Steve. Habiendo recobrado un poco la compostura, recordé lo del teléfono. Lo primero que hice fue silenciarlo y abrir la puerta de entrada, no fuera a ser que, Dios no lo quiera, algo o alguien volviera a despertarla. Con un suspiro de alivio, marqué el número de William para averiguar por qué me había llamado, pero mi jefe de seguridad no respondió. Sin perder tiempo, llamé a Marco. La voz al otro lado de la línea me respondió rápidamente: —Ya casi llego a tu casa. —Perfecto. No toques el timbre; entra directamente al apartamento —le advertí. El timbre no sonó, como había pedido. Marco entró al apartamento con pasos silenciosos, pero su mera presencia parecía alterar la calma que tanto me había costado recuperar. Cerró la puerta con cuidado y asintió en mi dirección, llevando consigo

