Obedecí. Me senté con cuidado en su regazo. Él me agarró fuerte.
—No quiero que lo vuelvas a hacer —dijo, su voz baja y cargada de amenaza—. Te daré un castigo, Luna. No quiero pensar que otro hombre te toca, ¿entendiste?
—Sí —asentí.
—Bien. Ahora, acuéstate sobre mis piernas. Boca abajo.
Me levanté y me di la vuelta. Mi trasero terminó en su regazo, y el resto de mi cuerpo apoyado en el sillón. La falda de cuerina se tensó. Cerré los ojos, sabiendo lo que venía.
Me levantó la falda de cuerina hasta la cintura. Mi trasero quedó completamente expuesto. No había bragas para amortiguar el golpe.
De pronto, sentí un ardor seco y fuerte. El primer azotazo.
—Uno —dijo su voz grave—. No hay bragas, pero hay otro castigo.
El siguiente azotazo fue más fuerte.
—Dos —sentenció—. ¡Tienes que
