30 de Septiembre de 1813, Herefordshire.
Era increíble, Benedict no solía tomar decisiones a la ligera ¡Era increíble! Pero allí estaba.
¿Cómo se había dejado engatusar por Andrew para llevar a cabo ese viaje?
Una maldita semana llevaban de trayecto y al fin habían llegado a su destino. Un pueblo pintoresco con muchos lugareños que no lo pensaron dos veces para salir a las calles a observar cómo se habrían paso dos hombres montados a caballo, que no hacía falta preguntar nada pues todos asumían que eran dos lores, y de paso, unos muy apuestos. Las vestimentas los delataban, así como el porte y la elegancia de sus cabalgatas, sin mencionar los ejemplares de caballos que los llevaban, fuertes y de buen pedigrí.
Mientras tanto, detrás los seguía un carruaje ornamentado y de muy buena calidad, caoba oscura con detalles en dorado arreado por un cochero que vestía la habitual librea de los sirvientes de alta sociedad, se escuchan los murmullos con cada paso que avanzaban, pues por la cantidad de personas que se asomaban tuvieron que aligerar el paso y cabalgaban uno junto al otro. Benedict logró distinguir diversas frases, tales como:
«¡Qué guapos!»
«Deben ser mínimo unos duques»
«No seas tonta, ¿qué harían unos duques aquí?»
«Quizás están perdidos»
«El camino a la villa de las familias Capmbell y Hughes es hacia el otro lado»
«Mamá, creo que llevan a una princesa allí dentro» y Benedict sonrió al escuchar la voz de una niña, el comentario le pareció tan fantasioso que volteó a observar a la pequeña que vestía unos trapos sucios y llenos de barro en el dobladillo.
Decididamente no era una princesa lo que llevaban en el carruaje, ojalá Benedict pudiera intercambiarla por una princesa de verdad, pero no. Dentro, hecha una furia, se encontraba Lady Josephine Victoria Arlington, su hermana menor y su actual dolor de cabeza, el personaje antes mencionado había hecho una rabieta tan estrepitosa en Londres un día en el que Benedict tenía menos paciencia de la usual. Algo tenía que ver con el hecho de que estaba aburrida hasta la médula, su madre se encontraba visitando a una vieja amiga en Bath y sus demás hermanos estaban en las afueras de la ciudad, seguía con la cantaleta de que Marcus no había ido a su cumpleaños y de que James había dejado Londres junto a su hijo.
‒ ¡Benedict esto es inconcebible! ‒ había irrumpido Josephine en su despacho.
‒ Josephine, sabes que no puedes entrar de esa manera a mi despacho. Acaso no puedes ver que tengo compañía ‒ inclinó la cabeza hacia el sillón frente a él.
‒ ¿Cómo se encuentra esta mañana, Lord Knightmoore? ‒ preguntó cambiando a una voz dulce y haciendo una muy elegante venia.
‒ No tan bien como usted, Lady Josephine, cada día está más radiante ‒ comentó Andrew con una amplia sonrisa, él siempre sabía cómo otorgar cumplidos a las damas y estas caían a sus pies, todas menos una.
‒ ¿Qué sucede? ‒ preguntó Benedict sereno en un tono seco.
‒ Muero de aburrimiento, quiero ir a ver a John ‒ se colocó de pie frente a él, ambos se había parado al momento que ella había ingresado al despacho.
‒ Eso no es posible y lo sabes ‒ todos se sentaron, Josephine junto a él tomándolo por la manga.
‒ ¿Por qué no? ‒ preguntó con un puchero.
‒ Porque James no desea visitas. Además, ya estás grande para la gracia, hacer pucheros nunca te ha servido de mucho ‒ dijo colocando el codo en el reposa brazos y sosteniendo con la palma de su mano su cabeza en la altura de la sien, para observarla con una leve inclinación.
‒ Con mis demás hermanos sí que funciona ‒ comentó dirigiéndose a Andrew.
‒ Incluso conmigo funciona, milady.
‒ Sí, ya veo, creo que sólo funciona con las personas que tienen corazón.
‒ Si es todo lo que deseabas… ya te puedes retirar ‒ la alegoría de que no tenía corazón era algo que a sus hermanos les gustaba decir con frecuencia, y aunque estaba acostumbrado al asunto, de vez en cuando era más irritante.
‒ Además, mamá se fue a Bath y no me quiso llevar.
‒ Sabes muy bien que su amiga está enferma y tu presencia no sería de mucha ayuda.
‒ Marcus no vino a mi cumpleaños, cuando me lo prometió ¡Me lo prometió! ‒ chilló.
‒ Eso está muy mal hecho de parte de Lord Blackwood, Lady Josephine ‒ comentó Andrew para brindar apoyo, cosa que era justamente lo que andaba buscando su hermana.
‒ ¡Y tú no hiciste nada, Benedict! ‒ le reprochó y le soltó la manga inmediatamente, como si estuviera tocando algo muy caliente o algo que le provocara un hastío inmenso.
‒ ¿Qué podría hacer? Está visitando América, según lo que nos contó en sus últimas cartas.
‒ ¿No es un lugar peligroso por estos tiempos? ‒ preguntó Andrew y su hermana puso los ojos como platos.
‒ ¿Qué? ‒ gritó ‒ ¿Cómo que un lugar peligroso? ¡Benedict!
‒ No, no es así ‒ y le hizo señas a Andrew para que no agregara más al asunto, su hermano estaba en país lleno de conflictos por el poder en contra de la corona española, y claro que él le había advertido de la situación, pero Marcus era el menos dado a seguir sus consejos, mucho menos sus órdenes ‒ Marcus prometió venir en navidad, así que no te angusties. Mejor deberías continuar con tus lecciones, tu presentación ante la sociedad será la próxima temporada.
‒ Prefiero esperar a cumplir dieciocho años ‒ dijo con un tono desdeñoso, era inaudito como Josephine cambiaba de humor a la misma velocidad que cambiaba de temas de conversación.
‒ O mejor te puedo conseguir un esposo ‒ soltó con un brillo en los ojos y una sonrisa ladeada.
‒ ¡No! ‒ gritó, y esa era una de las cosas que más le molestaban de su hermana, esa voz chillona que se intensificaba cuando profería gritos sin causa aparente ‒ Dijiste que me darías la oportunidad de elegir a mí ¡No estoy dispuesta a aceptar un contrato matrimonial!
‒ No es tan malo, muchos matrimonios arreglados salen la mar de bien ‒ pero aunque gritara a Benedict le gustaba tomarle el pelo, ella era una joven encantadora que lucía muy graciosa cuando se enojaba ‒ Andrew ¿Te quieres casar con ella? ‒ dijo a su amigo que se puso algo rojo por la inesperada pregunta.
‒ eh, bueno… yo…
‒ Ni se te ocurra, Benedict. No es que usted tenga algo malo, Lord Knightmoore ‒ posó su dulce mano sobre la de Andrew y este se pasmó, era muy divertido ver como su amigo se incomodaba y como Josephine no se daba cuenta de que era una chica muy guapa y que estaba causando el sonrojo de un conde ‒, nada más alejado de la realidad, es solo que lo conozco desde siempre y hasta puede ser uno más de mis hermanos.
‒ Vaya forma de ser rechazado ‒ dijo Andrew divertido, volviendo a su estado habitual, desprendiéndose del contacto físico de su hermana ‒ pero tienes toda la razón. Por otra parte, lamento informarles que mi corazón ya está apartado.
‒ Han pasado tres años ¿Cuándo vas a desenamorarte de la hija de Rauscher? ‒ preguntó Benedict algo confundido, pues su amigo tenía semanas sin mencionar a Lady Amelia.
‒ ¡En fin! ‒ agregó Josephine centrando toda la atención en ella una vez más ‒ Mamá está visitando a su amiga, Marcus se encuentra al otro lado del mundo, tengo casi un año sin ver a James, Sebastian se fue de cacería al campo, y el resto siguen en el colegio ¡Muero de aburrimiento, Benedict! Tú eres mi única esperanza ‒ ni en las obras de teatro se puede encontrar tanto drama, Lady Josephine podría fácilmente convertirse en actriz si decidía escapar de casa.
Benedict de vez en cuando pasaba por esos días de calma, donde sólo tenía a uno o dos hermanos bajo su mirada, pero los días de soledad junto a Josephine eran un suplicio, su hermana era amable, amorosa y risueña, pero tenía un sentir muy profundo y se aburría con facilidad en medidas exorbitantes, tanto que a Benedict le daban ganas de salir corriendo cada que ella comenzaba sus interminables quejas acerca de su falta de actividades.
Puesto que no era diestra con la costura o el bordado y no disfrutaba particularmente de la lectura o la jardinería, se aburría y Benedict pagaba las consecuencias, con los demás hermanos ella se divertía, jugaba y los acompañaba a ciertas actividades que eran estrictamente para hombres, ellos creía que él no sabía que la llevaban a practicar tiro, la dejaban cabalgar sin amazona o que, incluso, una vez la metieron clandestinamente a ver una pelea. Pero él era el mayor, lo sabía todo y aunque intentaran con todas sus fuerzas ocultar la verdad, en algún momento salían a la luz.
‒ ¡Es la oportunidad perfecta, Benedict! ‒ exclamó Andrew.
‒ ¿De qué? ‒ preguntó Josephine curioso, centrando toda su atención en el conde.
‒ Justamente le estaba proponiendo a Benedict que me acompañara a un viaje al otro lado del reino.
‒ ¿También me vas a dejar? ‒ chilló su hermana dirigiéndose a él, agrandó los ojos como platos y lo tomó de la manga una vez más, con la más mínima intención de soltarlo, al menos por una semana.
‒ ¡Por supuesto que no! Una dama no debe quedar sin supervisión, eres mi responsabilidad.
‒ Vaya forma de demostrar cariño ‒ dijo sarcásticamente y pestañeó rápidamente, eso hacía cuando los pensamientos pasaban muy rápido por su mente y se quedaba en blanco por unos segundos.
‒ ¡Por eso! Deberían acompañarme ambos, me vendría la mar de bien algo de compañía y ya que Lady Josephine quiere distraer la mente, no veo razón de peso para evitar hacerme compañía. ¡El aire fresco nos vendrá bien!
Y de esa manera Benedict terminó dando órdenes para que estuviera todo listo para partir a la mañana siguiente rumbo a Herefordshire, su amigo no le había dicho mucho acerca del motivo del viaje, simplemente que debía encontrar a alguien, así que no hizo muchas preguntas sobre el asunto y dio gracias al cielo por la oportunidad de matar dos pájaros de un tiro: el pedido de su amigo y el aburrimiento de su hermana.
«Dios sabe cómo hacer las cosas» se dijo mentalmente con una sonrisa en los labios.
Así que, la razón de que Josephine estuviera hecha una furia dentro del carruaje, se debía que a la niña no sabía que el viaje duraría tanto y estuvo siendo un dolor en el trasero de Benedict desde el momento en que se le ocurrió la brillante idea de cabalgar junto a ellos en lugar de viajar dentro del amplio y confortable carruaje. Idea que Benedict desaprobó incluso antes de que terminara la frase una noche en la que se cenaban en una de las posadas en las que les tocó pasar la noche. Cosa que, por supuesto, no le sentó nada bien a la joven que era muy testaruda, pero él tenía sus razones, ella no podía ser vista cabalgando a horcajadas y no llevaban una silla tipo amazona, por otra parte esa idea dejaba al carruaje con un único caballo, cosa que no era prudente ni para el cochero ni para el carruaje y mucho menos para el caballo que tendría que lidiar solo con todo el peso. Sin embargo, Josephine tenía una manera muy original de dar soluciones rápidas a las cosas cuando le convenía y había dicho que el cochero se podría quedar, o una idea más maravillosa ¡que dejaran el carruaje en alguna posada! donde luego lo recogerían cuando estuvieran de regreso.
En la mesa Benedict se quedó observando a su hermana por un largo rato hasta que esta se calló y se dio cuenta de que él no estaba de acuerdo con nada de lo que ella decía, y que no se harían las cosas como a ella se le antojaban.