le pregunta con frustración. —Ya te dije, los babosos como tú no sacan lo mejor de mí —Samira se acerca a la chimenea para calentarse un poco más y cierra los ojos al sentir ese contacto del calor con su piel, deja salir un suspiro de satisfacción. Anthony se acerca a ella, parándose frente a Samira y la mira con intensidad. —¿Cómo la conociste? —le pregunta a la chica, quien permanece con los ojos cerrados. —No te importa —responde ella sin miedo. —¿De dónde eres? —insiste. —No te importa —vuelve a decirle y Anthony la toma por la cintura, pegándola a su cuerpo, sacándole un grito ahogado—. Suéltame. —No me importa lo que quieras… —le dice pegándose más a ella y bajando su boca. Puede sentir cómo el corazón de Samira bombea con fuerza en su pecho, igual que el suyo. Se acerca un poco más y puede sentir cómo ella deja de respirar. —Déjame… —le pide ella, pero no sale con la firmeza que debería. —No quiero… no puedo… —reconoce al fin—. Yo… Pero no dice nada más, su boca impacta la de Samira sin poder contenerse más, sorprendiendo a la muchacha por completo… y a él mismo.
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