Me aferré a la piedra fría, mi cuerpo temblaba con cada impacto. El roce de mi hilo se perdió en la violencia del placer. Yo era su mujer, su esclava, su prueba de poder en el jardín de su mansión. —¡Dime que lo vas a olvidar! ¡Dime que no lo vas a mirar! —exigió, intensificando el ritmo. —¡No voy a mirar a nadie! ¡Solo a ti! —grité, mi voz desgarrada, sintiendo la oleada del clímax subir por mi cuerpo. El orgasmo fue una liberación violenta y rápida. Alejo gruñó, su respiración se aceleró y me dio las últimas embestidas fuertes antes de soltar un rugido y rendirse dentro de mí. Se quedó pegado a mí, su cuerpo pesado y sudoroso, apoyándose en mi espalda mientras recuperaba el aliento. El jardín, antes un lugar de belleza, ahora era el escenario de mi rendición total. + Mis manos afer

