No tienes que fingir

1671 Words
Hoy era mi aniversario de bodas, pero sin duda alguna, no tenía nada que celebrar. Este matrimonio era una farsa a la que me vi empujada aceptar por el bien de la empresa. No sé cómo me dejé engañar por una máscara de nobleza, cuando era lo contrario. Aquel hombre guapo, exitoso y que fingía frente a los demás que llevábamos un matrimonio estable, no era más que un falso. — Baja del auto, Lia —me dijo con su voz profunda, esperando a que saliera. Vestido elegantemente con un traje gris, de cabellera oscura, mirada café penetrante, cuerpo atlético y fuerte, me esperaba con su mano esperando la mía. — No tienes que fingir que eres un caballero, Jacob. Nadie nos está mirando ahora —le respondí con indiferencia y sin tomar su mano, después de salir y dejarlo detrás, mientras el mayordomo me daba la bienvenida. Subiendo a mi habitación, iba recordando cómo inició esta pesadilla. Como de un matrimonio, pasé a otro. *Dos años atrás* — ¿Quién es ella Dereck? —pregunté, sintiendo como el piso bajo mis pies tambaleaba y mis ojos se llenaban de lágrimas— ¿¡Por qué te presentas con ella de la mano el día de nuestra boda!? ¡Dereck! —le exigí una explicación. Las personas que ese día habían asistido a mi boda, murmuraban entre ellos lo que inminentemente iba a suceder. — No es obvio —me dijo con frialdad—. Lo lamento, pero yo no puedo seguir con esto. No tienes lo que busco en una mujer, eres demasiado poca cosa para mí. En cambio ella me ha dado lo que tú no querías. — Dereck… —sollocé sin poder creer que esto estaba pasando en mi matrimonio, dentro de la iglesia, en el día que se supone debería ser el más feliz de mi vida. — Afortunadamente me di cuenta a tiempo, compartir mi vida contigo habría sido el peor error de mi vida. Seamos sinceros, nunca te amé. Con cada palabra estaba clavándome un puñal en mi sangrante corazón. Podía jurar que iba a morir en ese instante. Las lágrimas saladas resbalaban por mis labios, hasta caer en el piso. En mi mente rogaba para que esto solo fuera una pesadilla. Tres años de noviazgo y el nunca me amó. — Adiós Lía —me dijo, dándome una última mirada antes de dejarme destrozada y estallando en dolor, mientras veía a quien creía el amor de mi vida salir del altar con otra. Lo que hasta ese momento no sabía, era que él no sólo se se había ido dejándome arruinada emocionalmente, sino que también lo hizo económicamente "Lazzari" La empresa de mi padre que creaba fragancias únicamente femeninas, estaba al borde de la quiebra, luego de que Dereck nos robara con su cargo de Gerente general. Cuando creía que ya no podía sentir más dolor, la sal caía en mi herida. Fueron muchas noches de llanto, y la depresión me lanzaba a querer cometer locuras que terminarían con mi vida. Estaba sola, completamente abandonada. Ni siquiera mi padre que debía apoyarme en este duro momento, se preocupaba por mí. Lo único que le interesaba era cómo salvar a la empresa. — Si a nadie le intereso, para qué seguir en un mundo donde solo fui un estorbo para el que me conoció —limpiando mis lágrimas, me levanté de la cama. Estaba hecha una ruina con mi cabello azabache totalmente enredado y mi rostro pálido con ojeras de no haber dormido bien en esas dos semanas en las que Dereck me abandonó. Solo me tiré un poco de agua a la cara, lo suficiente como para salir a la calle y dejar este hueco infernal. Tomé las llaves de mi auto, no me importaba el camino, solo quería alejarme de cuanto me conociera. Así que, subiendo a mi auto, manejé en medio de la noche, por una carretera desolada y oscura. — Maldito Dereck —murmuré apretando mis labios con rabia—. Te lárgaste con esa mujer y no conforme con eso, me robaste ¡Todos los hombre son unos imbéciles! —grité con tanta ira que casi no me doy cuenta de que alguien cruzaba frente a mi. Con un fuerte chirrido frené antes de atropellar a la persona delante de mí. Lo último que quiero en estos momentos es ser acusada de homicidio, eso terminaría por sepultar mi nombre. — ¡Dios! —salí del auto a ver a la persona que casi arrollo— ¿Le he hecho daño? Él retiró el brazo de su rostro, dejándome observar a un hombre masculino, atractivo que me hizo pasar saliva por lo que despertó en mí. — Supongo que si aún respiro es porque estoy vivo —bromeó, fijando sus ojos en los míos—. Aunque mi asesina sea una mujer hermosa. Él guiño que acompañó a su comentario, provocó que de mis labios salieran unas carcajadas sonoras. — Lamento casi arrollarte con mi auto. No me siento muy bien. — Bueno, eso lo noto con ver tu apariencia. Escucha, te acepto las disculpas, si a cambio aceptas que te invite a tomar un café. — Eh yo… — Sí no lo haces, iré a la policía y tendré que denunciarte. — No lo harías ¿O si? — Señorita, usted no conoce de lo que soy capaz. Sin más opciones, acepté la invitación del sujeto, después de todo ¿Qué probabilidades había de que volviera a verlo? Era imposible que eso ocurriera. … — ¿Y bien? —inquirió el tipo después de dar un sorbo a su café. — ¿Y bien qué? Ya te acepté el café. — No, solo me pregunto ¿por qué una mujer tan bella andaba a estas horas en la calle, y sola? Tu rostro se me hace conocido. — Supongo que debes haberlo visto en alguna de las revistas —contesté echando la última cucharadita de azúcar a mi café. — No, no tengo tiempo para ver tales cosas. — Pues a no ser que vivas fuera o te quedes bajo una roca, no sepas de mí. — De hecho no estás tan alejada de la verdad. He vivido durante años en Francia y hoy por fin he regresado a mi país natal. — ¿Años? — Solo era un niño cuando tuve que irme. — ¿Tuviste que irte? Tus padres se mudaron. Él negó con la cabeza —. Ojalá fuera eso, pero no. Mis padres fueron asesinados cuando yo era un niño, y mi único familiar vivía fuera. Cuando creía que nadie podía tener una peor vida que la mía, conocía a este sujeto que con sólo unos minutos ya me había dejado desconcertada. — Lo lamento, yo tampoco crecí con mi madre. — Pero no creo que ese sea el motivo de tu tristeza —ladeando la cabeza estudió mi expresión—. Déjame adivinar, problemas de corazón. — ¿Acaso lees mentes? —bromeé bebiendo un poco del café. — Algunos me han dicho eso —sonrió con sus dientes blancos y perfectos. — Se supone que ahora debería estar en mi luna de miel, pero él imbécil que creí el amor de mi vida prefirió a otra, y no satisfecho, robó a la empresa de mi familia. Ahora estamos en la quiebra a punto de quedarnos en la calle sin un solo centavo —finalicé—. Listo, esa es mi vida. — ¡Vaya! —se sorprendió—. Yo… no sé qué decir. — No tienes que decir nada —bebí la última gota del café—. Después de todo, no busco consuelo, adiós y gracias —me levanté de mi asiento con ganas de alejarme de los hombres. — ¡Hey! Espera un minuto —sostuvo mi muñeca con su gran y áspera mano—. Estas llorando —señaló mi mejilla extendiendo un pañuelo. La calidez que recorrió mi cuerpo con solo un toque de su piel, me dejó envuelta en una serie de emociones que sólo me confundieron. — D-debo irme —acepté su pañuelo y jalando mi brazo, salí corriendo del local, saqué mis llaves y me metí en mi auto, para alejarme lo antes posible de ese sujeto. ¿Quién es él? Ni siquiera le había preguntado su nombre, qué estúpida, entonces, desvíe la mirada a esa cosa suave que sostenía con mis dedos, de modo que, miré el nombre que traía inscrito y pronuncié ese nombre que significaría mucho en mi futuro — Jacob Jurek. *Actualidad* — ¿A dónde crees que vas? —me preguntó Jacob cuando pasé por delante de él. — No soy tu mascota o tu empleado para que cuestiones mis salidas, simplemente me voy. Él cerró el libro que traía en la mano, levantándose del asiento para acercarse con imponencia. — Eres mi esposa, merezco mínimo una explicación. — Tu esposa solo por un papel, pero no en otros sentidos ¡Claro! si el señor prefiere a las zorras de la calle. Dígame ¿Ya disfruto su cena? —lo encaré sin temor alguno. Hace mucho tiempo que había dejado de llorar por hombres, mi corazón ahora estaba protegido con una coraza dura e irrompible. — Dime ¿Qué es lo que te molesta? Que me acueste con esas mujeres o que no te haga lo mismo a ti. — ¡Eres un idiota! —llena de rabia e indignación, le di una bofetada que dejó su mejilla enrojecida, sin embargo, él no esperó ni un solo segundo para tomar mi brazos y advertirme con su voz gruesa y aterradora. — ¡Atrévete! Vuelve a poner una mano en mi mejilla y lo vas a lamentar. — Pues aquí tienes otro —usando mi otro brazo busqué darle nuevamente un golpe, mas al hacerlo, lo atrapó a tiempo, provocando que mi cuerpo quedara pegado al suyo. En dos años de matrimonio, esto era lo más cerca que habíamos estado de tocarnos.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD