Prefacio
Kendra contaba con tan solo 13 años de edad cuando la desgracia y el dolor llamó a su puerta, jamás olvidaría aquel fatídico 17 de mayo del 2008. Ese día quedó grabado para siempre en su mente como su renacimiento, no quería sufrir, únicamente deseaba vivir su adolescencia igual que las demás chicas de su edad. Emergió de un mundo rosa para adentrarse a un universo gris.
Desde entonces nada sería igual, a su corta edad tenía un objetivo claro, anhelaba bailar ballet, sin embargo, desde su nacimiento su destino ya se encontraba marcado, nació para continuar con el legado familiar. Todos sus antepasados fueron defensores de la justicia, el apellido Ferreti es reconocido en la alta sociedad italiana. Son conocidos como los mejores abogados de Florencia, excepto su padre, es la manzana podrida, se caracteriza por ser un corrupto de cuerpo, mente y alma. Su patrimonio económico destaca como el tercero más grande de la región Toscana.
Matteo Ferreti, Anhelaba tener un primogénito, pero por circunstancias de la vida nació Kendra terminando de inmediato con sus altas expectativas, con resignación intentó no despreciarla del todo. Desde que cumplió su primavera número diez, las exigencias se hicieron presentes, le recalcó día tras día que debía convertirse en un muro impenetrable, sin miedos, sin piedad y sin compasión.
A pesar de su duro entrenamiento mental, la pequeña rubia era gentil y amorosa, en un intento desesperado por ser libre, se perdía en el ritmo de la melodía clásica, al bailar sentía que volaba en la inmensidad del cielo. Soñaba con su libertad, por esos escasos minutos sus heridas sanaban. Su pasión por la danza le daba fuerzas para soportar la rigurosidad que ejercía su padre sobre ella. En cada paso dado dejaba sangre, sudor y lágrimas.
Su burbuja cargada de nobleza fue rota de manera abrupta, haber nacido en cuna de oro y con un gran legado que continuar era un peso difícil de cargar. Aquel día lluvioso marcó su destino para siempre, eran alrededor de las seis de la tarde y una fuerte tormenta se desarrollaba, la luz de los relámpagos traspasaron a través del cristal del gran ventanal de su habitación, haciéndola sobresaltar con cada estruendo.
Sin poder evitarlo el terror invadió su cuerpo, se quedó estática por algunos minutos, su corazón golpeaba enérgico su pecho, cerró los ojos y apretó los puños pregonando las palabras de su padre «Nací para triunfar, no para temer». Los rayos se intensificaron dejando ese episodio de valentía a un lado, una idea cruzó por su mente, se escondió debajo de la cama con su bien más preciado: Su caja musical. Con temor se abrazaba a sí misma, odiaba las tormentas eléctricas, sin embargo, no podía salir por ayuda o sería castigada con severidad.
Una Ferreti no se acobarda, el miedo jamás debería ser un camino transitado por ella, algunas gotas de lluvias descendían de las nubes grises y a su vez lágrimas gruesas se deslizaban por sus mejillas. Anhelaba correr a la habitación de su madre, abrazarla, sentir su calor, deseaba oír de sus labios que todo estaría bien. Aunque la dulce y melodiosa voz de Leticia no sería escuchada por su hija una vez más.
No comprendía por qué su madre no la defendía ¿Tanto le temía? Su consuelo era observar el único objeto que le transmitía paz, con delicadeza deslizó sus dedos por la caja metalizada adornada con cientos de diamantes. Ese regalo la impulsaba a seguir con más fuerza. Al girar la pequeña manivela ascendió con lentitud y elegancia una diminuta bailarina de cristal, se movía al compás de la melodía, por un momento se olvidó del fuerte sonido que atormentaba sus oídos y la su vez la poca estabilidad mental que poseía.
Busco en su closet y sin más vistió sus pies con unas zapatillas color piel, animada giraba siguiendo la delicada música, hasta que el miedo abandonó su organismo, el llanto fue reemplazado por una hermosa sonrisa. Bailo por diez minutos sin detenerse, estrenaba su mente y su cuerpo al mismo tiempo, quería ser una gran bailarina, la mejor de todas. En instantes un golpe desesperado en su puerta la hizo aterrizar una vez más en la tierra y su nube de rosa fue desechada al fondo del abismo.
Esa misma tarde la madre de Kendra murió, una bala proveniente del cañón de la pistola de su marido le arrebató la vida a sus 28 años, no soporto la infidelidad, con egoísmo decidió acabar con su propia humanidad dejando a su hija desamparada, no pensó en el destino que correría de su pequeña.