El olor a medicina inundaba aquella habitación, sentía su garganta seca y los ojos rojos de tanto llorar. Estaba acostado sobre aquella cama con apenas una colchoneta, el movimiento de sus brazos estaba impedido por la camisa de fuerza que tenía puesta. Abrió un poco sus ojos y pudo ver al hombre que entraba y salía de él, sus ojos estaban abiertos y su boca emitía jadeos, una lagrima cayó nuevamente de su rostro al aceptar la realidad que lo rodeaba. Por mas que intentara moverse sería imposible, las drogas que le inyectaban le hacían perder el control de su cuerpo, estaba sobre esa camilla como si fuera un muñeco.
Los gemidos de ese hombre llenaban la habitación blanca, esta contaba con apenas una puerta para dar acceso y una ventanilla.
El chico dirigió su mirada al techo. Sus ojos vacíos contemplaban la bombilla que parpadeaba sobre ellos débilmente, los cerró con fuerza imaginando que estaba en otro sitio sonriendo, disfrutando junto con desconocidos de una vida mejor. En un lugar diferente a ese infierno al que se veía sometido.
—Ah—Gimió el hombre entre sus piernas vaciando su semen en el condón. Al menos tenían la sutileza de usarlo.
Cayó sobre él como peso muerto dando lamidas en la piel del cuello que estaba expuesta. Sentía mucho asco y repulsión, sentía como si fuera una víbora la que rastrillaba la lengua en su piel. Quería matar a ese tipo.
—Eres una puta— Susurró en su oído dejando que su repugnante aliento chocara contra él.
Se puso en pie y se acomodo los pantalones, no se tomó la molestia de acomodarle la ropa al pequeño dejándolo con los pantalones abajo expuesto al frío. Pero eso ya le daba igual.
—En unos minutos viene el siguiente— Dijo, cerrando la puerta desapareciendo de su vista.
Oliver no se inmutó, contemplaba el techo blanco preguntándose si algún día iba salir de allí. Miles de lagrimas bañaron su rostro demacrado y débil. Deseaba morir. Deseaba desaparecer y renacer en otro cuerpo, con una vida mas digna. Ya no sabía que hacer, se sentía desesperado quería que un rayo lo atravesará y acabara con su miserable vida.
Ya nada parecía tener sentido.
Respiraba tratando de calmarse. Se preguntaba si había alguien que pensara en él. Sabía que no. Su cuerpo empezaba a despertar de la anestesia, un dolor en su parte baja lo atacó, se quedo quieto para que no le doliera tanto. El cabello que se le pegaba al rostro a causa de la lagrimas le empezaba a molestar, pero no había manera de quitárselo así que debía soportar.
Sentía unos inmensos deseos de vomitar, un escalofrío empezó a recorrer su cuerpo. Cerró los ojos tratando de no pensar en lo que acababa de pasar aunque las imágenes se dibujaban en su mente de una manera aterradora. Quería que todo acabara pero por mas que lo intentaba no parecía haber salida.
En ese momento se preguntó como estarían las cosas afuera, desde que había pisado ese sitio fue privado de su libertad, no hacía contacto con nadie sólo con los enfermeros y doctores que drogaban y violaban. Apenas había un par de ellos que no lo tocaban, simplemente iban y cumplían su deber de alimentarlo pero eso no hacía menor el odio que sentía, ellos eran cómplices por callar las cosas.
Se sentía sucio, mancillado, ahora en su vida nada tenía sentido. Sentía que su cuerpo y su vida ya no le pertenecían, ya se sentía resignado a ese infierno, el miedo ya estaba en un segundo plano ahora solo el odio ocupaba su lugar.
No podía recordar nada de su vida pasada, era como si su mente se hubiera bloqueado no venían imágenes de él sonriendo o disfrutando. Solo podía recordar a aquel maldito doctor abusando de él junto con otros enfermeros. A su malnacido tío arrastrándolo a aquel sitio para quedarse con la fortuna que había heredado de sus padres.
Sólo eso.
Sólo aquel día.
Fue hace seis meses.
—No quiero que vayan de viaje— Hizo un tierno puchero—. Llevenme con ustedes.
Su mamá lo miró de manera reprobatoria.
—No puedes, Oliver — Acarició sus cabellos—, no puedes faltar a la universidad.
—Tu mamá tiene razón, Oliver —Dijo su papá tomando las maletas para subirlas al auto—. No te preocupes, solo tardamos un par de días.
—Nanami te va a cuidar—Dijo su mamá, abrazándolo—, no te preocupes.
—No quiero quedarme solo—Se aferró a ella.
—No seas trágico—La mujer miro a la anciana que estaba tras ellos—. Por favor, Nana. Te lo encargo.
—No se preocupe, señora, voy a cuidar muy bien del joven Oliver —La mujer le sonrío.
—Bien, mi pequeño—Le dio un beso en la frente— Pórtate bien, recuerda que te amo.
El pequeño le dio una beso en la mejilla.
—Sí, mamá.
Su padre se acercó y le dio un beso en la cabeza. Sin más Oliver vio a sus padres partir, se iban a un viaje de negocios fuera de la ciudad.
Resignado entró de nuevo a la casa y se encerró en la habitación, al menos se distraería haciendo tareas.
Oliver despertó sin ganas de nada, arrojó las cobijas al suelo y dio vueltas en la cama hasta que decidió ponerse en pie. Bajó con su pijama al comedor para desayunar, pero se sorprendió al no ver el desayuno servido como era costumbre, preocupado empezó a caminar por la casa y se encontró con Nanami llorando junto al teléfono.
Preocupado se acercó a la anciana y la tomo en sus brazos.
—Nanami, ¿qué sucede?— Era la primera vez que la veía llorar.
La mujer lloró un poco y después de unos minutos se calmó, lo observó durante unos minutos ¿Qué sería del pequeño Oliver ahora?
—Oliver — Tomó su mano con cuidado—, tus padres... Los señores Beckham tuvieron un accidente en el automóvil.
El pequeño se estremeció, las lágrimas se acumularon en sus ojos.
—¿Cómo están?, ¿en qué clínica los tienen?
La mujer negó con la cabeza.
—Al parecer los frenos les fallaron y se estrellaron—Miró a Oliver a los ojos—. No sobrevivieron.
El pequeño asimiló las palabras,ellos no pudieron haber muerto apenas ayer se habían despedido. No era verdad.
Se apartó de la anciana y subió corriendo a su habitación a llorar ¿Ahora qué haría?
Él debió haberse ido con ellos, acompañarlos de ese modo los tres estarían muertos y no estaría solo en ese momento. Lloraba desconsoladamente en su habitación, nunca más los volvería a ver o abrazar.
Oliver fue al velorio con el corazón destrozado, Nanami lo acompañaba en todo momento negándose a dejarlo solo después de todo ese pequeño era el hijo de la mujer que ella había criado y era su deber velar por él.
Ahora se encontraba en su habitación llorando, tenía apenas veinte años. Sus padres habían fallecido. La oscuridad reinaba y solo se podían escuchar sus sollozos, se sentía solo abandonado y con temor de lo que sería ahora su vida.
Sólo le quedaba su tío quien lo odiaba, siempre se lo había demostrado desde que era un niño pero sus padres no pensaban mucho en ello. Ahora entendía que debía valerse por si mismo aunque le resultara difícil.
Nadie podía imaginar el odio que podía albergar Alexis hacia Oliver , hasta ese día en sus padres murieron.
Se encontraba en su habitación observando la nada, las lagrimas bañaban su rostro de una manera terrorífica. Nunca mas volvería a ver a sus padres, el simple hecho de no volver a escuchar la voz de su madre le dolía ¿Cómo pudo ocurrir algo como eso?
— Necesitamos hablar Oliver — interrumpió su tío en la habitación sin importar lo que vivía Oliver .
—No veo de que— Contestó con desdén.
—De la herencia de tus padres
— ¿Piensas en una herencia?— Lo miró con odio—. Ellos acabaron de morir
— Eso no importa, vamos a hacer la repartición de bienes—Alegó.
En el fondo el hombre estaba convencido de que su querido hermano le había dejado una parte de su preciada fortuna, esperaba ansioso por ello y no iba a permitir que los lloriqueos de un niño retrasaran sus planes
— No quiero— El pequeño le dio la espalda.
Su tío se acerco airado y lo jaló del brazo
— Lo vamos a hacer ahora quieras o no.
—Te he dicho que no quiero—Se soltó de su agarre.
—Ahora no, Oliver Beckham— Lo tomó del brazo de nuevo—El abogado de la familia nos esta esperando en el despacho de tu padre así que apresúrate.
Oliver fue arrastrado al despacho, allí su tío lo soltó dejando desconcertado al abogado.
—Lo siento, es un chico difícil.
Sin darle mucha importancia el abogado saco unos papeles de su maletín, Oliver se sentó en uno de los sofás con desinterés ¿Cómo su tío podía ser tan malnacido? Su hermano había muerto apenas unos días antes y solo pensaba en el dinero que este había dejado.
El abogado leyó los documentos y le regalo una mirada a Alexis.
— ¿Qué ocurre?— Preguntó preocupado.
— Bueno— Miro a Oliver nervioso—, el testamento que dejo su hermano estipula que Oliver es el único heredero de toda la fortuna.
Alexis quedo en shock ¿cómo que su hermano no le había dejado nada?
—Eso no puede ser— Cruzó los brazos— Mi hermano no me haría eso.
El abogado le extendió los papeles.
— Ahí lo dice bastante claro.
Con desconfianza Alexis le arranco el papel y lo leyó. Apretó los dientes y soltó un gruñido. Su hermano era un imbécil. Miro a Oliver con ira, ese maldito se había quedado con lo que le pertenecía salió molesto de allí dejando al pequeño solo con el abogado.
Ya había pasado una semana desde la tediosa charla con el abogado, Oliver estaba en su habitación ensimismado en sus pensamientos, últimamente se negaba a salir o asistir a la universidad. Se sentía desganado y se la pasaba todo el día llorando, se negaba a recibir visitas y a duras penas cruzaba palabras con Nanami.
—Oliver , tu tío te espera abajo— Dijo la mujer interrumpiendo en la habitación.
— No quiero ir a hablar con el—Alegó
— Oliver , solo ve, por favor—Dijo la mujer con dulzura.
Oliver la miró por unos minutos y terminó cediendo, quería que su tío se largara y dejara en paz.
Al bajar se encontró al tipo sonriente en uno de los sofás batiendo un whisky en el vaso, Oliver se puso en pie frente a él con el ceño fruncido.
—Hola, Oliver .
—¿Qué quieres?—Lo miraba fijo.
—Nada, solo vine a charlar un poco contigo.
En eso llego Nanami y puso un jugo frente a Oliver . El pequeño le dio las gracias y bebió un sorbo, observó a su tío que permanecía calmado y sereno, eso no era bueno. Sintió un leve mareo pero mantuvo la compostura.
—¿Qué quieres?—Preguntó de nuevo a su tío.
—Ya te dije Oliver —Sonrío ladino—. Voy a hablar contigo— El pequeño frunció el ceño—. Como sabes tu eres el heredero de la editorial de tus padres, pero ¿Sabes? existe un modo para que no lo puedas hacer—Oliver abrió los ojos—. Sí, si posees una discapacidad mental no lo podrás hacer.
Oliver se puso en pie precipitado sintiendo de nuevo un golpe en su cabeza.
—¿Qué rayos quieres decir?
—Quiero decir que a partir que ahora estarás internado en un hospital psiquiátrico.
Oliver llevó las manos a su cabeza, todo le estaba dando vueltas. Los sonidos le empezaron a sonar lejanos, le dirigió una mirada de odio a su tío.
—Y el plan comienza ahora—Alcanzó a escuchar.
Después de eso todo se puso n***o.
Oliver despertó confundido en una habitación blanca pequeña, alterado se puso en pie mirando todo a su alrededor. Trató de recordar lo sucedido y la última imagen de su mente era la de su tío sonriendo. Se acercó a la puerta y la empezó a golpear de manera desesperada.
—¡Sáquenme de aquí!—Gritó—¡Sáquenme!
Sin darse cuenta lloraba de manera desesperada en aquella habitación blanca, el terror y la incertidumbre lo llenaba, no sabía que le esperaba pero fuese lo que fuese no era bueno. Sus labios empezaron a temblar, en sus fosas nasales se colaba un aroma a hierro que le secaba la garganta.
—¡Sáquenme!
En eso la puerta de abrió de golpe, un enfermero con el ceño fruncido entro a la habitación sosteniendo en sus manos una camisa de fuerza, de inmediato Oliver dio un paso atrás mientras se abrazaba a si mismo. El enfermo se acercó y detrás entró otro tomando a Oliver para colocarle la camisa.
—¡Yo no tengo que estar aquí! —Gritó, escabulléndose—Yo no estoy loco ¿Qué demonios hacen?
—Eso dicen todos—Dijo uno de los enfermeros, forcejeando para colocarle la camisa.
Después de unos minutos de fuerza se la colocaron, Oliver sintió la presión insoportable en su torso, lloraba de nuevo mientras los enfermeros se marchaban con una diabólica sonrisa en su rostro.
Cuando la puerta fue cerrada se acercó para golpearla con su cuerpo desesperado. Eso no podía estar ocurriendole ¿dónde rayos estaba? Se sentía asustado, las lagrimas empezaron a correr por su rostro.
¿Qué estaba ocurriendo?
¿Por qué lo tenían ahí?
Cansado de golpear se resignó y se sentó en el suelo, sentía incomodidad en su cuerpo, esa posición era molesta se sentía aprisionado y el pánico se empezaba a apoderar de él. Después de unos minutos la puerta se abrió de nuevo dejando ver a un enfermero con otros dos quienes lo tomaron a la fuerza y lo inyectaron.
Desde ahí su mente se puso en n***o, cuando despertó tenía la camisa de fuerza puesta y un dolor en su parte baja le punzo en toda su espalda, se quejo de dolor y se movió un poco tratando de recobrar el conocimiento.
Una sombra estaba de pie junto a él, la cabeza le daba vueltas. La silueta del hombre se subía los pantalones, al girar su rostro vio a Oliver a los ojos y sonrío de la manera mas asquerosa que Oliver había visto en su vida.
—Bienvenido, Oliver Beckham—Dijo esa asquerosa y repugnante voz que lo torturaría de ahora en adelante—. A partir de ahora seras mi paciente favorito. Soy tu doctor y psiquiatra Andrew Williams.
Oliver no podía creer lo que le acababa de suceder, trato de gritar pero su voz no se escucho, algo dentro de él se quebró y rompió en miles de pedazos. Su pureza le había sido arrebatada, sintió asco, nauseas, ganas de morir.
¿Qué estaba pagando?
—Dale las gracias a tu tío—Cerró la puerta dejándolo solo.
Sentía un liquido entre sus piernas, mordió sus labios mientras miles de lagrimas caían.
Eso no pudo haber ocurrido.
Ahora estaba ahí observando la bombilla parpadeante que siempre lo acompañaba. Algunas noches venía alguien a violarlo, al menos una vez a la semana alguien atravesaba esa puerta. A esas altura ya no sabía quien era, no sabía que era su vida. Su antiguo yo se había perdido en los abismos del dolor ya no existía rastro de la persona que alguna vez fue.
Ya no tenía esperanza, todo en su vida se había borrado de la forma mas grotesca para un ser humano.
Su única esperanza esa morir.
La puerta chirrió abriéndose, la silueta de aquel sucio hombre, el que más odiaba entre todos apareció anunciando el comienzo del infierno.
—Hola, Oliver —Se bajó el pantalón dejando ver una gran erección, era Andrew Williams—¿Me extrañaste?