Capítulo 2-1

1437 Words
Capítulo 2 Treinta minutos más tarde me encontré mirando fijamente el contrato de Alec que había sobre mi mesa. Contenía varias páginas, y tantas cláusulas que me empezó a doler la cabeza. No dejaba de buscar la letra pequeña que revelaría que le estaba vendiendo mi alma al firmar aquel ridículo contrato. ¿Me estaba tomando el pelo? ¿Debería reírme ante aquellas frases, o sentir horror? No podrá mencionar lo que ha visto u oído a la prensa ni a familiares/amigos/colegas/etc. No podrá tener citas durante la duración del acuerdo. No podrá hacer fotografías ni grabaciones de ningún evento. Una vez finalizado el acuerdo, borrará todos los mensajes de texto/correos electrónicos. No mostrará los mensajes ni ninguna otra información confidencial a nadie. Alec gruñó desde el otro lado de mi cubículo, y la intensidad con la que me fulminaba con la mirada me intimidó más allá de lo que creía posible. El músculo de la mandíbula se le tensó cuando señaló el vacío para las firmas. ―Fírmalo. Lo odiaba todavía más por hacerme aquello. Apreté con fuerza el bolígrafo entre los dedos; ¿de verdad iba a hacerlo? ¿Firmaría para convertirme en la novia de mentira de alguien a quien detestaba? ―¿Por qué me olvidas a firmar el contrato de confidencialidad ahora? Ya me has dicho el trato, que estás buscando a una novia falsa para conseguir el papel. Podría ir directo a los medios. ―Hazlo, y estarás acabada. Nunca volverás a trabajar, ni aquí ni en ninguna otra agencia de talentos de Los Ángeles. ¿Es eso lo que quieres? ―No ―repliqué. ¿Cómo iba a decidir con él respirándome en la nuca? Necesitaba tiempo y privacidad para pensar. Me levanté de la silla―. Tengo que ir al baño. La mente me giraba en un torbellino de confusión. Era tan de locos, ¿y cómo había conseguido que redactaran el contrato tan rápido? ¿Había habido otras novias de mentira antes? ¿Quién más había sucumbido a sus absurdas exigencias? Me quedé mirando fijamente en el espejo mi cabello encrespado. Me lo había alisado hacía dos días, pero con toda la angustia, el sudor y el esfuerzo de lidiar con aquel c*****o, no tenía muy buen aspecto. Mi piel, que normalmente era suave y de tono canela, ahora estaba enrojecida y sucia. Me lavé la cara antes de aplicarme una nueva capa de maquilla, y después me recogí el cabello con una goma elástica. Tenía los dedos adormecidos. ¿Qué pasaba con las facturas médicas? La última vez que mi madre había estado en el hospital por problemas respiratorios, el médico había dicho que su probabilidad de sobrevivir era buena siempre y cuando llevase una vida saludable. Aquello incluía librarse de los factores que provocaban estrés como, por ejemplo, tener que ir a trabajar a Barnaby’s, la tienda de licores de la esquina. Volver a mi pesa caminando por el pasillo fue algo equiparable a recorrer el salón de la vergüenza. Mi compás moral se había desvanecido llegados a aquel punto, pero ¿qué podía hacer? Necesitaba el maldito dinero. El aroma a mar me llenó la nariz. Alec se colocó detrás de mí hasta casi tocarme. ―Tu oportunidad se está perdiendo, Gabrielle ―susurró―. Sería una pena que no aprovecharas mi oferta. Intenté evitar poner los ojos en blanco; sonaba como un vendedor de coches horrible, pero en cierto modo tenía razón. Si yo no firmaba, ¿acaso no lo haría otra persona? No había falta de mujeres alrededor de Alex. ¿Quién se llevaría el premio gordo? El pulso se me aceleró y la sangre me corrió a toda velocidad por las venas. La oferta me tentaba más allá de todas las expectativas. Era una oportunidad única que podría evitar que mi madre o yo tuviéramos que volver a vivir preocupadas. Sentí el estómago hueco… vacío. Ojalá tuviera más tiempo. Me decidí a conseguir algunos minutos más. ―¿Qué dirá tu hermano? ―No se enterará. Alcé la mirada hacia él bruscamente. ―¿Cómo que no se enterará? Inclinó la cabeza. ―Será mejor que no se entere ―me advirtió―. No querrás que te lleve a juicio, ¿verdad? El corazón me martilleó contra las costillas. Podía guardar un secreto. ―De acuerdo, pero ¿qué se supone que le voy a decir a mi madre? Hará preguntas. ―Dile que estamos saliendo juntos y enamorados ―contestó con voz áspera―. No hay por qué entrar en detalles. El estómago me dio un salto al oír la palabra enamorados. «Nunca me enamoraré de un capullo», creía haberle mencionado hacía varios meses a mi madre en una sesión de desahogo. Conseguir que creyera que me había enamorado de aquel idiota exigiría ser muy buena actriz. Cerré los ojos secos y volví a abrirlos. ―Vale, lo que tú digas. Hagámoslo. Garabateé mi firma en la línea y solté un suspiro exasperado. Alec dio un paso adelante y examinó la página. ―Bien. ―Sacó un iPhone nuevo del bolsillo y lo dejó sobre mi mesa. ―Ya tengo un teléfono ―me revelé―. No lo necesito. ―A partir de ahora, usarás este teléfono para contactar conmigo. Mi número está en la agenda. No me envíes mensajes ni me llames a menos que sea necesario; mi ayudante te llamará para comentarte mi agenda de este mes, así podrás prepararte. ―Dejó caer una brillante tarjeta negra junto al iPhone―. Y aquí tienes una tarjeta de crédito para que te compres algo de ropa decente. Los hombros se me tensaron; aquello se estaba pasando de castaño oscuro. Tiré un poco del cuello de mi blusa para enderezarlo. ―¿Qué le pasa a mi ropa? Me miró de arriba abajo. ―Se ve que es barata. ¿Quién se creerá que estás saliendo conmigo? «Capullo». ―Vas a tener que disculparme por no ir vestida de Armani. No me pagan suficiente como para malgastar el dinero en ropa. ―Y por eso te hará falta la tarjeta. No voy a llevarte a ninguna alfombra roja vestida con un conjunto de treinta dólares de H&M. Mi estilista te llamará para ayudarte a elegir la ropa adecuada para cada oca… ―No ―le interrumpí. Enderecé los dedos nerviosos para evitar clavarme las uñas en las palmas―. Yo elegiré mi ropa. Me miró a los ojos, desaprobador. ―Mi estilista escogerá tu ropa, no hay discusión. También te haré una reserva con una de las mejores esteticistas de Los Ángeles. Te hará un hueco en su agenda enseguida. La idea de que los asquerosos dedos de otra persona me tocasen el pelo me hizo tensar todo el cuerpo. Seguro que pediría la cita con alguien que no supiera nada sobre maquillar tonos de piel más oscuros, y no tendría ni idea de cómo manejar mis rizos. ―Bueno, asegúrate de que tiene experiencia con mi tipo de pelo ―supliqué, señalándome la cabeza llena de rizos. Alec se encogió de hombros y la comisura de aquella boca ambivalente se curvó hacia abajo. ―Estoy seguro de que no es nada que no haya visto antes. A Alec Grayson se le daba asombrosamente bien hacer que me sintiera diminuta y nada especial. ―Te odio ―espeté―. Me muero de ganas de que este acuerdo llegue a su fin. Alec se inclinó hacia mí y me acunó la barbilla con aquella mano robusta. Se me cortó la respiración ante lo súbito del contacto. ―Lo mismo digo, pequeña ―susurró, y sus ojos penetrantes se volvieron más intensos―. Estoy ansioso de que esto acabe y no tenga que seguir mirándote. Pero sigue mis reglas y actúa bien, y esto no se alargará demasiado. Esperaba que se apartase, pero no lo hizo. En lugar de eso, sus ojos destellaron. Pasaron varios segundos en silencio y mi corazón se aceleró todavía más, dejándome paralizada. La mente se me quedó en blanco y mi mirada descendió hasta aquellos labios masculinos. Por primera vez fui consciente de lo sensuales y suaves que parecían… Como para ser besados. Se apartó de mí, recogió los papeles y los metió en su maletín. Después se aclaró la garganta y giró sobre los talones, dirigiéndose a la puerta. ―Te enviaré las copias más tarde. Tomé una gran bocanada de aire y me apreté el pecho con la mano para calmar el ritmo errático de mi corazón. Uhhh. ¿Qué demonios acababa de pasar?
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