Me encierro en el baño, pero las lágrimas siguen cayendo. ¿Qué tan idiota debo ser? Permitir que me humillen de esa forma, y echarme a llorar por alguien que no vale la pena. Peor aún, permití que una persona desconocida me consuele. Hundí mi rostro en su pecho y lloré como una niña mientras me abrazaba. La vergüenza me supera. En el momento en que decidí vivir de esta forma, debí aceptar que todos tuviesen estos prejuicios sobre mí. Por más de que los tiempos hayan cambiado, las mujeres libres siempre son consideradas unas putas. ¿Por qué sería diferente conmigo? De todas formas, en serio pensé que, con Francisco, todo sería diferente. Dentro de mí tenía la esperanza de que comprendiera mi manera de pensar. No esperaba que la aprobara, pero pensé que por lo menos no me rechazaría,

