Continuaron caminando detrás del sirviente, quien tenía pinta de haber pasado los treinta años y estar muy cerca de los cuarenta, pero no era el mayordomo, Samantha lo sabía por su forma de vestir, aunque ni siquiera entendía cómo tenía ese conocimiento. Tal vez su madre o su padre le habían mencionado algo de los puestos de trabajo en una mansión de alta sociedad, pero si fue así ella no lo recordaba. Atravesaron varias estancias, pasillos y puertas, hasta que se toparon con una gran entrada de dos puertas pintadas de blanco con detalles y pomos dorados. El sirviente abrió la puerta de la derecha y los dejó pasar adelante, tenía una expresión en el rostro que no permitía saber que pensamientos cruzaban por su mente o cómo se sentía ese día. No había pronunciado palabra y ellos tampoco s

