Observo la ciudad desde mi oficina. El sol aún no termina de salir y el tráfico ya empieza a colapsar. Miro el reloj en mi muñeca y veo que apenas van a ser las ocho.
No he dormido absolutamente nada.
Pasé toda la maldita madrugada pensando en esa mujer, en sus gemidos y en cómo disfrutaba cada caricia, cada movimiento. Cómo la penetraba o la masturbaba...
¿Disfrutará así con todos?
La puerta de mi oficina se abre, y al girarme me encuentro con Alex entrando, mirándome completamente extrañado.
—¿Qué ocurre? —coloco ambas manos en los bolsillos de mi pantalón y me siento en mi escritorio—. ¿Por qué me miras así?
—Llevaba dos minutos tocando la puerta —responde mientras toma asiento frente a mí y coloca su portafolio a un lado—. ¿En qué mundo andas?
—Lo siento —me recuesto en la silla y dejo caer mi cabeza hacia atrás—, estaba sumergido en mis pensamientos.
—¿Y ahora qué es lo que te atormenta?
Tocan de nuevo a la puerta, y tras dar la orden de pasar, entra Tyler.
—Lamento interrumpirlo, señor. Los muchachos ya están afuera.
—Hazlos pasar.
Me enderezo, tomando una posición más seria. Alex me observa con curiosidad mientras Tyler abre la puerta para que entren los dos chicos que dejé encargados de Aysel anoche.
—¿Cumplieron con todo lo que les pedí?
—Sí, señor —contesta uno de ellos—. Le notificamos su orden a la dama al salir de la habitación. Aunque al principio se negó, al ver que no íbamos a desistir, aceptó. La acompañamos hasta el lobby, donde ya la esperaba un transporte para llevarla a su destino.
—¿Algo más?
—Antes de retirarse, nos pidió un favor.
—¿Qué favor? —pregunto intrigado. Ambos intercambian miradas antes de responder.
—Nos pidió que le dijéramos que, para la próxima, consiga un mejor hotel. Según ella, los empleados de este son un asco y la discriminaron al llegar.
Alex me mira sin comprender. Yo asiento con seriedad.
—¿Averiguaron qué ocurrió exactamente?
—Parece que el gerente y el personal de la entrada se negaron a dejarla pasar al principio, posiblemente por prejuicios.
"Malditos perros..."
—Gracias, chicos. Pueden retirarse. Buen trabajo —me levanto y les estrecho la mano a ambos—. Regresen a sus puestos.
—Sí, señor.
Cuando salen, Tyler los acompaña. Me dejo caer nuevamente en mi silla, mientras Alex me mira con una mezcla de curiosidad y preocupación.
—¿Vas a contarme qué pasó anoche?
—Te hice caso al final —respondo, pasando una mano por mi rostro—. Contraté el servicio de una de las chicas de la página que me sugeriste.
—¿Y qué tal estuvo?
—Bien.
—¿Sólo bien? —me mira incrédulo—. ¿No cumplió con tus expectativas?
Ese es el punto.
—Hermano, pagué veinte mil dólares por pasar una noche con ella, y créeme, no me arrepiento de haber gastado ni un centavo.
—¿Qué? —pregunta asombrado—. ¿Por qué pagaste tanto?
—Porque cuando quise contratar sus servicios, me dijeron que ya no estaba disponible. Y sabes que no soporto perder ni aceptar un no por respuesta.
—¡Estás loco! —ríe incrédulo—. Pero al menos me alegra que haya cumplido con tus estándares.
—Me pasé, Alex —digo serio, y él cambia de expresión.
—No me digas que... —lleva una mano al puente de su nariz—. ¿Fuiste bruto con ella?
Asiento, y él niega con la cabeza.
—¿Qué dijo ella? ¿Qué hizo?
—Nada —respondo con firmeza—. Gemía y disfrutaba. Desde el principio le dije que debía complacerme en todo, y así lo hizo. No protestó, no se quejó... eso me excitó tanto que no pude controlarme. Me excedí, la dejé inconsciente y le dejé marcas en el cuello y las muñecas.
—¿Qué hizo cuando las vio?
—No lo sé. Entró al baño a vestirse, y yo preferí dejarle diez mil dólares en la cama como compensación.
—¡Estás demente! —me reprocha—. ¿No fueron suficientes los veinte mil que pagaste por ella?
—¿Sabes qué es lo peor? —ignoro su comentario, mi mente atrapada en el recuerdo.
—¿Qué?
—Que lo disfrutó. Disfrutó todo lo que hice con su cuerpo. Jamás había visto a una mujer tan excitada, tan entregada.
—Están acostumbradas, amigo —ríe, negando mientras se ajusta el saco—. Les gusta el placer. Por algo se dedican a eso. Hoy en la noche tendrá otro cliente y disfrutará igual o incluso más.
—Eso no pasará —respondo rápidamente.
—Claro que sí, Nathan. Es su trabajo, su estilo de vida.
El teléfono de Alex suena. Se disculpa un momento para atender la llamada, mientras yo me levanto, sintiendo una mezcla de impotencia y rabia. La sola idea de que otro hombre pueda poseerla esta noche me carcome por dentro.
No lo puedo permitir. Ella sólo debe disfrutar conmigo. No voy a dejar que nadie más la toque.
¡Ella debe ser mía!
—Nathan, tenemos que salir o llegaremos tarde a la reunión con los del Ejecutivo —dice Alex, guardando su teléfono y tomando su portafolio.
Asiento, me pongo el saco y salimos de mi oficina rumbo a la otra parte de la ciudad.
Ya en el auto, lo observo inmerso en su teléfono. Saco el mío, lo desbloqueo y busco en la página hasta encontrar la foto de Aysel.
—Alex, quiero que me consigas una cita con el dueño de esa página de damas de compañía.
—¿Por qué? —me mira extrañado—. Eso no será fácil de lograr, Nathan.
—Tienes hasta las seis para conseguirlo. Tengo un trato que ofrecerle, y no aceptaré un no por respuesta.
Fijo la mirada al frente nuevamente, dando por terminada la conversación. Después de algunos minutos, llegamos al parlamento, donde nos esperan los ejecutivos y otros empresarios.
Al llegar, una oleada de reporteros ya se encuentra fuera. Con la ayuda de los muchachos, logramos entrar, esquivando cualquier tipo de pregunta de su parte.
Pasadas dos horas, la reunión termina. Todo se desarrolla según lo planeado, siendo un éxito la subasta que se realizará en dos días.
Ya en la oficina, Alex se retira a la suya. Le pido a mi secretaria que cancele todas mis citas y compromisos del día, y me dedico a disfrutar un vaso de whisky en la comodidad de mi escritorio. La puerta se abre de repente, y Alex entra con cara de pocos amigos.
—No ha sido fácil conseguir lo que me pediste —me fulmina con la mirada—, pero ya está hecho. La cita será esta tarde, en un pequeño club que ellos mismos han acordado. Solo puedes ir con dos hombres.
Asiento pensativo y sonrío débilmente.
—Le diré a Tyler que me acompañe y lleve a otro de sus chicos —me acerco a Alex y le doy una palmada en el hombro—. Muchas gracias, Alex. Del resto me encargo yo.
—¿Qué es lo que pretendes, Nathan? —me mira desaprobando—. Espero que no cometas una estupidez.
—Solo voy a hacer negocios. No tienes de qué preocuparte.
—Esta es la dirección —me entrega un papel—. Debes estar ahí a las seis, ni un minuto tarde, o se cancelará todo.
Miro el reloj; marca las cinco. Asiento, me despido de él y bajo del edificio para encontrarme con Tyler.
Le entrego la dirección a la que iremos y le ordeno llevar a uno de sus hombres de confianza. Minutos después, estamos en camino hacia el lugar indicado.
Al llegar a la parte trasera del club, cuatro tipos nos abordan. Al bajar del vehículo, nos revisan y despojan tanto a Tyler como al otro hombre de sus armas.
Nos guían a través de una puerta que conduce a un pasillo estrecho. Al final, abren otra puerta que nos lleva a una oficina, donde se encuentran tres personas: un hombre joven, una mujer y un hombre mayor con algunas canas en el cabello.
—Buenas tardes —dice la mujer, mirándome de arriba a abajo—. Tome asiento, por favor.
Observo a Tyler, quien asiente, y luego me siento frente a los tres, quienes no ocultan su curiosidad hacia mí.
—¿Qué lo ha traído hasta aquí? —habla el hombre mayor—. Sabemos que está interesado en negociar con nosotros, pero ¿qué es exactamente lo que desea?
—Antes de responder esa pregunta, quiero hablar únicamente con la persona que dirige el negocio —respondo con seriedad—. Soy un hombre de negocios, y no estoy acostumbrado a negociar con demasiada gente presente.
El hombre asiente y le pide a la mujer que se retire, quedándose únicamente con el joven a su lado.
—Él es mi hijo, mi mano derecha, y también lleva parte de este negocio —me ofrece un trago, que acepto—. Basta con verlo para saber que usted es un hombre poderoso. ¿Qué es lo que quiere negociar?
—Anoche pagué por pasar la noche con una de sus chicas —respondo directamente, y él asiente—. Fui el cliente que desembolsó veinte mil dólares por ella.
El joven me mira sorprendido, mientras su padre sonríe ampliamente.
—Ah, claro, por Aysel —dice con un tono malicioso—. Es la primera vez que alguien paga esa cantidad por una de mis chicas.
—Quiero saber algo: ¿ellas trabajan aquí por decisión propia o son obligadas?
—Eso es confidencial, señor —responde el joven, claramente molesto. Yo sonrío.
—Por su respuesta, es obvio que son obligadas, y no tengo problema con eso —digo con calma, mientras el hombre mayor me observa con seriedad—. Eso era lo que necesitaba saber.
—Ahora que ha aclarado su duda, ¿a qué se debe su interés en todo esto? —pregunta el hombre, más serio.
—Estoy aquí porque quiero comprar a la chica por la que pagué.
El joven me lanza una mirada dura, mientras su padre sonríe negando con la cabeza.
—Estoy dispuesto a pagar quince millones por ella.
La sonrisa del hombre desaparece, y me observa asombrado, al igual que Tyler. El joven se acerca para susurrarle algo al oído, pero su padre lo detiene con un gesto.
—¿Por qué tanto interés en esa chica? —me pregunta, con el rostro serio—. ¿Y por qué cree que aceptaría?
—Es un asunto personal. Y, respondiendo a lo otro, le aseguro que nadie le va a ofrecer lo que yo estoy dispuesto a pagar.
El hombre guarda silencio un momento, mientras su hijo lo observa con desesperación. Tyler me mira nervioso, pero yo mantengo una sonrisa segura, consciente de que tengo el control.
—Es una oferta tentadora, pero no puedo...
—Veinticinco millones. Es mi última oferta —digo levantándome de la silla—. Usted decide si lo toma o lo deja. Puede que esté interesado en comprar a la chica, pero no soy un hombre que suplica. Mi decisión puede cambiar rápidamente.
El hombre masajea su mentón, mirando de reojo a su hijo. Tyler y el otro chico se levantan también, listos para cualquier respuesta. Finalmente, el hombre se pone de pie.
—Está bien, señor. Acepto su trato —me extiende la mano—. Pero para concretar el pago, quiero el dinero en efectivo. Si no es así, no hay trato.
—Tendrá el dinero esta misma noche —le respondo, estrechando su mano—. También quiero que la chica esté lista para irse conmigo.
—¿Por qué gastar tanto dinero en una prostituta? —pregunta con una sonrisa burlona, negando con la cabeza—. Se nota que podría tener a cualquier mujer que quisiera.
—Es para un negocio en Europa —respondo con frialdad—. No es la primera vez que compro a alguien.
—Entendido... —sonríe malicioso—. Entonces usted también se dedica a este negocio.
Asiento, pero en realidad mis negocios son completamente legales. Hasta ahora.
—Mandaré el dinero dentro de dos horas, junto con un contrato de confidencialidad que deberán firmar usted, su hijo y la mujer que estaba aquí hace un momento.
El hombre asiente.
—Gracias. Fue un placer hacer negocios con ustedes.
Me giro y salgo de la oficina, escoltado por mis hombres hasta la salida. Nos devuelven las armas antes de subir a la camioneta. Tyler conduce hacia la casa, mientras yo planeo cada detalle de lo que sucederá después.
En el camino decido llamar a Alex.
—¿Qué sucede, hermano?
—Necesito que tengas listos veinticinco millones en efectivo en dos horas.
—¿Estás loco? Es muchísimo dinero.
—Lo sé. Busca la manera de tenerlo listo. ¡Lo necesito ahora!
—Está bien, cuenta con eso. Pero, ¿qué pasó?
—Mañana hablamos.
Cuelgo la llamada y abro la página para buscar nuevamente la foto de la chica.
Es una locura lo que acabo de hacer, pero no me importa. La quiero solo para mí, y así será, cueste lo que cueste.
Tyler se estaciona frente a la casa. Al entrar, me encuentro con la única persona que no quería ver aquí.
—¿Quién diablos te dejó entrar en mi casa? —digo fríamente mientras intenta acercarse—. Quiero que te largues ahora mismo.
—Vamos, sé que me extrañas, igual que yo te extraño —coloca su mano sobre mi pecho, pero la sujeto con fuerza—. Extraño estar contigo, Natham.
—¡Quiero que salgas de mi casa en este instante! —le aparto la mano con rabia—. Fui muy claro la última vez, Mónica.
—Estaba molesta, Nathan, por eso lo hice. Perdóname —intenta acercarse de nuevo, pero una mirada helada detiene sus intenciones—. Por favor, estaba cegada.
—Quiero que te marches, ¡ahora! —grito furioso—. Tyler, sácala de aquí y asegúrate de que no vuelva a entrar a mi casa.
Camino hacia mi despacho, ignorando los gritos de Mónica mientras Tyler la escolta afuera. Una vez dentro, tomo una de las botellas de whisky, me sirvo un vaso y bebo tranquilamente mientras observo el jardín.
La puerta del despacho se abre, y Tyler entra para notificarme que todo está listo.
—Dile a cuatro de tus hombres que me acompañen. También asegúrate de que Alex te entregue tres contratos de confidencialidad —ordeno con firmeza—. Trae a la chica con los ojos vendados y llévala a una de las habitaciones del fondo.
—Sí, señor.
Tyler se marcha. Miro la hora en mi reloj y sonrío ampliamente al saber que, en poco tiempo, Aysel será únicamente mía, cumpliendo cada uno de mis deseos...