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Alejo conducía con una mano firme en el volante. La otra, la que me importaba, estaba justo entre mis piernas. La tensión dentro del auto era tan densa y caliente que casi podía saborearse.
Su mano no se movía. Solo estaba ahí, un peso constante y posesivo sobre la tela de mi minifalda. Yo estaba nerviosa, completamente a su merced en esta burbuja de lujo. La proximidad del hilo bajo la falda solo hacía que la situación fuera aún más excitante y peligrosa.
—No me has dicho una palabra —dijo Alejo, su voz baja y ronca, sin despegar los ojos de la carretera.
Tengo miedo de meter la pata.
—No tengo nada que decir, Señor Blackwood —respondí, mi propia voz apenas un susurro.
—Mientes. Estás ardiendo. Lo siento a través de la tela. Esa minifalda... y esa camiseta... ¿Sabes lo qu
