Hot

1505 Words
El amigo del hombre, un tipo alto y rubio que vestía un traje similar, se llevó una mano a la cara, conteniendo una carcajada ruidosa. —¡Oh, Alejo! ¡Esto lo superó! ¡Tienes que escribir un libro de citas! —dijo el amigo, casi doblándose de la risa. Alejo. Me gustó el nombre. Sonaba a frío, a poder. —Bueno, yo me voy con mis amigas. Gracias por ser un excelente novio falso, Alejo. Eres un salvador —dije, intentando deslizarme de su agarre. Pero él no me soltó. Por un segundo, sus ojos grises, antes fríos, se calentaron con una chispa peligrosa. Una sonrisa, pequeña, lenta, que solo curvó la comisura de sus labios, apareció. Fue devastadora. —Quiero bailar —ordenó, con esa voz que no admitía réplica. Su amigo, aún riendo, se encogió de hombros. —Los veo después, tengo que ir a por... bueno, por un buen trago, después de esto. Y así, nos quedamos solos. Me pegó a su cuerpo. Su mano en mi cintura era un ancla. La música nos envolvió. Comenzamos a bailar, pero no era el baile alegre de mis amigas. Era posesivo, lento, con una tensión que amenazaba con electrocutar a cualquiera que se acercara. Él me movía, me guiaba, sin dejar espacio entre nuestros cuerpos. Sentí el pulso de su deseo contra el mío. Me tomó la cara entre sus manos, y me obligó a mirarlo a los ojos. La música atronaba, pero su mirada era lo único que escuchaba. Y me besó de nuevo, esta vez con la intención de poseer. El beso fue un incendio. Profundo, exigente, caliente. Sus labios se movían con una experiencia que me hizo temblar. Yo me aferré a su cuello, sintiendo la dureza de su mandíbula. —Vamos —murmuró, rompiendo el beso con un sonido húmedo. Me agarró de la mano y me arrastró fuera de la pista. El mundo giraba. ¡Maldito whisky! Apenas podía caminar, y los tacones me hacían sentir como una marioneta sin cuerdas. * Me llevó por un pasillo oscuro, apartado del ruido principal, que llevaba a los tocadores. El ambiente aquí era de lujuria secreta, con parejas besándose en las sombras. Él no se detuvo hasta llegar a un rincón, casi a las puertas del baño de hombres. Me acorraló contra la pared fría. Su cuerpo grande y pesado se presionó contra el mío. El olor y poder me hizo suspirar. —¿Qué... qué haces? —logré decir, mi voz apenas un jadeo. Noooo… ¿Qué hago aquí? Nooo, ¿por qué detenerme? No lo volveré a ver. —Lo que me pides a gritos —respondió, su voz ronca y llena de intención. Me besó con una ferocidad que me dejó sin aliento. Mi mente gritaba que me detuviera; mi cuerpo respondía pegándose más a él. Su mano bajó por mi espalda. Sin romper el beso, sentí sus dedos expertos deslizarse bajo mi vestido. El tacto frío de su anillo de metal contra mi piel. En un movimiento rápido, apartó la tela fina de mis bragas. Sus dedos, duros y cálidos, se deslizaron dentro de mí. El impacto fue un gemido ahogado en su boca. Un completo desconocido, en un pasillo oscuro, haciendo esto. Era la locura, el pico de mi estupidez y la mejor sensación que había tenido en años. Me levantó un poco, y mi pierna se subió instintivamente alrededor de su cintura, rozando su entrepierna. Él se detuvo, retirando los dedos justo cuando mi mundo estaba a punto de explotar. Me miró a los ojos, con esos orbes grises completamente oscurecidos por la lujuria. Quiso decir algo, pero yo no lo dejé. Lo besé con desesperación, sellando su boca con la mía. Su ritmo dentro de mí se aceleró, preciso, experto. Sentí mi cuerpo arquearse, entregándome al placer. Cuando la sensación me hizo gritar en su boca, él retiró sus dedos, y yo gemí de frustración. Me miró con una sonrisa depredadora. Llevó sus dedos a mis labios, brillantes y húmedos. —Chúpalo —ordenó, la voz más baja, más controladora que nunca. Lo hice. Sin pensarlo, llevé sus dedos a mi boca, saboreando la locura, la excitación. Sentí el poder que tenía sobre mí. Él sonrió de nuevo, esa sonrisa que derrite. Llevó sus dedos a su propia boca, saboreándolos, mirándome con una expresión de triunfo que me hizo sentir pequeña y deseada a la vez. —Te quiero volver a ver. ¿Quién eres, nena? —me preguntó, deslizando mi cabello detrás de la oreja. El gesto fue tierno, un contraste brutal con lo que acababa de ocurrir. —Luna. La que tiene que irse antes de que mis amigas me busquen. Y tú tienes que olvidar esto —susurré, bajando de su cintura. La borrachera, de repente, se sentía como una pesadilla. Él me miró con esos ojos grises que ahora parecían más fríos que nunca. Me estaba analizando. —Luna —repitió, el nombre sonando como si acabara de firmar un contrato. —No me busques. Olvídame —rogué. Una vez más, esa sonrisa dominante, arrogante. —Eso será imposible. La oscuridad del pasillo me devolvió a la realidad, o al menos a la versión de la realidad que el alcohol me permitía percibir. La pared estaba helada contra mi espalda, un contraste agudo con el fuego que Alejo había encendido en mí. Él me miraba con una intensidad que era tan abrumadora como su reciente audacia. —Eso será imposible —había dicho, con esa sonrisa fría y dominante. Mi borrachera, que minutos antes era mi escudo, se convirtió en una oleada de atrevimiento estúpido. Me enderecé, intentando recuperar algo de dignidad en mis tambaleantes tacones. La vergüenza de que me viera sobria no era una opción; necesitaba ir al fondo con la locura. —Entonces... —Empecé, arrastrando las palabras, sintiendo la desesperación mezclada con el deseo—. Entonces, si el destino decide unirnos, podemos hacer todo lo que tú quieras. Me mordí el labio inferior con fuerza, luego me acerqué a él, acortando la escasa distancia. Llevé mi mano temblorosa a su rostro y, en lugar de besarlo, le mordí el labio, suavemente, en un gesto de absoluta provocación. Pude sentir cómo sus músculos se tensaban bajo el traje. Sus ojos grises, ya oscurecidos, se volvieron dos pozos de dominación. —Ahora debo irme —anuncié, separándome con un movimiento brusco, fingiendo indiferencia—. Ay, espero no encontrarme al pervertido. Aunque creo que me está esperando. Mis ojos lo buscaron por encima de mi hombro, y el pánico regresó. Si Tomás me veía salir sola, me seguiría hasta mi casa. Mi única salvación era el hombre de traje. —Te llevo —dijo Alejo, su voz un trueno grave que me hizo vibrar. Me giré, sorprendida—. ¿Dónde vives? —¿Seguro? —Le pregunté, ladeando la cabeza, desafiante. —Sí —dijo, dando un paso hacia mí, acorralándome de nuevo con su sola presencia—. Aunque yo también puedo ser un pervertido. Una risa, más de rabia que de diversión, se escapó de mis labios. Sentí que el alcohol me quitaba el filtro moral. —No me importa —escupí—. Estoy hasta el culo. Puedo follar contigo. Total, no te volveré a ver. Sin embargo, si me acuesto con aquel infeliz, saldré en las noticias de la universidad. No... no quiero eso. Alejo soltó una carcajada. Una carcajada genuina, profunda, que le sacudió el pecho. La primera que escuchaba. Era un sonido potente, liberador, que me hizo sentir extrañamente satisfecha. —La lógica del caos —comentó, negando con la cabeza, pero sus ojos brillaban con una diversión peligrosa. Me agarró del brazo, guiándome de nuevo hacia la salida. —¿Cuántos años tienes, caos? —me preguntó, mientras pasábamos junto a la pista de baile, esquivando a mis amigas que seguían bailando sin percatarse de mi ausencia. —Veintidós —le dije, alzando la voz por encima del ruido. —Ah —Su tono era de desdén condescendiente—. Muy chica. Me detuve en seco. Lo solté. No puede ser que me diga que soy muy chica, noooo, eso no. —¿En serio? —le reté—. Eso no pensabas cuando... Me acerqué a él de nuevo, mis manos rodearon su cuello, mis ojos miel fijos en sus ojos grises. Y lo besé. Un beso de reafirmación, de desafío, de calentura pura. —Estoy caliente —le susurré al oído, sin importarme el volumen, la gente o el decoro. Estaba más allá del punto de no retorno. Esta vez, no hubo risa, solo una inhalación brusca de su parte. Me agarró de la mano con fuerza, un agarre que era una orden, y me sacó de ese antro. El aire frío de Londres me golpeó la cara, y el golpe de realidad fue un mareo. Caminamos a paso rápido por la acera mojada por la llovizna. Y ahí estaba. La sombra grasienta de mi pesadilla.
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