Uno

1788 Words
—La reunión con el jefe de seguridad informática de la zona Este empezará en veinte minutos —me informa Verónica, mi asistente, de pie frente a mí al otro lado del escritorio, leyendo la agenda que tengo para el día de hoy. Me tomó un mes regresar a mis actividades normales en la oficina, y aunque no estuve desconectado propiamente dicho, Emiliano se encargó del ochenta por ciento de las reuniones en las que se requería mi presencia, por lo que tengo mucho en lo que ponerme al día, empezando por el jodido ciber ataque que sufrió uno de nuestros clientes Premium en la costa Este. »La presentación de indicadores y resultados financieros del último trimestre está programada para las dos de la tarde —continua, eficientemente—. Y la reunión de cierre de negociación con el nuevo cliente, el conglomerado Roumont, será a las cuatro treinta. El señor Roumont Junior confirmó su asistencia. Llegará directamente del aeropuerto a la sala de juntas. Asiento con la cabeza, tomando una respiración profunda. Verónica es buena en lo que hace, y, a pesar de que lleva solo un par de meses en el cargo, aprende rápido, y sabe cómo me gusta que se organicen las cosas. —¿Stewart? —le pregunto, refiriéndome a uno de los ingenieros del equipo de seguridad informática. Él es mi hombre de confianza, se encarga de todos mis asuntos personales, en cuanto a la virtualidad se refiere. Era un hacker rumbo a una prisión de máxima seguridad cuando lo invité a ser parte de mi nómina. Y ni él se ha arrepentido de aceptar mi propuesta, ni yo de hacérsela. Es jodidamente bueno en lo que hace, y lo mejor de todo es que conoce a la perfección las palabras “discreción”, “confidencialidad” y “secreto”. Verónica repasa la Tablet en sus manos antes de contestar. —Dijo que tendría la información que pidió para el medio día. —Frunce el ceño al tener que replicar las palabras de Stewart sin entender a qué hacen referencia. Y va a permanecer así. Lo que Stewart está investigando para mí es solo para mí; ni siquiera Elena sabe de eso. Lo que me recuerda… —¿Confirmaste con Elena su almuerzo de hoy? Quedamos en que comeríamos juntos siempre que estuviera en el edificio a esa hora, pero preciso hoy, mi primer día de vuelta en la oficina, ella quedó de almorzar con su mejor amiga. Hanna me agrada, no voy a mentir, pero en días como hoy me siento un poco amenazado debido a su cercanía con Elena. El almuerzo era un compromiso que tenían desde hace un par de días, antes de que mi fisioterapeuta me diera luz verde para volver a mi rutina diaria, por lo que no dije nada por el hecho de que me fuera a dejar para comer con ella, pero aun así… olvídenlo, la inseguridad es una debilidad que no poseo ni quiero poseer nunca. Verónica asiente con la cabeza en respuesta a mi pregunta, alejándome de mis pensamientos. —Sí, señor Saint —confirma en voz alta—. La señorita Corelly saldrá a las doce. Su chofer y escolta la llevarán al restaurante Séptimo Cielo, y se espera que esté de vuelta en el edificio a las dos treinta. No necesitaba información tan detallada, pero así es Verónica. Tratando de ir una milla delante siempre. No he retirado los escoltas de Elena, ni de mis hermanos, ni de mi abuela; y mi equipo de seguridad sigue intacto también. Obreck era la única amenaza directa que tenía, pero eso no quita el hecho de que soy el hombre más rico del país, uno de los hombres más poderosos del continente, y que el ramo en el que me muevo crea más enemigos que amigos. Así que no, a pesar de las múltiples protestas de Elena, Alexander y Amelia, porque Nana gracias a su dios es lo suficientemente astuta para no llevarme la contraria, mantuve sus equipos y esquemas de seguridad intactos. Asiento con la cabeza, volviendo mi mente a la razón por la cual pregunté si Elena efectivamente iba a salir a almorzar con su mejor amiga. —Dile a Stewart que venga a mi oficina al medio día —le ordeno. Lo que le pedí que investigara es prioridad en este momento para mí, y quiero escuchar en vivo y en directo lo que ha encontrado. Verónica asiente con la cabeza de nuevo, escribiendo en su Tablet. —¿Algo más, señor Saint? —pregunta atenta. Niego con la cabeza, bajando la mirada a la pantalla de mi computador para seguir revisando el documento que está proyectándose en él. —Puedes retirarte —le digo en voz neutra. Elena odia esa frase, pero no puedo evitar utilizarla siempre. El recuerdo de su rostro lleno de ira cuando le ordené que se retirara el día que la encontré en la oficina de Marie es uno de los que más valoro. Ese día me sorprendió, como nada lo había hecho en mucho tiempo, y parece que fue hace tanto. Tomo aire profundamente, soltándolo lentamente mientras levanto el teléfono de mi escritorio cuando Verónica se va, consciente de que tengo apenas unos minutos antes de que empiece mi siguiente reunión. El timbre suena dos veces. —Theory Security, habla Elena Corelly, arquitecta de proyectos —expresa como si de una grabación se tratara—. ¿En qué le puedo ayudar? Sonrío al escucharla. Es la primera vez que la llamo a su número de la oficina. —Señorita Corelly, arquitecta de proyectos —murmuro para ella, mi tono bajo y ronco. Escucharla hace que mi deseo se dispare al límite—. ¿Será posible que me conceda cinco minutos de su preciado tiempo? La escucho reír suavemente. —¿Qué haces llamándome a este número? —pregunta extrañada, la risa aligerando su tono—. ¿No sabes que, para efectos de calidad en el servicio, la llamada puede ser grabada o monitoreada? Mi ceño se frunce en confusión. A veces dice cosas tan divertidas. Toda una listilla medio paranoica. —Se grabaría si trabajaras en el Call Center de servicio al cliente —le informo, sabiendo que esa es una de las normas corporativas de mi compañía—. Y, aunque tienes la voz más sensual que he tenido el privilegio de escuchar —musito, mi tono empezando a oscurecerse—. No creo que tengas la paciencia para estar en servicio al cliente. Elena tiene un carácter fuerte, y no soporta la mediocridad ni las quejas inútiles. De nuevo se ríe, la vibración de su risa viajando a través de la línea. —Con mi voz sensual —repite mis palabras—. No necesitaría tener paciencia. Cautivaría a todos los clientes y los haría aceptar todo lo que yo dijera. Es mi turno de reír. Definitivamente ella es la única que puede hacerme reír así. —No puedo argumentar contra eso —reconozco, porque es la verdad. Yo soy víctima de sus encantos. —Vas a tener que empezar a acostumbrarte a mí teniendo la razón la mayoría del tiempo —comenta confiada, orgullo bañando su tono—. Pero bueno… —Carraspea para aclarar su voz—. ¿A qué debo el honor de esta llamada? —Su pregunta es seria cuando llega, haciéndome fruncir el ceño de nuevo. —¿Tengo que tener una razón para llamarte? —pregunto en el mismo tono de voz. —¿A este número? —devuelve a cambio—. Espero que sí. No todos los días se recibe la llamada del presidente de la compañía solo porque sí. Mis labios se curvan. —No tiene nada que ver con que sea el presidente de la compañía —le digo, poniéndome de pie para dirigirme al ventanal de mi oficina y apreciar la ciudad a mis pies—. ¿Tienes planes para esta noche? —le pregunto. Elena se toma un par de segundo para responder. —No —dice, para después continuar—: A no ser que consideres un plan el quedarme hasta tarde afinando los detalles de un contrato que estamos por cerrar. Suspiro, en eso se parece mucho a mí. Adicta al trabajo. —Esta noche voy a ir al restaurante a revisar un par de cosas —le informo—. Quiero que vengas conmigo. Le diré a Elijah que saldrás a las siete. Elena sabe a cuál restaurante me refiero. Estos últimos días nos la hemos pasado hablando sobre nuestra vida, conociendo todo el uno del otro, acercándonos más, y en una de esas conversaciones me preguntó sobre el restaurante donde nos conocimos, donde Billy y Hanna organizaron una cita doble, que para nosotros fue una cita a ciegas. Hanna le había dicho que yo era el dueño, y Elena no entendía cómo podía tener un restaurante cuando la empresa de mi familia es una multinacional de seguridad privada. Y la respuesta a eso es simple. Mi madre era chef, y ese restaurante era el lugar donde trabajaba antes de… Tomo una respiración profunda al pensar en ella. Adoraba a mi madre, la amaba por sobre todas las cosas, y de alguna manera ya había curado la herida que dejó su muerte, porque pensaba que era un accidente, pero lo que dijo Obreck… j***r, no voy a ir ahí ahora. Compré el restaurante hace apenas ocho años, cuando la empresa se recuperó y empezamos a ver las ganancias reales. Elena no comenta nada, por lo que continuo. »Cenaremos —le digo—. Y después nos vamos para el apartamento. —Mi voz vuelve a bajar, revelando con el tono hacia dónde se han ido mis pensamientos. Todo este mes he permanecido en casa de mi abuela, y aunque Elena va casi todas las noches y ha pasado conmigo los fines de semana, la intimidad que hemos tenido es casi nula. En este momento donaría un riñón para asegurarme de tenerla conmigo desnuda y jadeando toda la condenada noche. Escucho un carraspeo al otro lado de la línea, su voz un susurro cuando me contesta. —¿No vas a volver a la casa familiar esta noche? Mis labios se curvan en una sonrisa diabólica. Está pensando en lo mismo que yo, su jodido tono me lo dice. —Esta noche, no —declaro—. Te quiero para mí solo. Y sé que ella lo desea también. Sus ojos, con cada día que pasa, me lo han ido diciendo. —Estaré en el lobby a las siete —murmura en respuesta. Y mi cuerpo se tensa con la anticipación.
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