La mujer que amo

—     Pero no es tu papá…— dice la pequeña niña de coletas azules. —     Eso no tiene nada que ver, Aaron es mi papá y Fran es mi hermano. Pero no tengo por qué discutir esto con alguien como tú, alguien que no tiene nada que ver con nuestra familia. —     Pero Fran no es tu hermano, deberías dejar de andar pegada a él todo el día— reprocha cruzando sus brazos y sintiéndose respaldada por su sequito de amigas. Luce está sola en el salón de clases. Recuerda perfectamente que estaban los dibujos del día de la familia colgando de la pared, y al niño sentado en la ultima fila que escribe algo en su cuaderno sin prestarle la más mínima atención. Recuerda el color de las coletas de esa odiosa niña, pero no recuerda su nombre, ni los rostros de las otras tres que se pararon frente a ella como una manada de hienas. Ella ve las paredes blancas llenas de dibujos de colores, la pizarra negra con mariposas y flores dibujadas. Las baldosas grises del suelo, y la habitación con mesas amontonadas contra una pared gracias al evento que festejaron ese día. —     Es mi hermano… vivimos en la misma casa, dormimos juntos cuando hay demasiados truenos y desayunamos juntos por la mañana. Sin mencionar que nuestros padres decidieron que somos familia, que no te haga caso no es mi culpa. Es muy pequeño para interesarse en las chicas— responde la dorada princesa de las hadas. A ella no le importa si su hermano comienza a interesarse en niñas, pero definitivamente no le permitiría juntarse con alguien como ella. —     Que tus padres lo decidan no significa que tengas que andar todo el día tomada de su mano. Eso no hacen los hermanos, mi hermano y yo no lo hacemos. —     Voy a hacer lo que quiera… PORQUE ES MI HERMANO. No es mi culpa que no seas unida a tu hermano tanto como yo lo soy con el mío. Y no es mi culpa que Fran ni te conozca. Y tampoco es algo bueno esto que estás haciendo, porque ahora, definitivamente no quiero que te acerques a él. Antes ni me importaba si intentabas llamar su atención, ahora voy a asegurarme de que ni siquiera recuerde tu nombre—. Ella muestra su estrenada sonrisa malvada, y da media vuelta dando por zanjada la discusión, pero ese diablillo no lo considera de la misma forma. —     Estoy hablando contigo, no te atrevas a ignorarme— recrimina mientras se acerca por detrás para jalar su cabello. — Mantente alejada de mí— grita la niña de trenzas doradas —     ¿Qué CREES QUE LE HACES A MI HERMANA? — el pequeño muchacho cuando pasa a buscar a su hermanita por el salón de clases como todos los días, descubre a su pequeña pero no tan tierna hermana agarrada de las greñas con otra niña, mientras otras tres enanas solo observan y se rien. Francisco, es solo dos años mayor que ella. Pero siempre fue muy sobreprotector al respecto. Todavía tiene sueños de cuando el padre biológico de Luce entró al departamento donde ellas vivían solas y se llevó todo lo que había dentro. A veces, las pesadillas no lo dejan dormir, el miedo a perder a su nueva familia no lo deja descansar.   —     Solo estábamos hablando…— dice fingiendo inocencia frente al niño que le gusta. Pero este chiquillo no es fácil de manipular. De hecho, ni siquiera le importa si en realidad solo estaban hablando. No le gusta que le alcen la voz a su hermana, y esta desconocida se atrevió a extender su mano para tomarla del cabello. —     Eso no es cierto. Estaban discutiendo porque según ella, no debería sujetar tu mano todo el día, y según esta otra chica eres su hermano y puede hacer lo que quiera, pero se defendió bien la enana, la felicito por eso— informa el silencioso infante mientras camina con su cuaderno hacia la salida. —     ¿Por qué te metes donde no te importa huérfano metiche? — reprocha la pequeña niña que carga en su alma la malicia que ha escuchado de los adultos. —     Porque soy un maldito huérfano que no tiene padres que lo eduquen… —dice riéndose en su cara mientras pone los ojos en blanco y atraviesa el umbral. —     La próxima vez que toques a mi hermana me voy a encargar yo de ti, ¿escuchaste? —responde tomando a la pequeña hada dorada de la mano y arrastrándola fuera. Pero ella, no puede evitar quedarse pasmada observando a ese niño nuevo. Michael, es uno de los niños huérfanos que patrocinan en su escuela. Algo como un acto de beneficencias que ella, con ocho años no logra comprender. —     Michael, Gracias… —musita observándolo con ojos soñadores mientras él se aleja por el pasillo.  Pero al escucharla frena en seco y voltea a verla. La observa estudiando su rostro y su mirada se detiene en las manos unidas de los dos hermanos. Había algo que no entendía respecto a la relación de esos dos, pero no iba a preguntar tampoco. No le incumbía. Si eran hermano o no, era problema suyo. Él sabe que no necesitas estar relacionado por sangre para considerar a alguien parte de tu familia. Lo sabe de primera mano, porque estando en un orfanato desde hace cuatro años, muchos niños son sus hermanos. Pero hasta ahora, nunca tuvo una figura paternal como la que habían restregado en su cara todo el día. ¿Es realmente necesario festejar el día de la familia, cuando tienes niños huérfanos en la institución? Caminar tomados de la mano con otro niño, cuando te sientes aislado y solo es lo más normal para él. Pero ver esas pequeñas manos unidas, esta vez le incomodan de una manera extraña. Observa el rostro de esa niña con las cejas fruncidas, intentando descifrar lo que ella espera escuchar de él. Pero solo puede analizarla. Su cabello dorado como el sol en dos trenzas extrañas que comienzan en la cima de su cabeza y acaban a la altura de su estómago. Las pequeñas e imperceptibles pecas que adornan la cima de su nariz, su piel dorada por el sol y sus ojos que resplandecen azules como el mar. —     No lo hice para que me des las gracias… —susurra incómodo bajo su escrutinio antes de voltear y desaparecer en el pasillo. Para Luce, Michael luce como un príncipe encantado. Su cabello n***o ondulándose a la altura de su cuello, enmarca perfectamente sus tiernas facciones y sus ojos negros que parecen ahuyentar la oscuridad y cualquier monstruo que se encuentre oculto en ella. —     ¿Estás bien? —pregunta su hermano observando cómo se queda observando los estrechos hombros que se alejan. —     Creo que me enamoré…— musita ella. —     Eres muy pequeña para eso. —     Soy pequeña para casarme, tener mi primer beso o tener hijos. Soy pequeña para ir a la escuela secundaria, y soy pequeña para subirme a los juegos mecánicos de la feria. Pero no soy pequeña para sentir amor por alguien…— declara con confianza.   Cuando abre los ojos, recuerda qué día es hoy. Hoy es el primer día de clases en la universidad a la que siempre deseó asistir. La Universidad donde su padre es profesor, donde se graduó su madre luego de luchar tanto por completar su carrera. Donde estudiaron su abuela Anna y el abuelo Mathew que no llegó a conocer. Donde su madre conoció a su padre y su tío Alex, y donde mamá conoció a la tía Liz y la tía Carolyn. Es esa universidad la que bendijo su vida con una nueva familia. Y siempre que tiene ese sueño, recordando a su amor de la infancia, es un buen presagio. Soñó con ese niño de ojos negros la noche anterior a recibir la carta de aceptación para la NYU. Soñó con ese niño de cabello ondulado cuando su abuela tuvo ese paro cardíaco, y hasta ahora, todo salió bien luego de soñar con él. Definitivamente, hoy será un día lleno de cosas buenas.