Taylor Smith

4242 Words
Verdaderamente pensaba que todo ese asunto del amor era una verdadera tontería. Odiaba a las parejas que se ponían en los bancos del parque y lo único que hacían era besarse. O las parejas que no decidían quien tenía que colgar primero, o a ese chico tierno, pero tan tierno que daban ganas de vomitar. Ni más que decir que odiaba el día de San Valentín, ese día en el que todo eran corazones  y rosas rojas. Una auténtica basura. Ni existía el príncipe azul, ni iba a venir en un caballo blanco, ni el amor iba a durar para siempre.     Caminaba por los pasillos siguiendo la ola de estudiantes que me arrastraba hacia la salida. Yohanna iba a mi lado hablándome de la nota tan baja que había sacado en el último examen de física; nota baja, pero sin embargo, había aprobado. En cambio yo, no había conseguido llegar al aprobado. El señor Thompson me había mirado decepcionado y enfadado mientras me daba mi examen. No era mi culpa ser una negada en física, incluso me costaba aprobar matemáticas. Suspiré y Yohanna me dio un pequeño empujón —    No te desanimes —me sonrió—. Aprobarás. ¿Aprobar? Esas no habían sido las palabras del Señor Thompson. ‹‹No vas a conseguir aprobar este trimestre, aprobaste los anteriores por suerte, parece que la suerte ya se te ha acabado›› Exacto, ya no tenía a Yohanna a mi lado para decirme nada en el examen. —    Ella, ¿Me  estas escuchando? Miré a Yohanna y me fijé en sus rasgos. Era morena, alta, y su pelo largo n***o estaba recogido en una cola alta. Sus ojos oscuros me miraban esperando una respuesta. —    ¿Qué? Ella suspiró. —    ¿Por qué no te buscas a alguien que te explique? Una profesora o profesor particular. —    ¿Y dónde busco eso? ¿Llevará muy caro? —    No lo sé, siempre puedes preguntar. Vamos a mirar en el tablón de anuncios. Ella tiró de mí, alejándome de mi camino hacia la salida. Nos acercamos a secretaria, al lado estaba el gran tablón de anuncios. —    A ver, a ver —dijo mirando entre los anuncios. Yo lo único que alcanzaba a ver era publicidad sobre viajes de estudiantes, cursos de español o italiano y alguna persona que vendía libros. —    Aquí —Yohanna llamó mi atención—. Clases particulares de física. Ponerse en contacto con Taylor Smith —mi amiga arrancó el papel y me lo dio—. Ahí tienes, problema resuelto. Miré la letra cursiva que estaba en el papel y el número de teléfono mientras caminábamos hacia la salida. —    Le hablaré esta tarde —doblé el papel y lo guardé en el bolsillo de mis jeans. Nos montamos en el pequeño coche de segunda mano de mi amiga. Tiré con fuerza de la puerta y la aguanté para que no golpeara mi cabeza. —    Prometo que algún día la arreglaré. Me metí dentro del asiento del copiloto y no tardé en ponerme el cinturón. Ir con Yohanna conduciendo debería considerarse un deporte de riesgo. Mi amiga arrancó y no tardé en agarrarme a la manilla. —    No puedo creer que nos queden meses de libertad; ni siquiera sé a qué universidad iré. —    Yo tampoco; de todos modos, nos queda casi un curso entero, es decir, solo estamos a Febrero —dije poniendo mis manos en la calefacción del coche para calentarlas. —    Tienes tiempo para decidirlo —me tranquilizó Yohanna—. Sé que estamos a Febrero, pero estoy deseando que llegue el verano, va a ser el mejor verano de nuestras vidas. Miré a mi amiga, que tenía una gran sonrisa en su rostro, como siempre. Era difícil verla triste o enfadada.  — Siempre decimos lo mismo, y al final lo único que hacemos es comer helado, ver películas e ir a la piscina algún día. —    Tenemos dieciocho, obviamente, este va a ser nuestro verano. Haremos planes, muchos planes —sonrió abiertamente. —    Adivino que estamos incluidas en los planes que hagan Robert y sus amigos. —    Si, algo así. Robert Dallas. Veinte años. Moreno, ojos oscuros, atlético, alto, simpático, muy divertido y reciente novio de mi amiga. —    Bien, final del trayecto —Yohanna paró frente a mi casa. —    Gracias por traerme —me desabroché el cinturón. —    Siempre es un placer. Le sonreí a mi amiga y salí del coche. Me colgué mi mochila y caminé a casa no muy contenta sabiendo la larga tarde de estudio que me esperaba. Saqué las llaves de la mochila y Yohanna pitó, me giré y moví mi mano de un lado a otro mientras la veía alejarse. Metí la llave en la cerradura y entré en casa, no tardando en poner la calefacción. Papá llegaba de trabajar a las siete y Aaron llegaba de la universidad a las cinco y media así que tenía una hora y media para mí. Eso significaba ducharme con música alta sin que mi hermano golpeara la puerta y se quejara del tipo de música que escuchaba.     Abrí los libros cuando mi hermano hizo acto de presencia en mi habitación; como no, entrando  sin llamar. —    Siempre que vienes entras en mi habitación para ver si he llegado de clases y estoy sana y salva. Aaron sonrió y se tumbó en mi cama. ­ —    Y da gracias a que salgo más tarde que tú y no puedo ir a recogerte al instituto. —    ¡Qué pena! Las chicas de mi instituto están deseando que dejes ver tu culo por allí. Aaron Bennet, veintiuno, pelo castaño claro y ojos marrones. Alto, atlético y guapo. Sí, tenía un hermano condenadamente guapo. Lo admitía, así que era normal que se ganara miradas de amor y suspiros cuando iba a recogerme al instituto. —    Bueno, tienes un hermano realmente atractivo. ¿Qué puedo decir? Egocéntrico, muy egocéntrico. —    He encontrado en el tablón de anuncios el número de alguien que da física. Clases particulares. —    ¿Física? Pensé que te iba bien —me miró con el ceño fruncido y los brazos detrás de su cabeza. Moví mi cabeza de un lado a otro. —He suspendido el último examen y voy a suspender, así que he pensado en esa solución. —    Yo podría ayudarte —se ofreció. —    Claro que sí, pero no me fio de que pueda aprobar mi siguiente examen contigo. —    Me daré una ducha —se levantó de mi cama. —    Te toca hacer la cena —le recordé—, y no vale pedir pizza, comida china o cualquier otra cosa. Aaron se apoyó en el marco de la puerta y me miró. — ¿Entonces? —    Quiero una ensalada, y pasta. —    ¿En serio pequeña? —asentí y el rodó los ojos—. Pediré comida china. —    ¿Qué? No, vamos Aaron. Hazlo por mí, por favor —puse la cara más adorable que pude y mi hermano suspiró. —    Está bien —salió de la habitación—. Solo por ti. —    ¡Eres el mejor! —alcé la voz. —    ¡Lo sé! —contestó.     Cuando papá llegó cenamos mientras ellos hablaban de Rugby, hasta que llegó el turno de preguntarme cómo me había ido el día. —    ¿Cómo te ha ido el día, cariño? —    Bien, he suspendido el examen de física —papá me miró y negó con la cabeza. —    Tienes que estudiar más. —    No es cuestión de que estudie más, es que no me entero. Aaron dejó de comer para intervenir en la conversación —Pregunta en clase. —    Lo hago, pero no es lo mismo, tiene más alumnos. Encontré en el tablón de anuncios el número de un chico que da clases de física. —    ¿Lo conoces? —preguntó mi hermano. Junté mis labios en una fina línea y negué con la cabeza. —    Bueno, habla con ese chico, a ver cuánto lleva por las clases y hablaremos. Asentí.   Después de ayudar a Aaron a recoger la cocina, corrí por las escaleras hasta llegar a mi habitación y encerrarme en ella como siempre hacía. Busqué el papel en el bolsillo trasero de los pantalones y volví a dejar los pantalones en la silla—donde toda la ropa se acumulaba durante la semana— y me tiré en la cama con el móvil. Guardé su número en mis contactos y le hablé.   Stella Bennet: Hola, soy Stella y he visto tu anuncio de que das clases de física en el tablón de mi instituto. Me gustaría saber cuánto llevas la hora. Gracias. :)   Me desconecté y miré al techo blanco. Mi móvil no tardó en vibrar y lo miré.   Taylor Smith: Hola, soy Taylor.         El hecho de que él tuviera puesta una foto con sus amigos de perfil me hacía querer volverme loca. ¿Quién sería de todos ellos? Yohanna observaba la foto de perfil de Taylor mientras estábamos esperando a que las palomitas se hicieran. —    Espero que sea el más guapo —dijo señalando a uno de los castaños que aparecían en la foto. —    Y yo, por supuesto —reí y me apoyé en la encimera de la cocina. —    ¿Cuándo habéis quedado? —    Lunes. El microondas no tardó en sonar, saqué las palomitas con cuidado de no quemarme y las eché en un cuenco de cristal. —    Hola Yoha —Mi hermano entró en la cocina sin camiseta, enseñando su perfecto abdomen. —    Hola Aaron, ¿No tienes camisetas? —dijo está cogiendo una palomita y metiéndosela en la boca. —    No para ti —le guiñó un ojo y le di un empujón. —    Deja de hacer eso, vamos a ver una película de miedo y deberías ponerte algo, vas a resfriarte. —    Es viernes y la calefacción está puesta, Ella. —    Lo sé, salimos mañana, si es lo que te estás preguntando. —    Exacto. Papá ha quedado a cenar con amigos de su empresa y yo salgo dentro de un rato. ¿Se quedará Yohanna aquí esta noche? Miré a mi amiga que ya estaba en el salón poniendo la película. —    No, se irá a su casa —Aaron asintió. —    Avísame si tienes miedo cuando te quedes sola, volveré y te abrazaré mientras duermes. Lo empujé haciendo que el soltará una carcajada. Su mano alborotó a mi pelo y huyó cuando me quité una zapatilla. Yohanna me esperaba comiendo palomitas salvajemente. —    Tu hermano está muy bueno, si no tuviera a Robert, me lo tiraría. Rodé los ojos y le quité el cuenco de palomitas cuando me di cuenta que se las iba a comer todas.                   El lunes llegué a casa corriendo para que me diera tiempo a ordenar la habitación. Hoy venía Taylor y mi habitación daba miedo de lo desordenada que estaba. Tiré la maleta a un lado para empezar a doblar ropa y a guardarla en mi armario. Empujé con mi pie los zapatos debajo de la cama y dejé el escritorio en orden, colocando dos sillas para que pudiéramos sentarnos. Puse las manos en mi cintura, mirando orgullosa lo recogida que había quedado mi habitación.   Nota mental: No abrir el armario.   El timbre sonó y bajé. Respiré hondo, no sabiendo qué iba a encontrarme tras la puerta. Puse la mano en el pomo y abrí. El chico se giró para que pudiera verlo mejor. Era alto, su pelo castaño estaba peinado hacia arriba y sus ojos verdes eran preciosos. —    Hola —sonreí tras la observación y lo dejé pasar. —    Hola —entró y me miró. —    Sube, nos pondremos en mi habitación. Lo seguí por las escaleras y me dediqué a observar su trasero en esos pantalones vaqueros que llevaba. —    Es esta —señalé a la habitación de la izquierda. Ambos entramos y cerré la puerta —    Tengo que decirte que soy pésima en física, para que tengas paciencia. —    No te preocupes, tengo mucha. Él sacó una libreta y un bolígrafo azul de su mochila. —    ¿Sabes cuándo son los próximos exámenes? —    No, aun no. Él tomó asiento y me senté a su lado, dándome cuenta que el escritorio era demasiado pequeño. Le enseñé lo que estábamos dando pero él empezó a repasar desde el principio. Haciendo apuntes en mi cuaderno, mirándome mientras me explicaba y yo lo miraba atentamente. Estaba nerviosa, ni siquiera sabía que cara poner. ¿Estaría mirándolo con cara de tonta? Lamí mis labios y observé lo guapo que era. Yohanna no iba a creérselo. Parpadeé intentando concentrarme en lo que Taylor me decía por si después me preguntaba. ‹‹Como te pregunte y no sepas de qué te está hablando vas a parecer retrasada››   A pesar de que estaba nerviosa, la hora se me pasó volando. Taylor miró su reloj. —    Bien, hemos acabado. Como ya sabes, me pagas a final de mes. —    Si —dije cerrando mi cuaderno y dejando la calculadora encima. Lo observé mientras que él guardaba las cosas en su mochila. —    ¿Qué quieres estudiar? —sus ojos verdes se posaron en mí. —    Aún no lo tengo decidido —me encogí de hombros y él sonrió. —    Imagino que no una carrera de matemáticas —se colgó su mochila. —    Imaginas bien —le sonreí y caminé hacia la puerta de mi habitación. La abrí para él y este pasó. Lo acompañé a la puerta y volví a abrirla para que mi acompañante saliera. —    Bueno, hasta el viernes —me sonrió. —    Adiós. Él se giró y cerré la puerta cuando bajó las escaleras del porche. ‹‹ ¿Qué clase de creación divina me había mandado Dios para que me diera clases? ›› Subí las escaleras corriendo, estaba nerviosa por contarle a Yohanna. Entré en mi habitación cerrando la puerta detrás de mí. Cogí el móvil y abrí la conversación de Yohanna.   Stella Bennet: ¡Es el guapo! Yohanna Rebelo: ¡Hasta suerte tienes!       Miré la silla donde él había estado sentado y la llevé al cuarto de Aaron. Cuando entré en su cuarto y la dejé, miré la cama de Aaron para después mirar la cama de Bryan. No sabía nada de él desde hacía dos semanas, esperaba que llamase pronto para saber cómo estaba. Salí de la habitación y cerré la puerta detrás de mí cuando Aaron apareció por las escaleras. — ¿Qué hacías ahí? —me preguntó. —    Cogí la silla de tu habitación para la clase. —    ¿Ya se ha ido? —miró hacia mi habitación. Asentí—.  ¿Y cómo te ha ido? —    Es guapísimo —dije. Aaron me miró alzando una ceja y sonreí abiertamente ante su mirada. —    ¿Has prestado atención  o te has dedicado a observar lo guapo que era? —entró en su habitación y lo seguí. —    Ambas cosas. En serio, es muy guapo. —    ¿Qué edad tiene? —preguntó y fruncí el ceño. La verdad es que no la sabía. —    No lo sé. Quizás veintiuno o veintidós. —    Muy grande para ti —mi hermano dejó su mochila encima del escritorio y reí. —    No he dicho que vaya a salir con él, solo te he dicho que es guapo —salí de su habitación. —    Tendré que verlo para ver si es guapo —sonreí y negué con la cabeza. Escuché la puerta de casa abrirse y bajé para recibir a papá. Lo abracé y besé su mejilla. —    Hola cielo —dijo quitándose su abrigo—. ¿Cómo fue tu día? —preguntó. —    Entretenido —seguí a papá a la cocina—. ¿Y el tuyo? —le pregunté mientras él abría el frigorífico para ver que preparaba de comer. —    Agotador. Papá trabajaba en logística en una empresa de transporte. —    ¿Sabes algo de Bryan? —Papá negó con la cabeza—. Llamará pronto —dije al ver su mirada de preocupación. —    ¿Hoy has tenido las clases, no? —dijo mientras preparaba unos sándwiches y yo lo ayudaba. —    Sí. —    ¿Cómo fue? —    Muy bien —me encogí de hombros. —    Ella se ha enamorado —Aaron apareció en la cocina para poner la mesa. Papá me miró alzando sus cejas en sorpresa. —    Claro que no. Solo dije que era guapo, eso no significa nada. —    ¿Es mayor que tú? —preguntó mi padre. Asentí—. Ten cuidado. Rodé los ojos. — Que sea guapo no significa que le vaya a pedir matrimonio —papá sonrió.       Asentí mientras que Taylor me explicaba algo. — Si la elongación es negativa, la partícula se encuentra a la izquierda de la posición de equilibrio. Podemos saber si se acerca o no se acerca a dicha posición dependiendo del valor de la fase. Así, si la fase está entre  y  radianes la partícula se aleja, y si está entre  y 2  la partícula se acerca. Me miró esperando que dijera algo. — No lo he entendido —dije al fin. Taylor se puso más al borde de la silla, acercándose más a mí, intenté no temblar como un flan y no mirar mucho sus ojos. Taylor dibujó un círculo y lo partió en cuatro. Volvió a explicármelo lentamente, preguntándome cada vez que hacía un paso. —    ¿Lo has entendido? —dejé de mirar el cuaderno para mirarlo. Sus ojos verdes me miraban expectantes. —    Sí. —    ¿Sí para que me calle? ¿O si porque lo has entendido? —alzó una ceja. —    Sí porque lo he entendido —Taylor sonrió y continuó. Él siguió hablando, escribiendo cuentas en el cuaderno mientras yo prestaba atención.   Cuando llegó la hora de terminar, Taylor empezó a guardar sus cosas mientras yo cerraba el cuaderno y lo ponía todo en orden en el escritorio. —    ¿Sales hoy? —preguntó. —    No, demasiado frío. —    ¿El frío te detiene? —me miró y sonrió de lado. —    Sí cuando mi temperatura corporal está a menos grado que la normal —Taylor sonrió ampliamente—. ¿Que estudias? —abrí la puerta de mi habitación y lo dejé pasar. —    Ingeniería eléctrica. —    Vaya, una carrera interesante —respondí siguiéndolo por las escaleras. —    Sí, mucho —Taylor fue a abrir la puerta de entrada pero alguien la abrió desde fuera antes que él. Aaron entró y nos miró. —    Hola —saludó a Taylor—. Soy Aaron —ambos se estrecharon la mano. —    Taylor. —    Nos vemos el lunes —salió. —    ¡Adiós! —le sonreí y él me sonrió de vuelta. Aaron cerró la puerta y se quitó el gorro n***o de la cabeza. — Es guapo. —    Lo sé —me giré con una sonrisa amplia. —    No te enamores pequeña, esos chicos no se enamoran de chicas como tú —me giré intentando hacerme la ofendida. —    Gracias, Aaron. Yo también te quiero. Mi hermano me dio su mochila y se quitó el abrigo mientras ambos subíamos las escaleras. ¿Qué diablos llevaba en la mochila? Ni siquiera llevaba un minuto cargándola y ya me dolían los brazos.   Tenía que ponerme a hacer deporte. Pero esta vez en serio, y sola. La compañía de Yohanna no era muy buena si querías ponerte en forma. Ella era de las típicas que hablaba todo el tiempo mientras corríamos; decía cosas incoherentes que me hacían reír sin fuerzas y al final acabábamos tumbadas en el césped de algún parque comiéndonos un helado. Dejé la mochila de mi hermano encima de la cama. — No es que no te vea guapa o algo así, Ella. Es solo que no juegas en su liga. —    No juego en su liga... Claro, no era una chica con complejo de modelo que aparentara veinticinco años. Mi pelo no era brillante y sedoso, medía un poco más de un metro y medio y no iba desmayando a los chicos a mi paso. —    ¿Piensas que me gusta? Es decir, ¿Crees que estoy enamorada de él como si tuviera quince años? Aaron se quedó mirándome fijamente. — Sí, eso pienso. —lo miré sería y después reí haciendo que mi hermano frunciera el ceño levemente y cruzara los brazos, haciendo que los músculos de sus brazos se apretaran en su fina camiseta de mangas largas. —    Aaron, que piense que un chico sea guapo no significa nada. Creo que eres un exagerado. Me gustan muchos chicos a lo largo del día. Cómo ese chico nuevo que han puesto de cajero en el supermercado, o cada chico guapo que pasa por mi lado. —    Mi hermana tiene un problema de hormonas —negó con la cabeza. —    Claro que no. Me hago mayor, Aaron —suspiré haciendo que esta vez mi hermano riera. Entré en mi habitación y cerré la puerta detrás de mí. Respiré hondo y corriendo cogí el teléfono antes de ponerme a estudiar. Me quedé mirando mi escritorio, era viernes. Tendría todo el fin de semana para hacerlos. Decidí llamar a Yohanna. —    ¿Cómo ha ido tu clase con ese adonis? —dijo mi amiga nada más descolgar el teléfono. Solté una carcajada. — Muy bien, muy bien —sonreí y me tumbé en la cama— ¿Vas a hacer algo esta noche? — le pregunté. —    He quedado con Robert. ¿Quieres venirte? No me iba lo de sujeta velas, la verdad. Tampoco había aprendido a tocar el violín, así que lo más inteligente era decir que no. —    No, gracias. Tengo que dejarte, voy a ver qué hago de cena. —    Vale, hablamos. Colgué y miré el techo blanco de mi habitación. Nunca había tenido novio. Solo había dado mi primer y único beso a un chico italiano que vino a mi instituto de intercambio. Ya está. Mi relación con el sexo masculino era nula, casi inexistente.     Me di una ducha escuchando música y después de ponerme mi pijama bajé las escaleras para ver a papá hablando por teléfono. —    Sí, hijo, nosotros también te queremos... Vale... no lo haré... Adiós, adiós — colgó y me miró—. Era Bryan. Dice que está bien y que nos quiere. —    ¿Cuándo volverá? —    No lo sabe, espera que pronto —asentí y papá empezó a subir las escaleras—. ¿Por qué no pides pizza? —    ¿Atún y anchoas? —le pregunté. —    Atún y anchoas. Pedí tres pizzas familiares porque mi padre y mi hermano se comían una pizza entera. Ellos solos, engullendo cada trozo. Me senté en el sofá y encendí la televisión. Aaron no tardó en bajar en pijama y se sentó en el sofá de al lado sonriéndole al móvil. —    ¿No sales hoy? —Aaron negó con la cabeza y volvió a sonreírle a la pantalla del móvil—. ¿Con quién estás hablando? Aaron me miró y sonrió de lado, con esa sonrisa que hacía que a cualquier chica se la cayesen las bragas— Pequeña, soy un chico muy solicitado. —    Que juega en una liga superior. —    Exacto, una liga superior. ¿No te habrá molestado lo que te dije, verdad? Negué con la cabeza. Ya había aceptado que yo nunca estaría en la misma liga que mi hermano o por ejemplo Taylor. Pero me daba exactamente igual. No tener a chicos alrededor de mí todo el tiempo no era un problema, es más, estaba feliz de que fuera así. Ni tenía tiempo ni tenía ganas de prestarle demasiado tiempo a alguien.       Estaba bien sola. Aunque admitía que a veces me gustaría tener a alguien que me quisiera, me besara y me abrazara. Que le gustara por ser yo misma. Pero eso no iba a ocurrir. Primero porque yo no era una chica sociable. La mayoría de las veces que algún chico se acercaba, Yohanna hablaba alegremente con él, mientras yo me quedaba al lado sin hablar, porque no tenía nada interesante que decir. Después el chico me miraba, dándose cuenta que estaba ahí. Si hablaba, siempre solía decir alguna gilipollez, así que siempre me dedicaba a observar. Así me daba cuenta si era de fiar y no. Y siempre acertaba. —    Ha llamado Bryan —dije teniendo ahora toda la atención de Aaron—. Está bien y que quizás vuelva pronto. Aaron suspiró. — Espero que sea verdad.      Llevábamos un año sin ver a Bryan. Él estaba en Afganistán, en el ejército. Rezaba todas las noches por él para que llegara a casa sano y salvo. Él era el mayor de los tres y siempre nos había cuidado. Había hecho la cena para nosotros cuando papá había llegado tarde de trabajar. Me había ayudado con mis deberes y había intentado enseñarme con catorce años defensa personal. Fracaso absoluto. No me lo tomaba en serio. Había defendido a Aaron en muchas peleas y a mí se había encargado de decirme todos los días lo especial que era. Recordaba su pelo rubio, sus ojos marrones, la media sonrisa que ponía y como se cerraban sus ojos al sonreír. —    Lo echo de menos. —    Yo también —dijo Aaron levantándose cuando llamaron a la puerta—. ¿El dinero está en la entrada? —asentí.   Yohanna no había venido a clases. Había olvidado mi cartera en casa y no tenía dinero para coger el autobús. Había llamado a Aaron para que me recogiera, pero no daba señales de vida. Así que caminé por las frías calles de Chicago, camino a casa. Ed Sheeran sonaba en mis auriculares haciendo que quisiera cantar en voz alta.   Había estado investigando y había encontrado el f******k de Taylor. Por lo que había estado stalkeando los últimos días, pero no se conectaba mucho. No es que hubiera tenido que investigar mucho, intercambiamos nuestros correos electrónicos el primer día. Taylor Smith.   Había miles de Taylor Smith en f******k, pero su foto resaltaba del resto. Su pelo castaño y sus ojos verdes, con esa sonrisa que me hacía sonreír a mí también. Le envié una que tenía con una chica a Yohanna. Ella me dijo que conocía a la chica. Así que, como buena investigadora que era, entré en ** y busqué a la chica. Busqué en las personas que la seguían y encontré el ** de Taylor.   Alguien se puso a mi lado y me asusté ante su cercanía. Me quité los auriculares para después observar el rostro de esa persona. — ¿Te he asustado? —sonrió Taylor. —    Sí, un poco. —    ¿Vas a casa? —asentí— ¿Cómo? —    Hoy me toca andar. —    Tu casa está un poco lejos de aquí, ¿no crees? ¿No coges ningún transporte? Negué con la cabeza. — Olvidé la cartera. —    Vamos, te acercaré. Cuando llegues a tu casa estarás congelada y será la hora de la cena. —    Oh no, no te preocupes. —    De verdad, no me importa acercarte, todo fuera eso. Lo seguí hasta su coche y me monté en el asiento del copiloto. Dejé la mochila en mis pies y me puse el cinturón. — Ya pronto entraremos en primavera —dijo encendiendo la calefacción. —    Espero que no sea como la del año pasado —murmuré. Taylor arrancó y salió del aparcamiento. La radio no estaba puesta y el silencio era bastante incómodo para mí porque estaba demasiado nerviosa. No tendría por qué estarlo. —    ¿En qué instituto estás? —preguntó sacándome conversación. —    Charlestown. El empezó a contarme algo sobre su vida. Le gustaba viajar y solía ir a correr. Me contó en los sitios que había visitado e intentaba que le contara algo sobre mi vida. Cuando paró frente a casa me giré y le sonreí. —    Gracias por acercarme. —    No tienes que darlas. Me bajé del coche y me colgué mi mochila para después cerrar la puerta. Antes de que pudiera subir las escaleras del porche, él ya se había ido. Suspiré y me senté en los escalones al sentirme así. ¿Qué me estaba pasando?
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