Dos

1791 Words
La carpeta se siente pesada en mis manos cuando la recibo, y si voy a ser sincero, ahora que la tengo en mi poder, no quiero abrirla; y no es por miedo, tiendo a no sufrir de eso; es solo que recordar las palabras de Obreck me hace temblar de ira y despierta mis más bajos instintos y mis peores pensamientos. Stewart se queda de pie frente al escritorio, en silencio, esperando pacientemente que empiece a revisar la información que recopiló para mí. —Siéntate —le indico, dejando caer la carpeta sobre el escritorio. Tomo una respiración profunda, y la abro. Mis manos son firmes mientras paso hoja tras hoja, leyendo superficialmente y viendo las imágenes que ha adjuntado Stewart en la investigación. »Cuéntame —murmuro sin despegar los ojos de una fotografía de un hombre de unos cincuenta años en un uniforme de policía—. Datos relevantes. Stewart se sienta, e inmediatamente se inclina hacia delante en la silla antes de empezar a hablar. —Él —señala al hombre en la foto que estoy observando en este momento—. Fue uno de los dos policías en llegar en primer lugar a la escena del… accidente. —La última palabra la murmura entre dientes, y estoy seguro que su intención era decir “escena del crimen”—. Su nombre es Cameron Demore. Actualmente se encuentra retirado. Vive en un pequeño suburbio al sur de la ciudad con su esposa. Tiene un hijo, policía como él. Asiento en reconocimiento a sus palabras, pero no digo nada esperando a que continue relatando sus hallazgos. »El segundo policía —dice, estirando una mano hacia la carpeta para darle la vuelta a la hoja—; el compañero de Demore, fue abatido en un asalto hace siete años, por lo que solo traje datos básicos. Su nombre era… Levanto una mano, deteniéndolo. —No tiene importancia —le interrumpo. Si murió es inútil para mí. Necesito la verdad, y los muertos no hablan. »¿Quién más? —pregunto, refiriéndome a las personas que estuvieron implicadas en la investigación del “accidente” de mis padres. —El detective a cargo de la investigación fue él. —Pasa a otra página, donde la foto de un hombre rondando los cuarenta aparece—. Hernán Fayol. Actualmente capitán de la cuarta división. —Stewart señala un párrafo en específico—. Tiene cuarenta y un años. Casado, dos hijos. Su reputación en la fuerza policial es… cuestionable. Cinco investigaciones por abuso de autoridad, corrupción y encubrimiento. No le han podido demostrar nada, por lo que sigue activo y ascendiendo. Vuelvo a asentir. No me extraña lo que me está contando, esa es la clase de hombres con los que Obreck se relacionaría, y a los que sería fácil comprar para encubrir un crimen. »El médico forense —continua, bajando la voz—. Era un novato en ese entonces. Benjamín Curt. Llevaba dos meses activo cuando ocurrió el… —Esta vez se abstiene de decir la palabra de la discordia—. Tiene un buen historial —dice rápidamente, sonando ligeramente fascinado—. No está casado, ni tiene hijos. Lo único que pude encontrar de él está relacionado con su servicio en la fuerza policial. Es un adicto al trabajo. Toda su vida se resume a eso. Esa información me es de mucha utilidad. No me atrevería a amenazar a alguien con su familia para obtener la verdad, pero, si la vida del médico forense es su trabajo, el insinuar que podría perderlo, puede ser incentivo suficiente para que me diga lo que quiero saber. —¿Alguna otra persona que haya interferido directamente en el caso? —pregunto, repasando las fotos y los nombres. —El perito forense —murmura, su tono cambiando por alguna razón que está más allá de mi comprensión y me es difícil de interpretar—. August Gerard. Cuarenta y siete. Divorciado, tiene dos hijas en la universidad. Ha sido reconocido como el mejor fotógrafo científico del país en siete ocasiones. —No entiendo por qué la cantidad de reconocimientos de este hombre es relevante —declaro, levantando la mirada al tiempo para ver a Stewart negar con la cabeza. Se acomoda en la silla, incomodo, pero no replica a mi comentario. Lo dejaré pasar. »¿Alguien más? —pregunto, repasando las fotografías de todos una vez más. Steward no responde en voz alta, pero cuando vuelvo a mirarlo, está negando con la cabeza de nuevo. Es un hombre de pocas palabras. »¿Obtuviste el reporte? —indago a continuación, refiriéndome al suceso en cuestión. Obreck dijo que no habían hecho una investigación, pero hasta los “accidentes” requieren de cierto protocolo. —Sí, señor —dice Steward esta vez, estirando una mano hacia la carpeta; sin embargo, no pasa las páginas, sino que se detiene para observarme. Se queda en silencio por un par de segundos, simplemente mirándome, y traga saliva visiblemente antes de continuar. »Las últimas páginas —musita, recostándose de nuevo en la silla que ocupa. Entorno la mirada en él antes de bajarla hacia la carpeta y pasar las páginas. »Señor Saint —dice rápidamente, poniendo una mano sobre las hojas e impidiéndome que pueda llegar a las que me indicó—. El informe viene acompañado por evidencia fotográfica —murmura, su voz titubeando cuando levanto la mirada y me quedo observándolo fijamente—. Las imágenes pueden llegar a ser un tanto… impactantes. Si de alguien pensaría que no se atrevería a interponerse en mi camino, de ninguna manera, es él, por lo que el que me haya detenido es… extraño, y no lo tomaré como una falta de respeto de su parte, porque entiendo lo que está haciendo. De alguna manera quiere protegerme de lo que encontró, que me supongo son fotografías de mis padres dentro de un auto en llamas. Asiento con la cabeza en respuesta a su advertencia, tensando la mandíbula cuando él retira la mano. Tengo que hacer esto; tengo que llegar a la verdad, y si eso implica abrir una herida que creía estaba cerrada, pero que ahora sé debió ser más profunda en su momento, lo haré. Llego a la página en cuestión, y sostengo el aire mientras recorro con la mirada la primera imagen. El silencio se vuelve pesado a mi alrededor mientras observo el taxi en el que se transportaban mis padres reducido a cenizas a un costado de la vía, y el esqueleto del que sería el conductor del taxi apoyado contra el marco de la puerta. La bilis hace acto de presencia rápidamente mientras mis ojos enfocan a mis padres… lo que quedó de ellos. La fotografía podría pasar por una a blanco y n***o, debido a que lo único que se ve son huesos quemados en lo que sería el asiento trasero de un auto. Mis puños se cierran con fuerza, el dolor de mis dedos presionándose tan apretadamente manteniendo mis emociones a raya. No me voy a derrumbar por esto. No puedo hacerlo. —¿Qué…? —Me detengo ante la ronquera de mi voz, carraspeando para poder hablar más allá del nudo que se ha formado en mi garganta—: ¿Qué dice el informe? —Es muy básico —me responde, en modo profesional, tratando de obviar la afectación que sabe estás imágenes me producen—. Se reportó como un accidente de auto con tres víctimas fatales. Dos hombres y una mujer. El perito determinó que una falla mecánica produjo el choque y que este ocasionó la explosión por un cortocircuito. Mi cuerpo se tensa porque ahora sé que es una vil mentira, y la ira quiere hacerme explotar y acabar con medio mundo. —¿Algo más? —Levanto la mirada hacia él al realizar la pregunta, porque alcanzo a ver el grosor de tres fotografías más debajo de la hoja del informe. Tiene que haber encontrado otra cosa. Stewart asiente con la cabeza. —Encontré otras fotografías que están relacionadas con el caso —me confirma—. Sin embargo, no están documentadas en el informe. Bajo la mirada, dispuesto a observarlas y terminar el recorrido inicial por la carpeta con toda la información, pero antes de que pase la página, Stewart dice las palabras que necesitaba escuchar y que contienen la verdad que aún me negaba a creer. »Serían la confirmación de que lo que le pasó a sus padres no fue un accidente —afirma, haciéndome levantar la mirada hacia él instantáneamente—. Lo puedo asegurar porque están rotuladas con el número de caso que se le asignó a la investigación; pero, sin el testimonio de alguno de los hombres que estuvieron ahí esa noche, y sabiendo que no las obtuvimos legalmente —murmura la última palabra—. Ningún juez las admitiría como evidencia. Mis ojos arden, la rabia y la impotencia por la corrupción de algunos de los miembros de las fuerzas publicas me enerva. Si tan solo hubiese sabido que no fue un accidente, si desde el inicio se hubiese investigado su muerte y hubiesen encerrado a Obreck por ello… Suelto el aliento que contuve sin siquiera darme cuenta, y bajo la mirada de nuevo, pasando la página y deteniéndome en las imágenes. Las fotografías son claras, y no se necesita ser un genio para saber que lo que ocurrió fue un asesinato. Cualquiera podría reconocer un orificio de bala, y aún más en un cráneo. Uno recibió una bala en la sien, otro en la frente, y el otro en la parte trasera de la cabeza. El mundo parece detenerse a mi alrededor, y el silencio se vuelve ensordecedor. Mi cuerpo vibra cuando la cólera inunda mi sistema con la potencia de un león en plena caza, incontrolable, haciéndome ver todo rojo. Mi mano derecha inconscientemente toma lo primero que encuentra, y lo siguiente que sé es que el panel de teleconferencias se está astillando en pedazos cuando el sonido de un impacto llena la habitación, el estruendo devolviéndome a mis sentidos. Llevo años sin perder el control de esta manera, sin dejarme cegar por las emociones. Este no soy yo, y, sin embargo, lo soy. Stewart queda petrificado en la silla que ocupa, mirándome con grandes ojos y una expresión aterrada. Tomo una respiración profunda, cierro los ojos, y empiezo a contar hasta diez. Me aferraba, ingenua e inconscientemente, a creer que era mentira. Quería seguir creyendo que había sido un accidente. Me negaba a aceptar que Obreck me los había arrebatado. Pero ya no puedo hacer nada con él; ahora solo me queda encargarme de que las personas que encubrieron sus actos paguen por ello.
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