—En una casa lujosa vive la familia Capell Hyde. Una figura femenina observaba con ternura a las niñas acostadas en su cama y se preguntaba quĂ© podĂa hacer por ellas. No querĂa que las reglas de aquel pueblo afectaran a sus queridas hijas; solo deseaba que fueran felices.
Caminó hacia la escalera en busca de su esposo , Arthur , dispuesta a hacer algo por el bienestar de sus pequeñas.
—Arthur.
—Mmm... dime , Ana.
—Ana , al verlo en la sala de su casa leyendo , se acercó un poco nerviosa.—Estaba pensando en... tal vez... que las niñas puedan casarse con quien ellas elijan y... —Fue interrumpida por su esposo , quien la miró inmediatamente.
—Estás loca , mujer. Sabes bien cómo es este pueblo. Además , si no elegimos los pretendientes para las niñas , la asamblea lo hará , y no quiero unos ancianos para mis hijas; prefiero escogerlos yo.
—Pero Arthur , ellas merecen enamorarse , ser felices.
—Lo sĂ© , Ana. Cuánto me gustarĂa que mis hijas se casaran con el hombre que eligieran , pero asĂ es este paĂs y sus costumbres. Hay que respetarlas para que no haya conflictos con la asamblea. Ya tengo parejas para Anne y Amelia , pero de Mycal aĂşn no.
—Entonces, ¿qué te parece si huimos de este pueblo? Podemos comenzar de nuevo en otro lugar y... —Fue interrumpida nuevamente por su esposo.
—No , claro que no , Ana. Comenzar de nuevo aceptarĂa si solo fuĂ©ramos los dos, pero las niñas están muy pequeñas para que pasen hambre.
—Ella se sintió afligida. Arthur se acercó , puso su mano en la mejilla de su esposa y le dio un poco de consuelo.—No se que más hacer
—Cariño, sĂ© que estás desesperada. Yo tambiĂ©n lo estoy , pero no podemos salir de aquĂ al exterior, ignorando lo que podrĂa pasar.
—Tienes razĂłn , pero podrĂas al menos intentarlo.
—Ana...
—Por favor.
—Está bien , lo intentaré. Pero si no aceptan , ve buscando un buen candidato que sea de mi agrado para Mycal.
—Está bien , querido. —Ana caminĂł hacia las escaleras , dirigiĂ©ndose a su cuarto. Detrás de ella , su esposo la seguĂa.
AL DĂŤA SIGUIENTE
—Arthur salió muy temprano de su casa. Caminó hacia el consejo del pueblo y realizó la fila para obtener un turno y poder hablar con ellos.
—Buen dĂa , Julián , Âżpuedes darme un boleto?
—Aquà tienes , Arthur. ¿Vienes para anunciar los candidatos para tus hijas?
—SĂ.
—Qué bueno , Arthur , puedes seguir... ¡Siguiente!
—Caminó hacia un lado y se sentó en una silla , como todos los demás , esperando su turno.
—Arthur Capell.
—Sà , soy yo.
—Adelante , señor Capell. Los del consejo lo esperan.
—Sà , gracias.—Entró al gran salón y avanzó hacia el estrado , donde los miembros del consejo estaban sentados , imponentes y silenciosos. Arthur tomó asiento frente a ellos.
—Buenos dĂas , consejo presente.
—Buen dĂa , Arthur —dijeron los hombres del consejo.
—¿Ya tienes los nombres de los jóvenes que elegiste para tus hijas?
—SĂ , señor DarĂo , pero... Âżpuedo hablar con usted en privado?
—Lo siento , Arthur. Todo lo que tengas que decir debe saberlo la asamblea. ¿Qué te perturba , Arthur?
—Bueno , señor DarĂo y asamblea presente , les quiero pedir que , por favor , solo esta vez , mis hijas queden fuera de esta ley y ellas puedan elegir a sus prometidos... —Fue interrumpido bruscamente por DarĂo , quien lo mirĂł con fastidio.
—Mira , Arthur , sé que no es justa esta ley , pero no te ofendas por lo que te diré: ¿qué corona tienen tus hijas para no cumplir con lo que está estipulado? Todos aquà se han regido por esa ley , hasta tú. ¿Ahora por qué no quieres cumplirla?
—Por lo mismo. Quiero que mis hijas sean felices , señor DarĂo y consejo presente. ÂżNo creen que es tiempo de cortar con esta tradiciĂłn y dejar que nuestros hijos se enamoren y vivan felices?
—¿Qué tienes contra la ley?
—Sà , ¿qué tienes?
—Para mà es una ley que protege el bienestar de mi hija.
—Sà , podemos elegir con quién casar a nuestros hijos, para que no fracasen.
—Es verdad.
—¿Ves , Arthur? Todos apoyan la ley. Asà que tú también debes regirte a ella. ¿O quieres que el consejo decida por ti esta vez , Arthur?
—No , señor DarĂo , entendĂ. Gracias por su tiempo.
—De nada. —DarĂo observĂł a Arthur , pero al escuchar los murmullos entre los presentes , regresĂł a verlos con el ceño fruncido—. ÂżQuĂ© están comentando ustedes?
—¿QuĂ© tiene de malo , DarĂo? Es la verdad.
—Sà , aquà todos sabemos que odias tanto a Arthur por casarse con Ana.
—Sà , no ocultes que aún amas a esa mujer. Por eso aún no tienes hijos con tu esposa.
—¡Dejen de decir estupideces y concéntrense! Estamos aquà en este estrado para llevar el orden , y sobre mi vida personal no les incumbe.
—Ok , nos quedĂł claro , DarĂo, Âżverdad?
—Sà —dijeron los demás, y continuaron con las consultas.
ARTHUR
—Ah , ¿qué le voy a decir a Ana? Esta mañana estaba tan feliz... —murmuró mientras caminaba—. Pero no es mi culpa que esos viejos sean tan cerrados y no quieran escuchar o dar una oportunidad a nuevas ideas. Siento mucho por mis hijas... realmente lo intenté.—Caminó hacia su casa , pero se percató de que su esposa e hijas estaban en la puerta. Se paralizó al verlas correr entusiasmadas hacia él. Las observó, y la decepción lo invadió . "Apenas tienen diez, siete y cuatro años. Cuando cumplan diecisiete, cada una se casará con un hombre al que no ama", pensó.
—Hola , mis niñas , ¿cómo están? ¿Ya desayunaron?
—¡Papá! —dijeron las tres al mismo tiempo.
—Sà , papá, ya desayunamos con mamá —dijo Anne, la mayor de todas.
—QuĂ© bueno , mi niña , entren —EntrĂł a su casa , caminĂł hacia su despacho y se sentĂł en el sofá. EscuchĂł cĂłmo se cerraba la puerta detrás de Ă©l; sabĂa quiĂ©n habĂa entrado.
—¿Qué te dijeron? —preguntó curiosa y nerviosa.
—No aceptaron. Más bien , se burlaron de mĂ.
—¿En serio? Empiezo a creer que tú estás de acuerdo con ellos.
—Ana , ÂżquĂ© cosas dices? ÂżCrees que no quiero que mis hijas se enamoren , se casen con el hombre que ellas amen , no con el que tengo que elegirles? ÂżCrees que les desearĂa eso a mis niñas? Lo Ăşnico que quiero es que sean felices. No quiero que sufran...
—Como tú.
—Ana , sabes muy bien que agradezco que me hayas dado unas hermosas niñas y ...
—Pero no me amas. Aún amas a Enriqueta , ¿verdad?
—Ana...
—Solo dime , Arthur, ¿aún piensas en ella?
—No , Ana. Lo que trataba de decir es que...ya no siento nada por ella se acabó. Llegué a quererte , a encariñarme contigo. Me hiciste papá , y también llegué a sentir algo más por ti , cariño
—No mientas. Siempre estará en tu corazĂłn Enriqueta , la mujer que querĂas para ti , Arthur. Esa es la verdad.
—No , esa no es la verdad. Esa es la verdad que tú quieres escuchar , pero mis sentimientos dicen otra cosa , Ana. Yo llegué a enamorarme de ti y soy feliz contigo , con las niñas. Pero me hubiera gustado que tú y yo nos hubiéramos casado por amor , no por nuestros padres.
—Entiendo. Discúlpame , Arthur. Me dejé llevar por todo lo que está pasando. Solo quiero...
—Lo sé , cariño. Sé lo que tanto anhelas. Yo también , pero no podemos hacer nada.
—Espero al menos que mis hijas tengan un hombre como tú en sus vidas.
—Tranquila , Ana. De eso me encargo yo. Descuida , mis hijas serán amadas , respetadas , valoradas .
—Está bien. SĂ© que lo cumplirás. Ahora salgamos de aquĂ; las niñas te han esperado para ir al parque.
—Está bien , vamos. —Salieron del despacho.
—Niñas , vamos al parque.
—Está bien , mamá , ya bajamos —contestó la hija mayor.
—Anne , baja a Mycal.
—Está bien , mamá.
—Te ayudo , Anne.
—Está bien , Amelia , ve por Mycal.
—Ok... ¡MYCAL! —gritó en medio del pasillo—. ¿Dónde estás? ¡Vamos al parque!
—En serio , Amelia, lo hubiera hecho yo.
—Tranquila , hermana. Verás que Mycal viene corriendo hacia nosotras... ¡MYCAL!
—¡Ya voy , Anne , Amelia!—Corrió hacia sus hermanas. Bajaron las escaleras y caminaron hacia sus padres. Juntos salieron a la calle , rumbo al parque que tanto adoraban sus hijas.
Fue un momento feliz para ellos , aunque no durĂł para siempre. Las horas pasaban , los dĂas avanzaban , los meses se acababan... y el dĂa menos esperado para los Capell llegĂł.
Las hijas mayores se casaron con hombres buenos , de buena posiciĂłn y de buena familia. Sus padresb, inteligentes en ese temav, habĂan logrado que sus hijas se enamoraran primero de sus pretendientes. Aunque al principio a las dos mayores no les agradaba la idea , supieron respetarla y obedecieron a sus padres.
SabĂan que ellos no estaban de acuerdo con aquella ley , pero tenĂan que cumplirla. Sin embargo , habĂa un pequeño detalle , las hermanas mayores tambiĂ©n sabĂan que su hermana menor estaba enamorada , y eso las preocupaba profundamente.
TemĂan que su querida hermana menor sufriera por la ley del pueblo , porque Mycal no era como sus hermanas mayores.