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El óbice de las cadenas

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Blurb

Crisis de los balseros verano 1994, La Habana. Jóvenes encerrados dentro de una dictadura azarosa que mantiene a su isla entre ruinas y oscuridad. Un gobierno que se la pasa culpando a medio mundo de esto, pero se malhumoran cuando se miran al espejo. Entre tanto, muchos chicos no pretenden apostar sus vidas a ser un instrumento más de ellos, repitiendo consignas con las costillas marcadas y sin electricidad en sus hogares, mientras obesos líderes eructan langostas. Un estado comunista con antifaz socialista y que defeca en el jardín enyerbado y hermoso que es Cuba, para luego presumir las rosas que da.

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El óbice de las cadenas
El óbice de las cadenas “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos ; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra , se puede y debe aventurar la vida…” (Don Quijote De La Mancha) Miguel De Cervantes Saavedra Capítulo I “La libertad cuesta muy cara, es necesario o resignarse a vivir sin ella o decidirse a comprarla por su precio…” José Martí Se escuchaba radio reloj a todo volumen— característico del vecino que todos los días a las seis de la mañana ponía en su aparato ruso Okeah—. Parecía que el tic tac ininterrumpido del segundero de esta emisora radial, y el constante anuncio de la hora cada minuto sin interrupción desde 1947, le nutrían las células del auto estima. Este señor bajito, blanco, orejón y nariz que podría fumar bajo la lluvia, era veterano de la guerra de Angola. A esta guerra se le llamo operación Carlota, nombre tomado por una negra esclava lucumi que lidero un movimiento insurreccional en defensa de los negros sometidos allá en la provincia de matanzas a mitad del siglo XIX. La operación comenzó en noviembre del setenta y cinco, momento en el que llegaron las primeras tropas cubanas a suelo angoleño. Alrededor de cincuenta y dos mil cubanos participaron en esta contienda que duro dieciséis años, luchando contra los ejércitos de la antigua Zaire, hoy república del Congo, y además contra las tropas sudafricanas. Cinco años estuvo metido este vecino allá, tratando de sobrevivir a los embates de dichas tropas. Tiene recuerdos no gratos en su cara debido a unas espinas de marabú que se la desgarraron mientras huía de una emboscada que le hicieron los soldados del áfrica del sur a la caravana en la que iban. Las guerras todas son inútiles e inhumanas, pero una de las que en la historia de la humanidad se lleva al menos una medalla de bronce por lo absurda y banal fue esta guerra de Angola. Fidel Castro para hacerse el simpático— y sin duda alguna, por algún interés económico con la nación africana— logro liberar a este país, a cambio de unas 2700 almas que murieron sin tener idea de por quién y por qué luchaban. Me imagino que el astuto barbudo andaría detrás del oro y muchas riquezas naturales, o sabrá Dios los motivos, pero algo grande era. Todos aquellos que lograban regresar lo hacían descojonados, traumatizados y hasta muchas veces coronados por unos cuernos como bienvenida. Mi vecino volvió descojonado, con la cara toda vendada. Traumatizado, porque a todos le decía la misma historia, que corría por el marabú mientras unos negros drogados y descalzos con ametralladora le caían detrás , por eso tomaba diazepan para dormir; y lo de la corona de tarros , como dice el dicho, “Soy virgen, te lo juro por mis hijos”… mejor ni comentarlo. Como premio a su heroicidad, le regalaron una lavadora rusa marca Áurika, traídas a Cuba desde los años setenta. Una bolsa con todo lo de aseo personal, un empleo como vigilante en una tienda y el aparato de radio que les comente al principio donde sintoniza— mientras prepara el desayuno— esta emisora despertando media vecindad. Al llegar de este conflicto bélico también se enteró que su hijo era el “Diplomático”— claro que no se trataba de ese claridoso, digno, y prestigioso servidor público, que ejerce la representación de los negocios e información de un estado en las relaciones internacionales, no para nada—. A su hijo le decían el “Diplomático” debido a que en Cuba las tiendas en área dólar—donde todos los productos son vendidos en dólares y solamente podrían comprar en ellas extranjeros o cuerpo diplomático— tenían el nombre de Diplotiendas. Sumado a eso, este chico se las pasaba en ellas acompañado de algún extranjero donde la matemática que les hacía por algún negocio turbio, los llevaba a comprarle cosas allí. De ahí lo de Diplo-matico. Radio reloj, al comienzo de cada hora da titulares de noticias en el primer minuto y la ampliación de estas en los otros cincuenta y nueve, ininterrumpido las veinticuatro horas del día. Solo sabían hablar de cosechas de papas, el cumplimiento de la producción de tomates manzanos, el sobrecumplimiento de la cosecha de fresas, o la calidad de la yuca en Cienfuegos, Festivales del juguete de palo, el concurso de rascar el ombligo con el meñique, o la feria del mono rojo, —cosas que nadie sabía de qué se trataba, ni en donde existían, sobretodo la papa el tomate y mucho más aun la utópica fresa—. La realidad era que Ciudad de la Habana y Cuba entera, se estaba cayendo a pedazos muy literalmente y estos como todo medio informativo comunista, tocaban cualquier tema menos los problemas. Gracias a Dios logre dormir profundamente toda la noche — algo muy raro, ya que normalmente el pastorear blancas, rubicundas y agasajan tés ovejitas, me era más difícil que hacer gárgaras boca abajo—. Así pegue un sueño de esos que sirven para enamorar una Venus bonachona y perfumada, o que se presta para triunfar sobre ese enemigo que en la doctrina de la vida diaria tratas de evitar febrilmente. Fui incorporándome poco a poco y luego de estirar un tanto el cuerpo incluyendo algún que otro calambre, me dirigí hasta la ventana para sentir el saludo de la llovizna que caía juguetona a través del cristal. Las gotas en su recorrido hacían movimientos como de gusanos en el agua, asi mirándolas estuve un buen rato. Estos días en los que el sol agarra sus maletas y sin decir a qué lugar va— y se marcha de vacaciones— hacen que uno sin darse cuenta caiga melancólico en una telaraña de pensamientos y resúmenes de nuestro caminar por la vida. Suspire y con los brazos cruzados observe cuan nublada se encontraba la mañana de este lunes en la vieja Habana, colocando un fuliginoso escenario de amanecer, a un día algo mas más avanzado. Continúe bajo la influencia de la lenitiva pereza, y sin pensarlo dos veces, tapándome pies y cabeza, volví a caer rendido dado a que este día tenía exámenes finales en el pre-universitario y el horario de estos era a las diez . Por eso me relaje y hasta creo que ronque a boca abierta y demás. Aunque no todo debía tener sabor a gloria y así mi tranquilidad llegaba a su fin cuando, —como era ya una cierta costumbre—estando aun recostado, mí progenitor se aproximaba nada sutil, con sus inmensas botas rusas atornilladas y lustradas como espejo. Antes de salir para su trabajo, pegaba una patada a la cabecera de la cama, con la fuerza de un definitivo y contundente penalti en el minuto noventa. Clásico desayuno, fatuo y puntual, no sin ir acompañado de jugosas palabras nauseabolicas, —que en algún momento— tenía la esperanza, fuesen la causa de una irremediable glositis. Aun la cama estremeciéndose gritaba: — ¡ACABA DE LEVANTARTE ALMA DE GATO ANEMICO! O TE DARE UNA PATADA QUE TENDRAS UNA CIRUGIA PARA SACARTE LA BOTA DE LOS INTESTINOS… ¡ME CAGO EN EL CIELO CABRON!—Esto siempre lo decía saliendo del cuarto y cerrando violentamente la Puerta.Sus ojos eran como los de un pez golfish con conjuntivitis crónica. Peinado al lado, aunque se le chorreaba el cabello en movimientos bruscos por toda la cara, acomodándolo después con la mano o un pequeño peine que siempre llevaba en el bolsillo de la camisa. Esta forma en que, iracundo, se despeinaba cubriéndole el cabello, más sus ojos acedados, le hacían ver como el presidente del club de fan de “Jack el destripador”. Mi padre físicamente podría ser confundido sin dificultad alguna con un escaparate. Rasgos a lo Hemingway, ojos absorbentes, y un bigote erizado en posición de alerta —algo así como cuando le dicen al perro de palacio que es el pulgoso guardián preferido del rey—. Papá, es de esas personas que se sentirían realizados y felices viviendo en una larga campaña militar. Desayunar al lado de un mortero, almorzar en una asfixiante trinchera, para luego reposar bajo la dulce sombra de un tanque de guerra. En fin como diría mi difunto abuelo, mi padre es “Blando como una mandarria y delicado como un yunque”. Al poco tiempo de irse para el trabajo, salía yo detrás, pero mi ruta era el pre-universitario. Por su parte la pobre de mamá, tenía que madrugar día tras día para poder caminar muchas cuadras , llegar a tiempo y marcar la tarjeta a las ocho—cosa que era verificado personalmente por el administrador de la fábrica de caramelos , otro militar retirado que no creía en nadie—. Mi madre era la otra cara de la moneda con respecto a papa´. Lo que tiene de flaca mi vieja, lo tenía de buena persona. María Fernanda González García, mi hermosa y santa madre. Ella es de piel muy blanca, y líneas de expresión insidiosas que delataban en ella una vida nada fácil, llena de trabajos y más que otra cosa, preocupaciones. Entre estos desasosiegos, el ingeniárselas para, —antes de ir al trabajo—, dejarnos al reacio de mi padre y a mí, algo para comer. Por otra parte no podía quejarme, ya que el pre universitario quedaba más o menos a un kilómetro de la casa. Aun así, estaba un rato en la parada para esperar el paso de alguna guagua, debido a que la fuente de energía que ingería a diario en el desayuno no era lo suficientemente sólida como para caminar y estudiar al mismo tiempo. Aguarde, pretendí y ambicione, hasta que me convencí de tal fracaso, cuando vi pasar una quinta guagua igual de repleta con gentes guindadas en las puertas agarradas del retrovisor como tortugas ninjas y que ni siquiera el chofer se detenía en la parada para no complicarse y tener que recoger a más nadie y el infeliz que debía quedarse justamente en esa, lo dejaban casi a una cuadra de donde debió parar. En la Habana ya se volvía una falacia el esperar algún medio de transporte que no sean los propios pies de uno o bicicletas, sería más creíble que pasara una alfombra voladora a poder subir en un autobús. No tuve más remedio que quitar la mochila de un hombro y pasarla por los dos para ir caminando al PRE. Hoy precisamente era el examen final de matemáticas, que lejos de asustarme y estar glauco de trasnochar entre libros — como casi todos los alumnos del Pre-universitario— Apenas importancia le concedía, todos estos días de exámenes finales no me aterraban solo le daba un vistazo a los repasos y las libretas donde copiaba todo lo de las clases asistidas, y esto para mí era suficiente, al menos siempre había salido bien de esta manera— no con las mejores notas pero ahí iba. El tiempo aún estaba majadero lleno de nubarrones, y apresure mi paso. Por el camino al primero que encontré fue a Donato, un vecino que desde la primaria está conmigo en el aula. Al verme detuvo la marcha para incorporarse de lleno a mi ritmo. Era la típica r**a criolla, mulato de labios gruesos y cabello acaracolado. Aunque el día de hoy le notaba algo pálido, seguro debido a los nervios de este examen que nos aguarda. Con voz aguda y simpática me saludo, en lo que se acomodaba su mochila verde. — ¿Que hay Nuno? —Hizo una pausa bajando la cabeza— ¿Estudiaste?... mi hermano, si estas ilumina ‘o en la materia, te suplico me pases unas neuronas porque estoy en blanco… Me dio mucha gracia su angustia y no pude dejar de reírme. Donato era de esos típicos cubanos que mueven más las manos que los labios para hablar. Le puse una mano en el hombro y aun riendo dije: —No puedo creer que un tipo como tú, que siempre anda con las pilas puestas, le tema a un pequeño problemita de cálculos, pues te digo que yo tampoco estudie nada de nada —Donato puso la cara que era un verdadero poema tras lo que le decía. Luego se rasco la cabeza con abulia. — ¡Caballo…! — dijo acongojado, deteniendo una vez más el paso. — ¡ahora si estoy más que embarcao! —paso sus manos por la cabeza y afirmo categóricamente— No sé cómo diablos me las voy arreglar, pero tengo que buscar a una de esas chamacas del aula que tienen un buen filtro en el cerebro, y sentármele cerca para hacerle telescopio… solo así me salvare de que mi madre me lance una plancha por la cabeza. — ¿Y por fin en que aula van hacer el examen? —Pregunte, ajustando mi mochila y brincando ambos un pequeño charquito nada ofensivo que se encontraba en la acera —Tengo entendido que va a realizarse en la de química. — ¡No…!—respondió contundente— Allí no se hará Nuno porque está lloviendo mucho y ya sabes que las goteras que tiene esa aula le pueden caer en la peluca a doña calculo… — Donato, termino diciendo esto con una amalgama de simpatía y angustia, lo que no pude evitar nuevamente sonreír— Mi compañero de aula aumento un poco más la dosis de ansia debido a lo próximo que se encontraba nuestro destino. Esperamos a que pasara una camioneta —evitando posibles salpicas por lo empapado que se encontraba el pavimento—cruzamos la calle, y allí en una esquina entre dos esbeltas palmeras, se hallaba la entrada al Pre-Universitario. Aun a distancia, se respiraba el ambiente lúgubre de los exámenes, un aroma tan dogmatizado y denso, que era el terror y afloja estomago de mi amigo Donato. — ¡Mira pa¨lla Nuno! —Comento apretando los cierres de su mochila- si hasta creo que están entrando al aula ya… — ¡Sí! ¿Y qué…? — Le dije- ¡Acere! si entras con esa cara que tienes te van aprobar, no por que hagas bien las ecuaciones y problemas, sino por pura lastima… Nos detuvimos en la puerta y le di un golpe de ánimo en la espalda, este reacciono bajando la cabeza y suspirando. —Ya vas a ver como hasta sales mejor que yo —Agregue—y para la próxima tenemos que agarrar más los libros caballo… — ¡Y dilo! si a mí lo que me tiene es que partir un rayo en tres pedazos — sus palabras estaban cargadas de atrabilis, dio un puño en la palma de su mano izquierda, con la misma acelero el paso— Todo esto me pasa guiándome por la gorda vecina mía: “Dony, Dony. ¿Quieres venir a ver unas películas que me prestaron hasta mañana?”. Mira que luche duro contra las malditas tentaciones de Hollywood, y ya ves… perdí. Nos volvimos a detener, mientras saludamos a un grupo de amigos que nos pasaban por el lado. Donato hizo un alto en sus lamentaciones y quedo anonadado con algo que veía y dejo estático. Aun con la vista fija —como león a su presa— me dio dos palmadas en el hombro y dijo: — ¡Nunito! te dejo mi hermanito… creo que Yemaya ha escuchado mis plegarias y ha enviado el Ache que necesito. —Pero, ¿qué paso? — pregunte tratando de incorporar mi vista a lo que él tenía enfocado. —Acabo de ver llegar a la negrita Nieves, ella es yunta mía, y la voy atacar para que me ayude… ¡nos vemos, nos vemos! Apenas, dio tiempo para desearle suerte, salió disparado llamando a su amiga con la primera sonrisa que le había visto en toda la mañana. Donato tenía razón, el examen no se realizaría en más ningún otro lado que en el aula de letras, debido a que era una de las pocas aulas que se salvaban de las lúgubres filtraciones. Este Pre- Universitario databa de los años veinte y en un principio fue una biblioteca muy distinguida cuando la presidencia de Gerardo Machado. En su mandato, ordeno construir el famoso capitolio de la Habana, además de la carretera central entre otras obras de suma importancia que hasta el sol de hoy aún perduran, entre ellas la mencionada biblioteca. Finalizando la década de los cuarenta, paso de ser un lugar intelectual y refinado, a un burdel lleno de escándalos, vicios y desgracias, una de ellas la de un marine yanqui de esos con gorritos y pañoletas. Frecuentaba a una mulata de la Habana trabajadora de ese antro, —la chica era joven, una sirena con piernas y pestañas, aparte de una cara radiante, alegre, y hermosa—. Codiciada por todos los clientes, incluyendo al chico del norte, que de tanto frecuentarle se enamoró. Una noche que llegaba a buscarla no aguanto verla entrar con un cliente de manos, y con un cuchillo militar, más media botella de Bacardi en la cabeza, le apuñaleo quince veces muriendo desangrada en los cinco escalones de la entrada. El chico dice que sus compañeros se lo llevaron del lugar y enviaron a Estados Unidos, entre tanto el alma de la chica desde entonces, según los viejos. Vaga todas las noches en el recinto con lamentos y llantos, muchos vigilantes han renunciado cuando les toca trabajar en la noche debido a que le han escuchado. Otros solo son serenos—como le llaman al oficio de vigilancia nocturna en Cuba— si son acompañados de una botella de ron. El examen fue más complicado de lo que todos creíamos, sumado a esto nos chequearon con un cronometro en mano. Justa y estrictamente serian cuarenta y cinco minutos, de los cuales los treinta primeros sudamos más que gordo en baño turco. Nadie se atrevía a entregar, navegaban por el salón muchas miradas tratando de conseguir alguna ayuda. Pero para desgracia de todos, si la profesora Rafaela tenía algo bueno, no era otra cosa que la vista, la cual recorría de un lado a otro como reflector de prisión de máxima seguridad. Sinceramente con ella, los oftalmólogos pedirían limosna por las calles de la Habana. En esta profesora la edad marchaba en buena armonía con su físico. Era de esas mujeres que siendo muy feas, viven en una constante restructuración del aspecto. Con pinturas, aretes y gangarrias nefastas, que solo son admisibles en los carnavales de la ciudad o algún deprimente circo. Resumiendo, doña Rafaela podría tener un letrero que advirtiera a niños llamados Hansel y Gretel no acercarse a dos metros a la redonda, porque correrían grave peligro. Me puse a mirar la lluvia, faltando cinco minutos después de terminar con tantos números y cuentas. En aquel simple rato dispare la mente fuera de órbita. Diseñe un establo donde guardaba tantos sueños e ilusiones, que si los escribiese no me alcanzarían dos tomos y aun quedaría con sed de continuar. El timbre de la escuela elimino cualquier otra conexión con mis fantasías de éxito, esta vez se sintió más alto y ruidoso que de costumbre, todos quedamos sorprendidos. Entregue el examen de primero, y Salí de la escuela como si anunciaran que estaba cargada de dinamita. Era la aurora de nuestras vacaciones y eso nos hacía felices, no tendríamos que venir por dos meses ni a buscar oro líquido— excepto a finales de julio llegar un minuto a recoger las notas finales— No era fácil el pasar diez meses seguidos, sin respiro, estudiando y a veces fingiendo estudiar, con ganas de aquello y sin esperanza de nada (como diría mi abuela). Viendo, notando y sintiendo lo mismo de siempre. No había más recompensa que la de este propio día. Fui directo al espigón que está en la parte oeste de la bahía Habanera. Manchado sus laterales por el tanto petróleo que la ensenada le obsequiaba con sus aguas luchando por sobrevivir a la contaminación. Era el punto de salida de una lancha que traslada a las personas a la parte Este de la ciudad, al otro lado de la bahía, donde está un municipio muy bonito y pintoresco llamado Regla. Esta cuenta con dos asentamientos urbanos formado por las comunidades propiamente de Regla y Casablanca— ambas unidas por unas colinas que terminan en las aguas de la bahía— Casablanca muy pequeño pueblo, consta de unos diez mil habitantes y Regla un poco más, alrededor de cuarenta mil. Tuve que echar una pequeña e intensa carrera para poder tomar la cuadrada y mediana embarcación, así evitar tener que añejarme a esperar unos cuarenta minutos a que regresara cargara y volviese a salir . Mientras transcurrían los aproximadamente 12 minutos, —que entre gigantes barcos, se tarda cruzando las tranquilas aguas de la bahía— recordaba la fobia que de niño le tenía a subirme a una lancha de estas, y ahora corro para agarrarla y subirme. Por dentro es espaciosa para poder meter bicicletas, solamente posee unos diez asientos, lo demás lo abordan gente de pie y bicicleteros propiamente. Iba en una de las ventanas de atrás, miraba lo marrón del agua y las burbujas que sacaba la propela al impulsarnos. Cruzamos por el lado de un barco con bandera de costa de marfil, creo yo, recuerdo que es como la italiana invertida. Allí se encontraban recostados a la baranda tres marineros negros, comían algo y uno de ellos mirando la lancha, le hizo una seña de saludo, varios de adentro le respondimos el amable gesto. El calor se había triplicado, pero al bajar de la embarcación, la brisa de este municipio ultramarino era muy confortante. Regla era famosa en toda Cuba por dos cosas. Una de ellas es la unión que hay entre sus habitantes, la gente de regla en cualquier lugar de Cuba, se defienden uno al otro, son una gran casta. La otra es que tienen la costumbre de caminar por el centro de la calle, lo que hace de los conductores que transitan por allí, un resignado y paciente señor. Para sus ciudadanos, la calle es una inmensa acera. De ahí el dicho en Cuba que cuando te atraviesas en el camino de alguien, te dice: “¿Acere que te pasa?, ¿tú vives en Regla? “ Es un lugar, que pese a sus problemas — y cuando me refiero a los inconvenientes quiero decir las manchas de petróleo que llegan a través de la contaminada bahía de la Habana, y que invaden todas sus playas, dejándolas con olores desagradables e infecundos. O la estresante cantidad de gentes que yendo a rendir culto a la negra Virgen de Regla, desarreglaban todo el entorno, llenándolo de cuanto residuo humano podía existir, incluyendo muchos trabajos de brujería en los alrededores de la propia iglesia—.Era un lugar hermoso y para nada perdía los encantos que Dios le había regalado. Regla era como un niño que se llena de lodo jugando y se ensucia todo, incluso así, el brillo hermoso de sus ojos estará presente, esa linda pureza e ingenuidad, no se borraran ni con todo el embarre de fango y suciedad. Me dirigí a una pequeña iglesia que se encontraba por las afuera del pueblo, colindante con otro municipio llamado Guanabacoa, y en donde la brisa se sentía más suave y pura debido a estar ubicada en una loma. Esta parroquia era extremadamente humilde, casi se confundía con una vieja casa colonial común y corriente excepto por el diminuto campanario. Poseía una pintura amarillenta que luchaba valientemente contra el paso y los abates del tiempo, el sol, la lluvia y la falta de recursos, —que era su principal enemigo—. Como el pueblo, esta iglesia se tornaba un pedacito de paraíso en medio del anonadante infierno que nos ahogaba a diario en esta isla caribeña. Por eso, sentía resucitar siempre que la visitaba. Hoy, encontré el portón cerrado, quizás por la hora. Por eso tuve que tocar con ganas épicas la robusta madera— llena de decorados aldabones llamadores en forma de figura religiosa y bocallave artística, más unas bulas redondas, que enaltecían esa puerta de dos hojas antigua muy llamativa con un arco arriba—. Lo que fue en vano pues nadie contesto. A punto estuve de volver a casa cuando decidí ir por todo el pasillo que bordea la parroquia saltar una pequeña rejilla y tocar la puerta del fondo, en donde tampoco hubo señal alguna. Solo se escucharon par de relámpagos muy cerca y comenzó una brisa cargada de humedad. Recostado a la puerta principal mire el cielo varias veces y me di cuenta que si no me apuraba, me agarraría un tremendo aguacero, el aroma del petricor ya invadía todo el lugar y me hizo estornudar dos veces. Mientras pensaba que hacer no hubo tiempo de más nada, comenzó a llover fuerte, como si san Isidro lanzara el agua por baldes. Todo se oscureció aún más y quede atrapado en la misma entrada de la iglesia, tratando como podía, de protegerme de la lluvia y relámpagos que iban en aumento. Lo que sobraba de techo no me resguardaba totalmente del agua que estaba cayendo. Pasaron unos quince minutos y la intensidad no disminuía en lo absoluto. No se divisaba presencia humana en todo el radio que alcanzaba mi vista. Las salpicas comenzaron a mojarme la parte baja del pantalón, y ya sentía los dedos de mis pies mojados, lo que me hizo pensar en otro sitio para refugiarme. Dentro de aquella sinfonía de agua y truenos, logre captar ligeramente, las notas que componían mi nombre. Busque y busque hasta lograr ver la cara arrugada del padre Rafa en una pequeña hendija de la hoja izquierda del portón, que luchaba contra el mal tiempo para hacerse escuchar. Sonreí al verle y me hizo una señal de espera y así quede durante un rato, consciente de que los pies cansados y achacosos del padre, no le permitían tener un desplazamiento hábil. La avanzada edad había resuelto en sus piernas una compleja enarmónica. Sentí como luchaba contra los cerrojos del portón que chillaban como perro estropeado, hasta que a duras penas tras varios intentos, logró abrir un tercio de la entrada, agarrando una de mis manos, me introdujo al templo. — ¿Cómo está usted padre Rafael? — Le salude mientras sacudía parte del agua que me había tocado recibir. — — ¡Pasa, pasa! —Decía lamentándose en su tono Español—… ¡Ave maría purísima! ¡Si poco falto para que terminaras empapado! Vamos, vamos conmigo, para que te seques esa cabeza. Dijo esto último tocando mi cabello, mientras le ayudaba con los pesados cierres de la puerta. Puso su mano en mi hombro y nos fuimos caminando por el mismo centro de la parroquia, hubo un instante en que casi automáticos nos persignamos e hicimos reverencia al pasar por el sagrario y continuamos el lento andar. El padre Rafa había nacido en Toledo, España. Desde los catorce años estaba en la Habana y ya tenía 68 abriles. Blanco en canas, conservaba un cabello frondoso casi intacto salvo unas entradas que le hacían ver un poco frentón. De sonrisa nerviosa además de tímida y unos ojos azules muy relucientes — ¡Ya llegaron los tiempos hijo, en que si no sales con un paragua…! mejor te quedas en la casa…—exclamo mientras le ayudaba a subir una pequeña escalera que nos conducía a un pasillo que daba a la cocina. Se detuvo y toco mi camisa. —También hay que secar ese uniforme, esta todo mojado… —No se preocupe por eso padre…—conteste— que hoy hice el último examen, gracias a Dios, terminamos… — ¡Menos mal! porque con esta humedad que hay jamás se secaría ni un pañuelo… ¿y cómo saliste en tus exámenes finales hijo…? — ¡Bien padre, bien!— respondí bajando la cabeza—al menos eso creo… — ¿Eso crees? — Sonrió y sus ojos azules se achinaron — ¡Que muchachos estos de hoy en día! Bueno andando, busquemos una toalla. Continuamos el lento caminar, por el pasillo de lozas antiguas color blanco y raros adornos en vino tinto.

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