PRÓLOGO

2120 Words
ROMA CAPITAL DEL IMPERIO. El leve crepitar de la madera inundaba toda la estancia, con ojos perdidos Adrianus miraba la leña consumirse poco a poco, los que alguna vez fueron gruesos leños ahora no eran más que carbón, un carbón débil y oscuro que con solo colocar el pie sobre él se convertía en polvo. Sus días cada día se hacían más cortos y la pesada cruz que llevaba encima amenazaba con aplastarlo, era un emperador débil, trastornado hasta la médula y con unos ojos casi traslúcidos, sin sentimientos. Su salud se había ido deteriorando rápido, su paranoia era cada vez más complicada de manejar y tenía tantos enemigos que le era imposible contarlos, para su mala suerte el más grande rival que ahora tenía era el senado, aquellos ancianos deseaban quitarle el poder, no podían asesinarlo porque ante los ojos de la sociedad era la reencarnación de Marte en la tierra, aunque solo fuera de manera representativa, primero debían destituirlo pero aún gozaba de dinero y de poder, un poder que cada día se iba mermando como la madera ante el fuego. —Cualquier hombre que espera paciente debe de tener algo muy importante que comunicar. Bebió una copa de vino mirando por el rabillo del ojo a Aelius. —He venido porque tengo algo importante que comunicar—dijo llamando la atención del Cesar, —me gustaría que me diera su aprobación para mi decisión y que mantenga en cuenta que la he tomado porque confió en que lo ayudara en sus planes futuros. —¿Y qué puede ser eso? —Una boda. —¿Una boda? —preguntó con sorna, —mi madre ha muerto antes de seleccionar una mujer adecuada, no tengo intenciones de casarme por ahora, todo es inestable y si para terminar de arruinar mi reputación no puedo dar un heredero todo le iría a la basura. —No hablo de su boda, habló de la mía. Adrianus levantó las cejas. —¿Has escogido a una mujer? —Lo he hecho. —¿Quién es? —Gia, de la gens Julia. —¡¿Qué?! —lanzó la copa de metal al suelo, su arrebato no intimidó al pretoriano, —¿Julia? No, no, no, esa mujer tiene que morir antes de que el sol del último día del año se ponga en el horizonte, ya sea la muerte física o la interna. La quiero muerta, es un peligro. Aelius quien sabía perfectamente sus puntos débiles hizo uso de sus impudorosas habilidades de persuasión, habilidades que ya tenía perfectamente bien afiladas. Jugar con la mente de un hombre con tantas cosas en ella no era tarea complicada, lo confundía, le daba razones para confiar en él, pero sobre todo le transmitía seguridad, seguridad que era lo que Adrianus más anhelaba. —Matarla no es una opción, se lo he dicho muchas veces, el senado está planeando revocarle el poder y usted ha decidido ponerse en contra del senado, Julia es actualmente la mujer más poderosa de Roma, el pueblo la alaba y además es sumamente rica, he escuchado comentarios de quienes la comparan con Aurelia o incluso con Livia, sin ser emperatriz algunos le han dado el apodo de Augusta, matarla no pasaría desapercibido y me temo que ante la furia del pueblo no podríamos hacer nada—explicó, —si me permite hacerlo me encargare de mantenerla controlada, es la única forma. —¿Y cómo harás que se case contigo? No iba a dejarle ver sus planes y que ya lo había arreglado todo ella. —Un edicto imperial es lo que necesita, si lo ordena y le coloca el sello comenzarías la cohabitación, debemos ser cultos porque acaba de perder a su marido—Adrianus no parecía demasiado convencido, —además, buscaré la manera de convertirla en una marioneta que ceda ante mis órdenes, como toda mujer romana debe de ser. Adrianus lo miró, lo observó con tanto ímpetu que sus ojos parecieron traspasarlo, analizó cada detalle de su jovial y atractivo rostro como si buscara ver mas haya, por unos segundos pensó que acababa de descubrir que le mentía. —¿Te gusta? Aelius casi palidece. —¿Cómo? —Has protegido a Gia Julia por varios meses, la has mirado durante mucho tiempo y de no gustarte no te sacrificarías por mi—Adrianus esbozó una sonrisa torcida, —eres el Primus Praefectus pero antes de tener ese cargo y de ser llamado Dominus también eres hombre. El pretoriano se quedó pensando por unos segundos como debía responder aquello, verse empujado a decir que lo hacía pensado únicamente en su bienestar generaría desconfianza en su César, sin pensarlo demasiado respondió por primera vez con una verdad. —Me gusta como mujer y por ello no se me hace complicado intentarlo. Mi cargo es algo que debe ser protegido también, obtendré una esposa con un apellido prominente, sumamente rica y respetada lo que me dará poder a mí también, todo Dominus necesita su Domine a la altura. Además, podrás controlarla sin hacerle daño y ya como una exigencia personal podré saciar mis deseos viriles que llevo sembrados en mi ser desde que la mire por primera vez. Su respuesta complació de lleno al hombre, había sido un buen juego de palabras. Adrianus jugueteo levemente con su lengua, tocando la pared interna de su mejilla. Era un gesto que últimamente tendía a hacer demasiado. Buscó en el fuego una respuesta, quería ver a Gia sumergida en la miseria, pero para una mujer como ella no podría existir más miseria que el verse mermada por un poderío masculino, Maximilian le había brindado tanto poder con los documentos que atestiguaban sus últimos deseos que ahora podría incluso considerarse más poderosa que muchos hombres. Una mujer que es fuerte, educa hijos fuertes, esa era la filosofía de los Julios, era por ello que sus mujeres nunca habían sido sinónimo de sumisión, Livia fue una magnífica emperatriz, Mater Castrorum, un título sublime que no le era concedido por su marido si no por los soldados, una sola reverencia de treinta mil hombres hacia timbrar a la tierra y elevaba a una mujer al rango más alto que podía alcanzar dentro del ejército romano. Una emperatriz que tenía la lealtad ciega de sus adeptos. Aurelia era famosa por su vigor, no le importaba vivir rodeada de hombres, su fuerte carácter la había convertido en la Domine más respetada de todos los campamentos germánicos en lo que estuvo, una sola mirada de ella callaba a los hombres y delante suyo no era permitido ni una sola falta de respeto. No había Julia débil, porque solo una mujer con una estirpe noble y temperamento dominante podía dar a luz a un Julio, nadie más. —Voy a aceptarlo—informó, —sin embargo, en caso de que no logres controlarla me asegurare de que deje de respirar en este mundo, tengo demasiados problemas encima como para también preocuparme por una mujer rebelde. Con esas palabras salió de la habitación dejando al pretoriano complacido con la respuesta. Bajo Palatino Gia caminaba de un lado a otro preguntándose si había tomado una buena decisión, estaba dudosa, pero comprendía la veracidad de las palabras de Aelius, estando sola la muerte no era solo lo único de lo que debía cuidarse, en una sociedad como Roma la dignidad de una mujer podía ser pisoteada con facilidad no era tan sencillo como parecía. Al mirarla hacer ese gesto de manera nerviosa los dos hombres de su familia no dudaron en cuestionar su proceder, si seguía de esa manera terminaría haciendo una zanja en el suelo de la Domus (Casa), en cuanto escucharon por boca de la mujer la decisión que había tomado Licinius no se noto demasiado convencido y su padre se puso taciturno. —¿Una boda? —Solo cohabitación, no deseo casarme de otra forma, —afirmó. Su padre asintió y buscó con la mirada el apoyo de su yerno. —Es un hombre inteligente, táctico y ahora poderoso, no podría haber mejor hombre para ella en Roma, a pesar de ello, no quiere decir que me agrada, de hecho, no lo hace, ningún hombre que tenga la habilidad para persuadir a Adrianus es bueno, o por lo menos, no es bueno para mí. —Aelius tiene que hacer todo eso para sobrevivir, si no fuera de esa forma ya estaría muerto. —Pareces tenerle fe. —Le tengo confianza. —Lo acontecido con Cesar me convirtió en un hombre que le dio un valor a la confianza mucho mayor, ahora posiblemente mi ciega confianza oscila entre un millón de denarios, no se la doy a cualquiera porque vale demasiado—dijo Licinius. —Es tu decisión y si la has tomado voy a preparar todo, me asegurare de blindarte legalmente tanto como sea posible. Conocí a Maximilian lo suficiente como para deducir que estallaría de rabia si ve a un hombre haciendo uso de su dinero como propio. Mi padre sonrió al escuchar aquello. —Aunque esté en los Elíseos no debes hacer que se enfade. —La mayoría del tiempo siempre estaba enfadado, era parte de su carácter, pero sé que tienen razón, lo agradecería mucho. —Cuando dijo lo último se refirió a los documentos, no era tonta, confiaba en Aelius, pero también concordaba en el pensamiento crítico de su cuñado. Si confiaba en alguien ciegamente, era en su padre y en Licinius, nadie más. Ninguno de ellos sería capaz de darle una puñalada en la espalda. A la mañana siguiente un pretoriano ingresó a la residencia Claudia, en sus manos portaba un documento que no era la primera vez que llegaba. Un edicto, el papel pergamino brillaba impecable, resaltando sus letras color negras, la caligrafía no era tan perfecta y elegante como la de Augusto, pero tampoco era horrible. Sin dilaciones el hombre procedió a leerla en presencia de la familia: —El emperador ordena de manera inmediata el matrimonio de Gia Julia con el Primus Praefetus, Tigellinus Aelius, sus consideraciones son nobles, como viuda del difunto hijo de Augusto, Caius Maximilian Augustus, desea de manera ferviente afianzar la confianza del imperio otorgándole la oportunidad de un nuevo matrimonio. El modo de matrimonio será Usus, una vez pasado el año de cohabitación podrá ser considerada esposa legítima del Primus. Lo había aceptado. Gia casi parpadeó de la conmoción, había sido demasiado rápido, pensaba que si lo pensaba con más tiempo tendría tiempo para retractarse, pero todo había sido realmente rápido. Un matrimonio con Usus era una forma poco legítima para casarse, pero dado su estatus como viuda, no consideraba prudente otro método más ligador. —¿Acaso ha enloquecido? ¿Apenas han pasado dos meses? —intervino su madre al escucharlo, al parecer su padre aun no lo había discutido del todo con ella y esto la había tomado por sorpresa, —al menos cinco meses deben de pasar, considero dos como una falta rotunda de respeto. ¿Qué pensará la gente? —La gente pensara lo que Adrianus quiera que piensen. —Hablo de lo que dirán de mi hija—exclamó con enfado. —No estoy de acuerdo, por lo menos no de manera temporal. —Es una decisión ya tomada madre, además, no se puede ir contra las órdenes del César. Ya no estaba en una posición en la que podía arrepentirse. —Un mes más—dijo su Fátima al pretoriano, —dile a César que en un mes más, por respeto al duelo y no me importa lo que mi hija o mi marido tenga que decir, si tiene alguna queja al respecto que mande a alguien para hablarlo conmigo, soy su madre y la Domine de esta casa, es mi deber cuidar la dignidad de mi hija y que las tradiciones se respeten. —Madre… —Está dicho, si has decidido casarte de nuevo no me importa, pero todo a su debido tiempo. Su padre no pudo refutar, estaba en su derecho, de hecho, él también estaba un poco condescendiente con el tiempo, debían darle al menos un mes más, antes de comenzar con la cohabitación que marcaría el inicio de su matrimonio. No había que hacer más que firmar un documento de compromiso, el matrimonio no podría deshacerse en menos de un año. Gia miró al pretoriano. —Dígale a César que acepto sus órdenes pero que por respeto a los deseos de mi madre y a las tradiciones esperaremos un mes, pasando los treinta días comenzaré la cohabitación con el Primus Praefectus. Esa boda marcaría el inicio de la escalada al poder, una escalada donde las mentiras, las traiciones y la muerte no otorgarían tregua.    
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