Un invitado inesperado

2083 Words
25 de Septiembre de 1813, Herefordshire. Samantha había crecido en el seno de una familia amorosa, inteligente, amable y pequeña. Integrada por sus padres, Patrick Liney y Eleonor Hamilton, y su hermano mayor, Maximiliano Liney, conocido cariñosamente como Max, a ella le decían Sam, también por cariño. Sospechaba que sus padres les escogieron nombres peculiarmente largos solamente para poder usar los diminutivos y que se escuchara más tierno, pero a ella no le gustaba particularmente su diminutivo, si le habían colocado Samantha lo ideal sería que se refirieran a ella por ese nombre, en cambio su hermano, tosco y sin delicadeza, no le daba importancia y hasta prefería que le llamaran simplemente «Max». Su casa estaba ubicada en el centro del pueblo, era pequeña y acogedora, contaba con un frente protegido por una cerca de medio cuerpo de madera color blanca, que había sido pintada entre todos cuando llegó la primavera; estaban colmados de flores tanto el jardín delantero como en el trasero, pues ella y su madre disfrutaban de la jardinería, amaban las flores por los aromas y el colorido que brindaban a su hogar; tenían un cocina bastante decente y disponían de la ayuda de un ama de llaves que ejercía el papel de cocinera y esta tenía una asistente que se encargaba de la limpieza; la casa poseía cuatro habitaciones, una para cada uno y la última era compartida por sus empleadas; una sala cómoda con una gran chimenea de ladrillos con suaves sillones y un sofá central de color beige, donde pasaban la mayor parte del tiempo; un comedor rectangular de seis puestos, pues siempre compartían la mesa con sus empleadas que eran tratadas como parte de la familia. Los Liney nunca se inclinaron por el maltrato hacia los sirvientes, no creían en las injusticias ni denigraban a ningún individuo, especialmente su padre, quien sentía aberración por la tal «jerarquía social». Por la forma en la que su progenitor hablaba de los lores, Samantha estaba segura de que eso tenía un trasfondo, quizás había trabajado para alguno en su pasado y la experiencia no había sido nada grata, pero cuando ella intentaba sacar el tema a colación su padre se cerraba y no se decía ni una sola palabra más del asunto, su madre nunca aportaba información al respecto, así que todos asumieron que era un tema prohibido. Su madre trabajaba como maestra en la escuela de niños durante las mañanas y previamente desempeñaba el papel de institutriz en la casa de los Condes Hughes, antes de que las hijas de esta familia contrajeran matrimonio tres años atrás, cosa que Samantha no entendía muy bien, ya que se suponía que aborrecían a ese tipo de personas, pero ella se aferraba a eso de que su familia no denigraba a nadie y lo dejaba estar, quizás la mala experiencia de su padre se quedó allí y naturalmente continuaron con sus vidas. Además, y muy para su pesar, a ella nunca le dejaron acompañar a su madre cuando iba a trabajar a esa mansión. Por otra parte, su padre impartía clases de etiqueta y de baile en la escuela de señoritas en las afueras del pueblo, cuatro veces por semana. Su familia era muy unida, revoltosa y cariñosa, demasiado para el gusto de Samantha, no era como si no quisiera pasar tiempo con ellos, era que a veces necesitaba un tiempo a solas, así que sus horas de lectura matutina era sus favoritas. Durante las mañanas se encaminaba al jardín trasero a sentarse en el columpio que habían construido su padre y su hermano para ella, porque sabían que tenía un aprecio por ese gran samán en el que anteriormente se sentaba en sus raíces a leer por horas y horas. Su educación fue de calidad y ella era amante de los estudios, se podía devorar un libro en menos de dos días, era excelente en literatura y geografía, y particularmente muy buena en matemáticas, sus padres asimismo les enseñaron todo lo que debían saber de etiqueta y buenos modales. ‒ ¿Por qué necesitamos saber todo esto? ‒ preguntó Max a su madre esa mañana, en la que no quería realizar sus deberes. ‒ Es elemental, las matemáticas te ayudaran en cualquier aspecto de la vida ‒ dijo su madre serena mientras copiaba algunos ejercicios para ellos. ‒ ¿Si hago mis deberes de matemáticas puedo saltarme la clase de baile con papá? ‒ preguntó ansioso por saber la respuesta. ‒ Pero si esa es la clase más divertida ‒ recalcó Samantha. ‒ ¿Qué hará mi pequeño galán si una dama necesita ser rescatada de las manos de un bribón y llevaba a la pista de baile? ‒ preguntó su madre amablemente acomodándole los mechones de cabello que tenía despilfarrados por aquí y por allá sobre la frente. ‒ ¡Eso es sólo para lores quisquillosos! En el pueblo no bailamos el vals, madre ‒ replicaba con un sonoro bufido. ‒ Nunca se sabe, además nada de lo que se aprende en esta vida sobra, más bien debe considerarse una bendición ‒ lo miró con severidad ‒ espero que esto responda a tu pregunta de si puedes saltarte las clases con tu padre. Su madre era amena y dulce, pero cuando le llevaban la contraria era probable que saliera a relucir su lado mandón, ese que no acepta un no por respuesta. A Samantha le hacía gracia, puesto que en la mayoría de los casos esa versión de su madre iba dirigida exclusivamente a Max, su hermano era revoltoso, lengua larga y un hacedor de problemas, aunque su aspecto era muy agradable, hasta se atrevía a decir que era guapo pero en el momento que abría la boca todo se iba al traste. Sin embargo, las chiquillas del pueblo no lo percibían así, las muy idiotas no distinguirían entre la fanfarronería y los buenos modales ni aunque se los explicaran con manzanas, así que vivían derretidas por Max Liney como si fuera el único hombre en el pueblo. Se sabía que más de una madre estaba esperando que Max cumpliera la mayoría de edad para adosarle alguna de sus hijas, la familia Liney tenía buena posición en el pueblo, eran conocidos como personas cultas y de buen proceder. Así que nuestro padre le advertía que eso no podía suceder, que no podía permitir que él revoloteara entre las jóvenes del pueblo, y mínimo una vez a la semana tenían una charla privada, «de hombres» según su madre, de la que Samantha no tenía la menor idea. Algo tenían que ver con la lujuria y la responsabilidad, pues un día había escuchado esas palabras mientras espiaba por la ventana trasera que daba al comedor, lugar donde se llevaban a cabo dichas charlas. ‒ Max, deja de quejarte y continuemos con la clase, estoy harta de tus opiniones ‒ dijo Samantha exasperada cuando su hermano volvió a replicarle a su madre. ‒ No deberías dirigirte a mí de esa manera ‒ hinchó el pecho. ‒ Y tú no deberías… ‒ Samantha Liney ‒ exclamó su madre ‒ no le hables así a tu hermano mayor, le debes respeto. ‒ Pero mamá… ‒ No hay pero ni excusa que valga. Y Max, deja de interrumpir la clase o tus deberes serán muchos más y los tendrás que entregar mañana ‒ finalizó. Ambos hermanos se vieron los unos a los otros con los ojos entrecerrados, y se sacaron la lengua mutuamente. Samantha de vez en cuando quería asesinar a su compañero, pero se sentía dichosa de contar con un hermano mayor en quien apoyarse y la verdad sea dicha, con quien hacia travesuras más a menudo de las que quisiera reconocer. Esa tarde su padre no estaba a tiempo para la clase de baile y Samantha estaba impaciente, no era usual que su padre se retrasara, era uno de los hombres más puntuales que conocía, una cualidad que ella respetaba, admiraba y profesaba sin excusas. ‒ ¿Qué lo abra dilatado, mamá? ‒ preguntó, se encontraba sentada en la sala verificando una vez más sus zapatillas de baile, eran nuevas y le molestaban un poco en la parte trasera. ‒ No lo sé, pero no debe tardar mucho en llegar ‒ dijo su madre, de lleno en su lectura sin despegar un ojo del libro. ‒ Max tampoco está ‒ dijo mirando a su alrededor ‒ podría jurar que estaba aquí hace un momento ‒ exclamó algo confusa. ‒ En cualquier momen… ‒ estaba diciendo su madre, pero levantó la mirada cuando escuchó rápidas pisadas que provenían de la entrada principal. ‒ ¡Papá ya viene! ‒ Max había llegado corriendo y medio sudoroso. Se escuchó el timbre y la empleada más joven fue a abrir, no se escuchó ningún sonido más allá de pisadas firmes y pausadas que se acercaban. ‒ ¡Que encantadora te ves, Eleonor! ‒ dijo el sujeto que se encontraba de pie en la puerta de la sala, llevaba un bastón con un vistoso mango, ropa muy elegante pero a la vez demasiado llamativa, casi rayando en el mal gusto, un sombre de copa alta. Pero lo que dejó a todos con la boca abierta es que su rostro era idéntico a… ‒ ¿Qué haces aquí, Paul? ‒ su madre preguntó a la defensiva, Samantha creyó ver una gota de sudor en su sien. ‒ Vine a conocer a mis sobrinos ¿No te parece que ya es hora? ‒ sus palabras eran alargadas y sus preguntas venían con una buena cantidad de algo que no podía identificar con claridad, no había dicho mucho pero su actitud y postura no auguraban buenas nuevas. ‒ Samantha, ve a buscar a tu padre ‒ era raro que su madre se refiriera a ella por su nombre de pila y no por el diminutivo. ‒ No será necesario, me vio de camino así que ya debe estar a punto de… ¡Hermanito! ‒ exclamó a ver a su padre ingresar a la sala. La situación era muy extraña, Samantha estuvo a punto de creer que estaba viendo doble, si no fuera por sus atuendos juraría que eran la misma persona. ‒ ¿Tienes un hermano? ‒ preguntó Samantha, aunque ella pensó que no lo había dicho en voz alta. ‒ Realmente, mi querida niña, tu padre tiene dos hermanos mayores y una hermana menor. ‒ Todos sabemos que soy mayor que tú Paul, así que no te molestes en confundir a mi familia también ‒ su padre se colocó delante de ellos. ‒ Eso es irrelevante, siempre te has comportado como el hermano pequeño, haciendo berrinches y escapando de casa. ‒ Sabes muy bien que eso no fue lo… ‒ comenzó su madre, era la primera vez que la veían así de alterada. ‒ No vale la pena, mi amor ‒ dijo su padre dulcemente, colocándose junto a su esposa y rodeándole los hombros con el brazo. ‒ Veo que no demoraron mucho en comenzar a procrear ¿Piensan que Anthony morirá pronto? ‒ comenzó a caminar alrededor de la estancia, observando cada detalle ‒ Aunque, por supuesto sabes que ya tiene un hijo varón. ‒ No seas irracional, si no me vas a decir a qué has venido, te pido que por favor te marches. ‒ ¿Qué edad tienes, pequeña? ‒ preguntó a Samantha. ‒ Recientemente acabo de cumplir dieciséis años, señor. ‒ Milord. ‒ ¿Disculpe? ‒ preguntó Samantha desconcertada. ‒ Milord es la palabra que buscas pequeña niña ‒ volteó la mirada hacia su cuñada ‒ Veo que aún no saben nada. ‒ Eso no te concierne, Paul ‒ Patrick, su padre, tenía un tono amenazante, más agudo de lo que ella había escuchado cuando este regañaba a Max. ‒Venga hombre, te recordaba más divertido ‒ tomó asiento sin que nadie se lo hubiera ofrecido ‒ ¿No vas a echar a tu gemelo? Acabo de llegar. Si no te molesta me quedaré algunos días. ‒ No hay habitaciones disponibles ‒ comentó su madre, pero su esposo apretó su hombro ‒. Pero podemos resolverlo. ‒ Gracias, mi adorada Eleonor. Todos tomaron asiento, charlaron un rato o más bien escucharon lo que el tío, que no sabían que existía, tenía que contar acerca de sus anécdotas en los viajes que hacía a través del mundo. Mientras que sus padres lo miraban recelosos y detallaban cada movimiento que el susodicho hacía, como esperando el momento oportuno de hacer algo, algo que Samantha no tenía muy claro.
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