—¿Ese es el profesor del que todas hablaban, cierto? — pregunta una de las alumnas que se sientan detrás de mí.
—Como ya sabrán…— comienza a hablar el profesor de Literatura. Aaron Wells.
El hombre de mi vida está dando explicaciones de qué hacer ahora y estas niñas no se callan la boca por dos segundos.
Murmuran como adolescentes enamoradas y resuenan en mis oídos las pequeñas risitas que hacen, observándolo con ojos soñadores. ¡No mires así a mi papá!
—¡decían que era súper caliente! ahora que lo veo no me queda duda alguna, podría hacerme un hijo si quisiera que no me arrepentiría. Sería la manera perfecta de verlo más seguido… —murmura la otra en respuesta y se ríen de su propio “chiste”.
Mi papá termina de decir unas palabras, y me pongo a analizarlo con detenimiento porque es la primera vez que escucho sobre esto.
Quiero decir, sé que mi papá es atractivo. También sé que mi hermano, mi mamá, mis tíos Y: todos los que me rodean lo son. Pero nunca pensé que estaría tan cerca de escucharlo de niñas de mi edad. Me da un poco de asquito, y orgullo a la vez. También sé que está de moda eso de los sugar daddy.
Papá siempre fue un príncipe azul para mí. Con sus fuertes brazos capaces de derrotar los dragones más terroríficos, y su tierna voz que ahuyentaba todos mis miedos. Pero nunca pensé que las chicas de mi edad pudieran verlo de otra manera. Un poco más s****l… .
Me sacudo las ideas de la mente y me centro en lo que debo hacer a continuación. Escucho cómo habla acerca de chequear bien nuestros horarios, descubrir la mejor manera de llevarse con los profesores y armar un grupo de estudios.
En serio intento concentrarme, pero las sonrisitas que se escuchan por lo bajo no me permiten hacerlo. Nunca supe que podía llegar a ser tan celosa.
Termina la orientación, papá me observa por última vez y me sonríe antes de caminar hacia la puerta y desaparecer. La misma sonrisa de mis hermanos y mi tío. Esa sonrisa que les consigue lo que sea que ellos quieren, “heredad de mi abuelo Matthew” (Que también le heredó el nombre a mi primo) dice la abuela Anna.
Los he visto hacerlo.
Fran me llama “manipuladora caprichosa” pero él no tiene ningún reparo en sonreírle a mamá con esos ojitos de perro golpeado.
El chico ya tiene más de veinte años y todavía los usa en ella para obtener cosas. Como su cena favorita, por ejemplo.
Por cierto, mi vecina de asiento, esa que está en paralelo un asiento detrás de mí, casi se desmaya.
— Oh. Por. Dios…— exagera. —¿vieron eso? Me estaba sonriendo… — dice emocionada. Y yo no puedo evitar reírme ante tal ingenuidad. De hecho, hasta me da ternura su reacción.
— Me parece que te confundiste en eso… — espeto echándole una mirada por encima del hombro y procedo a ponerme de pie.
Su cabelle oscuro como el profundo océano cae en perfectas ondas hasta su cintura. La corta blusa negra de cuello de tortuga deja un hilo de piel dorada al descubierto entre sus pantalones de mezclilla rotos por todos lados.
Perfectos labios rojos y un delgado eyeliner azul que resalta aún más su mirada color café. Me hace sentir pequeña otra vez. Intento convocar toda mi autoestima de nuevo, Michael está a mi lado y me siento fea, pequeña y demasiado pálida comparada con ella.
Ella es una verdadera princesa dorada, con ese perfecto bronceado no yo.
Pensé que me iba a observar con odio o algo así, viéndola es la perfecta capitana de las animadoras, pero solo está sorprendida por mi intromisión. dice mi mente burlona.
—Déjame adivinar, te sonreía a ti…— se mofa un poco poniendo los ojos en blanco. Las chicas con las que estaba sentada se marchan dejándola atrás como si no la conocieran, y ella las observa irse sin inmutarse. ¿No eran amigas?
— De hecho, sí. Me estaba sonriendo…—. Tomo mi cartera y busco mi teléfono celular.
Busco una foto de mis padres en su boda, porque me encanta ver el parecido que tengo con mi madre.
Siempre tuve un pequeño complejo. Cuando era niña, mis trenzas me llegaban hasta la cintura, y mi cabello era de un feo color rubio arena.
La pequeña lluvia de pecas sobre mi nariz me atormentaba. Y ni hablar de cuando tuve que usar ortodoncia.
Pero cuando cumplí los catorce años, comencé a parecerme aún más a mamá. Y mi autoestima, aunque no está por las nubes, está un poco mejor.
Les muestro la foto en la que salen abrazados con sus trajes de bodas, y me observa con ojos como platos.
—Pero te ves exactamente igual…— dice estupefacta.
—Eso es porque soy un vampiro que no envejece. Pero ese hombre es mío…— levanto una ceja y le sonrío altanera.
—¿Podrías, entonces, morderme y convertirme? — susurra apartando el cabello rubio de su cuello y exponiéndolo para mí.
—¿Disculpa? —pregunto confundida.
— Pensé que estábamos bromeando…—señala entre risas y extendiendo una mano. —Un gusto, me llamo Sofía.
Observo su mano sorprendida. Sinceramente solo estaba un poco celosa y quería marcar territorio, “por favor no hablen así de mi papá, bastante tengo con saber cómo hicieron a Alexis y Abby” pensaba por dentro. Pero esta chica no lo tomó a mal. Al contrario, ella está bromeando conmigo. Y presentándose…
—Bueno, si no tienes intención de presentarte… —murmura decepcionada mientras deja caer su mano.
— No lo tomes a pecho, conmigo hizo lo mismo. Pero es que no tiene amigos pobrecilla…
Observo a un lado, y siento una mano pesada en mis hombros.
Michael… ¿Acaba de abrazarme por el cuello?
¿El mismo Michael que no decía más que “buenos días”?
Utiliza su mano para sujetar mi barbilla y voltea mi rostro empujándolo con un solo dedo hasta que nuestros ojos se encuentran. Puedo sentir la respiración de sus labios golpeando mis pestañas y el aroma a menta invade mis fosas nasales.
—Deberías bajar de la nube y saludar cuando te hablan Princesa…— musita sonriéndome.
Mis ojos se abren por la sorpresa y la cercanía, y volteo librándome de su agarre.
Veo a Sofía que me sonríe pícaramente y, gracias al cielo, continúa la conversación como si ese momento no hubiera pasado.
— Menos mal, pensé que ya me odiabas por decir que me cogería a tu padre en cualquier momento…—exclama sonriendo y observando a un Michael muy cómodo apoyando su peso en mis hombros.
— Luce…— digo dándole un corto abrazo y apartándome de él. —y no te odio, pero si es incómodo saber que piensas eso de mi padre.
Pienso mientras me aferro un poco más a ella intentando calmarme, su mano palmea mi espalda y me devuelve el abrazo, un poco incómoda supongo…
— Y sí, es normal esto también, si quieres ser su amiga hazte a la idea de que ama los abrazos más que al pollo frito. Y eso que ama el pollo frito…— exclama. Volteo a verlo y lo encuentro con una gran sonrisa mientras recuesta su peso en el respaldar de uno de los bancos a nuestro lado.
Estoy a punto de hacer un comentario sobre qué tan bien se ve en esa posición, hasta que caigo en cuenta de algo…
— ¿Cómo sabes eso? — pregunto frunciendo mis cejas y cruzando mis brazos sobre mi pecho.
—¿Cómo sé qué? —inquiere acomodando mejor su peso.
—Que amo el pollo frito…
— ¿Quién no ama el pollo frito? — repite con confianza y se encoge de hombros.
Por un momento creí que algo de mí sabía. Quizás me había estado observando un poco mientras estuvimos juntos en la escuela, pero no voy a intentar engañarme a mí misma. Michael nunca me prestó atención.
Hace unos momentos, cuando me aparté de Sofía y me paré frente a él, quise autolesionarme.
Estaba cómoda bajo su abrazo y simplemente me aparté cuando podría haberme quedado quieta y disfrutar de su cercanía, aunque sea por un momento. Ahora, aunque nuestros hombros se rozan… no es lo mismo. Y por dentro, creo que es lo mejor. No voy a intentar acercarme a él más de lo que debería.
Esta vez, no voy a perseguirlo a todos lados y hostigarlo. No voy a intentar que me mire, ni que me hable primero. Tal vez así podré ser su amiga un poco y no desaparecerá otra vez. Y quizás, en unos años podremos decir que somos amigos hace tiempo.
En algún momento encontraré a alguien que me quiera sin yo tener que mendigar atención. Solo rezaré para que él pueda encontrar a alguien dispuesta a hacer lo que fuera por él, justo como yo.
No pensé que fuera a sentirme de esta forma años después. Siempre creí que, a pesar de ser mi primer amor, quedaría solo en eso. Mi primer amor, y nada más. Después de todo, la mayoría de las personas dicen que el primer amor nunca se cumple.
Pero cuando lo volví a ver, mi corazón se desbocó y mis pensamientos se llenaron de él. Otra vez. Y entonces pensé que tal vez, podría tener una oportunidad ahora. Intenté leer entre líneas durante nuestra corta interacción, pero viéndolo hablar con Sofía en este momento, puedo decir con seguridad, que no soy especial.
Es solo que ahora, Michael está acostumbrado a vivir en sociedad, está acostumbrado a estar rodeado de mujeres hermosas que harían lo que fuera por llamar su atención. No es más un niño asustadizo que se mantiene al margen y que solo dice “buenos días”. Y tengo que aprender a no malinterpretar su nueva personalidad.
me digo a mí misma una y otra vez.
—¿Qué van a hacer ahora? —pregunta él interrumpiendo el hilo de mis pensamientos.
—Yo tengo clase con el sexy profesor Wells en el salón 203— anuncia Sofía.
—No hables así… por favor— digo entre dientes y presionando los ojos cerrados.
— Lo siento, pero que el sexy profesor de literatura está tomado no significa que no pueda imaginármelo en situaciones comprometedoras.
— Pero es mi papá, qué asco…
— Lamento decirte que así es como te hicieron… — dice sonriendo.
Me río ante su imprudencia, y mis ojos se encuentran con un muy preocupado Michael que mira a Sofía con cara de espanto. La cara de póker lo traicionó esta vez, puedo decir exactamente lo que está pensando.
—¿qué? —dice ella con perspicacia. —¿Qué dije?
—No… nada— Michael intenta finalizar la conversación, pero no es algo que me moleste. Ya sé que no es mi padre biológico. Siempre lo supe… pero hay cosas más importantes que la sangre.
Francisco es mi hermano, y Aaron es mi padre. No me importa lo que los demás digan. No me importa que me miren extraño por caminar tomada de sus brazos cuando “no somos realmente parientes”
— No pasa nada, es solo que no es mi padre biológico, pero no es ningún secreto.
— Oh…—murmura incómoda.
— Se enamoro de mi mamá, que era estudiante suya. Fue todo un revuelo… A veces desearía haber nacido antes para presenciar el escándalo en que se convirtió toda su relación.
— ¿Lo dices en serio? —exclama interesada por el chisme.
— Sí, quizás si hubieras nacido treinta años antes habrías tenido una oportunidad—. Comienzo a conversar y desviar la atención del tema de conversación mientras me aferro a su brazo y comenzamos a caminar por el pasillo. —Pero si quieres puedo presentarte a mi hermano…lucen casi igual. Pero Francisco es más salvaje y menos… romántico—. Exclamo entre chismes y sonrisas. —Papá es un romántico empedernido, quiero decir… es profesor de literatura. ¿Sabías que lee novelas juveniles? Como… Hush Hush y a Rainbow Rowell. En su boda dijo una frase de Patch Cipriano y mi tía Carolyn gritó como loca, ella y el tío Alex son dueños de “La Booktique”, ¿Conoces “La Booktique”? —sujeto su brazo un poco más cerca de mí y continuamos nuestro camino hacia la salida, lejos de Michael, y lejos de la incomodidad.
Genial Luce, lograste convertir un tema de conversación incómodo, en una nueva amistad.
—¡Princesa! — se hace notar Michael que está todavía de pie en el pasillo.
Volteo a verlo por un segundo y levanta la mano de la manera más incómoda en que lo he visto hasta ahora.
Espero que continúe hablando mientras siento los ojos de Sofía fijos en mi rostro.
—Nos vemos luego…—finaliza con una tierna sonrisa.
Le devuelvo el gesto e intento que mis pupilas no se conviertan en dos corazones rosas como en las caricaturas. Pero es imposible para mí.
—Solo, un segundo…— le digo a Sofía mientras avanzo a donde él se encuentra. —Dame tu teléfono…—digo extendiendo mi mano.
Deja su móvil en mi mano, anoto mi número en su agenda y se lo entrego.
— No sé cómo pensabas “verme luego” si no tienes forma de comunicarte conmigo—exagero un poco, pero la sonrisa de mi rostro no desaparece.
— No estoy muy acostumbrado a pedir números…
— No hay problema. No necesitas aprender eso. El más importante está ahí— murmuro en un intento de sonar traviesa. Definitivamente no me salió. Nunca fue lo mío coquetear, y me prometí a mí misma que, esta vez, no lo haría.
— Princesa…>— Lee mi contacto y una sonrisa se marca en su rostro junto con las orejas sonrojadas por la vergüenza.
— Me llamaste así todo el día…—exclamo poniendo los ojos en blanco. —Nos vemos luego— repito sus palabras levantando una mano y me refreno de abrazarlo.
Su mano se movió casi esperando por el contacto, pero mi oportunidad pasó, y solo quedó la incomodidad de lo que pudo haber sucedido. Camino hasta donde Sofía observaba nuestro pequeño intercambio, intento mantener la cabeza en alto y menear un poco mis caderas, pero nunca fui demasiado buena en eso de la seducción. O por lo menos eso creo, ya que nunca intenté seducir a nadie.
— No vuelan chispas, vuelan corazones… ¿Qué fue eso?
— Es una larga historia.
— La sala 203 está como a 10 minutos de distancia…
— Sí, bueno. Es más larga que eso.