La noche caía lentamente, y el tic-tac del reloj resonaba en mis oídos como una bomba de tiempo a punto de estallar. En cualquier momento tendría que volver a mi casa, a ese infierno que llamaba hogar. Mientras regresábamos de la plaza, juré para mis adentros que no iba a volver, que esa vez iba a gritar, a llorar, que no aguantaría más. En mi mente infantil se dibujaban todos los escenarios posibles, todos llenos de miedo y desesperación.
Al entrar a la casa de mi abuela, donde vivía mi tío, el valor me abandonó. No pude decir lo que mi corazón gritaba. De pronto, aparecieron en mi mente las imágenes de mi padre: lo vi triste, decepcionado, y el amor que le tenía me paralizó. No podía dejarlo, no quería abandonarlo. Sentía un conflicto enorme: odiaba estar allí, pero a la vez no quería dejar a la única persona que quedaba de lo que alguna vez fue mi familia.
Con mucho dolor me despedí de mis abuelos y de mi tío. Mi padre conversaba animadamente con ellos, sin saber que su hijo sufría en silencio. Una vez en aquel horrible lugar, nos esperaban para cenar. Hoy quizás comería lo mismo que ellos, sin amenazas, sin golpes, sin insultos. La cena transcurrió en un silencio pesado, cada uno inmerso en su propio dolor. Cerré los ojos con la esperanza de que esa noche, mi papá Rubén velaría mis sueños y los de Ann.
Cristina me lanzaba cuchillas con la mirada, un odio frío y constante. A veces, yo también la miraba con el mismo rencor. Cuando mi padre estaba cerca me sentía más seguro, pero esa osadía tenía un precio, uno que seguramente pagaría cuando mis hermanastros se fueran a la escuela.
Lunes por la mañana, despierto sacudido por esas manos asquerosas. Mi hermana, al igual que yo, era víctima de sus agresiones. Cristina nos gritaba, nos insultaba de la peor manera, apurándonos para salir. Los hijos de ella ya no estaban en la casa, y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sabía lo que venía y deseaba con todas mis fuerzas que mi padre volviera pronto, pero no lo haría. Nadie vendría a rescatarme, nunca nadie lo hacía.
Salí del baño y allí estaba ella, esperándome en la puerta. Me quedé helado al verla. Me agarró del pelo y me arrastró hacia su habitación. Me resistí, pero los golpes que recibí me dejaron desorientado, y al final dejé de luchar. Vi cómo se quitaba la ropa y recé para que fuera un mal sueño. Cerré los ojos con fuerza, apreté mis labios para despertarme de esa pesadilla, pero al abrirlos, ella seguía allí, sobre la cama, desnuda, gritándome que me apurara.
No quería hacerlo. Me dolía, me asqueaba. Era un niño, solo quería jugar. Esto no estaba bien. Cuando no me moví, me tomó del pelo y me despojó de mi ropa. No entendía nada, solo sabía que esto me daba asco. Me colocó sobre ella, y me exigió que le hiciera lo que tantas veces me había obligado a hacer. Me mordía, me arañaba, me exigía que entrara en ella. Mi cuerpo me traicionaba y yo la odiaba, odiaba mi cuerpo y todo lo que ella hacía con él.
Entré, y ella me obligó a moverme violentamente. Me dolía. Sentía sus uñas clavándose en mis brazos, sus dientes desgarrando mis hombros. Era demasiado pequeño para ella, ¿por qué no podía entenderlo? Mientras me movía una y otra vez, solo deseaba que todo terminara. Ya no quería esto, ya no soportaba el olor de su cuerpo ni su tacto. La odiaba, me odiaba y deseaba morir.
Perdí la cuenta de cuánto tiempo llevábamos así. Mi cuerpo comenzaba a mostrar los rastros de tortura. Ella me exigía más, sin detenerse. Cuando intentaba resistirme, la violencia aumentaba. Quería estar en la plaza, jugando, o en la casa de mi tía, con mis primos. Me imaginaba montando el barrilete que vi en la tienda, el que mi tío prometió comprarme. Él siempre cumplía sus promesas.
Soñaba con correr, mirando el cielo, con el hilo en mi mano y el barrilete alejándose cada vez más, en lo alto, libre, feliz.
Un dolor agudo me recorrió el brazo y caí, de nuevo, en mi maldita realidad. Ella me sacó de encima de forma brusca y violenta, sudorosa y agitada, igual que yo. Me echó de su habitación, y di gracias en silencio porque al menos, por hoy, había terminado.