Prólogo

3261 Words
—¿Señor Saint? Abro los ojos lentamente al escuchar el llamado en la voz de un hombre. Escaneo la habitación rápidamente, mi instinto buscando la fuente del desconocido tono, hasta que hallo a un hombre de pie en la puerta de la habitación, uno de mis guardaespaldas impidiéndole el paso, permitiéndole hablarme desde su posición, pero sin entrar. Viste un traje n***o con corbata del mismo tono sobre una camisa blanca; monótono y normal, nada sobresaliente en su atuendo, complexión o rasgos. Su expresión es tosca, más no disgustada, sus ojos enfocados, de mirada directa. Por su postura puedo deducir que pertenece a alguna división de la ley. Un detective, supongo. Detrás de él está el que presumo es su compañero, con un traje parecido, sin embargo, este lleva gafas de sol puestas. Nadie le ha enseñado normas básicas de etiqueta. Estamos dentro de un maldito hospital; debería haberlas retirado de su rostro al pasar la puerta de entrada. Carraspeo para alejar cualquier rastro de sueño de mi voz y sonar fuerte e imponente, como siempre. Sé perfectamente porqué están aquí, he estado esperando su visita por días, pero eso no quiere decir que se los vaya a poner fácil. —¿Quién pregunta? —contesto al llamado, impasible. Ambos abren sus sacos, dejándome ver sus respectivas placas en el cinturón de sus pantalones a modo de respuesta. —¿Nos permitiría? —pregunta con un toque de impaciencia el mismo que me llamó, llevando la mirada al guardaespaldas que le impide el paso, haciendo referencia al hecho de que no los ha dejado ingresar a la habitación a pesar de saber quiénes son. El dinero y las conexiones que tengo ayudan a que no utilicen su autoridad para entrar, porque saben que a mi lado tienen todas las de perder. Nadie quiere disgustar al dueño de una de las multinacionales de seguridad privada más grandes e importantes del mundo. —Aaron —pronuncio, dirigiéndome a mi escolta, diciéndole con mi tono que puede dejarlos pasar. Es mejor hacer esto de una vez. Entre más rápido entren, más rápido se irán. El detective ni siquiera parpadea cuando entra a la habitación, su compañero siguiéndole el paso, deteniéndose ambos a metro y medio de la cama en la que descanso. »¿Y bien? —cuestiono, disimulando una mueca de dolor cuando inconscientemente intento tomar mi celular con la mano izquierda. Recibí un disparo en el hombro izquierdo hace un par de días, y la herida, a pesar de que después de la cirugía ha ido mejorando perfectamente, afecta todo mi brazo, obligándome a mantenerlo lo más quieto posible, y gracias a los analgésicos que me suministran a veces, se me olvida que moverlo duele como un demonio. —Señor Saint. —Empieza el hombre que ha estado hablando desde hace un rato—. Soy el detective Thomas Edison —se presenta, haciéndome entornar la mirada en él ante su nombre—. Mi padre era profesor de física —explica ante mi expresión, innecesariamente. La verdad no me interesa de dónde salió su nombre, es simplemente curioso—. Mi compañero, el detective Mike James. —Señala al de las gafas—. Nos gustaría hacerle un par de preguntas. Asiento con la cabeza en reconocimiento a su presentación. —¿En qué les puedo ayudar? —pregunto, ahogando el bostezo que quiere escapar de mis labios. Los medicamentas que me están suministrando tienen un efecto secundario, haciéndome sentir un profundo deseo de dormir constantemente, cosa que está acabando con mi maldita paciencia. Normalmente soy muy activo y no suelo dormir más de cinco horas al día. La compañía que mi padre fundó y que ahora manejo, consume todo mi tiempo, y los negocios nunca paran cuando tienes clientes en todas partes del mundo; debo estar disponible veinticuatro siete. —¿Nos podría contar lo que sucedió en la interestatal seis, hace cinco días, entre usted y el señor Belmont Obreck? —pregunta el detective Edison, sacando una libreta de uno de los bolsillos internos de su saco, y alistando un bolígrafo para empezar a escribir mi versión de los hechos. Lo miro sin siquiera parpadear, porque, ante todo, siempre proyecto seguridad. Pienso muy bien en lo que voy a decir siempre, y no soy impulsivo ni emotivo para hablar. En el mundo en el que me muevo si dejas que las emociones te controlen, pierdes dinero. Y odio perder. Belmont Obreck se merecía completamente su destino, y aunque sé que no me hace la mejor persona del mundo reconocerlo, era él o yo, y no me siento mal por elegirme. —El señor Obreck me citó en ese lugar dos semanas atrás —le informo, apegándome al plan que elaboramos con mi equipo de seguridad antes de salir a su encuentro—. Me llamó y dijo que estaba arrepentido por lo que había sucedido en el pasado; el haber robado a mi familia, la familia de su mejor amigo, y que quería hacer las pases conmigo. Los detectives asienten, aunque el señor James no se ve muy convencido. »¿Podría retirarse las gafas, detective James? —pregunto, desviando la mirada hacia el sujeto en cuestión, observándolo fijamente mientras cambio abruptamente de tema—. No me gusta hablar con alguien que no me mira a los ojos —declaro secamente. Es un acto de mala educación y simplemente no lo tolero. Aunque conmigo pasa mucho; la gente no suele sostenerme la mirada, pero por lo menos yo puedo ver las suyas, cosa que con gafas de sol es imposible. El detective Edison se gira hacia su compañero, frunciéndole el ceño, reprendiéndolo en silencio. El detective James toma una respiración profunda, levanta una mano hacia su rostro para retirarse las gafas. Carraspea y baja el rostro para evitar que vea la verdadera razón de mantenerlas puestas. No lo estaba haciendo por falta de modales; lo hacía para esconder un feo ojo morado. Fijo la mirada en él. Eso debió doler. —Lo sentimos, señor Saint —murmura el detective Edison atrayendo mi atención de nuevo y excusándose por su compañero—. ¿Por qué confió en el arrepentimiento del señor Obreck? —pregunta, continuando con el tema que los trajo aquí sin dilatar más el momento. —¿Por qué no hacerlo? —respondo contundente. —Tenemos entendido que usted lo acusó a él del atentado que sufrió hace trece años —me responde el detective Edison—. Y hay indicios de que estuvo detrás del atentado en Emiratos Árabes en su contra hace un par de meses, cosa que debe saber. Como también que él era el principal sospechoso del intento de secuestro de su hermana menor hace un par de semanas. El recordatorio de lo sucedido con Amelia me sienta como un maldito golpe, pero se necesita mucho más que eso para hacer que muestre una emoción espontanea. Lo que le muestro al mundo es lo que quiero que vean, ni más, ni menos. —Era el mejor amigo de mi padre —les digo de nuevo—. Y supo jugar esa carta en mi contra. El lugar de la cita es el mismo lugar en el que mis padres murieron hace quince años —les cuento—. Dijo que quería verme ahí porque era significativo. Hablar de ese día me hace hervir la sangre. Quince malditos años creyendo fielmente que había sido un accidente. Me enfurece solo recordar cómo se jactaba de sus acciones en contra de las personas más importantes de mi vida, tanto, que quiero devolver el tiempo y matarlo con mis propias manos. Y sí, eso me hace un hijo de puta, y probablemente haría que mi abuela estuviera completamente decepcionada de mí si pudiera escuchar mis pensamientos poco cristianos, pero es lo que siento, y no voy a disculparme por ello. El detective Edison asiente con la cabeza, garabateando algo en su libreta, y por fin le escucho la voz a su compañero. —¿Quién disparó primero? —pregunta el del ojo morado, llamando mi atención. Mi francotirador, pienso de inmediato, pero obviamente eso no es lo que sale de mis labios. —No podría decirlo con certeza —contesto mirándolo directamente—. Se estaba riendo de lo ingenuo que era por creerle y asistir a la cita —relato para ellos, dándoles parte de la verdad—. Mis ojos estaban fijos en él, por lo que no vi, sino que sentí, cuando alguno de sus hombres me disparó, y entonces mis hombres reaccionaron y todo se volvió confuso y caótico. Y teóricamente todo fue así. Ruido, confusión y caos. »Me desmayé por el dolor —continuo, dándoles otra media verdad—. Y lo siguiente que supe fue que estaba en un auto camino al hospital. Tomo una respiración profunda al recordar la llamada que hizo Elías, uno de mis guardaespaldas y hermano mayor de Elena, cuando íbamos en el auto. Escuchar su voz quebrada y la angustia con la que le hablaba a su hermano preguntando por mí se hundió profundamente en mi corazón, rompiéndolo un poco. Le prometí que no sufriría por mi culpa, y ese día rompí mi promesa, así no lo haya hecho a propósito. »Me dijeron que mis hombres ya les relataron lo sucedido —continuo, dejando de lado el mal sabor que me despiertan los recuerdos—. ¿No es cierto? Ambos detectives asienten con la cabeza. Lucen un poco escépticos ante mis palabras, pero no estoy mintiendo, no del todo, por lo menos; les estoy contando mi versión de los hechos, una que me haría pasar hasta el polígrafo. —Señor Saint —pronuncia el detective Edison—. Me disculpo por lo que voy a decir, pero… —Hace una pausa, buscando las palabras menos ofensivas para decir lo que sea que quiere decir, me imagino—. ¿Sinceramente espera que creamos que le tendieron una trampa y que usted fue víctima de otro atentado, pero en lugar de terminar muerto, el muerto fue el hombre que intentó asesinarlo más de una vez? Sinceramente me importa una mierda lo que ellos crean. Lo importante aquí es lo que puedan probar, y mi equipo y yo somos especialistas en seguridad, y en encubrir un asesinato, al parecer. Me le quedo mirando fijamente, utilizando una de mis mejores armas; mi penetrante mirada. Los ojos negros son infravalorados, siempre lo he sabido, pero yo les doy el poder y el uso que realmente tienen, a mi favor. No hay nada como quedarse viendo a una persona fijamente con la oscuridad consumiendo tu expresión. Suele ser intimidante. El detective Edison parpadea ante mi mirada, pero no se aleja, no se somete a ella, y me agrada que tenga carácter. Voy a darle eso a su favor. —Lo que usted crea o no es su decisión, detective Edison —le digo después de unos minutos, eligiendo la diplomacia, porque lo que en realidad le quiero decir es que lo que creo o no me tiene sin cuidado—. Le estoy dando la verdad. —Mi versión de la verdad, pero debe valerle con eso. El hombre asiente con la cabeza, aprovechando ese movimiento para bajar la mirada al cuaderno de notas que ha estado llenando. Voy a decirles que ya hemos terminado y que espero que me dejen en paz, cuando alguien carraspea suavemente desde la puerta, haciendo que los detectives se den la vuelta para observar a quien ha llegado, y que yo desvíe la mirada para hacer lo mismo. Mis ojos se suavizan al instante ante la visión de la mujer más hermosa que he tenido el privilegio de observar. Elena. Su piel luce radiante, su hermoso cabello n***o cayendo en ondas suaves y sedosas alrededor de su fino rostro, su mirada miel recorriendo a los presentes de arriba abajo hasta detenerse en mí. Elena. Mi Elena. Mi hermosa, apasionada y fiera loba. Me tomó horas convencerla anoche de que se fuera y pudiera descansar apropiadamente después de días de estar conmigo en el hospital, acompañándome; y cómo la extrañaba. Su expresión es seria mientras observa a los detectives, más no deja vislumbrar su estado de ánimo, no permite interpretar nada. —Buenos días —saluda, entrando en la habitación con propiedad, pasando de largo a los hombres que han empezado a exasperarme ya. Mi pecho se hincha de orgullo al saber que es mi prometida, y mi cuerpo hormiguea de anticipación por su toque. La observo acercarse a la derecha de la cama, y veo cómo deja una maleta sobre el asiento y una bolsa sobre la mesa al lado de este. —Nena —musito a forma de saludo, mirándola fijamente y estirando la mano en su dirección para atraerla hacia mí y darle un beso. Los detectives pueden irse a seguir dudando de mis palabras a otra parte, toda mi atención ahora será para ella. —¿Interrumpo algo importante? —pregunta, posando una mano sobre la mía y la otra llevándola a mi cabello, acariciándolo suevamente. Pero no me sigue cuando intento tirar de ella más cerca. No se le dan las muestras públicas de afecto, y respetaré eso. Su toque es electrizante por sí solo, pero el movimiento de sus dedos entre las hebras de mi cabello hace que todo mi cuerpo se tense, porque llevo demasiado tiempo en este jodido cuarto de hospital y el deseo que se despierta en mí con solo verla es voraz. Carraspeo para poder decirle que no está interrumpiendo absolutamente nada, y que los detectives ya se van, cuando el detective Edison se me adelanta, respondiendo. —En realidad —dice el imbécil que está próximo a quedarse sin trabajo si sigue por el camino que va—. Estamos hablando de un tema importante con el señor Saint, y nos gustaría seguir discutiéndolo… en privado. Si antes le había dado una mirada mordaz, ahora en serio debería estar agradeciendo al dios en el que crea que no puedo utilizar las dos manos. Pero, antes de que pueda empezar a decirle que no tiene idea de lo que está haciendo, una de las razones por las que amo a Elena hace acto de presencia. Su jodido y excitante carácter. La mano que tenía en mi cabello se desliza, alejándose, cuando se da la vuelta para enfrentarlos. —¿Quiénes dijeron que eran? —pregunta ella, su voz inflexible, su mirada determinada. Con ella no se han presentado, por lo que la pregunta es su forma de saber con quién está tratando. Ambos hombres cuadran los hombros, intentando proyectar superioridad con sus posturas, y toma todo de mí no ponerlos en su lugar, pero es algo que ni Elena apreciaría, ni necesita que haga. Ella sabe librar sus propias batallas. Puede con ellos sola, y me llena de orgullo saberlo y presenciarlo. —Detective Edison —se presenta el primero—. Mi compañero, el detective James. Elena no se inmuta por sus títulos o su significado. No debe nada, y no teme nada. —Detectives —pronuncia, mostrándoles que entendió perfectamente quienes eran—. Lo que sea que tengan que hablar con mi prometido… —Hace énfasis en mi, haciéndome estremecer internamente por lo condenadamente delicioso que sonó eso—. Pueden hacerlo en mi presencia, o pueden irse por donde llegaron y conseguir una orden para que él y su abogado vayan a una estación de policía una vez le den de alta. Ustedes elijen. Joder… ella va a acabar con mi cordura. Es jodidamente sexy cuando habla así. —Señorita… —Corelly —les dice, presentándose—. Elena Corelly. Próximamente Elena Saint, quiero decirles, pero me abstengo. El tema de su apellido aún no ha sido tocado, así que primero tengo que asegurarme que va a cambiarlo, porque voy a ser categórico con eso. Muero por escuchar su nombre junto a mi apellido, y no habrá nada que diga o haga que me vaya a hacer cambiar de opinión al respecto. Esa va a ser una discusión interesante. —Señorita Corelly, mis disculpas —pronuncia el detective Edison, su postura cambiando de nuevo, volviendo al estado de condescendencia que cree y debe mostrar ante el poder que mi apellido tiene en este país, y en una buena parte del mundo—. No sabíamos que el señor Saint estuviera comprometido. Felicitaciones a ambos. Ni Elena ni yo respondemos, porque eso sonó falso y forzado, y porque sinceramente nos da lo mismo lo que el detective diga. Ya están colmando mi paciencia, y apuesto que la de Elena, y no soy nada agradable cuando estoy de mal humor. —Ya hemos terminado, detectives —afirmo, sin posibilidad de contradicción al respecto, atrayendo la atención de nuevo a mí ante la declaración. Mi exasperación ya es bastante evidente. Comparten una mirada rápida, y entonces el detective Edison asiente con la cabeza, cerrando su libreta y guardándola junto con su lapicero en un bolsillo de su saco. No tiene nada más que hacer que resignarse. —Muchas gracias por su tiempo, señor Saint —dice, sosteniéndome la mirada, de nuevo—. Lo estaremos contactando más adelante si requerimos alguna otra cosa en la investigación. Doy un ligero asentimiento, pero no respondo. »Señorita Corelly —continúa, esta vez mirando a Elena—. Que tengan buen día. Su compañero asiente con la cabeza en despedida, y se dan la vuelta, saliendo de la habitación. No tienen un caso, y todos lo sabemos. Billy, mi abogado y uno de mis mejores amigos, alegará defensa propia, como fue planeado; y no hay forma de que relacionen al francotirador conmigo, así que no tienen nada. —Te ves hermosa —murmuro, dándole un pequeño apretón a la mano de Elena que aun sostengo para que vuelva a mirarme. Su sonrisa, cuando se da la vuelta hacia mí, es todo lo que necesito para calmar mi temperamento y olvidar que los últimos veinte minutos pasaron. —Siempre —susurra presuntuosamente, bromeando mientras se inclina hacia mí para deleitarme con sus suaves labios. Pone su otra mano en mi mejilla, profundizando el beso a medida que nuestras respiraciones se aceleran. Suelto su mano, envolviendo el brazo alrededor de su cintura para apretarla contra mi cuerpo, haciendo que medio se suba a la cama para poder seguirme el paso. Mi lengua se abre paso entre sus labios con desenfreno, y mi pecho arde de la necesidad de aire, pero también del incontenible deseo, y de cierto grado de dolor. Una mezcla electrizante, excitante y adictiva. —Me encanta cómo dices que eres mi prometida —murmuro contra sus labios cuando la dejo alejarse para tomar aire—. Pero voy a amar cuando te escuche decir que eres mi esposa. Sus labios se curvan de nuevo, volviendo a posarse sobre los míos. —Señor Saint —musita contra mi boca—. Es usted un hombre de muchos deseos. Y no se cansa de repetírmelo. Mi sonrisa no es inesperada o extraña para mí a estas alturas cuando llega, mis labios ya acostumbrados a curvarse en su presencia. Ella logra hacerme sonreír sin proponérselo, sin siquiera intentarlo; y me encanta. Amelia y Alexander fueron el motor que me ayudó a salir de las sombras cuando mis padres murieron; pero Elena se ha convertido en la razón por la que quiero seguir viviendo, y por ella voy a luchar contra todo.
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