Capitulo 1

1941 Words
Sofia Había tres cosas que podían arruinarme el humor desde temprano: 1. Dormir mal. 2. Empezar el día sin café. 3. Y, en el puesto número uno con aplausos y ovaciones… Mikhail maldito Volkov. Y gracias a la gloria de Dios o del destino esta mañana se alinearon las tres. Abrí los ojos con un gruñido, tenía el cabello enredado, las sábanas tiradas por el suelo, y una necesidad urgente de lanzar algo por la ventana. Preferiblemente una pesa… o una lámpara, lo suficientemente grande o pesado y que alcanzara a impactar la cabeza de mi adorado vecino (vaya que estoy siendo sarcástica) La noche anterior, como ya era costumbre, Mikhail había llevado a su departamento a una nueva conquista. ¿La número qué? ¿Ciento ocho? La verdad no recuerdo bien, perdí la cuenta después de la pelirroja con curvas de impacto y que gritaba como si estuviera poseída por un espíritu inhumano. Llegue a pensar en que estaba exagerando, ninguna persona podría hacer tanto escándalo por tener relaciones, pero realmente si Mikhail era tan impresionante como parece, no me resultaría raro, todo en el pareciera que cuando te toca es capaz de incendiarte por completo. Lo peor no fue el escándalo, ni los gemidos tan escandalosamente falsos que rebotaban en las paredes compartidas. Lo peor fue que ya no me sorprendía, no me sorprendía que Volkov trajera a una mujer distinta cada noche. Llevo cinco años… exactamente cinco malditos años viviendo pared con pared con él, cuando mis padres me regalaron este penthouse por mi cumpleaños número dieciocho, pensé que era un sueño. El piso más alto del edificio más exclusivo de Roma, con vistas panorámicas y una terraza de ensueño. Lo que no sabía era que el otro departamento del piso era de él. Del único hombre en el planeta que lograba sacarme de quicio con solo existir. Me levanté con mal humor, los ojos ardiendo del insomnio, y arrastré los pies hasta el balcón de mi habitación, buscando un poco de aire fresco que no oliera a arrogancia masculina. Pero me arrepentí de inmediato, lo que se convirtió en una opción de poder despertar por completo, se convirtió en algo que haría que mi enojo por Mikhail creciera. Me detuve en seco al ver la escena, ahí estaba él, dormido en uno de los sofá de su terraza, con una sábana blanca cubriéndole apenas de la cintura hacia abajo. El pecho desnudo, el brazo sobre la frente, el cabello algo desordenado. Tan guapo como un dios griego, pero tan irritante como un dolor de muela. Y por si eso no fuera suficiente tortura visual, ahí estaba ella. Una mujer diminuta, con el cabello alborotado y un vestido que apenas cubre sus muslos, levantándose del sofá que estaba en el interior de la habitación mientras recogía sus tacones. Sentí el enfado hervirme por dentro como una taza de café olvidada en el microondas. No por celos —¿yo, celosa? Jamás—, sino por esa costumbre suya de convertir nuestras noches en películas para adultos sin previo aviso sonoro. Bufé completamente molesta y me di la vuelta, entré al departamento y cerré la puerta corrediza de un golpe. —Idiota —mascullé entre dientes. Después de una ducha fría que no logró enfriar mi humor, me preparé un desayuno ligero. Yogurt griego con almendras y fresas, nada que desbalanceara mi dieta ni la figura que tanto me costaba mantener para las campañas. No porque me obsesionara con el físico —la genética jugaba bastante a mi favor— sino porque en esta industria, te exigían estar perfecta… incluso cuando no dormías. Deje la cafetera lista en lo que me alistaba para poder ir al trabajo, me coloque un pantalón de vestir blanco, una blusa de tirantes beige y un saco blanco, acompañe mi vestuario con unos tacones beige. Me maquille solo un poco, luego coloque mi café en uno de mis termos favoritos y tome las llaves de mi auto antes del salir del departamento. Pero justo en ese momento, la puerta de enfrente se abrió. Y sí, ahí estaba ella, la chica de anoche y la que había visto hace unos minutos dentro del departamento de Mikhail. Llevaba los tacones en la mano, el rímel corrido y una expresión de furia tan pintoresca como sus pestañas postizas. —Es un cabrón —masculló mientras me cruzaba en el pasillo, sin saludar. —Lo sé —respondí con una sonrisa educada, pulsando el botón del elevador. La chica me siguió, durante los cinco pisos de descenso, no dejó de despotricar contra él. Que si la había echado sin explicación, que si ni siquiera le ofreció café, que si la trató como si no existiera, todo eso mientras yo solo asentía en silencio. —Y encima tiene la cara de decirme que no me vuelva a aparecer por aquí — terminó, justo cuando se abrían las puertas del lobby. —Un encanto, ¿verdad? — le respondí mientras bebía un poco de café antes de girar sobre mis tacones y caminar directo hacia mi auto. Ni siquiera me molesté en despedirme, no era asunto mío quedarme a consolar a una chica, ya lo había hecho hace años, de hecho, fue la primera vez que Mikhail trajo a una chica al departamento, sentí tanta compasión por lo que mi vecino le había hecho que intente ayudarla, le ofrecí café, desayuno y aunque hablamos un par de veces, ella demostró que solo se había acercado a mi para volver a ver a Mikhail. Prácticamente me uso para tener acceso a nuestro piso, así que no me pasaría dos veces. Subí a mi auto y deje mi termo en el portavasos, acomode mi cabello y después de colocarme el cinturón conduje hasta el set donde se llevaría a cabo la sesión de hoy, el tráfico era un desastre, pero al menos me distraje tarareando una canción de la radio. Al llegar a la locación de la sesión — una villa privada a las afueras de Roma con jardines dignos de editorial — el equipo ya estaba instalado. Había cámaras, luces, maquillaje, diseñadores, asistentes corriendo de un lado a otro como si el mundo se acabara en media hora. Me bajé del coche y crucé el portón con mis gafas de sol y mi mal humor aun colgando como si fuera bolso de diseñador. —Sofía —dijo una voz masculina detrás de mí haciendo que me girara. Era Adrián, uno de los modelos con los que había trabajado antes, proviene de Madrid, había llegado a Aurum Models hace 3 años, era alto, atractivo, sonrisa fácil… y claramente interesado en mí desde el primer día. Hacíamos buena pareja detrás de la pantalla y pasarelas, éramos amigos en la oficina y si era sincera, no me era indiferente, era guapo, elegante y educado. Pero hoy no estaba del mejor humor del mundo, estaba cansada, me esperaba una sesión de fotos de varias horas y realmente esperaba que Mikhail no viniera hoy a supervisar que todo salía como el esperaba. —Hola —dije, sin mucho entusiasmo, mientras me quitaba las gafas. —Te ves preciosa, como siempre — sonrió y yo lo imite —Dormí como si viviera en un antro, así que gracias, pero no exageres Adrián — mencione intentando suavizar mi enojo. Él rio, divertido, se acercó más de lo necesario, pero yo ya estaba buscando al asistente de producción para revisar el orden de los cambios de ropa. Porque si algo necesitaba esta mañana, era trabajo, café y distancia emocional de todos los hombres del planeta. Especialmente un ruso tremendamente guapo y gruñón que me hacia enfadar con solo estar en el mismo lugar. —¿Podemos hablar después? Llegue un poco tarde y debo darme prisa — mencione y el asintió antes de alejarse un poco —Claro, es tu momento de brillar como siempre — aseguro y se giró para irse. Me dirigí directo al camerino, esquivando cables, asistentes y a un fotógrafo que casi me estrella contra una mesa de luces. Nada fuera de lo común, las sesiones siempre eran un caos controlado. En cuanto entré, tres maquillistas se giraron hacia mí como si fuera la última concursante en llegar a la pasarela final de un certamen de belleza. —¡Al fin! —exclamó Giulia, la jefa de maquillaje— Ven aquí, preciosa, tenemos que arreglar ese rostro angelical… aunque parezcas que te has peleado con la almohada. — menciono señalando la silla que tenia enfrente y yo suspire antes de sentarme. Me senté frente al espejo iluminado mientras una de ellas comenzaba a trabajar con la base y corrector. —Dormiste poco, ¿verdad? — preguntó otra chica, observando mis ojeras que ni el mejor filtro de i********: podría disimular. —Digamos que mi vecino tiene afición por… los conciertos nocturnos —respondí, sin entrar en detalles. Ellas se miraron con una sonrisita cómplice. Era inútil fingir, en esta industria todos sabían que Mikhail Volkov y yo no éramos precisamente mejores amigos, la mitad del equipo lo encontraba divertido, la otra mitad, un drama de telenovela y como si fuera el mejor chisme de la oficina, en cuanto los chicos supieron donde vivía, descubrieron en automático que el era mi vecino y yo estaba segura de que él era el ser mas despreciable por no permitirme dormir como era debido —Deberías dormir más —sugirió Giulia, mientras delineaba mis labios— Un par de noches completas y volverás a estar perfecta, bueno aún más de lo que ya eres preciosa — aseguro y solo asentí Sí, claro, como si la solución estuviera a una almohada de distancia, no dije nada, las apariencias en este medio eran tan frágiles como el maquillaje que me aplicaban: se retocaban y se mantenían intactas hasta que alguien decidía destruirlo. Cuando terminaron, ya estaba lista para el primer outfit: un vestido rojo de seda con escote asimétrico y abertura en la pierna, acompañado de sandalias doradas de tacón fino. Me vi en el espejo y sonreí por inercia, era un personaje más que me tocaba interpretar. Salí del camerino y ahí estaba Adrián, recostado contra la pared, esperándome con esa sonrisa fácil que usaba como carta de presentación. —Wow… —dijo, dándome un repaso de pies a cabeza— Vas a robarte todas las miradas hoy, estas guapísima — aseguro y yo sonreí —Es el vestido, no yo —contesté, aunque sabía que era mitad mentira, si algo tenia claro era el ego tan grande que tenía. Se acercó un poco más, bajando la voz. —¿Qué harás esta noche? Estaba pensando que podríamos cenar… algo tranquilo, lejos de luces y cámaras. — menciono mientras me miraba con una sonrisa coqueta. Iba a responder —no estaba segura si con un sí o con un quizá— cuando una voz grave, clara y cargada de autoridad cortó el momento como una tijera afilada. —¡Adrián! — Nos giramos al mismo tiempo. Mikhail Volkov estaba de pie a pocos metros, traje impecable, manos en los bolsillos, mirada directa… y ese gesto tan suyo de no pedir, sino ordenar. —Te necesito en el set ahora —añadió, sin mirarme ni una sola vez. Adrián dudó un segundo, mirándome como si me prometiera que la conversación seguiría más tarde. —Hablamos después —susurró, antes de irse hacia él. Me quedé allí, con la sensación incómoda de que Mikhail lo había hecho a propósito. Y aunque quería convencerme de que solo era mi jefe siendo él jefe… lo conocía demasiado bien como para creerlo.
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