—¿Y tú quién eres o qué? —pregunté fingiendo valentía, cosa que estoy lejos de tener.
—Acabo de mudarme, pero no me advirtieron que habría un ratón que se comería mis cosas.
—¿Te burlas de mi estatura? —pregunté, el gigante se encogió de hombros y exhalé—. Sé que no soy el más alto, pero mido lo promedio, 1,73 cm, pero tú mides como dos metros y eso ya es una exageración.
—No me interesa lo que midas, solo que no te comas mis cosas. No quiero problemas acabando de llegar y menos, tener que partirte la cara.
—Qué agresividad. Bueno, avísame el día y hora que me vas a pegar para comprarme un casco, a ver si así al menos no se me caen todos los dientes —bromeé y él solo rodó los ojos irritado y se alejó.
Ojalá Cata haga un trabajo efectivo esta vez, no me conviene que ese viva mucho tiempo aquí, va a terminar por lo bajo arrancándome una pierna o el deseo de vivir. No quiero terminar bajo tierra.
Lo único raro del desconocido es que parecía muy joven.
Yo tengo 25 años, Cata igual, Fer tiene 28, pero ese parece un adolescente gigante y musculoso. Parece el típico Brad de película gringa, el líder de fraternidad, ricachón que anda en convertible y es capitán del equipo, aunque aquí en Colombia las cosas no son así, no hay esas divisiones sociales estúpidas y cliché, pero él tenía esa pinta. Mide como 1,90 o no sé, se nota que se ejercita. Tiene el pelo castaño, pero no como el mío, es un poco más claro y tiene el típico corte de hijo de papi y mami, es decir, un poco largo. Tiene buena cara, debo admitir que es guapo, pero tiene una mirada que si pudiera te pulverizaría, aterra y pareciera ser de los que dan palizas por diversión.
Como hoy no tenía mucho por hacer al no tener que cumplir turno en el trabajo, decidí solo flojear y nada más. A eso de las dos luego de almorzar, me vestí porque Fer me dijo para ir a hacer las compras del mes (cosa que ahora es conveniente si no quiero que me maten por robar brownies, pero compraré los míos mejores que los suyos los cuales llenaré de lejía), así que salí a la sala en lo que se terminaba de vestir y vi al nuevo sentado en la sala junto a una computadora portátil. Ni me miró, parecía absorto en sus cosas, seguro cursa una maestría online para ser un Brad profesional, entonces Fer se acercó a mí, vestía todo de blanco, no sé por qué, unos enormes vans algo escandalosos y una gorra que le robó a mi amigo Camilo de la empresa.
—Hoy prefiero que nos vayamos en autobús, no quiero que nos varemos de nuevo en tu carcacha vieja —dijo refiriéndose a mi auto, que sí, es de dudosa reputación, lo compré en una ganga y es de esos grandes de los 70, rojo y siempre me hace quedar mal cuando tengo citas.
—Igual no podíamos ir en mi bebé hoy, no le he cambiado los neumáticos y si la policía me pilla así, me ponen tremendo comparendo y como que no quiero —le dije y asintió.
Se acercó al nuevo quién lo miró de reojo, a la defensiva.
—Mani, ¿quieres venir con nosotros? —le preguntó y el desconocido lo miró frunciendo el ceño.
—¿A dónde van?
—Al super, nuestra nevera pide a gritos que la llenemos y ya no quiero comer más sopas instantáneas. ¿Vienes o qué? Y nos tomamos unas frías para celebrar tu llegada.
—No puedo irme a beber ahora, tengo que entregar hasta la noche un trabajo de la uni.
—Bueno, nerd. Que sepas que ser universitario no sirve de nada en la vida.
—¿Ah?
—Que la cojas suave, vamos por unas frías y nos integramos.
—Mmm, Bueno, ya qué —dijo y se puso de pie.
Me miró.
—¿Y el ratón va a ir? —preguntó refiriéndose a mí y le enseñé mi dedo del medio.
—¿Le dices ratón a este? Bueno, puede que sea feo tanto por dentro y especialmente por fuera, pero no ofendas al hombre. Es un tipazo donde lo ves —dijo el maldito de Fernando y le di tremenda patada que solo lo hizo reírse aún más.
—Yo sé que soy feo, me enorgullezco de mi cara y mi cuerpo descompuesto, pero tú sí que abusas, Fernando. El tamaño de tu cara no es proporcional a tu cráneo, es más grande y por eso te ves así de impresionante. Es decir, como que te sobra cara.
—¿Qué carajos? —dijo esta vez el desconocido entre risas y rodé los ojos.
Entonces salimos y caminamos por la calle. Vivimos en un vecindario bastante normal en el norte. Mi familia está toda en Cartagena que es mi ciudad natal, yo vivo aquí solito como paria y papá me llama cada semana a ver si al fin “preñé”, cosa que jamás va a pasar porque primero, odio a los niños, son mis enemigos naturales, cada vez que veo a un enano siempre terminamos peleando o arruinan mi día y además, sé que naturalmente no puedo tener hijos, nací todo podrido, es decir, estéril y creo que es lo mejor, no quiero tener hijos todos flacos como yo, pero como no tiene nietos se queja cada semana, pero, ¿cómo no le basta con mis dos gatos? Para mí son mis hijos e incluso cada uno tiene nombre y apellido, los visto y les compro más cosas que a mí, pero bueno, supongo no dejará a mis gatos en su herencia.
—Nada más se les ocurre a ustedes salir con este sol horrible y el calor —se quejó el desconocido y lo miré.
—¿Es que te vas a derretir o qué? Este clima no es nuevo en Barranquilla.
—En mi casa familiar dormía con aire acondicionado, pero aquí me toca con abanico. Es decir, como pobre diablo —se quejó totalmente en serio, creí que bromeaba, pero no.
Fer y yo rompimos en risas al escucharlo con un problema tan absurdo y ridículo.
—Entonces vuelve a vivir con tu mamita con su aire acondicionado y que también te amamante, idiota —le dijo mi amigo y el desconocido lo miró con una sonrisa de medio lado.
Cruzamos la calle.
—No puedo vivir donde mi papá. Me echó —confesó y ambos lo miramos curiosos.
—¿Qué hiciste? —pregunté de forma imprudente y él exhaló.
—Es una historia larga y tediosa.
—Quiero saber, exijo saber —le dijo Fer y él se encogió de hombros.
—Mi papá me vio en la fiesta de graduación de la escuela con mi novio, él creía que era mi mejor amigo, pero no. Me descubrió en el peor momento, lo besaba y me hizo tremendo escandalo delante de todos mis compañeros del colegio. Me dio una paliza al llegar a la casa, pero no hice nada, no me defendí, sé que pude agredirlo porque el viejo es más pequeño que yo y viejo, pero es mi papá dentro de todo y le guardo respeto, pero desde ahí me hizo la vida imposible. Ahora en la uni él me sentenció que prefería verme solo que saliendo con un chico y lo ignoré, creí que lo olvidó, pero hace unos días me espió cuando hablaba por celular y escuchó lo que hablaba con Mateo. Me botó de la casa así sin más, solo con mis cosas y bueno, ahora estoy acá caminando bajo el sol con ustedes dos.
Su historia por algún motivo me hizo sentir muy mal, no se me hace justo que alguien le haga eso a su hijo. Es decir, no me gustan los niños, pero si hipotéticamente tuviese uno jamás me imaginaría hacerle algo como eso, echarlo a la calle simplemente por querer a alguien. Es una basura.
—Mierda, lo siento —le dijo Fer y él solo asintió—. Te puedo preguntar tu edad.
—Tengo 17, cumplo 18 en unos días.
—¿Y… cómo estás haciendo? Digo, yo a tu edad solo cargaba a lo mucho con cinco mil pesos en mis bolsillos —dijo de forma imprudente mi amigo y le hice señas de que cerrara la boca.
—Pues tendré que suspender la uni, no tengo de otra. Ya desde antes había empezado a trabajar porque sabía que era cuestión de tiempo que me echara, pero no pensé que lo haría sin tener la mayoría de edad, así que ahora tuve que tomar varios trabajos y así lo voy llevando.
—¿Y por qué no te quedaste con tu novio? —le preguntó Fer con tremenda confianza, como si lo conociera e incluso ya caminaba junto a él agarrando su hombro como si fuesen amigos de siempre.
—Ya no estoy con él, ese día que papá me vio hablando por teléfono era porque peleábamos, pero yo rompí con él hace meses y no quiero que ni me hable.
—Ah, tú tienes un chisme bueno tras otro. Me caes bien —le dijo entre risas y ambos reímos al escucharlo—. ¿Cómo te llamas después de todo? Yo soy Fernando, juego en la liga de béisbol.
—Me llamo Daniel —dijo y me miró de reojo, eso me intimidó por algún motivo que no puedo comprender—. Y tú ratón, ¿cómo te llamas?
—Soy Emanuel, Emanuel Jiménez —mentí y él asintió, Fer solo rio, pero no me echó al agua.
Es una costumbre que tengo, siempre le digo a todos que tengo un nombre distinto porque me resulta divertido. A la vieja Josefina le dije que me llamaba Randy, descubrió mi mentira meses después y su esposo creyó hasta hace poco que me llamaba Arturo, es divertido confundir a la gente.
—¿Y a qué te dedicas o qué haces? —me preguntó.
—Soy vagabundo medio tiempo y el resto que me queda solo ando por ahí durmiendo, persigo ratas, ando en los techos y duermo siestas en los árboles.
—¿Qué?
—Está describiendo a sus hijos, tiene dos gatos y está loco con eso, solo habla de gatos y me tiene harto —se quejó Fernando y el desconocido que ahora tenía nombre, Daniel me miró divertido.
Ojalá ya no quieras matarme.