CAPITULO 1

3188 Words
Tan pronto como el frio del invierno abandono Roma los rayos del sol comenzaron a iluminar los campos, los parajes se llenaron de color y los cerros irradiaron de vida, las flores brotaban de la tierra como la promesa Ceres (Diosa de la agricultura romana), que con solo posar sus manos en la tierra la convertía en terreno fértil. Los campos debían estar sembrados para la llegada de la primera o comenzar a hacerlo en los primeros meses, sin embargo, estaban vacíos dejando cabida a la mala hierba que también aprovechaba la fertilidad para crecer a sus anchas. El anunció del compromiso y lo deseos del emperador habían retumbado en todas las paredes de casa hogar en Roma, consideraban aquel matrimonio una estrategia política del César para mantener a sus enemigos cerca y también para convertir a su hombre de confianza en alguien más poderoso usando la gens de su próxima esposa, yo en cambio, pensaba en aquello como una oportunidad para destruirlo a él. No me importaba lo que dijeran de mí siempre y cuando lograra cumplir con mi marcado objetivo. Para mi buena suerte los comentarios hacia mi persona no habían cambiado, al haber lanzado una orden imperial no estaban en decisión de negarme y eso parecía no haber sido tomado en cuenta por él, a pesar de que había planeado el matrimonio con antelación para el pueblo no parecía ser de esa forma, todo lo que ocurría manchaba el honor de un solo hombre y ese era Adrianus, al parecer lo que pensaran de él le valía poco. Los días se me hacían eternos, largos, cada día que pasaba el dolor que según mi padre debía atenuarse, solo aumentaba más, siempre al mirar mi cama mi vacía lo encontraba a él y al parpadear su silueta se esfumaba como una bruma. Era desgarrador. Posiblemente nunca hubiera deseado que las cosas tomaran ese rumbo, pero estando rodeada de personas que solo buscaban hacerme daño debía hacer lo que estuviera en mis manos para ponerme a salvo. Mientras observaba a la enorme Roma delante de mí en la planta superior de la Domus de mis padres pensé en lo que quería para el futuro. No sabía que pasaría luego de la muerte de Adrianus, pero luego de ello tomaría decisiones importantes que ahora no parecían tener demasiada relevancia. El senado había desconocido al César como gobernante de Roma, las decisiones militares y sociales eran tomadas por ello como en decaída época de la república, en cuanto sus últimos aliados poderosos le abandonaran podrían desvestirlo de la toga imperial y juzgarlo como el criminal que era y que su tío había confesado. Mientras tanto se mantenía encerrado en su palacio intentando rasgar con sus dedos alguna esperanza, sin embargo, sus estrategias no eran del todo correctas, posiblemente debido a que estaban cargadas de sadismo. Había un libro en mis manos, Memoriae Germaniae (Memorias de Germania). El libro era realmente alucinante, contenía mucha información militar y también estrategias políticas para el imperio, tenía la clave para asegurar la lealtad de las legiones hacia el emperador, claves que César Augusto había utilizado de manera correcto para convertirse en el emperador que era ahora, pero otras que tal vez no le había dado tiempo de implementar. Había leído tanto que mis ojos se habían cansado, pero era alucinante mirar la mente de un hombre a través de sus escritos. —Sabes qué día es mañana ¿Cierto? Gire mi rostro para mirar a mi hermana, su vientre ya estaba levemente abultado. —Lo sé. —¿Aún quieres hacerlo? —Ahora no tengo forma de negarme, pero tampoco tengo intenciones de hacerlo—respondí haciéndome a un lado en el diván para que ella pudiera tomar asiento, —en la vida hay que tomar decisiones complicadas cuando se quiere mantener a salvo a los que se ama. —Casarse no es algo sencillo Gia, debo decir que me siento un poco envidiosa en algunas cosas, por ejemplo, los dos hombres que han entrado a tu vida son poderosos, cada uno a su manera claro está, aunque existe un abismo claro entre Maximilian y Aelius. —No necesito el poder de Aelius, Galia. —Maldita sociedad, estoy segura de que podrías hacerlo incluso sin un hombre a lado. Pero la soledad de una mujer la deja libre de peligros, tu reputación es poderosa pero débil como la carne ante una cuchilla, un solo chisme o comentario te podría arruinar y la confianza que los hombres tienen en ti se quebraría, no quisiera ser tu. —No quisiera ser yo, nadie quiere ser yo—afirmé, —si tan solo sintieras el dolor que siento en el pecho cada mañana que me despierto, posiblemente comprenderías que ser rica, poderosa y respetable estando en mis zapatos tiene un alto costo. —No quisiera estar en tu lugar, es una pena todo lo que has tenido que pasar en tan poco tiempo, mañana inicias una nueva vida a lado de otro hombre a quien no amas. He escuchado que tiene una hermosa casa en Palatino, también que en estos últimos meses ha amasado mucho dinero, no tendrás que preocuparte, tendrás una vida igual de acomodada que con Maximilian y si no pudiera dártela se que tienes el dinero suficiente para dártela tú misma. —Le diré a papá y a Licinius que administren ese dinero. No tengo intenciones de usarlo para fines personales, lo usaré para fines caritativos en nombre de él y en nombre mío. —¿A nombre de él? —Sabes a lo que me refiero—ella asintió. —Gia, no debes ponerte triste, puedes con el paso del tiempo tal vez, ser feliz, tener hijos con él e iniciar de cero, sé que no será sencillo, pero como dice papá y mamá cuando conversan, eres joven y sana, puedes hacer lo que desees, solo no caigas en un agujero que no tiene una escalera para subir de nuevo. El matrimonio ya sea por cohabitación con Conferratio no tiene vuelta atrás. —Lo sé, no dudes en que tomó el matrimonio con la seriedad debida. Galia pasaba las manos por su vientre acariciando su estómago. —¿Qué crees que sea? —Un varón—dije sonriendo levemente, —todo hombre desea un hijo varón, aunque si le das una niña no debes preocuparte, sé que Licinius la amara y siempre hay tiempo para que le des más hijos. Puedes tener tantos niños como gustes y como Juno permita. Ella sujetó mi mano. —Tu también vas tenerlos algún día—su seguridad me helo la sangre, —anoche he tenido un sueño, te he mirado con un bebé en brazos, un lindo niño que tiene tus ojos, era grande y sano, confió en que sea una premonición de los dioses, para lo que viene en el futuro. —Mi sueño de tener hijos a muerto Galia, no tengo intenciones de darle hijos a otro hombre, esos deseos murieron con él, en el pasado soñé con darle tantos hijos como deseara, esos pensamientos vienen aunados al fuerte amor que le tenía, cada día despertaba con el afán de mirarlo, una sola sonrisa suya alegraba mi día y sus palabras a pesar de no ser demasiado románticas siempre lograban hacer colapsar a mi corazón. Nunca olvidaré cuando me dijo que deseaba un hijo, tampoco cuando me dijo te amo, esos momentos no se borran de la cabeza con nada. Ahora iré allí, me presentaré en esa casa y fungiré como una esposa por lo menos de manera superficial porque las verdaderas actividades para las que un hombre se casa no pienso cumplirlas. —¿Cuánto tiempo piensas que Aelius soportara eso? —Lo soportara tanto y como pueda, cuando llegue el momento en que no pueda más, entonces me veré en la necesidad de dejar de ser una mujer casada para convertirme en una divorciada—no tenía dudas en que podría controlarse, nunca me había parecido un hombre explosivo o algo parecido, —no tienes idea de lo fácil que es divorciarse con nuestro modo de matrimonio, solo necesito pasar tres noches fuera de su casa y dejó de ser su esposa. Ella sonrió. —Pareces tener todo calculado. —Lo tengo, cada detalle—reiteré. —Espero que todo salga según tus deseos. —Yo espero lo mismo. Aquella tarde noticias importantes llegaron del canal, la frontera con Britania del Sur había sido cerrada, Adrianus había mandado a la guardia a custodiar aquella zona, nadie que viniera de allí podría llegar a Roma. —Han asesinado a unos hombres provenientes del Sur—informó mi padre, —Adrianus dio una explicación breve a sus consejeros, al parecer eran espías de Fabio Mario. No permitirá que sus enemigos descubran lo débil que está, Marius ha demostrado deslealtad hacia él y ahora es enemigo público de Roma. —¿Qué posibilidades hay de hacerle llegar una carta? —Ninguna. —¿Por qué? —El canal está sellado, no hay forma de que alguien cruce, cualquiera que intente pasar cartas o su persona morirá, claro es el ejemplo de lo que paso con los hombres que desembarcaron en el canal el día de ayer—dijo—, no aconsejo que envíes nada ahora, debes tener cuidado, si escucha que intentas comunicarte con Marius podría acusarte a ti y mandarte a asesinar por traición. —¿Qué caso tiene si ya el senado le ha quitado el poder de persuasión que tenía para con ellos? —Le ha quitado el poder, pero aún mantiene el suyo, no lo subestimes. No lo subestimes, no lo estaba haciendo, solamente estaba un poco nerviosa, quería hablar con Marius, quería enviarle una carta, pero estando las cosas como estaban era mejor tener más paciencia. Tal vez podría lograr enviar una carta con ayuda de Aelius. Mis pensamientos me llevaban hacia muchos rumbos, por un lado, estaba Marius en Britania, no podía dejarle solo, pensaba darle dinero y todo lo que necesitara, mientras que por el otro estaba Aurelius, no sabía de él, eran pocas las noticias que tenía de aquel pretoriano, pero por alguna razón me incomodaba no saber de él. Temía de un momento a otro escuchar que había muerto, algo muy dentro de mí me llevaba a pensar que había sido realmente sincero. —¿Qué hay de Aurelius? —No le han encontrado, la búsqueda se ha intensificado en Egipto. —Padre, se que me has dicho que no debo confiar en nadie, Maximilian en su momento también me lo dijo, pero algo me dicta que hay cosas que he juzgado mal y tal vez una de ellas sea Aurelius y su culpabilidad—expuse—, a veces siento, que no fue más que un chivo expiatorio para los deseos de Adrianus. Tantos años a su lado, estoy seguro que de haber deseado derrocar a César Augusto lo hubiera hecho antes de que Maximilian regresara a Roma, se que tu sabes que tuvo oportunidades en varios momentos y en ninguno quebranto su lealtad. El tiempo corre y mi sangre se enfría, creo que puedo ver las cosas ahora desde otras perspectivas. —He pensado en lo mismo tantas veces que siento que voy a enloquecer, por ahora, debemos concentrarnos en lo que estas apunto de hacer mañana, me encargare de que aplacar la ira de algunos displicentes con rumores sobre tu obligación con la orden imperial, así esta responsabilidad recae sobre alguien más. —¿Temes que la gente deje de respetarme? —Temo que pierdas más de lo que ganes con este matrimonio. —No pierdas la confianza padre, Adrianus piensa que me mantendrá controlada porque me casare con su hombre de confianza, pero lo que no sabe, es que no hay hombre que me controle y tampoco Aelius es alguien quien tiene una lealtad ciega por él. Cuando esto termine y el deje de ser emperador, pensaré si seguir con esto, aunque lo más probable es que regrese a mi hogar. —La villa de Palatino siempre será tu hogar y esta también es tu casa—una leve sonrisa se dibujó en su rostro, —pensé que irías a ser una sacerdotisa vestal y ahora te casaras dos veces en corto tiempo. —Mi destino no era ese y créeme, que, aunque ahora supiera que tendría que vivir lo mismo lo haría—trague saliva, sabiendo perfectamente que era lo único que cambiaría, —lo único que iba a ser diferente, era lanzarme a los pies de Maximilian y rogarle que no se marchará, agotaría cada posibilidad hasta convencerlo de quedar y si al final no lograba alterar su destino me marcharía con é y así moriríamos juntos, eso es lo único que cambiará. Mi padre se acercó y acarició mi mejilla. —Mi querida hija, te ha tocado vivir cosas que a ninguna mujer le gustaría enfrentar, pero los dioses no le mandarían esas pruebas a alguien débil, se que al terminar esto te levantarás con la cabeza en alto siento la mujer más fuerte que ha mirado nacer la madre Roma. Sus palabras fueron un golpe de aliento. —No se que nos depare el destino padre, pero agradezco cada palabra y cada gesto de apoyó que me has brindado hasta ahora, has respetado mis decisiones y nunca me has subestimado por el hecho de ser mujer, me has dado una educación similar a la de un hombre, educación que otros Pater Familias se negarían a dar a una mujer y se que posiblemente las decisiones que tomaste fueron en contra de lo que la sociedad consideraba correcto. —La sociedad romana piensa en que las mujeres son un objeto que produce hombres—exclamó, —yo pienso que hacen esa función, pero no es todo lo que pueden hacer, para hacer a un hombre fuerte tiene que tener una madre fuerte, es la que le dará la vida. La gente dice que los dioses me han abandonado y que por ello no tuve hijos varones, yo no creó eso, tuve dos hermosas hijas que me dieron a dos hijos políticos poderosos, Licinius es un gran hombre que tiene mi confianza y Maximilian en su momento también lo fue, aunque no pudimos ser cercanos porque se fue a los Elíseos antes de tiempo. Yo no tengo quejas porque conozco perfectamente la capacidad de las mujeres a las que he educado, especialmente la tuya. Con esas palabras resonándome en la cabeza me enfoque en el mañana. Las horas se fueron mermando y el día trajo consigo a la noche, al día siguiente las horas parecieron esfumarse y antes de darme cuenta estaba siendo ayudada por Seia, quien acomodaba mi vestido de color rojo sangre y ataba el nudo en la parte trasera que amoldaba mi figura al entallado. Ella no hablaba, se mantenía callada, en silencio, posiblemente pensando lo que la mayoría, mi rostro no transmitía ni una sola pizca de felicidad. Mis pertenencias habían sido enviadas ya, no había mucho que enviar pues no tenía intenciones de llenar la casa de Aelius de cada uno de los objetos de la villa. Posiblemente un poco de ropa y nada más. No quería que se sintiera sobrecogido por mi deseo de acoplarme a él y tampoco que tomara aquello como un verdadero interés de convivencia. Cerca de las seis de la tarde me encontraba a los pies de una enorme villa, una villa que en el pasado había pertenecido a Aurelius y que ahora estaba en su poder. Como Primus Prafectus tenía derecho a muchas cosas. Cuando entré observé que en la puerta esperaba un hombre, posiblemente el testigo que era necesario para dar fe de mi llegada. Seia portaba en sus manos una delicada caja de mimbre y dentro, una copa de vino, una jarra con el líquido y un pequeño bollo de hilo acompañado de una aguja de coser. Aelius estaba allí, en cuanto me miró sonrió y sus ojos verdes brillaron con vivacidad. La casa estaba rodeada de soldados, muchos de ellos me recordaron a la seguridad en la villa en el pasado, solo que esta vez su disposición era porque debían proteger la casa del hombre que ahora era su máxima autoridad, eso los pretorianos parecían tenerlo claro. —He pensado en que querrías todo demasiado privado y por ello solo he llamado a un testigo—informó al llegar a su encuentro, —buscó que estas formalidades sean cómodas para ambos. —No hay formalidades cómodas porque al final terminaremos viviendo en la misma casa. No te preocupes por mí, así hubieras invitado a media Roma lo hubiera superado. —¿Quiere decir que querías algo más…concurrido? —Me refiero a que esas banalidades no me son importantes, da igual mucha o poca gente. Antes de que pisara el umbral de la puerta, Seia me tendió el bollo del hilo y la aguja. Él tendió sus manos y lo aceptó. Lo acarició un poco y luego lo pasó a una sirviente, posteriormente imitamos el mismo procedimiento con el vino, solo que esta vez llene la copa y él se bebió el contenido, luego la devolvió a mis manos y fue él quien llenó la copa, el amargó tragó paso por mi garganta, pero no hice ni un solo gesto. —Quae domi esse solebat, nunc domus nostra est. (Lo que antes era mi casa, ahora es nuestra casa). Mientras decía aquello sus ojos verdes me miraron con detenimiento, esperando la respuesta. —Nunc domus mea est qualis esse solebat, et per illam te videre promitto. (La que antes era tu casa, ahora es mi casa y prometo velar por ella.) —Al terminar de decir aquello, mi pie cruzó el umbral, dejando ver la inmensidad y el lujo de la villa. Era cálida, bien decorada, con peculiaridad, era de un gusto mucho más vivaz que el de mi antigua casa. La servidumbre era numerosa y a ambos lados, haciendo la especie de fila estaban los esclavos y sirvientes. —Bienvenida a casa, Domine—saludaron dedicándome una leve reverencia. Había enormes pinturas, muchas pinturas, caballos, dioses, guerras, no quise detenerme a preguntar si acaban de ser colocadas, mientras caminaba Aelius me seguía a una distancia prudente, en una que otra ocasión dijo una instrucción para guiarme, era realmente basta aquella propiedad. Una puerta de doble hoja estaba abierta, las habitaciones estaban en una segunda planta, al entrar lo primero que divisé fue que era una alcoba, con enormes doseles en la cama y telas de seda como sabanas. —Esta es la habitación principal, es tuya ahora. —¿Mi habitación? —Nuestra—corrigió—, por lo menos públicamente. Se adelantó a mí y me mostró una puerta, explicó que se conectaban dos habitaciones a través de ella y que en caso de tener visitas o algo parecido él podría entrar sin levantar sospechas, en un cohabitación, nadie podía descubrir que la pareja no dormía en la misma cama o podría acarrear graves problemas.    
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